Una vista de la sala, parte del complejo de la Galería Güemes, el primer rascacielos de la ciudad de Buenos Aires
Comienzo del siglo pasado, apogeo de la Belle Époque. En ese contexto empezó a pergeñarse uno de los edificios icónicos de Buenos Aires, que incluía el primer rascacielos de la ciudad: la Galería Güemes. A pedido de los inversores salteños David Ovejero y Emilio San Miguel, el arquitecto piamontés Francisco Gianotti concebía en 1913 un proyecto polifuncional, que combinaba los estilos Liberty y Futurismo, y que era un claro ejemplo del Art Nouveau. El predio no sólo comprendía un pasaje comercial entre las calles Florida y San Martín sino también oficinas, restaurantes, departamentos privados y… ¡hasta un teatro en el subsuelo!
La construcción duró 33 meses y tuvo que sortear un serio contratiempo: el hundimiento del barco mercante italiano que transportaba los mármoles decorativos por parte de un submarino alemán, como parte del desarrollo de la Primera Guerra Mundial. De todos modos, el 15 de diciembre de 1915 el primer edificio del país construido íntegramente en hormigón armado fue inaugurado y pasó a ser la sensación de los transeúntes de La Florida, como se le decía a la calle en aquel entonces. A su finalización el costo total había ascendido a los 15 millones de pesos.
A partir de ahí la socialité capitalina se dio encuentro en su teatro, bautizado como Teatro Privado Emelco y en su contiguo salón de té: el Verona. El programa consistía en ver la proyección de alguna película (ya que un principio la sala funcionó como cine) y luego departir con amigos unos metros más allá de la sala, mientras una orquesta de señoritas o una Vitrolera amenizaba la tarde. En el teatro llegó a presentarse en 1917 el mismísimo Carlos Gardel. Luego, con el correr de los años, el espacio teatral se convirtió en el teatro de revistas Florida y la casa de té… en un cabaret, el Abdullah Club (más tarde Florida Dancing). En el teatro de revistas Florida debutó en 1932 Pepe Biondi como payaso y malabarista. También pasó por ahí José Marrone y Juan Carlos Thorry se animó a cantar sus primeros tangos. En el medio de las transformaciones ambos recintos supieron exhibir films
“realistas”, hoy llamados porno.
“Después, y durante décadas, todo el subsuelo de la Galería Güemes estuvo cerrado –relata Juan Fabbri, reconocido empresario de espectáculos, hoy a cargo de ambos espacios, mancomunados bajo el nombre de Palacio Tango–. Yo me hice cargo del lugar en 2011 y rebauticé al teatro con el nombre de Astor Piazzolla. Luego, el año pasado, decidí convertir el salón de fiestas contiguo en otro teatro y llamarlo Carlos Gardel. Hoy ambas salas componen el complejo Palacio Tango”, y están ubicadas en el primer subsuelo de Florida 165.
“La idea era ofrecer todos los días y en un mismo horario dos espectáculos distintos, uno dedicado al Zorzal y a la época de oro del tango; y otro al genio de Piazzolla”, prosigue Fabbri, “ofreciendo en cada sala la opción de una cena o una copa antes del show”. El ambicioso proyecto funcionó hasta la llegada de la pandemia. “Luego, obviamente, tuvimos que cerrar, pero el viernes pasado, a las 20, reabrimos con todos los protocolos del caso y la pasión por el tango intacta”.
A sabiendas de que los turistas (que son los principales consumidores de shows de tangos) no vendrán por un tiempo al país, Fabbri ha decidido por el momento abrir sólo el teatro Carlos Gardel, aunque los que hoy asistan podrán excepcionalmente ojear la otra sala, puesto que allí se presentó el libro
Gardel, de Enrique Pigna, con Víctor Hugo Morales como moderador. Y aunque el show mantendrá su nivel internacional, los precios –asegura Fabbri– se adaptarán al bolsillo del espectador local.
“Lo importante, también, es que la gente que asista se va a encontrar con dos espacios de lujo, que remiten a una Buenos Aires que ya no existe y que nosotros tratamos, restauraciones mediante, de recuperar y mantener. El teatro Carlos Gardel, por ejemplo, mantiene sus palcos y hasta el balcón original donde tocaba la Orquesta de Señoritas. Ahora, en ese balcón, por cuestiones del protocolo, estará ubicada la orquesta del show (compuesta por dos bandoneonistas, dos violinistas, un pianista y un contrabajista), mientras que en el escenario sólo actúarán las cinco parejas de bailarines, que lo son también en la vida real, y dos cantantes, uno en cada extremo”, explica el empresario. “Esta sala, en tiempos normales, puede albergar a 220 personas”.
Por su parte, el teatro Astor Piazzolla (con capacidad para 380 asistentes) exhibe los detalles de construcción que lo hicieron famoso (cuando se inauguró como Teatro Privado Emelco): las claraboyas de vitrales, los paneles de mosaicos y las pérgolas de guirnaldas. Y hasta preserva el palco para viudas, enrejado y al ras del suelo, que les permitía a las mujeres de clase alta (que por dos años no debían mostrarse en público tras las muertes de sus maridos) contar con el sosiego de un buen espectáculo desde la clandestinidad. Todo una rareza que, hasta el momento, sólo contemplaba el teatro Colón. El sector de la platea aún está montado sobre la losa de hormigón armado original, que, a su vez, tiene un apoyo pivotante capaz de cambiar la pendiente de la sala. Y lo que es más sorprendente: funciona hoy en día.
“Cuando empezaba el show ese mecanismo modificaba en cinco o seis grados la inclinación de todas butacas y eso permitía una vista perfecta de todos los espectadores, ya que al ascender las filas inclinadamente, los de adelante no tapaban a los de atrás. Es una obra de ingeniería increíble, parece mentira que a principios de siglo tuvieran la cabeza suficiente para imaginar algo así y concretarlo”, comenta Fabbri.
–En tiempos de pandemia, y sin el habitual flujo turístico, ¿cuáles son hoy tus expectativas ante la reapertura del Palacio Tango?
–Bueno… yo hoy me tiro a la pileta y no sé si hay agua abajo. Sé que el turismo es cero, pero no me importa, para mí lo importante es abrir. Sé que voy a trabajar exclusivamente para el público local y por eso abro con el show del teatro Carlos Gardel, porque es más enfocado a los argentinos. Antes tenía abiertos los dos teatros todos los días, de lunes a lunes; hoy voy a empezar con una sola sola y un par de funciones por semana. Lo iremos viendo día a día.
–¿Con qué tipo de protocolos se encontrará el público cuando acceda a las salas?
–Como aquí se sirve una cena, la gente se encontrará con el mismo protocolo de los restaurantes, propio de los espacios cerrados. El aforo será de sólo el 30 por ciento de la capacidad de la sala. Obviamente se tomará la temperatura al entrar y se brindará alcohol en gel en todo momento. Las mesas serán sanitizadas a la vista de cada espectador, las distancias entre mesa y mesa serán de un metro y medio o dos y no se compartirán saleros, aceiteros, pimenteros ni azucareros. Todos los elementos del servicio de mesa serán individuales y descartables, incluidos el mantel y las servilletas. Al menú se accederá a través de un código Qr. Los mozos tomarán las órdenes electrónicamente y los pagos se aceptarán de la misma manera. En definitiva, el contacto entre la gente, arriba y abajo del escenario, será el mínimo indispensable. Así que en Palacio Tango nadie debería temer nada.
–Uno de los problemas con los que se encuentran los bailarines de tango para volver a la actividad es que su danza exige la conexión corporal cercana. A la hora de reabrir Palacio Tango, ¿resolviste esta complicación contratando exclusivamente parejas en la vida real o debiste tomar algún recaudo más?
–Todo fue muy pensado. A pesar de que contamos con todas parejas que lo son también en la vida real, hemos modificado algo las coreografías para que estén un poco más “aireadas”, conservando sus esencias pero sin tantos contactos. Y los contactos frente a frente los tenemos limitados a lo mínimo, en cantidad y duración. El resto, los hemos reemplazados por contactos laterales, en los que la cara de un bailarín se dirige a un lado y la de su partenaire, a otro. En fin, nadie correrá ningún peligro.
–En términos generales, ¿cómo afectó la pandemia al mundo del tango y cómo creés que continuará la situación en el sector?
–Ha afectado a full. La pandemia liquidó al mundo del tango. Los shows se paralizaron desde el 16 de marzo y ahora soy yo el primero en abrir un lugar y ofrecer un espectáculo. Sé que ahora abro y no voy a tener un éxito, voy a tener un problema. Pero, bueno, decidí hacerlo igual. En cuanto a las milongas, desaparecieron. Están liquidadas. Desgraciadamente hoy el baile social no va. Podés bailar con tu mujer, si te gusta bailar el tango, pero debés hacerlo en tu casa porque no tenés a dónde ir. Es muy triste todo. Pero yo creo de a poco se le irá encontrando la vuelta a la situación. Por suerte, para los bailarines las clases de tango se mantuvieron, pero sólo virtualmente, lo cual no es lo mismo que en forma presencial. Y las giras se han interrumpido, no viaja nadie a ningún lado. Hoy necesitamos que no sólo aparezca la vacuna sino que la gente pierda el miedo y vuelva a los locales de tango que se vayan abriendo. Yo, por mi parte, pongo mi granito de arena para el público local.
Fuente: La Nación