Son melodías, palabras, fraseos, imágenes y sentidos que se abren como un portal en el medio de la infancia. Y no hace falta ser un niño para sentir la liviandad de esa primera edad, temprana, extraña, lúdica, donde todo parece ser posible, cuando suenan las canciones de María Elena Walsh. Murió un día como hoy, de 2011, verano, sol, calor, en el Sanatorio de la Trinidad después de una prolongada internación, a los ochenta años. Poeta, escritora, cantautora, dramaturga, compositora, ¿en qué casillero ubicarla? ¿Cómo abordar su obra para dar cuenta, al menos un poco, de todo lo que fue, de todo lo que es? Quizás de la mano de algunos artistas se puede comprender su potencia. “Yo me sabía todas las canciones”, dice Isol en diálogo con Infobae Cultura. La ilustradora, autora de numerosos libros como Petit, el monstruo, Abecedario a mano e Imposible, tenía los discos de María Elena Walsh. “Y también los que hizo con Leda Valladares”, aclara. “Me marcaron. Soy de esa época en que todos escuchábamos lo mismo, más si vivías en un departamento chiquito. Se ponían discos y todos escuchábamos las mismas cosas”.
En Mar del Plata, en la casa de la infancia de Mario Méndez —docente y autor de libros para chicos como El monstruo arroyo y Prohibido ordenar— se escuchaba a Vitrolita y a Luis Aguilé. “No tenía discos ni libros de María Elena Walsh. Iba a una escuela pública y nunca nos pidieron libros”, dice, sin embargo el primer “recuerdo literario” que se le viene a la cabeza mientras conversa con Infobae Cultura es este: “Lo tengo muy claro. Cuarto grado. La maestra escribió en el pizarrón la ‘Canción de tomar el té’ de María Elena y nosotros la copiamos. Después, ya de adolescente, sobre el fin de la dictadura, la empecé a escuchar. Pensá que cumplí 18 en el 83, cuando se eligió a Alfonsín presidente. Recuerdo haber ido con la primavera democrática a ver al Cuarteto Zupay en Mar del Plata. Ellos hacían un espectáculo con muchas canciones de María Elena Walsh, como ‘Como la cigarra’ y ‘Requiem de Madre’, un tema precioso: ‘Aquí yace una pobre mujer / que se murió de cansada’. Yo tenía el disco… bueno, el cassette, soy de esa generación”.
La cordobesa María Teresa Andruetto —escritora todoterreno, ganadora del Hans Christian Andersen, “el pequeño Nobel de la literatura”— se queda pensando y dice: “Como decía Borges: no recuerdo dónde la vi por vez primera. Me parece que fue en una revista que hablaba de su espectáculo Los ejecutivos. Si no es esa vez la primera, es de las más antiguas. Aún tengo presente mi imagen de ella en el escenario del Maipo con un smoking, moñito, una camisa blanca, el pelo corto. Después algunas canciones para chicos: ‘La vaca de Humahuaca’ o ‘La Reina Batata’. Yo era por entonces, no una niña, sería una púber o una adolescente chica. No era una niña y tampoco era una maestra, una profesora ni tampoco trabaja en la literatura infantil. Eso fue muchos años después, en el 84, que empecé a trabajar en ese campo. Y ahí sí, ligada a la escuela, que la empiezo a ver como la bisagra de un antes y un después en lo que hace al campo de la literatura para niños en la Argentina. La fundante del campo o el antecedente principal de ese campo que nace en los años ochenta y que la toma a ella el centro del cánon”.
“En mi caso creo que fue al revés. Yo llegué y María Elena ya estaba en mi casa, en sus canciones y sus libros”. La que habla es Ruth Hillar, flautista, corista y una de las fundadoras de Canticuénticos, una de las bandas de música para chicos más importantes de la región, originada en Santa Fe —acaban de publicar A cocochito, quinto disco y octavo libro del grupo—. “Puedo decir que me acompañó durante toda la vida y me sigue acompañando. Los primeros discos que recuerdo de ella son Canciones para mirar, Cuentopos y Cuentopos para el recreo. Me sabía de memoria no solamente las canciones sino también los textos de los Cuentopos ¡completos! Y era fanática de Dailan Kifki. Más adelante descubrí sus poesías y sus canciones para grandes y seguí andando acompañada de su arte. Y volví a su producción para la niñez cuando empecé a dar clases y después cuando fui mamá. Escucho sus discos y siento como si cantara alguien de mi familia. Y tengo muchísimo para agradecerle porque, aunque ella no lo supiera, fue una de mis más queridas maestras de vida”.
María Elena Walsh
¿Qué tenía María Elena Walsh que la volvía una artista, no sólo completa, sino también particular, única, irrepetible? “A mí me entusiasma cómo ella tuvo esa libertad para vivir en el arte —dice Isol—, siempre me impactaron mucho las historias que contaba en las canciones. Desde animarse a hacer temas muy tristes como ‘La Pájara Pinta’ o ‘Los castillos’, o jugar mucho con el lenguaje y con los géneros literarios y musicales sin subestimar para nada a su público, y jugando con el humor desde un lugar muy inteligente. Eran esas cosas que te inspiraban y te marcan como los contornos de lo que es posible también. Justamente ella, al tener esa libertad, inspiraba mucho a jugar con el ridículo, por ejemplo. Tenía una sensibilidad artística muy grossa y también era una persona muy culta. Todo eso que ella escuchó, que ella leyó, que le interesó, porque era una persona muy curiosa, aparece en sus obras. Es una persona curiosa está mirando el mundo, y cuando está mirando el mundo de esa manera maravillada, sorprendida, sensible, nos comparte esa mirada”.
“Cada vez que me toca charlar con maestros y hacer un panorama de la literatura infantil —cuenta Mario Méndez— digo que nosotros tenemos un padre y una madre: Horacio Quiroga y María Elena Walsh. Ella viene de una mezcla: no sólo la literatura, también la música. Cuando se presentó la colección AlfaWalsh, yo recién empezaba y fui invitado por Alfaguara. Era una presentación con entrada gratuita y había fila en la calle para ver a María Elena. En la fila, los amigos, Vergara Leumann, Perciavalle, no eran escritores, era gente del music hall, del musical. Y otra cosa que la hace diferente es el humor, el absurdo. También, por supuesto, temas comprometidos y mensajes muy sutiles. Y otra cosa: la novela para prelectores. Todavía no hay nada en el jardín que funcione tanto como Dailan Kifki. Por su parte, Ruth Hillar sostiene que, “en primer lugar, es arte de verdad: poesía y música de alto vuelo que pone al público infantil en un lugar de cuidado y respeto increíbles. Su lleva implícita una rebeldía vital, que va contra los convencionalismos, muchas veces desde el humor y el absurdo, ayudando a mantener, desde la infancia, la mirada que cuestiona, que analiza, que no acepta las cosas ‘porque sí’, acompañando la formación de personas libre-pensantes”.
“Cuando yo empecé a trabajar en literatura para chicos —cuenta María Teresa Andruetto—, ella ya no participaba de congresos y de jornadas. Siempre eligió estar como en los márgenes entre la literatura para niños y otra cosa: el feminismo, las cuestiones de género, las luchas sociales, el espectáculo teatral, la recuperación de las canciones populares, del folklore. Todos esos bordes. A mí me gusta ella sobre todo como poeta y como cantautora y me parece que es la más perdurable. Me asombra, por ejemplo, que le guste tanto a mi nieta que tiene cinco años, que me gustara mucho a mí, que le gustara a mis hijas. Me parece que atraviesa a las generaciones”. Agrega Isol: “Creo que tiene un nivel artístico que siempre enriquece, y esa libertad, justamente, de pasar de hacer poesía para adultos a irse a hacer baguala y después irse a buscar canciones de España antigua y después ir a hacer con esa misma cabeza cosas para niños. Todo eso es para mí un modelo a seguir como posición artística en la vida, a no estar atrapado en un solo concepto o en lo que debería ser tal género. O inventarlo si no existe”.
María Elena Walsh en Pasteur, año 1971, durante la filmación de «Juguemos en el mundo» (Foto: Sara Facio)
“María Elena Walsh es es la reina de la metáfora”, sostiene Andruetto. “Habla de animales, de juegos y de cosas para niños pero está hablando de grandes cuestiones nacionales. Por ejemplo, ‘El país de Nomeacuerdo’ o ‘Manuelita’: la memoria colectiva, cómo envejecer, lo nacional y lo extranjero. Esas metaforizaciones que ella hizo a través del juego, de lo lúdico y de una afortunada combinación entre la tradición del folklore popular argentino, particularmente del noroeste que tanto conoció en las investigaciones con Leda Valladares, y el humor, la ironía, el sarcasmo y el absurdo del folklore o de la poesía inglesa que heredó por la vía paterna… me parece que esa síntesis que ella logra es algo que la hace distinta, así como también la hace distinta ser una desacatada. En el momento en que a los niños se les daba cierto tipo de productos ella genera estas cosas no escolarizadas que terminan ingresando y transformando la relación escuela-literatura-infancias un par de generaciones después cuando los niños y las niñas a quienes sus madres o sus padres les cantaban estas canciones se convierten docentes e ingresan a la escuela”.
¿Y cómo se conjuga esta obra con el presente? ¿Qué tienen para decirle a los niños de hoy sus canciones? “Me da la impresión que no envejeció. Así como hoy nadie escucha a Vitrolita, María Elena Walsh se sigue tocando en los jardines: ‘El twist del Mono Liso, ‘La Reina Batata’ son inmortales, son un clásico de nuestra literatura y de nuestra música, y van a perdurar siempre”, dice Méndez, mientras que Hillar sostiene que “sigue y seguirá vigente porque siempre tiene cosas para decirles a niñas y niños. Principalmente, que tienen el derecho a ser respetados como personas y como público. Que tienen derecho a jugar y a ser tratados como a seres sumamente inteligentes, con un gran sentido del humor y una inmensa capacidad creativa. Que vale tanto emocionarse como reír y que, de la mano de la palabra y la música, siempre se podrán inventar mundos nuevos”. Concluye Isol: “Si podemos hablar de algo que educa en el algún sentido, lo hace a nivel sensible, como cualquier música buenísima, como cualquier libro buenísimo. Su estética sigue siendo propia, personal, interesante, muy diferente quizás a otras que se les ofrecen a los niños”.
“Las canciones le siguen hablando con mucha potencia a la realidad de los niños de hoy”, dice María Teresa Andruetto y concluye: “Lo compruebo todo el tiempo en esta relación nueva con mi nieta pequeña. Por esa metaforización. Por ejemplo la de la canción de la vacuna ahora tiene un revival muy potente, ¿no? Ella capta algo de lo esencial de la cuestión social que se une a algo de lo esencial en la actividad lúdica de los niños. Esa es una María Elena. También hay otra que a mí me gusta: la letrista y compositora de canciones para adultos, como ‘Como la cigarra’, que fue para mi generación en la recuperación democrática un himno para decir que no nos habían matado. O canciones que me han acompañado mucho en la adolescencia o en la primera juventud, como ‘Barco quieto’. O de búsqueda de la identidad nacional como las ‘Tejedoras’: ‘Tápenme cuando me muera / con una manta tejida / por mis paisanas’. Siempre el tema de la mujer. En ese sentido, muy anticipatoria. No sólo como mujer que escribe, piensa, discute, canta y recopila, sino también la condición de mujer como personaje”.
Fuente: La Nación