Una combinación entre la profundidad de El nombre de la rosa , de Umberto Eco, y la épica de Game of Thrones , la exitosa serie titulada en español Juego de tronos . Así define la best seller Eva García Sáenz de Urturi (Vitoria, 1972) su novela histórica Aquitania, ganadora del Premio Planeta 2020 y novedad de diciembre del mismo grupo editorial.
Con los recursos de un thriller ambientado en la Edad Media, la historia está protagonizada por Leonor de Aquitania, una noble francesa que llegó a ser reina de Francia y de Inglaterra. En la trama abundan las referencias históricas reales y, también, la reconstrucción ficcional, tal como lo reconoce la autora española en el epílogo. «Después de escribir varias novelas de corte histórico –La saga de los longevos, Los hijos de Adán, Pasaje a Tahití y Los señores del tiempo-, la experiencia en este oficio me ha enseñado que al narrar novela histórica hay un momento en que la trama literaria siempre se separa, por necesidades narrativas, de los hechos y las fechas históricas. Todas las licencias creativas han sido tomadas de manera consciente al servicio siempre de la libertad que impone la ficción», explica la escritora, que lleva vendidos en Europa alrededor de un millón de ejemplares de su exitosa Trilogía de la Ciudad Blanca. Por el Premio Planeta ha recibido 601.000 euros.
Incesto, traiciones, venganza, ambición, violencia y sexo son ingredientes que no faltan en Aquitania, que tiene también el atractivo de una disputa entre familias alla Montescos y Capuletos; de hecho, una se llama Capetos. Así lo cuenta la protagonista en el inicio del libro: «Esta es la historia de mis dos familias. Los terribles duques de Aquitania y los infames Capetos, monarcas de Francia, y de cómo nos odiamos y cruzamos nuestras vidas una y otra vez hasta destrozarnos mutuamente durante aquel turbulento siglo XII, la centuria en que Occidente cambió para siempre. Dos adolescentes, Luy, rey de Francia, y yo, duquesa de Aquitania, trazamos con furiosos tiralíneas las fronteras de lo que más tarde sería Europa entre traiciones, asedios, sangre y semen».
La novela está narrada a varias voces, pero es la mirada de Leonor (que en el inicio tiene 13 años) la que se impone al resto: «Fui una asesina precoz, con ocho años me bastaron dos letras: oc -«sí», en mi amada lengua occitana- para acabar con la vida de mis torturadores. Aunque también debería añadir que soy hija del incesto y culpable de amar a mi tío paterno, Raimond de Poitiers y de casarme con mi primo Luy».
En la presentación a la prensa, García Sáenz de Urturi contó por qué sus libros transcurren en esa época oscura y violenta: «En Europa tenemos un romance con la Edad Media. En la mayoría de las ciudades hay un castillo de mil años, abadías, monasterios. Convivimos a diario con ese escenario. En mi caso, tuve un padre que de niño fue entregado a un convento para que tomara los hábitos. Finalmente no lo hizo, pero quedó muy cercano a la Iglesia. De pequeña, en las vacaciones, recorríamos Castilla y solíamos hacer visitas a monasterios, acceder a incunables. Sin saberlo, eran vacaciones muy culturales. De ahí viene mi fascinación por esa época».
Como la Leonor real vivió más de ochenta años, la autora decidió centrarse en la primera etapa de su vida, en sus primeros doce años, cuando la niña decide vengar la muerte de su padre casándose con el hijo de su enemigo y preservar así el reino de Aquitania. En una extensa bibliografía incluida en las páginas finales aparecen las biografías y los títulos que le sirvieron como fuentes históricas. Allí cuenta también que hizo un «peregrinaje» por pueblos, castillos y abadías para investigar y documentarse que le llevó dos años. «Mi fascinación parte del material histórico que tenía de mi anterior novela, la última de la Trilogía de la Ciudad Blanca, Los señores del tiempo, que también transcurre en el siglo XII pero en el reino de Navarra, limítrofe con Aquitania», recuerda la autora.
Entre ese material encontró una anécdota que disparó la novela: a los 70 y pico, Leonor acompañó a la prometida de su hijo, Ricardo Corazón de León, en una travesía por todo el continente europeo, en pleno invierno, para que se encontrara con su prometido. «Me llamó la atención que la reina regente de Inglaterra cruzara los Alpes a caballo, más a esa edad, simplemente para asegurarse de que su hijo se casara. A raíz de ese hecho histórico empiezo a leer biografías y caigo fascinada no solo por su figura sino por todo el medioevo aquitano, esa zona de Francia que estaba muchísimo más avanzada que el resto. Me impactó el respeto hacia la dama culta, ese primer feminismo del siglo XII. Me pareció muy interesante para novelar. Pienso que ella tenía una inteligencia fuera de lo común. Estaba muy centrada en la calidad de vida de sus vasallos; ese era una idea de gobierno muy moderna para la época», agregó.
La admiración por su personaje principal está relacionada, también, con el legado cultural que todavía está presente en Francia e Inglaterra. «A ella le debemos las novelas de caballería: fue quien encargó a Chrétien de Troyes que recopilase las narraciones orales que había en la zona de Bretaña sobre un tal Arturo y el Rey Merlín. Los hizo recopilar en prosa y en papel. A ella le debemos todo el ciclo Artúrico, que fue tan importante en Europa como para que Cervantes, dos siglos y pico después, escribiera el Quijote: la respuesta irónica al monopolio absoluto de las novelas de caballería. Ella inauguró un ciclo de novelas que tuvo una vigencia absoluta a lo largo de dos siglos y medio».
La escritora revela que, frente a la tumba de Leonor, le sucedió algo que solo había sentido la primera vez que visitó Venecia: el famoso «mal de Stendhal», un síndrome que causa un aumento del ritmo cardíaco, vértigo, confusión y palpitaciones cuando una persona se expone a una obra de arte que le resulta absolutamente bella y conmovedora. Así lo explica con sus palabras: «Son siete novelas ya, posiblemente sean más de 800 personajes los que he parido, pero es cierto que con Leonor, que fue una mujer real, sentí una conexión especial. Cuando visité su tumba y estuve frente a su estatua que tiene un libro en las manos y es muy realista, después de todo lo que había leído sobre ella, después de haber leído sus cartas, saber cómo hablaba, cómo se expresaba, cómo escribía, ver esa escultura que había proyectado ella pocos años antes de su muerte me impresionó mucho. Sentí el mal de Stendahl. Me puse a llorar pero fue muy bonito».
Fuente: La Nación