Estrenada en Netflix el 23 de octubre, Gambito de dama («The Queen’s Gambit») se convirtió en menos de un mes enla miniserie más vista en la historia de Netflix. La historia de Beth Harmon protagonizada por la magnética Anya Taylor-Joy (nacida en Miami pero con ciudadanía argentino-británica) no solo le devolvió atención global al ajedrez sino que dispuso un soundtrack que completa la ambientación de época pero que muchas veces señala períodos de la música del siglo XX que hacen a la trama y el trauma de la protagonista. Del mismo se rescatan cameos sonoros de artistas contemporáneos emergentes que la serie invita a descubrir.
El score original de Gambito de dama fue compuesto por Carlos Rafael Rivera -de ascendencia cubano-guatemalteca- y los arreglos de cuerdas están inspirados en los movimientos del juego. La playlist que acompaña la nota está compuesta por 10 de los títulos no originales y cubre un arco que va de la música clásica al jazz y el pop de los 60 y primera mitad de los 70 en orden cronológico.
«Gymnopédie N 1» (Erik Satie, 1888). Es probable que Satie sea el más contemporáneo de los compositores considerados clásicos. Alguien que se autopercibía como autor de «música de mobiliario» desafiando todas las convenciones de escritura musical de fines del siglo XIX. Las «Gymnopédie» (un arcaísmo griego) son tres piezas para piano precursoras de movimientos posteriores como el minimalismo (Philip Glass) o la música ambient (Brian Eno). La obra de Satie se escucha tocada al piano por Alma Wheatley (Mariane Heller), madre adoptiva y luego manager de la joven Beth. La desdichada Alma se refugia en Satie y también se la escucha tocar «Gnosienne N 1».
«Bye-Ya» (Thelonius Monk, 1952). Monk, como se lo llama habitualmente en el mundo del jazz, fue un precursor del be bop, la corriente que definió los parámetros modernos del género. «Bye-Ya», donde el pianista (1917-1982) introdujo inflexiones caribeñas fue publicada en el álbum «Monk’s Dream», 1965, y la versión utilizada en la miniserie aparece también en el álbum Monk de 2018. La introducción de batería de Frankie Dunlop en el capítulo 5 marca el inicio de una pieza cuya complejidad rítmica se asocia de inmediato al laberinto mental del juego. Un hard bop que no da respiro con Charlie Rouse al saxo, John Ore en contrabajo, Dunlop y Monk al piano.
«Fever» (Peggy Lee, 1958). El paso de Beth Harmon de la infancia a la adolescencia y del amateurismo a la competencia profesional del ajedrez es ritmado por una radio imaginaria que sintoniza el paso del tiempo. Durante tres años, Peggy Lee (1920-2002) fue cantante en la orquesta del clarinetista Benny Goodman y alcanzó una popularidad que la estableció como solista ya en la década de 1940. Escrita por Eddie Cooley y Otis Blackwell para Little Willie John, solo alcanzó notoriedad con la interpretación furtiva e inimitable de Lee. El golpe de los timbales marca la sexualización de Beth que sin dejar de susurrar la letra mueve las piezas en el tablero incomodando a su oponente. «Fever» se convirtió en un standard y metáfora del erotismo siendo reversionada por Elvis Presley, Madonna, Beyoncé, Michael Bublé y. Sumo.
«Don’t Make Me Over» (Dionne Warwick, 1962). La espléndida Warwick, que con su voz construyó un puente entre el slow-rock y el soul, estrenó esta composición de Burt Bacharach y Hal David en su primer simple editado en agosto de 1962. Este tipo de balada que hizo de eslabón entre el rock & roll, el soul y el pop de autor (Beatles) ya es todo un subgénero en la música de las series: el «pop Mad Men». Fue elegida como la canción para el trailer de dos minutos cuarenta y seis segundos con el que se promocionó la serie. Una síntesis sonora (sorora) de la miniserie: la interpretación de Warwick es un dron emocional que atraviesa las imágenes más dickensianas de Gambito, tanto como la conversión de Beth en un ícono del estilo sixtie.
«Comin’ Home Baby» (Quincy Jones, 1963). Este hit de Mel Tormé puede considerarse una pieza fundamental en el crossover del jazz y el pop que terminaría, con ademanes sofisticados, en Steely Dan ya en los 70. Se editó como simple en setiembre de 1962 y, un año después, el productor y arreglador Quincy Jones lo devolvió a su origen instrumental con aires de easy listening. Quincy, futuro hacedor de «Thriller», lo incluyó en su LP Plays Hip Hits, donde jazzeaba sobre la espuma de los charts. Con su desatada paleta de vientos (flauta travesa, corno francés, trompeta) da el tono perfecto para la llegada de Beth a Las Vegas. Rastros de carmín, swing y glamour en una pieza de jazz ligero que incluye en sus créditos a Lalo Schifrin, el argentino encubierto en Gambito.
«Stop About Your Sobbing» (The Kinks, 1964). Incluida en el primer álbum de The Kinks, donde todavía alternaban covers con originales, es una de las primeras revelaciones de la potencia lírica de Ray Davies, una figura seminal para la generación brit pop. «Stop About Your Sobbing» («Deja de sollozar») es casi el opuesto de «You Really Got Me», el proto heavy metal que catapultó la fama del grupo en plena Beatlemanía. Un beat mid tempo con una letra que le quedaba mejor a Sinatra que a Mick Jagger. En la miniserie Beth la escucha (y canta) mientras viaja con otro ajedrecista estrella a Nueva York: improbable. Pero un acto de justicia, al fin, con una gema off canon de The Kinks que The Pretenders usó como primer single en los años new wave.
«Make It Easy On Yourself» (The Walker Brothers, 1965). Otro éxito de Bacharach y David compuesto para Dionne Warwick que se cuela en la imaginaria radio de Gambito. Esta versión de The Walker Brothers que consagró a Scott Walker como un intérprete descollante con el que el joven David Bowie parecía estar obsesionado, es un hito del pop barroco que dejó de lado la instrumentación de cuarteto eléctrico para apoyarse en las todavía vigentes orquestas de los estudios de grabación. Los Walker Brothers pusieron a la canción en el número 1 de Inglaterra desafiando el paradigma eléctrico del rock británico. Hierático y al mismo tiempo un poster viviente, Scott Walker resultaría una rara avis tal como la joven huérfana que desarrolla un talento paranormal con el ajedrez.
«Venus» (Shocking Blue, 1969). En una escena compleja, Beth se puede estimular con música y alcohol teniendo la tele encendida con el ¿video clip? de los holandeses Shocking Blue como todo sonido. Esto es música que viene de una pantalla obsoleta para dejarse ver en otra cuyo sistema de transmisión es radicalmente distinto. Toda la secuencia que enfoca en primer plano a la misteriosa Mariska Veres (1947-2006) habla de la evolución del medio y del profundo entrelazado que hay entre la música pop (de los 60 a los 90) y las series, estas series de la segunda década del siglo XXI. Con «Venus», una canción bailable en plena psicodelia, los Shocking Blue le dieron a Holanda su mejor performance pop: número uno en Estados Unidos. Bananarama, un grupo de chicas, la volvería a poner de moda y al tope del ranking en el 86.
«Jimmy Mack» (Laura Nyro & Labelle, 1971). El éxito de un joint venture entre la introspectiva cantautora blanca Laura Nyro y la arrasadora Patti Labelle, que formaba parte de un trío soul con su nombre. Incluida en el álbum Gonna Take a Miracle, esta canción consigue que en la voz de dos mujeres el acento de Motown y el interiorismo folk puedan unirse en un todo nuevo y formidable. Es la apertura del último capítulo de la miniserie donde la protagonista establecerá un diálogo entre culturas antagónicas con la convicción y empuje que esta misma canción propone.
«Bang Bang (My Baby Shot Me Down)» (Frank Sinatra, 1981). Es curioso que la canción más cercana en el tiempo (hay artistas emergentes contemporáneos también en el soundtrack completo) de esta playlist sea una de Frank Sinatra, una estrella que empezó a brillar en los lejanos años 40.
Claro que la canción compuesta originalmente por Sonny Bono para Cher había sido un éxito en la voz de su hija Nancy, en 1966, en esa misma línea de un pop más femenino que feminista pero que de todos modos reflejaba una sensibilidad muy diferente a la de los grupos de rock formados por hombres. Un Sinatra crepuscular la vuelve acaso más lúgubre y se demora en esos «bang, bang» como un viejo cowboy al que se le acabó el western.
Fuente: La Nación