Algunas son casi criminales. En la jerga arquitectónica, «planchar» un edificio es quitarle todo rastro de ornamentación o detalle. Por desconocimiento, falta de presupuesto o incluso moda, muchos fueron simplificados de tal forma que quedaron irreconocibles.
Es lo que sucede, por ejemplo, con el edificio de Hipólito Yrigoyen 1576. Ubicado frente a la Plaza del Congreso, tiene seis pisos de departamentos color beige y nada que invite a contemplarlo demasiado. Pero hace cien años lucía dos enormes cúpulas y era un bello ejemplo de academicismo francés. Cuesta reconocerlo: si se mira la foto histórica y se compara con la actual, la única pista de que se trata del mismo inmueble es la cantidad y ubicación de las aberturas. El resto de las ornamentaciones desaparecieron.
Para Alejandro Machado, investigador y especialista en arquitectura argentina de autor, esto es un ejemplo de lo que llama «la tragedia del patrimonio porteño». Ese edificio lo «encontró» – porque nunca dejó de existir- revisando fotos viejas de la Plaza del Congreso. En una descubrió dos cúpulas que desconocía.
«Aunque parezca increíble, en los 40 se lo decidió racionalizar y subirse a esa moda de frentes lavados y planchados de todo ornato, moldura, querubín, atlante o cariátide, voluta, salamandra, león, grifo o ramillete floral», explica. Los materiales usados en la construcción hicieron otro tanto por la simplificación: «El problema fundamental es que la moldura es hueca: tiene un armazón de metal pero en realidad está sostenida con un gancho y pegada con cemento. Por diferencias de temperatura se suele ir cuarteando. Entonces hay dos caminos: restaurarla o plancharla».
El Hotel Majestic, un precioso edificio ubicado en la Avenida de Mayo y Santiago del Estero, sobrevive reducido a su mínima expresión. Si a principios de siglo 20 tenía un pináculo, rejas de herrería artística y estatuas de bronce, hoy conserva apenas sus columnas como signo distintivo. Construido en 1909, en la década del 30 pasó a ser del estado y las sucesivas remodelaciones a través del tiempo le fueron retirando casi todos los elementos decorativos originales.
A metros de la Casa Rosada, la esquina de 25 de Mayo y Perón supo estar decorada con una bola de nieve gigante. Se trataba de la que ostentaba a principios de siglo pasado la sede de la empresa de seguros La Bola de Nieve y que es pariente de uno de los edificios más famosos de la ciudad de Rosario. Como aquel, tenía estilo ecléctico y academicista. Algunos autores sostienen que el edificio porteño se demolió, pero Alejandro Machado señala coincidencias que demuestran que una parte del edificio nunca se derrumbó por completo.
«Están respetadas exactamente las tres puertas de la entrada, la gran cornisa que recorre el edificio y las aberturas originales. Mi hipótesis es que lo que hicieron fue ‘hachar’ la bola de nieve y sumar lotes de ambos lados, unificando todo en un edificio racionalista», explica.
La ex Casa de Galicia, en Moreno 1330, tenía talladas figuras humanas debajo de cada ventana y ornamentos de todo tipo. Hoy es sede de la Unión del Personal Civil de la Nación y ofrece paredes completamente lisas. En el barrio de Belgrano, en la intersección de Cabildo y Sucre, un elegante edificio ocupaba toda una esquina con un bello estilo liberty milanés. El correr del tiempo hizo lo suyo y desapareció la parte superior de la cúpula, el águila que la vigilaba y todas las molduras. Parte del edificio hoy está pintada de un rosa curioso y su mayoría, tapado por marquesinas.
Los ejemplos se repiten a lo largo de toda la ciudad: desde casas privadas a instituciones por todos los barrios. «Pasó hasta con edificios públicos», explica Flavia Rinaldi, arquitecta y especialista en conservación patrimonial. Según explica, hay múltiples factores que incidieron en la simplificación de los edificios porteños. La primera es la lógica económica: el alto costo que supone mantener ornamentos, cornisas y ménsulas. La segunda, la ley 257 de fachadas y balcones, que fue promulgada en 1999 luego de la muerte de una mujer por desprendimientos en la Avenida Independencia. Básicamente estableció que los propietarios de edificios están obligados a mantener en buen estado las fachadas.
«Con esta ley todos los edificios tenían que presentar, según su edad, un certificado de conservación. Los de más de 70 años tenían que realizarlo todos los años, con el consecuente costo de llamar a un profesional, hacer arreglos si correspondían y gestionar el certificado. Los edificios más afectados fueron los más antiguos: como el costo de arreglar era más alto que planchar empezaron a retirarse piezas ornamentales para evitar tener que mantenerlas y quedarse sin autorización», explica. Esta ley, que pasó a ser la # Ley 6116, hoy establece que los edificios de más de 70 años de antigüedad deben hacer la inspección técnica cada 4 años.
A nivel de la educación pública, la moda racionalista de la década del cuarenta hizo lo suyo para simplificar inmuebles. «Hay una serie de edificios escolares de principios del siglo pasado que fueron tremendamente simplificados, como la escuela Domingo Faustino Sarmiento, de Quintana al 31, en el barrio de Retiro o la de Talcahuano 680 en Tribunales», explica Rinaldi.
La Escuela Domingo F. Sarmiento -anteriormente Benjamín Zorrilla- se inauguró en 1886 como una escuela de niñas. Está ubicada en las llamadas «cinco esquinas», la intersección de Juncal, Libertad y Quintana que configura uno de los rincones más elegantes de la Ciudad de Buenos Aires. La escuela de Quintana 31 hoy sobrevive sin ninguno de los elementos que en su momento le valió la calificación de «escuela palacio». En la actualidad se utiliza en el ámbito de la arquitectura como ejemplo para hablar de conservación del patrimonio. Para cualquier vecino, basta pasear por las cinco esquinas para advertir cuál sufrió más el paso del tiempo.
Fuente: María Ayzaguer, La Nación