Cuando Ángela Leiva nació -el 11 de septiembre de 1988- la movida tropical iba camino a una era dorada, más bien flúo, acompañada por lo que sería la Argentina del sushi con champagne y el dólar/peso uno a uno. Tiempos de Gladys Nelly del Carmen cantando como Gladys la exuberante, a punto de mutar en «La bomba tucumana». Días de Ricky Maravilla firmando contratos para cantar en fiestas del jet set del verano ’89 en Punta del Este, de Lía Crucet avasallante, de Adrián y Los dados negros.
La mudanza desde su Tandil natal a Lanús, a sus ocho años, tuvo de fondo la música de Gilda. Miriam Alejandra Bianchi había muerto en una ruta -la 12, rumbo a Chajarí, Entre Ríos-, pero en Buenos Aires ya era inmortal, al ritmo de No es mi despedida. En la nueva casa, Ángela oía esa vocecita dulce y proyectaba la suya. Adioses, transformaciones, metamorfosis. Algo quedaba atrás, algo nacía.
Leiva cree en los milagros, en la influencia de esa santa de las bailantas, no canonizada por la entidad eclesiástica, pero sí por el pueblo. Cómo no creer en lo imposible si Ángela logró cantar cumbia en Londres contratada como estandarte de una peña boliviana en Inglaterra. Su caminito silencioso la llevó hasta Estocolmo.
De Tandil a Lanús y de Lanús al mundo, Ángela Leiva.
La construcción de Ángela en un mundo monopolizado por hombres podría ser el gran trailer de su película. Cómo se abrió camino a la par de emblemas masculinos como Antonio Ríos y cómo llevó la marca Leiva de gira por los Estados Unidos.
Ángela María parece fluir por oposición a Karina, «La Princesita»: la llaman «La reina», pero prefiere mantenerse lejos de la polémica sobre grados monárquicos bailanteros. Primogénita de tres hermanos, nieta de un constructor de caminos que se afincó en Tandil, creció escuchando a su papá, carpintero, tocar la guitarra. Un casete de «La Sole» contagió esa potencia para cantar. «Yo le robaba a mi tía sus casetes para escuchar en mi walkman», se ríe. «Luis Miguel, Cristian Castro. La cumbia llegó después, cuando papá y mamá se separan un tiempo, él viene a Buenos Aires a trabajar, se reconcilian por teléfono y todos nos mudamos».
En el sur bonaerense sonaban fuerte Leo Mattioli, Los Charros, Dalila. La atmósfera iba impregnando a «Angi», que cursaba la primaria en el colegio 52 de Temperley. «A los 12 una profesora de Ciencias sociales y música propuso armar un coro. ‘¿Quién se anima a cantar?’, preguntó. ‘Leiva, Leiva, Leiva’, cantaban los chicos. Yo era muy tímida y empecé a ser Angelita la revelación, la estrellita del barrio. Nos habíamos mudado de nuevo, esta vez al barrio San José».
Angela Leiva de niña, junto a su hermano en los ’90.
A los 15 años conoció a un grupo de músicos con los que empezó a cantar en cumpleaños. «‘¿Querés probar con una canción de Gilda?’, me dijeron. Cuando me escucharon, me avisaron: ‘Vos no te vas más de acá’». Así arrancó la era de Angie y Los fieles, tres años de no ganar dinero, pero sí experiencia ante el público, de subirse a la camioneta de su papá surcando el Conurbano. «Eran todos varones y yo la nena a la que cuidaban. Funcionaba como la sargento de la banda, la que decía qué hacer. Mi padre me acompañaba a todos lados, nos llevaba adonde fuera».
Con la mayoría de edad de Leiva, Los fieles se disolvió. Una mañana, mientras Ágela escuchaba la FM de Pasión de sábado, se enteró de un casting de cantantes. «Mamá quería que me anotara y le dije que no. Me autoboicoteaba. Me daba mucha vergüenza. Pero un amigo me convenció, fui hasta la radio, en Avellaneda, canté, gané, y así comenzó mi carrera profesional en 2008, cuando grabé mi primer disco».
Ángela Leiva de bebé, junto a sus padres.
En 2009 debutó en la pantalla de América y a los seis meses ya estaba habituada a las giras. «El primer tiempo fue raro, venían los vecinos a golpear las manos a casa, a preguntar por mí para que sus chicos se sacaran una foto. En ese momento el único ingreso de la familia era el mío, mi papá se había quedado sin trabajo y vivíamos de lo que yo generaba. Pero me pagaban poco y me abrí, me lancé sola con el que después fue mi pareja. Y hubo venganza».
-Desde adentro, ¿viviste esa parte turbia de la que se habla, del negocio bailantero con ciertas reglas de censura, de zonas en las que hay que pagar un «peaje» para cantar?
-Sí, yo viví censura, represalias, me quisieron hacer desaparecer artísticamente cuando me independicé. Cuando escucho «la mafia en la movida no existe» digo sí, existe. Una pseudomafia, que no es como la ves en la películas. Pero también sentís que las mujeres hoy tienen voz y voto, que pueden denunciar, que son más escuchadas que antes.
Angela Leiva, la cantante de cumbia a la que apodan «La Reina».
-¿Qué ves en vos que podría emparentarte con Gilda?
-Entiendo que las comparaciones son fáciles si hacés el mismo género. Para mí ella es única y es un honor cuando me comparan. Algunos dicen que mi energía es parecida. A mí me encanta homenajearla, me acompaña como modelo, siempre la llevo a mis shows. No es mi despedida, es mi cábala. Digo la letra y se me pone la piel de gallina.
-¿Creés que la mirada despectiva de ciertos sectores cambió en la cumbia desde que eras chica a hoy?
-Sí, hemos logrado hacernos respetar, llevar nuestra música al mundo. Los noventa fueron una gran época para la cumbia, había una estética característica y había de todo, desde inventos hasta buenos músicos. Siento que estamos marcando una época parecida que va a quedar en la historia del género.
Junto a Brian Lanzelotta en «Cantando 2020». (Foto: Jorge Luengo).
La obra de Leiva comprende canciones prestadas y canciones propias con un claro patrón: el desamor. Sus covers de Fuera de mi vida, de Valeria Lynch, u Once mil, de Abel Pintos, revientan de reproducciones las plataformas. Su repertorio queda resignificado tras la violencia de género que denunció luego de la separación de su productor y ex novio, Mariano. «Fueron ocho años de que manejara mis contratos, me enamoré y se empezó a mezclar todo. Yo no estaba empapada del negocio y al principio todo era color de rosa», advierte.
«Le entregué a él mi carrera. La relación empezó a ser tóxica, me quería separar, no era feliz, y empezó la violencia psicológica», cuenta. «Al haberle dado las riendas de todo, él me intentaba convencer de que sin él yo no era nada. Tardé tres años en separarme. Puse abogados, tuve que pagar deudas que no eran mías. Empecé otra vez sin nada. Solo me llevé mi ropa y el televisor. No tenía adónde ir, mi mamá había fallecido, mi padre había vuelto a Tandil. La perimetral que pedí sigue en vigencia».
Ángela Leiva (Foto: prensa)
En Bolivia, donde la voz de Ángela es furor, se le abrieron las puertas de la conducción en un ciclo de talentos. «Nunca viví allá, aunque en todos lados figura que sí. Yo viajaba cada domingo, hacía el programa y volvía a tomar el avión. La comunidad boliviana posibilitó que cantara en tantas partes del mundo, que hiciera gira por España, que llevara mi cumbia a Nueva York. Hasta me llamaron de Japón, pero no acepté por temor a no entender nada y estar sola».
Entre los shows más vibrantes que recuerda, Ángela cita aquel de las eliminatorias 2014, en Bolivia, antes del partido de Argentina- Bolivia, frente a Lionel Messi. Cantó el himno y «en todo el estadio hubo un silencio mágico de respeto».
El torbellino A.L. no tiene rituales antes de salir a escena, pero confiesa que cada vez que mira a la multitud que se concentra en sus shows -o que se concentraba sin barbijo antes de la era Covid-19- «ve» a su mamá, como un espejismo, vivándola. «Ella era mi fan número uno, la que elegía verme desde la tribuna, como una fan. La extraño». De eso se trata, en parte, el éxito de su interpretación honda, casi pimpinelesca: de cantar con el pasado encima, de exorcizar con la cumbia el dolor a cuestas.
Por streaming desde el Astros
Ángela se presentará el 7 de noviembre desde el Astros con Mi vida en canciones, show de repaso de su carrera. las entradas ya se pueden adquirir mediante Ticketek y tienen un costo de $500 pesos. Produce Dabope. Las entradas cuestan 500 pesos y se consiguen en Ticketek.
Fuente: Clarín