Recorrió las redes hace unas semanas: una bloggera de viajes entrevistaba en su cuenta de Instagram a una autodenominada comunicadora, que en una parte de la entrevista aseguró que cuando hay un incendio no se debe pedir agua, porque “es la tierra la que está transmutando y las almas que se van también eligieron estar ahí”. Suscitó indignación y controversia, pero también muchos likes. Porque aunque llevado al paroxismo, este argumento refleja una corriente muy en boga en estos días: la del optimismo tóxico, que asume que todo lo que sucede conviene y que a la vida hay que dejarla fluir, sin interceder demasiado. Se hace presente en posteos en redes sociales, en tapas de revistas y hasta en cuadros, murales y almohadones estampados. Lo que queda en el tintero cuando las frases positivas no son suficientes para lograr lo deseado, sin embargo, es una enorme frustración.
“El sábado pasado tuve un ataque de pánico que me hizo terminar en la guardia. Lo defino como el peor momento de mi vida, porque realmente sentía que me iba a morir. Y al contárselo a algunas personas, su respuesta fue ‘bueno, a bajar un cambio y todo va a estar bien’. No dimensionan lo terrible que fue para mí y que la solución es estar medicada para calmar la cabeza”, relata Florencia, de 30 años. Para ella, las frases con las que su entorno respondió a su conflicto fueron por completo vacías e incapaces de proveer algún tipo de consuelo. “Creo que a la gente le da impresión hablar de ir al psiquiatra o tomar antidepresivos, como si eso fuera solo para los locos”, apunta. En cambio, la réplica de estos tiempos opta por paños fríos y livianos que no se animan a ir a lo profundo.
Similar panorama aprecia Abril Pacin, que en el transcurso de unas pocas semanas vio diagnosticar a dos amigas con cáncer, y que eligió a consciencia un acompañamiento distinto. “Quise estar al tanto de sus tratamientos y que pudieran contarme qué les pasaba médicamente. Creo que la persona que está atravesando una situación así lo que más necesita es hablar de lo que le pasa y no escuchar palabras o recomendaciones vacías. Traté de estar abierta y disponible para que ellas pudieran hablar de su enfermedad de la forma más normal posible”, ilustra. El resultado fue que comenzaron a llamarla más seguido para charlar, y de hecho una le dijo que le resultaba un respiro que alguien no la llenara de frases como “esto pasó por algo” y “todo va a estar bien”. “No juzgo a quienes usan esta filosofía, pero creo que son personas que no saben abordar cuestiones delicadas de otra forma”, razona Abril.
Para el psicólogo y doctor en neurociencia Sergio Lotauro, esta ola de optimismo tóxico puede atribuirse a los altos niveles de estrés que estamos viviendo. Según cuenta, cuando en el plano cognitivo hay mucho agobio, desaparece la capacidad de pensar con claridad, así como de proyectar y anticipar las consecuencias de las decisiones y conductas. Esto nos deja más permeables a salvavidas pasajeros como el del pensamiento mágico. “Las frases hechas y las propuestas que se derivan de esta filosofía pueden ser terriblemente seductoras, y se presentan como el antídoto perfecto a la soledad, el temor, el desamparo y la incertidumbre. El estrés hace que nos refugiemos en cualquier cosa pincelada con ideas marketineras”, dispara, para agregar luego que esta también es la razón por la cual en los últimos años se multiplicaron exponencialmente los trastornos psicológicos como la depresión y los ataques de pánico. “Al estrés imperante tenés que sumarle la frustración resultante de una esperanza vacía de contenido como es este optimismo tóxico”.
Otro problema es el imperativo social de que “hay que estar bien”. “La persona se queda atrapada entre un cómo debería sentirse de acuerdo a lo que pregona la ola del pensamiento positivo y cómo se siente de verdad en su interior. Esto es una represión emocional, que tiene que ver con mostrarse bien todo el tiempo porque así se supone que debemos lucir”, advierte el especialista. El gran peligro es que esto puede derivar en cuadros de fatiga física y mental que, si se prolongan en el tiempo, pueden hundir a la persona en una depresión profunda o un trastorno de pánico.
Los jóvenes, más vulnerables
Donde más hondo parece haber calado esta filosofía es en los jóvenes, aunque la vacuidad tras la idea tampoco les es gratuita. Para Laura Lusco, profesora de secundaria de chicos entre 14 y 18 años, hoy la angustia y tristeza de los jóvenes es palpable, y este modo de pensar está lejos de ayudarlos. “Estos mensajes de ‘sé feliz, persigue tus sueños’ parecen un mandato, y los chicos están tan vulnerables y tienen tantos problemas que tienen que ver con el consumo, la nula fortaleza espiritual y la deficiencia en formación humanística, entre otros, que estos slogans vacíos los dejan aún más en la nada”, razona. Para ella, los mensajes edulcorados, sumados a la hiperrealidad que viven en las redes, los tienen fuera de sí y muy desconectados.
Clara Montivero, licenciada en filosofía y profesora de dicha materia para alumnos de 4º y 5º año, también ve este padecimiento. “El éxito y el fracaso son dos ideas de la época que se ven permanentemente en nuestros modos de hacer. Nos entendemos como una producción y todo se mide con las líneas de llegada, sin mucha consideración del proceso. Y así los chicos no tienen paciencia para alcanzar los resultados, y se frustran cuando algo no les sale desde el inicio”, relata. “No creo que este optimismo sea una cuestión vacía intencionalmente, sino que no podemos soportar lo que nos cuesta atravesar. Tal vez deberíamos pensar que eso también es parte natural de la vida”, apunta
A sus 28 años, Nerina Añorga elige en cambio pararse del otro lado del mostrador. Tras mucho tiempo de amistad con una compañera de facultad, decidió enfriar el vínculo porque no soportaba más su eterno optimismo. “Se volvió una persona a la que no le podés contar un problema, porque solo sabe responderte con frases cliché como ‘el destino sabe por qué me pasa eso’. Se aferra a esas ideas y no es capaz de pensar en soluciones reales”, relata. Bajo esta premisa, además, su amiga ya no comparte nada demasiado profundo o personal con ella. “Creo que ese exceso de optimismo es una coraza para no hacerse cargo de los problemas”, sintetiza.
Parece inofensivo, pero no lo es. Según expertos, este tipo de pensamiento puede condicionar al cerebro, ya que deja a la persona en un lugar de mucha comodidad. “Puede engañar al cerebro haciéndole creer que estamos haciendo algo cuando no estamos haciendo nada. Un objetivo sin un plan no es otra cosa que una fantasía”, sostiene Lotauro. Así, el pensamiento positivo le ofrece al cerebro un camino fácil, en el que no hay que esforzarse.
Ahora bien, ¿no es bueno ser optimistas? En su justa medida, sí. El optimismo es un combustible necesario, siempre y cuando sea realista. Solo así es uno de los factores poderosos de la inteligencia emocional. “El optimismo realista está matizado con algo de pesimismo, porque contempla un plan de contingencia y se basa tanto en la estadística como en los datos y hechos concretos correspondientes a nuestra historia personal para arribar a un pronóstico”, apunta Lotauro. Como dijo el científico Louis Pasteur, la suerte solo favorece a la mente preparada.
Fuente: Vicky Guazzone di Passalacqua, La Nación