Diego Armando Maradona jugó su último partido oficial un 25 de octubre de 1997. Fue contra River, en el Monumental, y ganó Boca 2 a 1. Para que Boca ganara ese partido, analiza 23 años después el psicoanalista, docente –y también hincha de Boca– Luciano Lutereau, Diego, a cinco días de cumplir los 37, tuvo que salir de la cancha cuando su equipo perdía, para darle lugar a una joven promesa, un tal Juan Román Riquelme. “Para ganar, él tenía que salir”, escribe en el libro El fin de la masculinidad, de reciente publicación.
A aquel partido, Boca lo dio vuelta con goles del Huevo Toresani y Martín Palermo, quien 12 años más tarde, un 10 de octubre de 2009, consiguió el agónico gol con que Argentina, con Maradona –ya no como jugador sino en su rol de técnico– le ganó a Perú para seguir con chances de clasificar al Mundial de Sudáfrica. “Y Diego gritó ese gol más que uno propio, porque ese es el misterio de la paternidad, lo que tanto horror causa en el mundo contemporáneo: que no solo somos felices con nuestros actos, sino también y fundamentalmente con los de otros, y en eso consiste el amor entre padres e hijos”. La cita, que no termina ahí, forma parte del capítulo “Nuevas parentalidades” y es una de las tantas observaciones que, en clave psicoanalítica, realiza Lutereau.
Este nuevo libro de lectura amena, que intercala explicaciones teóricas con experiencia y anécdotas personales del autor y casos de diván, completa una trilogía sobre los vínculos en el siglo XXI, esta vez, con foco en los conflictos de la adultez. “No hablo como especialista. No creo que lo sea. Prefiero pensar este libro como un recorrido en mi propio camino como varón, al que se suman las voces de los muchos varones que escucho como psicoanalista”.
«Prefiero pensar este libro como un recorrido en mi propio camino como varón», dice Lutereau. Foto Maxi Failla.
–Junto con Más crianza, menos terapia y Esos raros adolescentes nuevos, el libro completa una trilogía, ¿objetivo cumplido?
–La trilogía gira en torno a cómo las formas de vida cambiaron de un siglo a otro. Hoy en día no es tan claro que un niño sea un hijo; tampoco es evidente que la adolescencia esté en los adolescentes, cuando aquella se prolonga cada vez más, ¡tal vez pronto sea ese período de la vida entre el nacimiento y la muerte! Entonces, ¿qué es ser adulto hoy? ¿Qué se espera de un adulto en una sociedad en la que, por ejemplo, el matrimonio perdió sentido? En este mundo hecho para solteros, para hiperconectados compulsivos, en el que los niños son cada vez más vistos como consumidores antes que como hijos, en esta sociedad narcisista y adicta a la juventud, ¿qué lugar hay para el amor? Estoy conforme con el resultado, aunque no fue fácil escribir un libro por año.
–Los tres tienen títulos provocativos, ¿por qué hablás del fin de la masculinidad?
–La expresión “el fin” es irónica. Por un lado, recuerda la idea de Hegel del fin del arte, que no quiere decir que no haya más arte, sino que este pierde su función eminente, se diversifica; por otro lado, parodia a Francis Fukuyama y su anuncio (ya viejo) del “fin de la Historia”. Diría que la masculinidad perdió su sentido tradicional, que distintas circunstancias históricas –desde el impacto de los feminismos hasta la precarización laboral– modificaron su unidad hegemónica y así es que hoy hablamos de “masculinidades”, en plural. Esta pluralización también tiene como telón de fondo el creciente machismo y una misoginia expandida. En tiempos en que, por ejemplo, un varón no siente que su palabra lo compromete, ¿no surgen otros modos de violencia que ya no necesariamente se basan en la agresión física? En el libro, trabajo especialmente la hipótesis de que la seducción crónica es un refugio para muchos varones que, por ejemplo, temen sentirse impotentes o celosos y huyen tras las redes y aplicaciones para hacerse reconocer como deseantes antes que para vivir un deseo, para abrazar más fuertemente (y a la distancia) la impostura viril antes que dejarse querer.
“No solo somos felices con nuestros actos, sino también y fundamentalmente con los de otros, y en eso consiste el amor entre padres e hijos”
Luciano Lutereau
PSICOANALISTA
–El libro elabora preguntas, ¿pudiste contestarlas todas? ¿Te quedó algo pendiente?
–El libro plantea principalmente preguntas: ¿qué es ser un varón hoy? ¿Hasta qué punto es posible deconstruirse después de cierta edad? ¿Cuáles son los imperativos sexuales en que nos refugiamos y también padecemos los varones? ¿Por qué hay tantos varones que hoy afirman con certeza “No quiero tener hijos”? ¿Esto es lo mismo que no querer ser padres? Estas fueron algunas y por supuesto hay otras que aparecieron ni bien concluí el libro; así surgió uno de los apéndices, escrito junto con un colega tucumano, Gabriel Artaza Saade, con quien analizamos cuatro películas recientes que muestran cómo la masculinidad se volvió un tema central en el cine actual, con obras maestras como La esposa, en la que se descubre que una mujer escribe las novelas de su marido ganador del Nobel, o El hilo fantasma, donde retomamos la pregunta por la perversión en los varones, crucial hoy en día en que se usan las palabras “tóxico” o “psicópata” de forma indiscriminada. En Fuerza mayor tenemos al padre que huye de su familia para salvarse de una avalancha y en El pastelero de Berlín trabajamos el fundamento homoerótico de la heterosexualidad, ya que buena parte de la masculinidad tradicional se basa en una homofobia reactiva.
“Estuve escribiendo un cuento en el que un analista se da cuenta de que la mujer de la que se enamoró es la amante de uno de sus pacientes, ¿qué hace entonces? ¿Se lo dice? ¿Cómo hace para que el planteo de la interrupción de ese tratamiento no sea una venganza por el modo en que el tipo trata a la mujer que él ama?”.
Luciano Lutereau
PSICOANALISTA
–Confesás que al inicio tuviste una actitud adversa hacia los feminismos, ¿por qué?
–Un actitud reactiva, justamente. Creo que la popularización de los feminismos implicó un golpe duro para la hegemonía discursiva del psicoanálisis. Hasta hace no mucho, los analistas éramos la principal voz autorizada para hablar de sexo en la cultura. Y llegaron las feministas para hablar de “responsabilidad afectiva”, “empatía” y otra serie de términos que se llevan muy mal con una teoría del inconsciente, que supone una idea de sujeto que no sabe qué quiere. Con el tiempo empecé a entender de qué hablaban las feministas cuando usaban esos términos, por ejemplo, cuando leí a Luciana Peker o a Tamara Tenenbaum. Necesité dejar un poco de lado el ombliguismo disciplinar y escuchar cuáles eran los problemas que llevaron a hablar de ciertas cosas y ahí me di cuenta que ellas, entre otras, tienen una posición muy afín al psicoanálisis, al menos al psicoanálisis que a mí me interesa: uno que sea cuidadoso de los vínculos, respetuoso de la diferencia, a contrapelo del individualismo y crítico de la violencia en cualquiera de sus formas.
Además de psicoanalista, Lutereau es también Doctor en Filosofía, docente e investigador. Foto Martín Bonetto.
–Una crítica recurrente al psicoanálisis es que es machista y que las mujeres sufren “envidia del pene”. En tu opinión, ¿el psicoanálisis es machista?
–Si la envidia del pene fuese que una mujer quiere tener un pene, sería una idea ridícula; si dijese que quiere decir que, en la sociedad patriarcal, la mujer se subjetiva a partir de la culpa en relación al amor, que la lleva a establecer vínculos de dependencia, en los que es vulnerable respecto de la validación del otro, ¿es una noción disparatada? El punto es que Freud tiene pésimos lectores. No digo entre las feministas, que no tienen por qué haberse formado en psicoanálisis; pero que psicoanalistas lleguen a desconocer los fenómenos sociales que están detrás de una noción como ésta, al punto de criticarla con una trivialidad que ronda la ignorancia… no sé cómo se formaron. Si un psicoanalista no sabe que Freud inventó el primer método para combatir la misoginia interiorizada, no sabe de qué trabaja.
–En definitiva, ¿cómo se ama en el siglo XXI?
–Se ama con más ansiedad que con angustia. La ansiedad es una reacción que nos hace actuar compulsivamente, que nos lleva a buscar efectos que controlar, que nos hace dependientes de las seguridades, mientras que la angustia es el afecto de la pérdida, no porque hayamos perdido algo, sino porque lo damos por perdido para poder tenerlo, porque implica la renuncia a la posesión. La angustia a veces se transforma en tristeza, cuando algo no se arma, no termina de salir, pero nos deja también la experiencia de haber vivido. Si tuviera que resumir una coordenada que creo que es la más común para situar el sufrimiento amoroso hoy en día, diría que es poder vivir la ausencia del otro sin interpretarla como que no está. Y es algo que hoy nos cuesta muchísimo, cuando muchas veces desesperamos para saber qué quiere el otro, con la expectativa de que nos dé signos de su presencia, por ejemplo, a través de las redes, que propician un contacto permanente, pero con poco encuentro. Hoy se sufre más por la soledad que por el deseo.
“Si un psicoanalista no sabe que Freud inventó el primer método para combatir la misoginia interiorizada, no sabe de qué trabaja”.
Luciano Lutereau
PSICOANALISTA
–Hacia el final, contás que querés volver a escribir novelas, ¿qué tipo de historias estás escribiendo? ¿De diván?
–Siempre escribí ficción, pero un día dejé de publicarla. En este tiempo, empecé a escribir una serie de cuentos sobre esas cosas que les pasan a los analistas y que los pacientes no se imaginan, porque nos idealizan demasiado. Por ejemplo, hace poco, estuve con la escritura de un cuento en el que un analista se da cuenta de que la mujer de la que se enamoró es la amante de uno de sus pacientes, ¿qué hace entonces? ¿Se lo dice? ¿Cómo hace para que el planteo de la interrupción de ese tratamiento no sea una venganza por el modo en que el tipo trata a la mujer que él ama? Desde un punto de vista moral, todo se resuelve fácil, pero la vida es mucho más compleja, tiene más matices y por eso es más hermosa, sobre todo, si no nos dedicamos a juzgar a los demás y nos animamos a vivir los conflictos en que nuestro deseo está implicado.
Lutereau Básico
Buenos Aires, 1980. Es psicoanalista, Doctor en Psicología y Doctor en Filosofía por la UBA, donde trabaja como docente e investigador. Coordina la Licenciatura en Filosofía de UCES. Es autor de más de 20 libros, entre ellos, una trilogía sobre los vínculos en el siglo XXI, cuyo último tomo acaba de publicarse: El fin de la masculinidad (2020), Esos raros adolescentes nuevos (2019), Más crianza, menos terapia (2018). Otros títulos de su autoría son Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres (2017) y Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina (2016).
Fuente: Clarín