La vida cotidiana está repleta de hábitos que sirven para organizar el día a día. Sin estas conductas repetidas sería difícil sostener actividades que requieren cumplir con horarios y tareas pautadas de antemano. Sin embargo, lo que sirve para organizar el trabajo y las horas del día no cumple la misma función en el ámbito amoroso y sexual de las parejas.
Los vínculos de pareja, en forma inconsciente, van naturalizando lo conocido, repitiendo día a día acciones que si no se cuestionan y se modifican llevan al aburrimiento y al conflicto. Pareciera que lo conocido es la regla, y cuando se toma conciencia, la crisis ya está instalada.
Existe la creencia de que es mejor mantener lo conocido que innovar, romper con la secuencia preestablecida de actos, cuando en realidad provocar cambios renueva la dinámica de la relación.
10 malos hábitos usuales en las parejas
Los vínculos de pareja, en forma inconsciente, van naturalizando lo conocido, repitiendo día a día acciones que si no se cuestionan y se modifican llevan al aburrimiento y al conflicto. Foto: ilustración Shutterstock.
1 – Dejar cosas para que el otro las haga.
Por lo general son acciones de la vida cotidiana: dejar los restos del desayuno, levantar los platos sucios, dejar objetos por guardar o descuidar la higiene del baño. Aunque parezcan insignificancias, estas acciones provocan muchos conflictos. El problema no radica en el objeto, sino en la configuración de los roles dentro de la relación, lo cual demuestra la falta de equidad o de compromiso de una de las partes. Y a la hora de plantear el problema es usual escuchar: “vos tenés más tiempo”, “estoy todo el día afuera y llego agotado”, “te corresponde a vos que sos mujer” o “estás siempre quejándote”.
2- Asumir que las salidas o deportes con amigos/as son impostergables.
Estos compromisos son muy comunes y ayudan a que las parejas conserven los vínculos sociales y se “refresquen” de las responsabilidades vinculares. Es fundamental que estén de acuerdo y que ambos tengan la misma oportunidad. Sin embargo, muchas veces sucede que estas actividades no pueden postergarse bajo ningún pedido, excepto que el hecho sea grave y urgente. La falta de flexibilidad es vivida con angustia y enojo por quien la pide, además de considerar que es una acción egoísta, sin cuidado hacia el otro.
Muchas veces, cuando en eventos sociales salen temas vinculares, se revelan críticas hacia el otro. Foto: ilustración Shutterstock.
3 – Usar las reuniones sociales para señalar algo malo de la convivencia.
Las parejas salen con otras parejas o frecuentan las reuniones familiares. Muchas veces, cuando en esos eventos salen temas vinculares, se revelan críticas hacia el otro (casi siempre con tono humorístico) que forman parte de la intimidad y no deberían aparecer en esos contextos. Con el pretexto de “fue en broma” o de “estamos con gente amiga” se dicen cosas no habladas o que forman parte del mundo privado.
4 – Quedarse a la noche mirando series o con los dispositivos encendidos.
Las diferencias en los ritmos de sueño pueden convertir el horario de descanso en un problema. Y cada uno tendrá sus razones, pero no pueden llegar a un acuerdo, excepto dormir separados o buscar otras alternativas como el uso de tapones para oídos, tapaojos, etc., lo cual no resuelve el problema de base.
5 – Criticar cómo el otro hace las cosas.
“Si hago, me dice que está mal; si no hago, me dice que no ayudo… En qué quedamos”. Cada uno tiene un saber de cómo hacer las cosas y en otros casos, tendremos que aprenderlas. La buena disposición no debe ser criticada; se puede decir, corregir, sin que se convierta en un “no sabés, dejame a mí”. Muchas veces ese “no saber” sobre algo específico es interpretado por quien lo recibe como “me está diciendo que soy inútil” cuando en realidad le está señalando algo en especial y no es una crítica hacia la persona toda. Hay que aceptar que cada uno colabora con lo que sabe y que no existe una fórmula uniforme para todo. La flexibilidad debe ser la regla.
Existe la creencia de que es mejor mantener lo conocido que innovar, romper con la secuencia preestablecida de actos, cuando en realidad provocar cambios renueva la dinámica de la relación. Foto: ilustración Shutterstock.
6 – Usar el celular u otros medios tecnológicos.
En la comunicación humana, la palabra (lenguaje) y el cuerpo son los medios de expresión. La comunicación es conducta, por lo tanto, aunque estemos en silencio, o enfocados en el celular, estamos comunicando. Tanto, que este tipo de comunicación no verbal suele tener más contenido que las palabras. Por lo tanto, la escucha supone una acción completa que incluya la disposición, el interés a escuchar al otro (y a nosotros mismos).
Toda conducta entre personas, por más simple que sea, marca algún tipo de conexión, más aún cuando se trata de una pareja, de hijos, amigos, u otro vínculo significativo. Hoy en día se han naturalizado las acciones simultáneas que alternan o se superponen en la comunicación: ver televisión, mirar el celular, estar atentos a los hijos, o bien rumiar pensamientos o preocupaciones; hasta salir a tomar un café, a caminar o a comer afuera, son actos entrecortados por otras acciones, sobre todo, la influencia de los dispositivos.
7 – Tomar la iniciativa para tener relaciones sexuales.
Las conductas sexuales tienden a convertirse en hábitos si no se las sacude y renuevan. Lo conocido en el sexo es sinónimo de certeza y de éxito y proponer variantes puede poner en duda la efectividad. Que uno siempre tome la iniciativa se convierte en una conducta fija, muchas veces sostenida por cuestiones erróneas de género (“el hombre es más sexual y debe hacerlo”), y en otras es mera costumbre. Cuando se rompe este modelo fijo, las parejas se igualan en sus deseos.
8 – Dar por sentado que en el sexo el otro sabe lo que hace.
Las fórmulas existen para las matemáticas, no para el sexo. Sin embargo, las conductas sexuales se vuelven rígidas y se despliegan como un saber previo, sin tener en cuenta lo que al otro le gusta y, más aún, subestimando lo que el otro propone. El estilo sexual se construye de a dos, con lo que cada uno puede aportar para nutrirlo. Dejar que el erotismo sea patrimonio de uno, porque posee un supuesto saber, es empobrecer la relación.
Ignorarse e ir a la cama sin erotismo. Foto: ilustración Shutterstock.
9 – El hábito de ir a la cama sin erotismo.
Convertir el encuentro sexual en camino urgente hacia la genitalidad trae más problemas que beneficios. El erotismo está para preparar los cuerpos al placer y no a la mera genitalidad. Convertir la riqueza de la sexualidad en una carrera para llegar a la cama y tener un orgasmo se convierte en un hábito, en una acción previsible que lleva a la monotonía. No se deben perder los besos, las caricias, el desvestirse, sentir el cuerpo y los estímulos, cambiar de lugares, estimularse mutuamente, son algunas de las acciones necesarias para romper con el hábito.
10 – Darse vuelta y dormir después de la relación sexual.
Si bien el ejercicio erótico y la descarga de tensión sexual posterior es relajante, dedicarse unos minutos a charlar, a seguir abrazados, es lo esperable. Con la repetición del hábito ya se da por sentado que después de la intimidad sexual cae de nuevo la realidad cotidiana. Hay palabras, comentarios, expresiones, necesidades personales que si no se dicen en esos momentos se pierden o se postergan con la ilusión de que, quizá, la próxima vez, será posible.
Por Walter Ghedin, psiquiatra y sexólogo.
Fuente: Clarín