Que al destino le agraden «las repeticiones, las variantes, las simetrías» es una especulación que Jorge Luis Borges puede haber sentido en carne propia, aunque la haya atribuido a terceros (o a la historia con mayúsculas, como en El hacedor), pero que resulta bastante menos personal. La publicación hace dos semanas en LA NACION Revista de «Silvano Acosta», el inédito de Borges recién descubierto por María Kodama, que generosamente decidió darlo a conocer, abrió cantidad de consideraciones (de variantes, de simetrías) ya no solamente acerca del ajuste de cuentas del escritor con su abuelo militar, sino también sobre el modo mismo en que él conoció esa historia.
Recordemos que, en esa «inútil página», tentativa de «reparación», Borges se disculpa retrospectivamente por la sentencia de muerte que firmó Francisco Borges y que apagó la vida del «desertor» Silvano Acosta. Dice allí Borges: «Desde el momento de nacer, contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública».
Ese papel firmado está actualmente en poder de Miguel de Torre Borges, sobrino del escritor e hijo de su hermana Norah, y,como contó LA NACION, llegó a Borges por intermedio de Pedro Corrêa do Lago, acaso el mayor coleccionista de manuscritos del mundo (empezó en la adolescencia, con un sobre de la reina Victoria y, enseguida, con una carta de Édouard Manet; quien tenga curiosidad puede revisar el libro La magia del manuscrito en la editorial Taschen). «La gente que yo conocía habría dado el brazo derecho para conocer a Borges», dice Corrêa do Lago a LA NACION. La historia, que él mismo contó en el artículo «Três encontros com Borges» publicado en Revista Piauí, es la siguiente: entrevistó a Borges a las 11 de la mañana en el departamento de Maipú, a la tarde dio con el documento del abuelo Francisco en la Casa Pardo en San Telmo y volvió a llevárselo, y a la noche volvió a toparse con Borges en un restaurante. Ocurrió entonces el siguiente diálogo, más bien extravagante. Borges: «Es de su puño y letra, ¿verdad?» Corrêa do Lago: «Pero. ¿usted duda de su autenticidad?». Borges: «Es una broma, naturalmente».
Realmente, Borges no había dudado jamás de la autenticidad. El propio coleccionista recuerda que, aun antes de Susana Bombal empezaba a leerle el documento (y lo arruinara con cinta scotch) ese mediodía de enero, Borges ya sabía que era otro enero, el de 1871, según le había contado su abuela.
Los hechos que refiere Borges en «Silvano Acosta» son los que son, pero no, o no por completo, los rasgos circunstanciales. Para empezar, no hubo tal «subasta pública» del «papel firmado». En la Casa Pardo, a Corrêa do Lago le dieron una pila de papeles de medio metro y, entre una carta del hermano de Napoleón y otra de Eleonora Duse, acertó con el documento de Francisco Borges que terminó regalándole al nieto escritor.
Miguel de Torre Borges, que tuvo la gentileza de autorizar su reproducción, no recuerda con exactitud el momento en que su tío le dio la carta, pero conjetura que debió de haber sido antes de 1980, no más de dos años después de que Corrêa do Lago la comprara por medio dólar. Lo que sí recuerda De Torre Borges es la emoción de Borges al escuchar (al volver a escuchar) esa carta leída.
Otro enigmas
«Silvano Acosta» está fechado, según el dictado que Borges le hizo a Kodama, el 19 de noviembre de 1985. El 28 -un día después de esas fotos últimas, y ahora famosas, en la librería de Alberto Casares, en la muestra de primeras ediciones- se fue de la Argentina para siempre. ¡Que lindo tema! Voy escribir un cuento o una milonga de Silvano Acosta», dice Corrêa do Lago que le dijo Borges.
¿Qué pasó entre 1978 y 1985? ¿Por qué se tomó tanto tiempo Borges en saldar la deuda? Corrêa do Lago visitó a Borges varias veces en ese tiempo. La última vez fue alrededor del 15 de noviembre de 1985. Lo encontró recostado, con corbata y sin saco. Cuando se conocieron, hablaron de Os Sertões, de Euclides da Cunha; esa vez, el coleccionista y exdirector de la Biblioteca Nacional de Brasil le recordó la historia del «desertor» Silvano Acosta. Nunca podremos saberlo, pero resulta bastante verosímil que esa conversación final apurara la resolución de pagar la deuda contraída por su ancestro.
Las fechas autorizan todavía otra presunción: la de que «Silvano Acosta» haya sido la última prosa de Borges nacida en la Argentina, y en ese caso el asunto del confiteor admite ser leído como una despedida.
Miguel de Torre Borges recuerda un detalle que suele pasarse por alto. Pasar por las armas a un desertor era parte de las reglas y no convertía a quien lo hacía en un asesino. Pero las objeciones éticas no se disiparon. En el capítulo «Colonia del Sacramento» de Atlas, el libro que firmó con Kodama, Borges cuenta: «Aquí se batieron los castellanos y los portugueses, que asumirían después otros nombres. Sé que, durante la guerra del Brasil, uno de mis mayores sitió esta plaza». Antes de Francisco Borges, y esto es lo que evoca De Torre Borges, ya su bisabuelo Isidoro Suárez había ajusticiado a un desertor.
Puede ser que al destino le agraden «las repeticiones, las variantes, las simetrías». El perdón corta el círculo. Con «Silvano Acosta» Borges igualó varios tantos.
La carta
Paraná, Enero 25 de 1871
Al Excm. Señor Ministro de Guerra y Marina de la República
Hoy ha sido pasado por las armas el soldado Silvano Acosta del Batallón Guardia Provincial de Buenos Aires, por el crimen de deserción al enemigo, en cuyas filas fue aprehendido haciendo parte de la gavilla capitaneada por el traidor maragato.
La causa firmada en que han sido llenadas todas las formalidades de la ordenanza es la que tengo el honor de adjuntarle a la aprobación de Ud..
Dios guíe a Ud.
Francisco Borges
Fuente: Pablo Gianera, La Nación