Ocurrió cuando vino a Argentina hace 25 años. Lady Diana Spencer tenía 34 años y murió poco tiempo después convirtiéndose en un mito mundial tal como lo muestra en estos momentos la popular serie The Crown. ¿Qué pasó ese día? ¿Cómo la recuerdan quienes estuvieron en la recorrida por el Tigre? ¿Qué otras anécdotas poco conocidas hay sobre su estadía en nuestro país? ¿Cómo era Diana en la intimidad de la Embajada Británica, su hogar mientras estuvo en Buenos Aires?
El pedido de conocer lugares «difíciles»
El ex diputado Eduardo Amadeo era por ese entonces Secretario de Desarrollo Social de la Nación y el 26 de noviembre de 1995 la acompañó junto a su mujer, Dzidza, a un lugar escondido y selvático sobre el Río Luján llamado Isla Silvia, a donde se alojaban unos cien chicos con problemas penales y de adicciones. Hoy le cuenta a LA NACION, y por primera vez, los entretelones de la visita de la princesa de Gales a ese lugar. Sus anécdotas conforman un capítulo aparte dentro la abultada agenda de sitios recorridos por Diana realizando actos de caridad, siempre rodeada por cientos de fotógrafos. Del encuentro con los chicos no hay fotos, pero para los Amadeo el recuerdo está más vivo que nunca.
«Según nos dijo la embajada inglesa ella había pedido visitar algunos lugares «difíciles» desde el punto de vista social. Pensamos que sería interesante conocer Isla Silvia. Advertimos que podía correr riesgos, pero la embajada insistió con que ese era el tipo de recorridos preferidos por Diana», recuerda el ex diputado de Cambiemos. La condición fue que la reunión debía ser cara a cara con los jóvenes, teniendo oportunidad de dialogar sin restricciones. Para ello el día anterior el político fue a conversar con los internos, les contó quien era Diana y les sugirió que aprovechasen la oportunidad de contar con presencia en la isla a una persona tan interesante.
La princesa llegó en helicóptero del cual descendió con un vestido liviano de colores claros. Los chicos la saludaron con cierta formalidad pero de inmediato pidió conocer las habitaciones y caminar por el parque a pesar de que estaba todo embarrado por la lluvia del día anterior. El jardín había sido cuidadosamente arreglado y algunos postes pintados. Su primer comentario, provocó una sonrisa entre quienes la rodeaban: «Lo mejor de mis visitas es que sirven para que pinten todo. Por eso muchos me piden que vuelva». Una vez dentro de las habitaciones bromeó con los chicos sobre las fotos pegadas en las paredes. En uno de los cuartos había imágenes de mujeres desnudas, pin-ups, encima de la cama. «Te felicito, estás bien acompañado», le dijo en tono de broma al dueño de la habitación.
Luego, en el Salón Común, hubo una larga charla y fue allí donde la sorprendieron preguntándole para que sirve ser princesa y su respuesta fue: «Para venir aquí y conocerte a vos», generando así el primer aplauso. También le pidieron que les contara sobre Inglaterra, a lo que Diana contestó hablándoles de los Beatles y del gol de Maradona: «Para todos los ingleses fue un gran dolor, pero igual lo aplaudimos», dijo ella. Sus conocimientos de fútbol eran limitados pero los superó con diálogos sobre las estrellas de fútbol y los equipos ingleses. De pronto le preguntaron si era muy difícil estudiar en inglés: «Seguramente mas fácil que para mi estudiar en español, porque si no lo hubiera aprendido para que nos entendiésemos mejor», respondió.T
Una parte importante de la charla fue dedicada a los planes futuros de los jóvenes, continúa recordando Amadeo. Ella conocía como funcionaba el régimen de externación paulatina donde los internos pasan los últimos meses de su proceso, con periódicas salidas a tierra firme. Les preguntó sobre sus expectativas de vida, en que iban a trabajar, sobre la posibilidad de tener una familia, etc. La conversación fue totalmente descontracturada, incluso les contó sobre su propia familia, en especial sobre sus hijos Guillermo y Enrique ya que su matrimonio con el príncipe Carlos había empezado a mostrar fisuras.
Concluida la reunión los chicos la ovacionaron, ella se emocionó y prometió volver a visitarlos. De allí los buscó un crucero con el cual recorrieron el Delta. Lady Di estaba muy impresionada porque había gente en la costa y en barcos que la aplaudían, contestando siempre con mucho afecto. En un momento se dio vuelta y le dijo al matrimonio «aunque no lo crean, aun no me acostumbro cuando la gente me aplaude». El Director de Ceremonial de la Cancillería en ese momento, Jorge Faurie, quien también los acompañó durante la visita al Tigre que concluyó con un almuerzo en la isla del empresario Mario Falak, recuerda la gran disponibilidad de ella para involucrarse en todos los lugares que visitó haciendo obras de caridad. «Tal como se ve en la serie The Crown le interesaba la proximidad física con quienes estaban en lugares que visitaba».
Amadeo coincide con Faurie: «Habitualmente este tipo de visitas a centros sociales son para la foto, muy estructuradas, con pautas convencionales. En este caso fue tal como lo contamos, ella quiso tener una experiencia humana, no protocolar ni de relaciones internacionales. Un dato no menor fue que llegó solo acompañada por su equipo más cercano, sin que la siguiera una nube de fotógrafos».
La princesa descalza
¿Pero cómo era la princesa en la intimidad que fue su hogar durante su visita a Buenos Aires, la Embajada Británica de Luis Agote al 2400? Una de las personas que mejor la conoció es el histórico mayordomo de la residencia, Samuel Victoria, más conocido como Sam, quien acaba de recibir un reconocimiento después de 25 años de trabajo en la sede diplomática inglesa. Bajo su asistencia pasaron siete embajadores, recibió a varios miembros de la realeza, y conoció a estrellas mundiales como los Rolling Stones.
«Cuando Diana llegaba en la limousine a la embajada, siempre muy elegante, yo la esperaba en la entrada. No usaba el ascensor, se sacaba los zapatos y subía por la escalera hasta su habitación. «Prefiero descansar mis pies en la escalera roja», decía en alusión a la alfombra que cubría los escalones, recuerda Sam, quien se encargaba desde prepararle el desayuno hasta alcanzarle refrescos al jardín en medio de un caluroso verano porteño. «Era una persona relajada, sencilla, rompía el protocolo», asegura el mayordomo, quien estuvo a su disposición esmerándose por que la princesa se sintiera tranquila y a gusto dentro de la residencia.
Lo que más le llamó la atención era el interés de ella por el jardín. «Amaba el parque y la privacidad que allí podía encontrar», asegura. Cuenta que Diana hacía gimnasia, luego se bañaba en la piscina y caminaba por el jardín. «Un día me la encontré a mitad de camino del parque, cuando salía de la pileta. Ella, mirando el cielo me dijo emocionada que nunca había visto un cielo tan celeste y que estaba impresionada por lo lindo del jardín. Fue una alegría recibir sus elogios», contó con orgullo.
Según confiesa, Diana era de una sencillez tal que llamaba la atención. «Temblábamos de la emoción al hablar con ella. Miraba a los ojos, se dedicaba a conversar con todas las personas», recuerda Sam, quien se esforzaba por brindarle privacidad luego de tantas actividades públicas que desarrollaba a lo largo del día. «Me impresionaba su energía y como ella siempre tenía todo planeado, todo organizado», agrega. Diana dormía en su habitación del primer piso desde donde observaba el jardín. Allí desayunaba con su fruta favorita, mango, junto a un bol con cereales.
Finalmente llegó el día de la despedida, la princesa debía partir con su comitiva a Londres. Tal como sucede en estos casos, ella firmó el libro de visitas de la residencia que le alcanzó el embajador y se despidió de Sam. Hoy no puede olvidar ese momento: «mirándome a los ojos me dijo que fue un placer conocer la residencia y conocerme a mí. Me derretí de emoción».
Fuente: Virginia Mejía, La Nación