«Lo tengo grabado a fuego en mi memoria para siempre. Fue un poco intimidante. Era una de las escenas del segundo episodio en las que se reúne con su gabinete. Así que había unos cuantos hombres canosos sentados alrededor de la mesa mirándome como diciendo: «Dale, mostranos tu mejor Thatcher. Veamos qué preparaste», recuerda Gillian Anderson y esa expectativa, real o percibida, parece haber impulsado su interpretación de Dama de Hierro, como se conocía a la primera ministro británica, quien murió en 2013. Un trabajo que está a la altura de la mejor temporada de The Crown, que está disponible en Netflix.
Entre los hechos históricos con mayúscula que recorre la ficción están la Guerra de Malvinas, las políticas conservadoras del gobierno de Margaret Thatcher que provocaron la crisis social y económica de Gran Bretaña y los atentados del Ejército Republicano Irlandés. Con ese escenario de fondo, el relato también presenta y desarrolla el que fue uno de los romances más conocidos y malogrados del siglo XX: el matrimonio entre el príncipe Carlos y Lady Di.
Con ese abundante material dramático, la cuarta temporada se organiza en torno a las tormentas que desatan en el corazón de la monarquía, y en el de la reina, a causa de dos mujeres tan diferentes pero igual de influyentes como Margaret Thatcher y Diana Spencer.
Cada uno de los encuentros entre Isabel II, una composición brillante de Olivia Colman, y Thatcher, resultan no solo en un apasionante reunión de dos grandes actrices sino en un duelo de poder, de miradas fascinantes sobre el mundo y el sistema de clases británico. La contemporaneidad de los nuevos personajes aportan novedosos significados a la ficción que logra humanizar hasta a una de las mujeres más despreciadas de la política global y bajar del pedestal a una de las más amadas.
«Intenté entenderla y focalizarme en su determinación y en su compromiso por mejorar el país. En el hecho de que era una emprendedora, una abogada y científica que logró muchas cosas en su vida profesional y personal y llegó a ser la primera mujer en convertirse en primera ministro de Gran Bretaña. Así que me parece que hay mucho en ella para admirar, más allá de lo que uno pueda pensar de sus políticas», dice Anderson con un acento británico acorde con el tema de la conversación, en diálogo vía zoom con LA NACION.
La actriz, que nació en los Estados Unidos pero vivió parte de su infancia en Inglaterra, donde actualmente reside, está acostumbrada a interpretar mujeres fuertes que no pasan desapercibidas tanto en la pantalla chica como en el teatro. Sin embargo, ninguno de sus personajes más reconocidos, como la agente Scully de Los expendientes secretos X o la excéntrica Jean de Sex Education-cuya tercera temporada ya empezó a grabar-, despertaron tanto interés como Thatcher. O la versión de la gobernante que muestra la serie, un compendio de contradicciones que la actriz proyecta con una inflexión de voz, una inclinación de cabeza y ese peinado construido a fuerza de spray capilar y una total confianza en su efectividad.
«Es difícil decir si Thatcher era o no feminista. No creo que ella lo hubiera puesto en esos términos y ciertamente durante su gobierno no hizo nada para ayudar a las mujeres. Pero al mismo tiempo no se puede ignorar que fue la primera mujer en ocupar ese puesto en Gran Bretaña y que su sola presencia probablemente tuvo un impacto positivo alrededor del mundo, más allá de sus ideas sobre el feminismo» argumenta la actriz al recordar una de las escenas en las que su personaje afirma, sin un ápice de autoconciencia o sororidad, que no habrá mujeres en su gabinete porque «son demasiado emocionales para ocupar cargos de poder».
Matrimonio de tres
Si Peter Morgan hubiese decidido que en esta temporada solo iba a ocuparse de la relación entre la reina y Thatcher, como ocurría en su obra teatral que inspiró a The Crown, de todos modos habría tenido material suficiente para diez episodios y tal vez más. Pero no: ese vínculo tenso y contencioso es apenas un lado del relato central. El otro es la historia de amor, conveniencia y dolor que trazó el recorrido del romance público y la tragedia privada del matrimonio entre el príncipe Carlos y Lady Di. Al desafío de recrear aquello que todo el mundo ya vio y cree conocer, de las innumerables fotos, de la boda de cuento de hadas y la separación de relato de terror se le suma la realidad que los protagonistas de esa historia que siguen vivos, Carlos y Camilla, resultaron ser los villanos. Una percepción con la que Josh O’ Connor, el actor encargado de interpretar al príncipe, no está del todo de acuerdo.
«En la tercera temporada Carlos, me parece, resultó un personaje bastante querible porque contamos historias que mostraban sus dificultades, la falta de atención de sus padres, lo poco -o nada- que era escuchada o requerida su opinión en relación con su propia vida. Vimos cómo no le permitieron casarse con la mujer que amaba y en ese contexto comienza la nueva temporada. Las cosas no le están saliendo bien. Y encima lo presionan para que se acerque a alguien que tiene sus propios demonios», explica O’Connor, quien después de interpretar al príncipe de Gales a lo largo de dos temporadas siente un inocultable aprecio por él. Algo que, se ocupa de aclarar, no tiene relación con la persona real sino con el personaje creado por Morgan. Un trabajo fascinante para el actor, que en los nuevos episodios y sin abandonar la caracterización de la tercera temporada logra despojarlo poco a poco de sus rasgos más agradables sin borrarlos del todo.
«Diana se transformó en uno de las personajes más amadas de la historia moderna. Algo que para Carlos no era precisamente divertido. Ambos intentan que el matrimonio funcione pero no lo logran. Él piensa que nadie lo escucha y que Diana, en cambio, es escuchada por todos, incluida la reina y los medios. Lo desconcierta y enoja que ella haga públicos sus sentimientos de un modo que él nunca tuvo permitido hacer. Eso deriva en su desesperación por terminar con esa «unión grotesca», como se refiere a su matrimonio en el último episodio de la temporada», dice el actor, que al recitar parte del guion de repente deja de ser el elocuente y afable Josh para invocar al conflictuado Carlos.
Claro que para que el arco dramático de su personaje tuviera sentido, la serie necesitaba de una Diana que estuviera a la altura de la leyenda. Una búsqueda fútil por definición que dejó de serlo cuando los productores descubrieron que Emma Corrin, la joven actriz que habían contratado para leer las líneas de la princesa durante las audiciones de las potenciales Camilla Parker Bowles (que sigue en manos de Emerald Fennell), era la Lady Di perfecta. O totalmente imperfecta, según esta ficción.
«Creo que el objetivo era humanizar a alguien que fue convertida en una especie de santa. De todos modos, se trata de mi versión del personaje, no de la verdadera Diana. No intenté imitarla: esta es una creación de Peter y nosotros estamos interpretando personajes. Me parece que lo increíble de las historias de Morgan es que logra volverlos humanos y muestra lo que sucede en el detrás de escena de sus vidas, los defectos y los errores, el espectro entero de lo que hace a una persona quien es. Y si al público le choca esa caracterización es por su enorme talento como escritor. En el caso de Diana, la serie la sigue desde que es una adolescente hasta que se convierte en la joven mujer que empieza a tener confianza en su voz. Es un recorrido muy complejo y un gran regalo para mí como actriz», dice Corrin en diálogo con LA NACION desde Londres.
Ya sin el corte de pelo de su personaje, aunque vestida con un estilo ochentoso que bien podría haber utilizado Diana, la actriz de 24 años -además de encarnar la ilusión de la joven fascinada con el príncipe doce años mayor que ella y la decepción de ser la tercera en discordia en su propio matrimonio- también tuvo que interpretar el deterioro físico y mental de la princesa, quien sufría de bulimia.
«Es algo de algo de lo que ella habló sin tapujos en una época en la que no muchos lo hacían. Personalmente no tengo recuerdos claros de Diana porque yo tenía tres años cuando murió, pero sí me acuerdo de la sensación de verla y sentir ese aura de amor que la rodeaba. Siempre supe que la gente la adoraba porque ella parecía muy accesible», cuenta la actriz.
Toda esa devoción de la gente común y de los medios que la bautizaron como «la princesa del pueblo» juega un papel fundamental en la trama y en su relación con Carlos, un vínculo que hace décadas fascina a muchos que no se pueden explicar porqué puertas adentro la adoración pública se traducía en rotundo desamor.
«Esta es mi teoría. Y siempre en el contexto de la serie. En uno de los episodios Carlos y Camilla están en una reunión y cuentan un chiste a dúo, pero cuando llega el momento del remate, ella se lo deja hacer a él. En contraste con esa secuencia, está la escena en la que Diana lo sorprende bailando en un espectáculo en honor a su cumpleaños y todos la aplauden. La atención está en ella, aunque su intención haya sido dejarle el foco. En ese sentido, Camilla entiende que Charles necesita ser admirado, ser el protagonista y eso es algo que Diana nunca pudo darle. Porque lo cierto es que ella necesitaba lo mismo», concluye O’ Connor, haciendo una vez más una razonable defensa de su personaje porque sabe que una vez que el público lo vea en la nueva temporada, difícilmente se ponga de su lado. Especialmente cuando vean a Lady Di en su vestido de novia, de regreso en la pantalla.
Fuente: Natalia Trzenko, La Nación