Hoy -tras la pandemia que se llevó miles de vidas y obligó a cerrar para siempre a bares y restaurantes citadinos- veinte de estos apeaderos aún están abiertos, o se disponen a reabrir, para mantener viva la tradición.
Son hombres y mujeres fuertes, que no bajan los brazos, acostumbrados a la vida dura tierra adentro. La soledad siempre fue su aliada: no afrontan grandes alquileres, ni tienen muchos empleados. Tienen, por espalda, el apoyo de la familia. Y están dispuestos a resistir más que una pandemia, a lo largo de los siglos.
Mira Mar
Bolivar
Juan Urrutía lleva la pulpería en la sangre. «Mi bisabuelo, Mariano Urrutía legó la pulpería a mi abuelo, Mariano, y luego a mi padre, que también se llamó Mariano. A mí no me dejaron el nombre: me dejaron la pulpería con todo el amor de cuatro generaciones», relata Juan, desde este paraje rural perdido en el campo.
El boliche que heredó de su bisabuelo fue fundado por inmigrantes europeos que añoraban el mar de Galicia, cuando se establecieron en 1882 en un paraje rural entre Carlos Casares y Bolivar.
La pulpería no tiene vista al océano, sino a la extensa llanura: la escuela, el destacamento policial y el único club del paraje rural lo donó su bisabuelo, Mariano Urrutía.
En este paraje recóndito donde no habitan más de siete familias, Juan Urrutía sobrevivió a la pandemia. «Vendimos más que nunca porque la gente no podía llegar a la ciudad, así que se proveían en la pulpería», relata el dueño del boliche situado a 30 kilómetros de Bolivar.
Ahora, los miércoles y viernes ofrece asado y copas a los lugareños que hace siglos se proveen en el lugar de los elementos más variados: desde alpargatas hasta herramientas para trabajar la tierra. La pulpería -que aún conserva su reja original frente al mostrador- fue estafeta postal, despacho de prendas de vestir, de herrajes y de alimentos. Nunca faltaron las copas, para invitar a los gauchos que llegan a tomar un descanso en el camino.
Los Ombúes
Exaltación de la Cruz
«Nunca cerramos. Siempre estuvimos abiertos», sostiene Elsa, que lleva toda una vida al frente de la Pulpería Los Ombués situada, hace doscientos años, en el paraje Puerto Chenaout, de Exaltación de la Cruz. El apeadero, situado cerca del río Areco, tiene un palenque al frente para recibir a los viajeros que aún llegan a caballo y una cancha de bochas al costado.
Elsa, una mujer de ojos azules y porte europeo es descendiente de vascos franceses. Atiende hace seis décadas la pulpería que antes perteneció a su padre Luis. Y a su abuelo, Francisco.
Resistió la pandemia con ayuda de su esposo y de un primo. Tiene una sola empleada. Y en los primeros meses no le cobraron impuestos. Pero nunca dejó de pagar los servicios. Nunca pensó en cerrar.
El rancho, que dos siglos atrás fue apeadero de Julio Roca, recibe a viajeros a lo largo del tiempo. «Me debo a este lugar», relata Elsa, orgullosa de no haber cerrado nunca en los meses más duros.
Los Ombués conserva la reja original -provista en tiempos de campaña para evitar puñaladas de gauchos matreros- y tiene un salón donde los paisanos de los campos solían juntarse a tomar una copa o juegan naipes.
Los tragos nunca se dejaron de convidar en la pandemia: ahora se sirven bajo los ombués, al aire libre, para respetar los cuidados sanitarios.
Las pulperías que resisten
Esquina de Argúas
Coronel Vidal
La Esquina de Argúas es acaso el más viejo de estos apeaderos: es posta desde 1817. Según cuenta la leyenda, José Hernández visitó este apeadero y se inspiró en las escenas aquí vividas para algunos de sus versos de Martín Fierro.
Situada en la huella de la estancia El Durazno, en el partido de Coronel Vidal, la pulpería fue parada obligada de carretas que se dirigían a Mar del Plata en el siglo XIX. En este siglo sobrevivió a la pandemia.
«Unos meses atrás vino el comisario: me hizo un acta para que no reciba más de doce personas juntas. Pero acá nunca vienen más que tres o cuatro», afirma el pulpero, Generoso Villarino.
El boliche de adobe a dos aguas, situado en el campo Tierra Fiel, de la familia Saubidet, tiene piso de tierra, mostrador de madera y una antiquísima reja. Detrás de los barrotes de hierro Villarino despacha caña quemada, caña de durazno, ginebra o caña ombú desde el amanecer hasta caer el sol. «Nunca cierro. Estoy desde el amanecer hasta que se va el último paisano», afirma Villarino.
Los viernes se reúnen puesteros o encargados de estancias vecinas a jugar al truco o a la taba. Nunca contraría la orden del comisario de reunir más de una docena de gauchos.
«Otra vez en un boliche
estaba haciendo la tarde;
cayó un gaucho que hacía alarde
de guapo y peliador;
A la llegada metió
El pingo hasta la ramada
Y yo sin decirle nada
Me quedé en el mostrador»- José Hernández, Martín Fierro.
San Gervasio
Tapalqué
Pedro Toso es hijo y nieto de pulperos. Se dispone a reabrir San Gervasio, el boliche que atendió su padre Anibal y su tío Edgar Toso. Antes que ellos, su abuelo. Un apeadero de muros rosados con un aljibe y cancha de bochas rodeado de casuarinas y eucaliptus.
«No tenemos empleados. Estamos la familia. Nos gusta mantenerlo. Cuesta, pero no son gastos muy altos. Tampoco tenemos muchos ingresos, pero estamos acá por otra cosa», sostiene Pedro desde la pulpería situada en Tapalqué.
El boliche, fundado en 1855 en el paraje Campodónico, perteneciente a la comunidad de hermanos Salesianos. «Mi abuelo le alquiló la pulpería a Campodónico, después falleció mi abuelo, siguió mi papá y mi tío. Hoy por suerte podemos seguir. Los Toso estamos hace 90 años», relata Pedro que espera volver a recibir turistas en este verano.
El Torito
Baradero
La pulpería El Torito se destaca en el paisaje rural de la pampa húmeda: es la única de estos pocos boliches que tiene sello postal y un teatro. El rancho tiene un toro pintado en tinte colorado, que da nombre al establecimiento. Un palenque y un arado completan la fachada del boliche construido con ladrillos y adobe.
«El Torito es un complejo. Tiene la Pulpería, el Almacén de Ramos Generales. Tiene pista de baile al aire libre. Tiene pista de doma con tres palos. Desembarcadero de animales. Todos los años antes de la pandemia se hacía, al menos, un espectáculo de doma», destaca René Dardo Arditi Rocha, que es el dueño del establecimiento.
El lugar -que permanece abierto y es atendido por el pulpero Leiva- es centro de referencia de cultura popular guachesca. Además del teatro en el mismo complejo hay una pista de doma donde realizar carreras de sortijas o jineteadas. «La carrera de sortija va a volver, con la jineteada, cuando termine la pandemia, porque se juntan 2000 personas en el campo», se entusiasma el dueño de esta pulpería, que es descendiente de Dardo Rocha.
En el interior de El Torito, sobre el mostrador, aún se conserva una reja hendida por una puñalada. En las paredes del local hay pieles de puma, gato montés y zorrino. En las estanterías se amontonan una máquina manual para moler maíz, otra para hacer chorizos y un pararrayos de cuatro estrellas. Sobre la barra del mostrador, las botellas de Hesperidina, Cubana sello rojo y Cubana sello verde se confunden con otras de licores añejos.
El lugar visitado por el Che Guevara en 1940 fue declarado de interés cultural, ahora es visitado por unos pocos paisanos que se acercan a tomar unas copas, entre las jornadas de trabajo. Tan singular es la pulpería, que tiene un sello postal propio. Miles de estampillas con la foto de su reja original dan la vuelta al mundo. El Torito es la única pulpería que tiene desde 2005 su foto plasmada en una estampilla del Correo Argentino.
¡Ah, pulpero habilidoso!
Nada le solía faltar.
¡Ahijuna!, para tragar
Tenía un buche de ñandú;
La gente le dio en llamar
-El boliche de virtú.- José Hernández, Martín Fierro.
Di Catarina
Mercedes
En Mercedes junto al puente del río Luján un cartel anuncia: «La última pulpería. El último Pulpero». El lugar es de 1830. Fernanda Pozzi, es sobrina y ahijada de Roberto Di Catarina. Ella tomó las riendas del apeadero cuando falleció el último pulpero en 2015.
«En nuestra pulpería tenemos un documento que acredita que existe el lugar desde 1830», dice orgullosa Fernanda Pozzi Di Catarina. Ella es la cuarta generación de pulperos: su bisabuelo se hizo cargo del boliche cuando este ya tenía 100 años.
Durante la pandemia Fernanda mantuvo abierto el lugar con envíos de comida a domicilio. Y descuentos especiales para médicos y enfermeros.
La pulpería que en otros siglos frecuentó Don Segundo Ramírez, inmortalizado por Güiraldes en Don Segundo Sombra, resiste el paso del tiempo.
En este septiembre volvió a abrir, a la orilla del Río Luján. Los fines de semana hay cantores que con bombos y guitarras, hacen gala a los versos del poeta gauchesco.
«Mi gala en las pulperías era,
cuando había más gente,
ponerme medio caliente, pues cuando puntiao me encuentro
me salen coplas de adentro,
como agua de la vertiente». José Hernández, Martín Fierro.
El Almacén de Payró
Roberto Payró
Frente a la vieja estación de tren, sobre la esquina, se erige una antigua pulpería que lleva el mismo nombre que el pueblo que la alberga: Payró. Desde su fundación en 1875, este boliche supo ser punto de encuentro para aquellos paisanos deseosos de beber unas cañas o jugar a la taba, bolsa de trabajo para chacareros y peones, almacén de ramos generales y estafeta postal.
Incluso, años más tarde funcionó como corresponsalía del diario LA NACION en la zona y en la década del 50 parte de la edificación ofició de aula mientras se construía la escuelita del pueblo, que actualmente no supera los 65 habitantes.
Ni la soledad por la partida del ferrocarril, ni el transcurso de los años o los recurrentes embates económicos fueron suficientes para tumbar a este reducto de tradición gauchesca. Y la pandemia no fue la excepción.
Luego de ocho meses, a comienzos de noviembre sus aberturas pintadas de color carmín y percudidas por el paso del tiempo volvieron a abrirse, con algunos recaudos como grupos reducidos de visitantes y mesas al aire libre bajo la sombra de los árboles del «bosquecito» detrás del boliche.
«Fue muy lindo, teníamos muchas expectativas. Hay gente que antes de la cuarentena venía casi todos los fines de semana y ahora volvimos a verlos», cuenta Pablo Chaumeil, su dueño desde hace 15 años. Y agrega: » La gente está feliz por tener ese espacio para disfrutar; algunos luego de almorzar sacan de sus autos sus hamacas paraguayas, lonas y reposeras para poder relajar y disfrutar del día. Otros almuerzan descalzos, traen sus equipos de mates; se sienten como en sus casas».
En el siglo XIX fueron censadas 350 pulperías, esquinas y almacenes en la campaña bonaerense. Hoy aún sobreviven un puñado de estos boliches, dispersos en la inmensidad del campo. Son rastros de una etnografía de la pampa, de una tradición que resiste los embates económicos.
La esquina de Crotto es el opuesto perfecto. Situada en Tordillo, en la muy transitada intersección de las rutas 11 y 63, es acaso la más recordada por los viajeros modernos que cambiaron caballos por autos para desplazarse por los caminos. Viajeros que en ese transitar ignoraron a este apeadero remoto atraídos por mercados de estaciones de servicio. Abierta desde 1855, La esquina de Crotto cerró ocho años antes de la pandemia, cuando falleció su último dueño.
Fuente: María José Lucesole y Florencia Rodríguez Altube, La Nación.