En Montevideo, Uruguay, Sebastián Borensztein recorre la ciudad con su equipo de trabajo. Busca locaciones para una serie de Amazon que en apenas unos días arranca el rodaje. “Es un proyecto bastante grande, pero no te puedo contar más. Hasta que Amazon no haga el anuncio oficial no puedo”, le dice a Infobae Cultura manteniendo el secreto en esta entrevista a distancia, cuyo motivo es otro: su arribo a la literatura propiamente dicha. Porque si definimos a la literatura como el arte de contar historias, Borensztein lo viene haciendo desde rato, pero en otros formatos: comenzó en los ochenta como creativo publicitario, siguió como guionista, productor y director de los shows televisivos de su padre, Tato Bores, más tarde hizo series televisivas —El garante, Tiempo final, Malandras— hasta que llegó al cine, donde se formó también como director. Escribió y digirió: La suerte está echada (2005), Sin memoria (2010), Un cuento chino (2011), Kóblic (2016) y La odisea de los giles (2019). Luego llegó la pandemia. Entonces se puso a escribir. Así nació El Ruso, novela editada por Capital intelectual, su debut literario.
“¿Qué hace un artista como usted, a su edad, cantando en un lugar como este cuando el mundo debería ser su gran escenario?”, le dice William Wilcox, un cazatalentos inglés, a Alberto Rosenberg, luego de oírlo cantar en un bar porteño de mala muerte durante una noche de 1939. El Ruso, así le dicen a Rosenberg, trabaja en la sedería de su suegro, en Once, pero lo suyo es el tango. El problema es que tiene 35 años, algunos dilemas existenciales irresueltos y la sensación de que el tren del éxito artístico pasó antes de que llegue a la estación y que nunca, nunca volverá a pasar. Y él sigue ahí, esperando, mientras la vida transcurre sin sentido. Hasta que el inglés Will queda fascinado con su voz y le propone firmar un contrato para ir a París. Así empieza la historia, con un golpe de suerte que tuerce el rumbo de una vida. “El concepto del destino me gusta mucho. Hay días que pienso que las cosas están escritas y uno sólo las transita, hay días que pienso que uno las escribe mientras las transita. Los golpes de suerte del destino siempre me desvelan, pareciera que es un tópico del que me cuesta escapar”, comenta.
“En esa época, los años cuarenta, a los 35 ya eras un hombre grande. Si no habías tenido un éxito, en este caso como él buscaba como cantante de tango, ya estabas para renunciar. Y él se involucra sobre en toda esa historia porque sobre el ocaso de su carrera, sobre su decisión de abandonar el tango porque ya no había caminos posibles para él, ni en las radios ni en ningún lugar se interesaban, aparece la propuesta de un cazatalentos inglés que se deslumbra y le dice que no puede ser que no haya triunfado y lo quiere llevar a París a cantar tango. La ambición es más grande que los temores de la guerra y El Ruso se embarca en esta aventura y termina enredado en toda una situación de espionaje. Sin escaparle a ciertos rasgos de humor, sin escaparle a los hechos reales, se construye toda una trama que avanza con mucha velocidad, diría yo”, agrega. Se publicó a fines del año pasado y en muy poco tiempo la primera edición se agotó. Ahora, en la calle, está la segunda. “Me encantaría hacerla película, pero sería complejo porque es una novela de época que transcurre en Argentina, Francia y Alemania: complicada para filmar”.
“La idea —continúa— surge porque, primero, me gusta mucho la historia, particularmente la del siglo XX y las dos guerras mundiales. Me gusta mucho el tango también y contar historias que colocan a personajes pequeños y comunes en circunstancias completamente extrañas y extraordinarias. La idea de meter un cantante de tango que por su propia ambición de gloria termina involucrado en una trama de espionaje entre nazis e ingleses a nivel mundial me parecía muy atractiva. A lo que se le cruza un componente muy interesante que es cierto hallazgo de una nueva teoría, tesis histórica, de que el consumo masivo de metanfetamina a nivel social en Alemania durante la época de la Segunda Guerra sea un aporte a una euforia popular por el nazismo. El ejército consumía, la sociedad también, una droga que se llama Pervitin, de venta libre, que se vendía como un energizante, pero que era una metanfetamina que los tenía a todos de la cabeza andando a mil por hora. Y la historia sugiere que es imposible disociar el estado de euforia de la sociedad con el nazismo de lo que fue el consumo de esta droga”.
«El Ruso» (Capital Intelectual), de Sebastián Borensztein
Suele darse que los escritores, luego de varios libros, se vuelquen al cine; no tanto al revés. El caso de Borensztein es más sencillo de lo que parece: “Hace mucho tiempo que tengo ganas de escribir una historia que no sea para ser filmada. Yo siempre escribo lo que se conoce como literatura intermedia. Y eso tiene un proceso creativo con reglas y limitaciones que la escritura literaria no tiene. Cuando vos escribís una frase en un guion, esa frase tiene una complejidad y un costo. No es lo mismo escribir ‘el hombre pasea por la calle’ que ‘un incendio devora la ciudad’. Son dos frases que tienen diferentes complejidades a la hora de ser filmadas. Cuando vos lo escribís en la novela cuesta lo mismo. La libertad creativa que tiene el escritor que escribe una novela versus la que tiene el escritor que escribe un guion es ampliamente enorme. Y yo tenía ganas de experimentar esa libertad: poder escribir sin preguntarme cuánto cuesta esta línea. Y esa es una de las razones por las cuales escribí la novela, más allá de que fue un proceso hecho durante la pandemia y me aferré a él para poder sentirme un poco más libre, para no sentirme encerrado”.
“En el cine vos estás presentando las imágenes. Está todo ahí y es inapelable. En la literatura el lector construye la imagen más allá de la descripción que tiene la página de un libro. Funciona la imaginación de otra manera, entonces los detalles visuales quedan librados al espectador. Es mucho más interactivo: la posibilidad de imaginar lo que te están narrando”, dice y luego describe el proceso como “abrir una cortina y meterse en otra dimensión, en otro tiempo, en otra estética, en otra geografía”. “No es una novela que tenga vueltas literarias intrincadas. Yo no soy un escritor por más que haya escrito un libro y lo haya publicado. Soy un tipo que cuenta historias y que se sube a un formato o a otro y en cualquiera de los formatos lo que busca es que la narrativa sea fluida y amena para el que está del otro lado, recibiéndola. Pero habiendo vivido tantos procesos de desarrollo de cine y de series y habiendo sorteado tanta dificultad siendo que es tan complejo filmar una película, son años y años y años al servicio de un proyecto, quise sentir esa libertad: que una cosa empiece y termine en el papel”, confiesa.
Fuente: Infobae