Por su condición de artista, cree Marcelo Toledo, pudo convertir un mal trago en una obra de concientización. El 9 de marzo del año pasado, recién llegado de Nueva York, le detectaron Covid 19. Fue uno de los primeros casos de argentinos. Hasta entonces nunca había sido internado en su vida. De aquellos días de incertidumbre le quedaron sensaciones amargas que convirtió en arte y así transmutó esa enfermedad mundial en un hecho artístico.
“Siento que los artistas tenemos una alquimia que nos permite hacer visible algo invisible, como por ejemplo transformar un pedazo de metal o un lienzo en un verdadero hecho artístico capaz de conmover al otro”, le dice a Viva desde su lugar de trabajo, un hermoso desorden en un galpón del barrio de San Telmo.
A sus 45 años, Toledo ha recorrido el mundo y se codeó con reyes, presidentes e integrantes del jet set internacional. Salió solo de su Escobar natal cuando tenía menos de veinte y concretó su anhelo de sustentarse con sus creaciones. Pero resta importancia a eso que otros aprovechan para jactarse: “Me gusta más pensar en mi obra que en las personas con las que estuve: eso pasa. Lo otro, la obra, es lo que queda”.
Toledo y un minicoronavirus que lanzará en edición limitada. Foto: Ariel Grinberg.
Barbijo gigante
Cuando le dieron el alta por Covid, hizo y expuso –con el fin de concientizar– un tapabocas de 14 metros en el Obelisco. Lo replicaron en sitios emblemáticos de otros países. Ahora está ansioso por presentar El museo del después: “Será una muestra inmersiva basada en elementos relacionados con el coronavirus. La gente me mandará elementos que ellos relacionen con su padecimiento de la enfermedad (desde partes médicos a radiografías) a través de una convocatoria abierta desde mis redes sociales. La idea es que todos nos sintamos parte e identificados con cada obra. Haremos una cronología gráfica de cómo los medios nos fueron contando los hechos sucedidos”. La obra contará con el apoyo de la Fundación Noble.
En noviembre realizó la primera muestra en un espacio público tras la cuarentena. La llamó Alquimia y la expuso en la Plaza de las Naciones Unidas junto a la Fundación Dale Vida con el fin de reflexionar sobre la importancia de la donación de sangre. “No sabés cuánto y cómo trabajamos para armar 365 bolsitas de sangre. Dos meses sin parar”, sonríe. “El arte maneja símbolos y el símbolo comunica”, dice.
-¿Qué te queda en lo personal de la experiencia de haber tenido Covid?
-Fue un bajón: estuve seis días en la Clínica del Sol, aislado, con mucha incertidumbre porque el coronavirus todavía era algo más desconocido. En ese momento no había ni los tests que hay ahora. No veía a nadie. Era una desolación total. Estaba solo. Lloraba solo. Una noche me quebré cuando corrí una cortina de mi habitación y vi el aplauso a los médicos, ése que se hacía a las 21 de cada día para reconocer su trabajo, su esfuerzo, su dedicación. Me desarmé.
-Al mismo tiempo te sirvió para hacer una transformación no solo individual sino colectiva.
-Así es. Por eso las muestras. Creo que esa es una virtud que tenemos los artistas: transformar, transformar, todo el tiempo transformar.
Toledo y parte de la obra Alquimia, que expuso en la Plaza Naciones Unidas, para concientizar sobre la donación de sangre. Foto: Ariel Grinberg.
-No fue la primera vez que trabajaste con la idea de que el arte debe transformar el dolor, ¿verdad?
-No, la vida es como una gran rueda. Hace unos años hice una muestra en La Colección Fortabat sobre el cáncer de mama, convocado por la Fundación Rossi y justamente hoy Rossi ha tenido una labor fundamental con el coronavirus. El arte sana, transmuta, regenera, exorciza. Es el legado de supervivencia que dejamos en esta tierra, nuestra prueba de vida. Y el año pasado hice la muestra Alquimia, en la plaza de las Naciones Unidas. Y el mismo coronavirus es el que nos encuentra hoy conversando sobre este museo. Lo que quiero transmitir es que no importa cuánto dolor soportemos, podemos volver del infierno transformados, y aun así encontrar belleza y aprendizaje en el camino.
-La enfermedad como experiencia de cambio.
-Debo reconocer que en mi vida hubo un antes y un después tras la enfermedad de una de mis hermanas. Su diagnóstico no era alentador: fueron años de mucha angustia y dolor en mi intimidad. Pero por suerte ese diagnóstico, gracias a su actitud y a la ciencia, pudimos revertirlo en vida. Hoy mi hermana es una mujer plena. Y respecto de mis enfermedades, con el coronavirus fue la primera vez que me sentí enfermo en serio.
-La desolación, la incertidumbre…
-Verme sin mis capacidades intactas fue muy desolador en ese momento, pero acá es donde comienza el mecanismo del artista. No es que trabajé a partir de una enfermedad, sino que siempre hay disparadores. La desigualdad, el dolor en general en mi caso, han sido un punto de partida. Meryl Streep dijo una frase muy inspiradora: “Toma tu corazón roto y conviértelo en arte”. Lo que más me emociona es sentirme capaz de transformar el dolor en belleza.
-Recién, en la sesión de fotos, se te vio de muy buen humor, sonriente, para nada melancólico. ¿Solés ser así?
-En realidad, lo que tengo es una clara necesidad de generar ideas. Soy detallista. Se me ocurrieron ideas sabiendo que me iban a fotografiar. Simplemente me salen ideas y las pongo en práctica.
-¿Cómo te definirías?
-Soy una persona que siempre eligió diferente. Trabajo para romper mi propio molde. Jamás me gustó elegir en base a lo que elige el resto. Ya cuando me dedicaba sólo a la orfebrería, nunca hacía algo tradicional. Pero hay algo que me molesta…
-¿Qué? Podés decirlo.
-Ese mote tan común de “artista del momento”. Siento que el hecho de que te juntes con reyes para mostrar tus obras no es un parámetro. Y ya hace muchos años que mantengo cierta regularidad en mis trabajos como para no ser considerado “el artista del momento”.
¿Cómo llegaste al mundo del arte?
-De chico quería ser bailarín o patinador artístico. Eran dos actividades que me permitían sentir libertad, eso del viento en la cara. Me gustaba eso. Lo de bailarín lo descarté porque no sé bailar. También estudié actuación y empecé Psicología en la UBA. Aunque lo que me marcó fueron mis clases de orfebrería desde los 14 a los 20 años. Empecé porque necesitaba un espacio, un lugar. Yo vivía en Escobar, donde nací, y encontré un maestro en Acassuso, Edgard. Ahí descubrí un mundo que me apasionó y que es el punto de partida para lo que hago hoy. Siempre supe a dónde quería ir. Me esforcé muchísimo para vivir de esto.
No vamos a ser los mismos después del coronavirus. Hay dolores que nos van a quedar.Marcelo Toledo
De Escobar al mundo
La familia de Toledo sigue en su Escobar natal. Sus padres, Beatriz y Héctor, más sus cinco hermanos. El es el mayor y el único que vive en la Capital, aunque visite a sus padres cada 10 días regularmente.
-¿Cómo fue tu ansiada llegada a Buenos Aires?
-Vine a los 18 años con la idea de trabajar para mí mismo. Me alquilé un monoambiente en Boedo, donde armé un pequeño taller en un patiecito. Era casa y taller a la vez. Después pude alquilar un taller en Palermo y poner un puesto en Caminito, en La Boca, donde vendía piezas chicas, anillos, mates, bombillas. Creaciones propias. Un día me hicieron una entrevista inesperada que, cuando se publicó, me generó llamados para vender lo que hacía. Siempre la peleé. Nadie me regaló nada. Eso es lo que me da satisfacción. Luego conseguí un espacio más grande para trabajar y desde hace unos cuatro años estoy acá, en San Telmo, que es la zona del Distrito de las Artes. Y también tengo mi galería.
Intervención: el barbijo gigante de Toledo en el centro porteño.
-Has recorrido un largo camino.
-Me siento orgulloso de lo logrado. Sé que soy un inconformista, que siempre estoy insatisfecho. Pero entiendo que eso es lo que me permite avanzar y me impulsa a crear proyectos. Estoy en todo. Soy el que idea, el que ejecuta, el que hace la prensa.
-¿Qué te cambió a nivel laboral o artístico la cuarentena por Covid?
-Y… todos los años yo exponía en Punta del Este, por ejemplo. Y este año no pude. Por otro lado, diciembre y enero son los meses de más trabajo porque es cuando vienen acá los turistas de alta gama.
-¿Qué se siente al vender una obra?
-Que se va una parte de tu historia. A la vez se siente la satisfacción de que alguien haya elegido algo que hizo uno.
Siento que esto es una gran y dolorosa bisagra. Lo veo como un nuevo Génesis para la humanidad.Marcelo Toledo
Arte a la vista de todos
Su escultura Matriz, un capullo de seda de bronce que pesa 300 kilos, está colgada en una estación del subte H, luego hizo un barbijo gigante para exhibir en el Obelisco y ahora planea un museo del Covid al aire libre.
“Yo siempre trabajé sobre el espacio público”, cuenta orgulloso. “Por eso este museo será a cielo abierto, nos invitará a salir cuando el coronavirus haya sido dominado. El espacio público es más amigable. Es gratuito, nada elitista. Es más empático. Hoy, en la nueva normalidad, las plazas y el espacio público deberán convertirse en el nuevo patio de los museos. Porque, por otro lado, no hay ni los suficientes museos ni las salas donde podamos mostrar lo que hacemos y creo que los artistas debemos hacernos camino como sea. Yo siempre fui un outsider. Nunca esperé que vinieran a tocarme la puerta, sino que fui el que trabajó para abrirlas.”
Toledo tiene varias exposiciones en proceso. Una es Detrás de las paredes, un proyecto que habla de la violencia de género, que terminó de delinear junto a Naciones Unidas en Nueva York. La inspiración son las historias y cicatrices físicas de mujeres y niñas de todo el mundo. También está trabajando en una performance inmersiva a estrenar en Londres este año, y en una instalación con la fotógrafa Alejandra López.
-Mucho se habla de cómo seremos a nivel humano al salir finalmente de la pandemia. ¿Cómo creés que saldremos?
-No vamos a ser los mismos. Hay dolores que nos van a quedar. Hace poco murió una tía mía y no la pudimos velar. Eso duele. Por otro lado, seremos más cuidadosos con nosotros y con los demás. No tengo dudas de que transitamos un nuevo comienzo.
-¿Cómo lo imaginás?
-Lo veo como un nuevo Génesis para la humanidad. Siento que esto es una gran y dolorosa bisagra. Pero también una nueva oportunidad. Ojalá no la desaprovechemos.
Marcelo Toledo, en su estudio de San Telmo. Foto: Ariel Grinberg
Cómo colaborar
Con lo que nos queda – El Museo del después será una exposición colaborativa. “La idea es reunir elementos relacionados con el coronavirus. En mi caso me hice de barbijos, camisolines, cosas que fui rescatando”, cuenta Toledo. Para esto pide el aporte de otros objetos similares a quienes quieran sumarse a través de sus redes sociales: @marcelotoledook y @museodeldespues.
“Quiero cristalizar este momento de la historia”, dice. Y agrega: “Quiero contar lo vivido como si hubiese sido una gran tempestad o una tormenta potente. Lo que continúa es un nuevo comienzo.”
Recuerda: “Luego de mi alta médica, junto a Vanesa Noble creamos Primerabrazo.org, un sitio donde capitalizar acciones y donaciones para ser un vehículo entre las donaciones y la gente o las instituciones. Estuvimos repartiendo comida en la villa 31 de la mano del Padre Guillermo y también destinamos donaciones a lugares con necesidades”.
Otro de los proyectos que encara con la Fundación Noble es Detrás de las paredes, con el objetivo de visibilizar la violencia de género. “Las obras que se expondrán serán realizadas a partir de metal que compré a recicladoras urbanas víctimas de violencia. Es una manera de transmutar estas cuestiones donde se completa la rueda”, explica.
Fuente: Clarín