La pregunta que ronda en este tipo de comedias es: ¿son o se hacen? Hay una incomodidad constante reinando en el formato de falso documental televisivo (conocido en inglés como mockumentary, por la mezcla entre “burla” y “documental”), que puede rastrearse en series como The Office, en los filmes de Borat e incluso en Famoso, la saga de entrevistas torpes que hace Martín Garabal en plan “periodista despistado”.
Sacha Baron Cohen lo explota al máximo en su Borat, reportero bruto nacido en Kazajistán, mientras que Steve Carell transforma a Michael Scott en un jefe tonto, vanidoso y desubicado. Sus bajezas interpelan al espectador (¿nos podemos identificar con protagonistas tan repulsivos?) y recién cuando se rompe esa barrera se exteriorizan –sin culpas– las risas.
Mucho de este mecanismo gira en torno a Dicky del Solar, el rugbier cheto que encarna Ezequiel Campa en las redes sociales, un acting que viene haciendo desde 2017 y que explotó en 2020: el año que empezó con un grupo de jugadores matando a golpes a un chico en Villa Gesell y que terminó con una condena social hacia Los Pumas, por no haber homenajeado a Diego Maradona a días de su muerte, y por la posterior viralización de viejos tuits cargados de xenofobia, homofobia y antisemitismo. El rugby, otra vez bajo la lupa.
El caso Dicky
Dicky del Solar está en contra del aborto y la marihuana. Estigmatiza a su mucama. No tiene ningún tipo de empatía por los pobres. Es desagradablemente machista. Intenta deconstruirse, pero no le sale.
Cuando prueba hablar en lenguaje inclusivo, pone la “E” donde no va. Le manda un mensaje al presidente y cree que todavía sigue siendo Macri. En su mundo −y todo el que representa dentro de su imaginario− todavía sigue gobernando el esposo de Juliana Awada (o eso desearía).
Esa es otra clave para entender el éxito de su papel, porque ahí la grieta moral está que arde: algunos se toman en serio a su personaje y lo repudian, y otros se identifican con sus polémicos dichos y no tienen pudor en manifestarlo. Y en el medio, claro, están los que entienden la parodia y ven cómo va evolucionando la caracterización, en una línea cercana a la de Micky Vainilla, aquel cantante nazi interpretado por Diego Capusotto, que arranca risas pudorosas.
¿Traición a su clase? Campa (actor, comediante, standupero, conocido por papeles en tiras como Lalola, Todos contra Juan y Guapas) conoce bien el paño porque se crió en San Isidro y jugó mucho tiempo al rugby. La suya es una crítica con conocimiento de causa… ¿O una traición a su clase?
“Hace muchos años que dejé de jugar y no vivo más allá. Pienso que mis viejos me salvaron, porque son de origen humilde, sobre todo mi vieja, que siempre tuvo mucha sensibilidad por la gente, a diferencia de los tratos que veía en otras casas”, cuenta.
“Dicky es un estereotipo de rugbier, obviamente no todos son así. Hay gente que si no te ponés una peluca fucsia y una nariz de payaso no se da cuenta de que estás haciendo comedia. ¿O alguien le dice a Stallone que no todos los ex combatientes de guerra son así? Yo encontré gente maravillosa cuando jugaba al rugby… Y también encontré gente como Dicky.”
Campa conoce bien el mundo de los rugbiers, porque viene de ahí. Foto: Germán García Adrasti.
-¿Cuándo te diste cuenta de que el personaje había “pegado”?
-Cuando vi que se compartían los videos por WhatsApp, lo cual es raro, porque tenés que bajártelos de YouTube. Y si hacen ese laburo, es porque algo está pasando. Otro parámetro para darte cuenta de que algo se viralizó es porque le empieza a llegar a gente que no debería llegarle, gente a la que le llega por “error”. Lo noto cuando recibo comentarios de algunos que claramente no me siguen en las redes, que no les gusta lo que hago ni entienden mi humor.
El rugbier es un poligrillo que viene agarrando la herencia del bisabuelo que tenía unos campos y lo único que le quedó es el doble apellido. Para jugar al rugby necesitás botines, y para jugar al polo necesitás caballos… ¿¡Caballos, entendés!? Un delirio.
Ezequiel Campa, actor
-¿Qué te dicen en la calle, por fuera de las redes? Debés tener comentarios de todo tipo…
-Me reconocen hasta con barbijo, y me divierte. Sería hipócrita decirte que no. Me llaman “Dicky” o me dicen sus frases. Hay gente que le llega desde otro lugar y que me agradece por estar mostrando una realidad que antes no se exponía, sobre todo padres de chicos que han tenido algún quilombo con rugbiers. Y también me escribe gente del rugby muy agradecida de que exista el personaje porque es como poder etiquetar a gente así. En todos los clubes hay un Dicky del Solar, y la gente que ama el deporte no quiere que existan tipos así. En definitiva, el rugby no tiene nada de malo en sí. Es sólo una cuestión de clase: estamos hablando de un deporte de élite que practica cierto sector social.
-¿Dicky podría haber sido un golfista o un polista entonces?
-¿Sabés cuál es la diferencia? El polista tiene guita de verdad; el rugbier es un poligrillo que viene agarrando la herencia del bisabuelo que tenía unos campos y lo único que le quedó es el doble apellido. Para jugar al rugby necesitás botines, y para jugar al polo necesitás caballos… ¿¡Caballos, entendés!? Un delirio.
-¿El consumo irónico puede ser un arma de doble filo? En los últimos años hemos visto personajes payasescos que ganan espacio en los medios, se agigantan a puro meme y después terminan siendo diputados… ¡O presidentes!
-Como consumidor, yo le trato de poner un límite a eso, porque muchas veces ves a gente que sólo tiene consumos irónicos: escucha una música de mierda, series de mierda, libros de mierda. Todo así. ¿Y dónde está lo otro? ¿Todo es ironía? Por eso ahí trato de reservarme un poco. Y, como actor, yo aclaro en mis redes que soy comediante. Pienso en Sacha Baron Cohen, que ridiculiza a un país en particular. Entonces mi respuesta a un planteo así sería: ¿a vos te parece que yo hago un daño? Bueno, entonces, buscate un personaje de un rugbier que hable a favor del rugby. Yo respondo con mi creatividad.
-¿Cómo tomaste los tuits viralizados de Los Pumas, que en 2012 se reían de su mucama, los pobres y los extranjeros? ¿Es el famoso caso de la realidad que supera la ficción o hay algo más?
-Justo estaba armando el video del no-homenaje de Los Pumas a Maradona (fines de noviembre) y estaba sentado en la computadora subiéndolo, cuando me empezaron a llegar esos tuits. Entonces grabé un video diciéndole a la gente: “Che, no llego a incluir eso”. En lo personal, yo estoy en contra de la cultura de la cancelación, eso de criticar a alguien alegando que en el 2014 dijo “negros de mierda”. Lo de los tuits es una pavada, me parece lo más leve de todo. Uno lo tiene que poner en el contexto de un deporte que está bajo la lupa, porque hace un año mataron a Fernando Báez Sosa, y hubo muchísimos casos de violencia de rugbiers en el último tiempo. Pero no estoy para nada de acuerdo con ese revisionismo. Aparte, ojo con Twitter, que es la cloaca del sin contexto, donde cualquiera dice cualquier cosa, se usa como una extensión de lo que hablás con el que tenés al lado. Pero, sí, cuando aparecieron los tuits me llamaron la atención: algunos se parecían mucho a frases de Dicky, ¡era como si los hubiera escrito yo!
-Dicky vive en Nordelta. Hay algo aspiracional de la clase media que todavía sigue fascinada con los countries y que quedó demostrado con el furor del documental Carmel. ¿Por qué pensás que sigue pasando eso aún hoy?
-Sí. Igual, históricamente, los countries no eran algo exclusivo. Eran casaquintas con servicios domésticos, y qué sé yo. Hasta que las cuestiones de inseguridad hicieron que las personas que podían se encerraran ahí, porque eran lugares para relacionarse con “gente como uno”, para que el hombre jugara al golf y la mujer se entretuviera con las plantitas. Y después apareció otra generación, que son los barrios cerrados, que son muy diferentes a los countries, y es otro juego. Los countries son universos increíbles, con todo un entramado social raro: están los socios, los no-socios, el que va los fines de semana, los que hacen negocios. Es un mundo muy particular.
-La escenografía y el vestuario son siempre los mismos, el fuerte está en el guión, en lo que dice Dicky. ¿Cómo lo trabajás?
-Lo del fondo y la ropa es la marca personal del personaje. Lo que más me cuesta son los textos. Lo que yo hago es tener un archivo abierto en el que voy tirando chiste e ideas colgadas y en algún momento lo reviso y digo: “Acá puede haber un video”, y empiezo a escribir y reescribir. Soy muy metódico: me gusta que el guión tenga un ritmo, una musicalidad. Si bien son aparentemente simples, tienen algo de apertura, desarrollo y cierre, está todo muy cuidadito narrativamente hablando. Soy muy obsesivo con eso.
Dicky, joven con vida de country. Foto: Germán García Adrasti.
Un todo terreno
Campa tiene 44 años y empezó a estudiar teatro a los 19. Una obra de Franklin Caicedo fue su epifanía para meterse en el mundo de la actuación. Más allá de las tiras locales donde trabajó, estuvo involucrado en ficciones de todo tipo, desde series independientes bancadas por la Universidad de Tres de Febrero (Depto, junto a Jazmín Stuart) hasta producciones de Hollywood como Operation Finale (2017), sobre la captura de Adolf Eichman en la Argentina, protagonizada por Oscar Isaac y Ben Kingsley. Un todo terreno.
“Siempre me resistí a la cosa sobreactuada, al personajote de sainete, con peluca”, explica sobre su estilo. “Entre una falta de talento y la vergüenza, siempre preferí una actuación más chiquita y económica, pegada a algo más real. Me gusta que no se llegue a distinguir si estás actuando o no.”
De ahí que su impronta se haya amoldado tan bien al formato stand up, donde el comediante tiene un fondo, un banquito, un vaso de agua… y no mucho más. El guión y la presencia escénica lo es todo ahí. Empezó haciendo estas presentaciones hace 15 años y hoy es un referente de la escena. Su espectáculo más recordado fue uno con Malena Pichot (Ellos) que duró cinco años en cartel. Incluso llegaron a presentarlo en Nueva York, la cuna del stand up.
Entre tantos pasos de comedia, no fue raro que Campa mudara su humor a las redes sociales. La clave del éxito de Dicky del Solar, piensa, es que satisface todos los odios posibles.
“Hay una sensación hipócrita de que tenemos que ser perfectos, que sólo se nos está permitido los sentimientos nobles y bondadosos, como si los sentimientos negativos no fueran propios de la condición humana. Y no es así. Todos tenemos algún prejuicio, odiamos a alguna minoría o le deseamos el mal a alguien. En el fondo, todos somos un poquito fachos. Tenemos que reconciliarnos con eso y trabajar la tolerancia. Hay que aceptar nuestras contradicciones y nuestras miserias”, concluye Campa. No Dicky del Solar, claro.
Ezequiel Campa en el escenario.
Riéndose de todo
“Yo quería ser Marlon Brando, un actor dramático de la edad de oro de Hollywood, y terminé siendo un bufón”, resume Ezequiel Campa, sin ironía mediante. Siguiendo la línea de Dicky del Solar, su espectáculo de standup se llama Cheto y Choto (busquen sus fechas en el Instagram @EzequielCampa: el 15 y el 22 de este mes se presenta en el Auditorio Belgrano) y se ríe hasta de él mismo.
“Yo trato de que mi laburo como comediante no sea subirme al escenario para quedar bien parado y señalar lo mal que se comporta el otro. No muestro que estoy en la vereda de enfrente, dividida entre buenos y malos, cuando en realidad todos tenemos las dos cosas. A mí me gusta sacarme la mierda arriba del escenario y que pase a ser la mierda de todos. Muchas veces me critican ‘Lo que dijiste no es políticamente correcto’. ‘Bueno, flaco, yo no soy diputado, no estoy en el Congreso de la Nación representando a la gente. ¡Los comediantes no somos faros morales!’, digo.”
Fuente: Clarín