«El caso de la Manada». Así se conoció mundialmente lo que sucedió en Pamplona, durante las fiestas de San Fermín, en la madrugada del 7 de julio de 2016 cuando cinco hombres violaron en conjunto a una mujer. Manada se refiere extendidamente al grupo de animales domésticos que van juntos.
Jordi Casanovas, el autor español responsable de piezas que se estrenaron en Buenos Aires como I.D.I.O.T.A y Un hombre con gafas de pasta, ajustó la etiqueta. Esos hombres no transitaban en manada, eran una jauría. Un grupo de animales listo para la caza. Y esa mujer fue su presa.
Con los elementos y testimonios que dejó el juicio que se les hizo a los cinco responsables de violencia y abuso contra esa mujer, el autor español creó esta pieza de teatro documental que permite ir conociendo el hecho en su totalidad, a través del montaje de las voces y testimonios de todos los participantes.
Jauría, estrenada en Madrid el año pasado, desemboca en El Picadero este 7 de enero; hará funciones los jueves, viernes y sábados con el aforo de la platea reducida tal como lo indica el protocolo y cumpliendo todas las disposiciones sanitarias para que el teatro sea seguro y una opción para este verano que arranca. Se avecina como uno de los grandes estrenos del año.
Las noticias sobre casos similares, lamentablemente abundan: los grupos que dan poder, sensación de valentía y que terminan siendo el trampolín para hechos deleznables. Jauría, con dirección de Nelson Valente que por estos días es noticia porque la pandemia arrasó con su espacio teatral –El loco y la camisa, Solo llamé para decirte que te amo, ambas piezas se reponen en enero, en El Picadero- e interpretada por Vanesa González, Martín Slipak, Gastón Cocchiarale, Lucas Crespi, Gustavo Pardi y Julián Ponce Campos estaba lista para ser estrenada en marzo. Solo quedaba pendiente la puesta final de luces y… a la cancha. Pero la pandemia obligó a que la obra quedara en pausa. En pausa, asegura todo el elenco, porque sabían que ni bien se levantaran las restricciones y la pandemia lo permitiese, la podrían estrenar. Sería un acto de justicia. Y entonces la realidad se vuelve contundente y la ficción queda pequeña cuando los hechos se suceden en un espiral infinito que no parece dar tregua.
«En este caso, el hecho teatral surge como una necesidad a partir de una problemática muy puntual que está sucediendo y sigue sucediendo que es el abuso y la violencia dentro de la sociedad», explica Martín Slipak, uno de los protagonistas de la obra que tiene la difícil tarea de encarnar a uno de los integrantes de esta perversa jauría. «Lamentablemente en ese punto estamos igual que en marzo, cuando teníamos el caso de la violencia de los diez rugbiers -que en grupo habían herido hasta matar a un joven, en Villa Gessell- y el caso de un fiscal que hablaba de desahogo sexual en un hecho en el sur del país; y ahora, que estamos retomando los ensayos, tenemos un caso de violación en manada a una chica de 15 años que terminó en terapia intensiva. Por lo tanto, la temática de la obra sigue tan vigente como siempre. Sigue siendo una necesidad imperiosa hablar de estos temas. No es menor que sea una obra documental. Me parece importante destacar ese punto porque hay un proceso de investigación y de pensamiento que está directamente ligado al caso y la forma de actuación se desprende de ahí. Queremos estrenarla, mostrarla y que se hable de ese tema», se explaya con el conocimiento de que este tema es duro y requiere de reflexiones permanentes, debates, puntos de vista que intenten comprender lo incompresible.
Esta obra fue enteramente creada a partir de las trascripciones de este juicio tan ruidoso que tuvo su lugar entre 2017 y 2019. Por lo tanto, aparecerán no sólo los agresores sino también la víctima, los abogados y los jueces intervinientes, papeles en los que irá rotando el elenco masculino. «Lo que van a ver a continuación es una ficción dramática construida íntegramente a partir de algunos fragmentos de las declaraciones (.). En ninguna ocasión se añadió texto ficcionado», dice una voz en off justo antes del comienzo de la obra. Y sí, una vez más la realidad supera la ficción. «Cuando vi la obra en la puesta española me pasó todo el tiempo que, a cada momento, al escuchar algún texto inverosímil, me recordaba a mí mismo que ésto no lo escribió un dramaturgo, sucedió en realidad», cuenta Nelson Valente, director de Jauría. «Trabajé la puesta respetando el texto a rajatabla y buscando establecer dos relatos en paralelo. El del texto por un lado y el de las acciones por otro. Exponiendo los hechos sin juicios ni subrayados, lo más objetivamente posible» agrega Valente y entonces de alguna manera queda claro que los últimos jueces de los hechos serán los espectadores que tendrán todo el material expuesto ante sus ojos.
«Retomamos con la obra que había quedado detenida a una semana del estreno», la que habla es Vanesa González que tiene la tarea de reconstruir a la víctima por partida doble: porque fue abusada por la jauría y porque, luego, se expuso ante un tribunal despiadado. «Durante la pandemia tuvimos algunos encuentros virtuales, pasábamos letra al mismo tiempo que nos encontrábamos con el nuevo lenguaje de actuar por Zoom, que nos acompañaría por un tiempo de modo indefinido. La idea era cuidar el trabajo que se había logrado y no perder el texto incorporado. La obra nos gusta a todo el equipo y eso suele ser muy poderoso a la hora de trabajar. Está escrita como teatro documental, así que somos elementos de la obra, le ponemos las voces a estos testimonios, a ese juicio. Por eso, trato de ocuparme de su voz; que en definitiva es la de muchos casos que tristemente leemos a diario; con diferentes formas estos ataques se nos aparecen día a día».
Para el elenco, la obra ha sido un trampolín para reflexionar sobre un tema no solo cotidiano sino preocupante. «Jauría es un material atípico que me conmovió porque me hizo reflexionar mucho sobre la masculinidad, qué es ser «hombre» y de dónde proviene esta otra pandemia que estamos viviendo llamada machismo. Hemos tenido muchas charlas y debates en el elenco con respecto a lo que plantea la obra. Eso nos da la pauta de que probablemente al público le suceda lo mismo. El texto no tiene nada de ficción así que eso le da a la obra algo muy crudo y real» cuenta Gastón Cocchiarale que interpreta a otro de los agresores. No es la primera vez que hace de villano: le ha tocado interpretar a Maguila, en El clan. «Será porque es llamativo el contraste que se genera con mi cara de bueno. Vengo de hacer un judío ortodoxo de 1930 muy buenazo y culposo en Argentina, tierra de amor y venganza y ahora hago un muchacho condenado por violación. Este papel lo encaré desde un pensamiento: los violadores no son extraterrestres que caen del cielo. Son parte de una sociedad y son consecuencia de una forma de crianza con una mirada con respecto a la mujer. Lo más fuerte de lo que le pasa a mi personaje es que tanto él como sus amigos no tienen el real registro de que violaron a una chica. Para ellos fue una fiesta, una situación de descontrol en la que hubo sexo pero nada más. Eso es muy fuerte y creo que pone en evidencia esto sobre la crianza que reciben los hombres con respecto al sexo, la masculinidad y la mujer» agrega Cocchiarale.
Y con la reflexión que permeó sin dudas a todo el elenco y que seguramente lo haga con todos aquellos que vayan a verla y con la dificultad de componer personajes tan sórdidos, Slipak habla sobre el proceso de trabajo. «Tratar de entender a un personaje es una ambición demasiado grande. Ya bastante nos cuesta entendernos entre todos. Sí trato de pensar y reflexionar sobre por qué suceden estas cosas. Entre muchas otras cosas, creo vivimos en una sociedad en la que el poder generalmente nos trata como objetos y no como sujetos; no hay registro del sujeto. Y lamentablemente esa conducta se repite en los individuos. Se deja de tener un registro del otro que pasa a ser un objeto y no un sujeto que es lo que me parece que pasa en estos casos de abuso y de violación. De la misma manera que pasó en el caso de los rugbiers. Las clases sociales dominantes tratan como objetos de servidumbre a las clases sociales con menos recursos. Es lo que los pibes maman en sus casas, con sus familias, son conductas opresivas, impunes, violentas. No es extraño después que esos pibes repitan esas mismas conductas. Me parece terrible, sí, pero no extraño», concluye.
Fuente: Jazmín Carbonell , La Nación