Las vacunas buscan frenar el avance del virus SARS-CoV-2, que ya contabiliza más de 53 millones de casos confirmados en todo el mundo (Shutterstock)
Los virus, bacterias y gérmenes nos rodean, tanto en nuestro entorno como en nuestro cuerpo. Cuando una persona es susceptible y se encuentra con un organismo dañino, el mismo puede provocar enfermedades y en algunos casos la muerte.
El cuerpo tiene muchas formas de defenderse de los patógenos, que son los organismos que causan enfermedades. La piel, la mucosidad y los cilios (pelos microscópicos que alejan los desechos de los pulmones) funcionan como barreras físicas para evitar que los patógenos ingresen al cuerpo en primer lugar.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando un patógeno infecta el cuerpo, las defensas de nuestro cuerpo, llamadas sistema inmunológico, se activan y el patógeno es atacado y destruido o superado.
Hay diez vacunas en Fase III, muy cerca del objetivo final: demostrar que son seguras y eficaces contra el COVID-19 (Shutterstock)
Para la doctora en virología Laura Palermo, profesora argentina que vive y enseña en la Facultad del programa de Biología Humana en la Universidad Hunter y en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, Estados Unidos, quien es experta en virus y en la historia de las enfermedades, “en cualquier infección, nuestro sistema inmune responde en dos etapas: la primera es la innata, que es rápida pero muy poco específica. Esta respuesta involucra un grupo de moléculas que se llaman citocinas, que actúan como una suerte de alarma. Lo que generan las citocinas es un estado de inflamación, los tejidos se hinchan, debido a la llegada de sangre y de células, se ponen rojos, se siente dolor y calor”.
“Al cabo de un tiempo, alrededor de una semana, el sistema inmune responde de forma específica contra ese virus por ejemplo. Esta respuesta se denomina adaptativa. Hay un grupo de células que van a responder específicamente a este virus, se van a activar y se van a empezar a reproducir, a proliferar. Así producen una respuesta, que tiene un blanco o target muy específico: el nuevo virus”, amplió Palermo en conversación con Infobae, quien añadió: “En esta respuesta adaptativa, participan un grupo de células que se llaman linfocitos B y otro grupo de células que se denominan linfocitos T. Los B son los que producen anticuerpos, es decir proteínas que reconocen al virus y lo “marcan” para que sea destruido o se unen o pegan al virus para evitar que ingrese a las células, o sea que las infecte”.
El cuerpo produce en primera instancia una respuesta innata y luego una adaptativa frente a una infección (Shutterstock)
Las células de memoria
Según la prestigiosa viróloga argentina, “los linfocitos T tienen una función primordial que es mediar la destrucción de células infectadas por un virus. Durante una infección, sólo aquellos linfocitos B y T que reconozcan al nuevo virus van a proliferar, se van a reproducir, y a este proceso se lo llama expansión clonal”.
“Una vez que nuestro cuerpo sufre este proceso, aparece el momento más importante de una infección, una vez que nuestro cuerpo sufre este cuadro, el cuerpo va a reservar o guardar una subpoblación de estas células B y T que reconocieron al virus; idénticas a estos linfocitos B y T que se activaron, se reprodujeron y que reconocen específicamente al virus se denominan células de memoria (B o T) o en inglés memory cells, que hacen que la próxima vez que la persona vuelva a sufrir la misma infección con el mismo virus, estas células de memoria que están en el cuerpo guardadas, responderán muchísimo más rápido y de forma más efectiva; y esta es la parte clave y fundamental para entender cómo funcionan las vacunas”, explicó la profesora y especialista en la historia de las enfermedades.
Entonces, ¿de qué forma actúan las vacunas? según Palermo, “las vacunas lo que hacen es mentirle al sistema inmunológico, ya que se parecen al virus pero no lo son, entonces cuando recibimos una vacuna, el sistema inmune produce la misma respuesta específica descrita anteriormente, con lo cual se activan los linfocitos T, los B, el cuerpo va a producir anticuerpos específicos, guarda las células de memoria y está preparado para cuando se exponga al virus real por primera vez. El proceso de vacunación deja el cuerpo preparado para que cuando la persona se exponga a ese mismo virus, la respuesta inmune sea rápida y efectiva. Lo que hace es prevenir la infección en su totalidad o reduce la reproducción del virus en el cuerpo, reduciendo así los síntomas, la cantidad de días en que el paciente se siente mal y los días en los que la persona puede transmitir el virus a otros”.
El coronavirus COVID-19 está presente en todo el globo y ha causado más de 1.3 millones de decesos, según datos de la Universidad Johns Hopkins (Shutterstock)
La respuesta natural del cuerpo
En el documento en donde la OMS explica los mecanismos y accionar de las vacunas, detalla que un patógeno es una bacteria, virus, parásito u hongo que puede causar enfermedades dentro del cuerpo. Cada patógeno se compone de varias subpartes, generalmente únicas para ese patógeno específico y la enfermedad que causa. La subparte de un patógeno que causa la formación de anticuerpos se llama antígeno. Un antígeno es una sustancia que desencadena la formación de anticuerpos y puede causar una respuesta inmunitaria.
Los anticuerpos producidos en respuesta al antígeno del patógeno son una parte importante del sistema inmunológico. Se puede considerar a los anticuerpos como los soldados en el sistema de defensa de su cuerpo. Cada anticuerpo, o soldado, de nuestro sistema está entrenado para reconocer un antígeno específico. Las personas tienen miles de anticuerpos diferentes en nuestros cuerpos. Cuando el cuerpo humano se expone a un antígeno por primera vez, el sistema inmunológico necesita tiempo para responder y producir anticuerpos específicos para ese antígeno. Mientras tanto, la persona es susceptible de enfermarse.
Un antígeno es una sustancia que desencadena la formación de anticuerpos y puede causar una respuesta inmunitaria (Shutterstock)
Este es el punto de partida. Una vez que se producen los anticuerpos específicos del antígeno, trabajan con el resto del sistema inmunológico para destruir el patógeno y detener la enfermedad. Los anticuerpos contra un patógeno generalmente no protegen contra otro patógeno, excepto cuando dos patógenos son muy similares entre sí, como primos. Una vez que el cuerpo produce anticuerpos en su respuesta primaria a un antígeno, también crea células de memoria productoras de anticuerpos, que permanecen vivas incluso después de que el patógeno es derrotado por los anticuerpos.
Si el cuerpo se expone al mismo patógeno más de una vez, la respuesta de anticuerpos es mucho más rápida y efectiva que la primera vez porque las células de memoria están listas para bombear anticuerpos contra ese antígeno. Esto significa que si la persona está expuesta al patógeno peligroso en el futuro, su sistema inmunológico podrá responder de inmediato, protegiéndolo contra la enfermedad.
En esta línea y en base a lo explicado a Infobae por Lautaro de Vedia, médico infectólogo y ex presidente de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI), “todas las vacunas intentan hacer reproducir de alguna manera y de forma segura una determinada enfermedad, de forma de generar una respuesta inmunológica equivalente a la que se daría cuando está la enfermedad, para que el organismo ya tenga los anticuerpos y todos los mecanismos inmunológicos preparados por si luego viene la enfermedad en serio”.
Cómo actúan las vacunas – (Infografía: Marcelo Regalado)
Las vacunas contienen partes debilitadas o inactivas de un organismo en particular (antígeno) que desencadena una respuesta inmune dentro del cuerpo. Las más nuevas contienen el modelo para producir antígenos en lugar del antígeno en sí, como por ejemplo las candidatas de Moderna y Pfizer. Independientemente de si la vacuna está compuesta por el antígeno en sí o por el modelo para que el cuerpo produzca el antígeno y de acuerdo a la OMS, “esta versión debilitada no causará la enfermedad en la persona que recibe la vacuna, pero hará que su sistema inmunológico responda tanto como sea posible, tendría su primera reacción al patógeno real”.
Algunas requieren múltiples dosis, administradas con semanas o meses de diferencia. A veces, esto es necesario para permitir la producción de anticuerpos de larga duración y el desarrollo de células de memoria. De esta manera, el cuerpo está capacitado para combatir el organismo específico que causa la enfermedad, acumulando memoria del patógeno para combatirlo rápidamente si se expone en el futuro.
El distanciamiento social, el uso del tapabocas o mascarilla y el hecho de evitar espacios cerrados durante mucho tiempo son medidas que mostraron ser efectivas para contener la rápida propagación del SARS-CoV-2 (Shutterstock)
La inmunidad de rebaño
Cuando alguien se vacuna, es muy probable que esté protegido contra la enfermedad. Pero no todo el mundo puede vacunarse. Es posible que las personas con problemas de salud subyacentes que debiliten su sistema inmunológico, como cáncer o VIH, o que tengan alergias graves a algunos componentes de la vacuna, no puedan vacunarse con ciertas vacunas. Estas personas aún pueden estar protegidas si viven en y entre otras personas que están vacunadas. Cuando se vacuna a muchas personas en una comunidad, el patógeno tiene dificultades para circular porque la mayoría de las personas que encuentra son inmunes. Por lo tanto, cuanto más se vacunen los demás, es menos probable que las personas que no pueden protegerse con las vacunas corran el riesgo de estar expuestas a los patógenos dañinos. Este fenómeno se conoce como inmunidad colectiva.
Esto es especialmente importante para aquellas personas que no solo no pueden vacunarse, sino que pueden ser más susceptibles a las enfermedades contra las que nos vacunamos. Ninguna vacuna ofrece una protección del 100% y la inmunidad colectiva no ofrece una protección total a quienes no pueden vacunarse de forma segura. Pero con la inmunidad colectiva, estas personas tendrán una protección sustancial, gracias a que quienes los rodean están vacunados.
La inmunidad de rebaño se logra cuando un alto porcentaje de la población está inmunizada contra el virus o patógeno en cuestión. La vacunación facilita fuertemente este proceso (Shutterstock)
“Una vacuna consiste en una molécula que puede ser un virus alterado, atenuado, modificado; una bacteria, virus o una parte del mismo, ese fragmento genera la reacción del individuo muchas veces son virus atenuados, otras veces inactivados, o bacterias o fragmentos de las proteínas determinadas de la pared de un patógeno por ejemplo. Es aquel elemento del microorganismo responsable de generar la respuesta inmunológica”, explicó de Vedia.
Según el prestigioso infectólogo, “todo eso con un tratamiento tal que evita que la parte infecciosa del microorganismo entre en juego. Por eso muchas veces cuando nos dan una vacuna -como por ejemplo la antigripal- a veces se genera en una muy pequeña escala unos leves síntomas parecidos a la enfermedad, muy leves y totalmente inocuos en general”
La inmunidad colectiva ocurre cuando un virus no se puede propagar porque sigue encontrando personas que están protegidas contra la infección (Shutterstock)
Una carrera con trayectoria
A lo largo de la historia, los seres humanos han desarrollado con éxito vacunas para una serie de enfermedades potencialmente mortales, como la meningitis, el tétanos, el sarampión y la poliomielitis.
A principios del siglo XX, la polio era una enfermedad mundial que paralizaba a cientos de miles de personas cada año. En 1950, se habían desarrollado dos vacunas eficaces contra la enfermedad. Pero la vacunación en algunas partes del mundo todavía no era lo suficientemente común como para detener la propagación de la poliomielitis, particularmente en África. En la década de 1980, comenzó un esfuerzo mundial unido para erradicar la poliomielitis del planeta.
Durante muchos años y varias décadas, la vacunación contra la poliomielitis, mediante visitas de inmunización de rutina y campañas de vacunación masiva, se ha llevado a cabo en todos los continentes. Millones de personas, en su mayoría niños, han sido vacunadas y, en agosto de 2020, el continente africano fue certificado como libre de poliomielitis, uniéndose a todas las demás partes del mundo excepto Pakistán y Afganistán, donde la poliomielitis aún no ha sido erradicada.
Según la OMS, 48 vacunas candidatas se encuentran en evaluación clínica, 10 de ellas en la Fase III en donde deben demostrar en una gran cantidad de personas ser eficaces y seguras frente al virus responsable del COVID-19 (Shutterstock)
“Estudiar una vacuna lleva mucho tiempo. Hay que hacer muchos estudios en distintas dosis, composiciones, grupos de pacientes y lleva tiempo, para ver que las dos grandes características que necesitamos establecer, que sea eficaz en prevenir la enfermedad y que sea segura al no producir daños y no tenga efectos secundarios”, reflexionó a Infobae de Vedia.
“Un elemento importante también es que la inmunidad sea lo más duradera posible, que no se tengan que repetir dosis tan frecuentemente. En este sentido hay por ejemplo vacunas que nos damos que nos damos cuando somos chicos y nunca más, otras que debemos repetir cada 10 años porque su inmunidad es limitada y dura ese período; y otras como la vacuna de la gripe, debido a que el virus de la gripe tiene mutaciones muy frecuentemente, es necesario renovar la aplicación anualmente”, completó el experto.
Fuente: Infobae