Cinco naves y 234 tripulantes partieron un 20 de septiembre de 1519 del puerto de Sanlúcar de Barrameda, al sur de España, con el objetivo de encontrar una ruta comercial de especias y un paso, un punto de unión entre los océanos Atlántico y Pacífico. Tres años después, el 6 de septiembre de 1522, solo una de las naves regresó a España, con apenas 18 tripulantes a bordo: con su retorno, Victoria, tal el nombre de la embarcación, se convirtió en la primera en dar la vuelta al mundo, marcó un auténtico hito en la historia de la humanidad, y no sólo eso, sino que también introdujo un significativo cambio en la concepción que se tenía de la Tierra hasta el momento.
Lo que pasó en esa travesía, lo que aquellos hombres vieron, lo que descubrieron, lo que sintieron, lo que pensaron quedó registrado en el cuaderno de bitácora de Antonio Pigafetta, un erudito italiano que se unió a la expedición del portugués Fernando de Magallanes, capitán al mando de la travesía que murió en el camino, y uno de esos 18 hombres que regresó al punto de partida, esta vez bajo el mando de Juan Sebastián Elcano. El texto original se perdió, pero sobrevivieron cuatro manuscritos posteriores que atesora la Universidad de Yale.
De gran parte de los relatos de Pigafetta, que desde entonces han circulado en diversas ediciones, se inspiraron Mariana Ruiz Johnson y Alejandro Farias para crear El viaje alucinante, un libro ilustrado en blanco y negro –editado por Loco Rabia, con el apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) como parte de las celebraciones por los 500 años de aquella gesta– donde recuperan la mirada asombrada de aquellos hombres que a cada paso conocían un mundo totalmente ignorado por ellos. La presentación es este martes a las 19 por el canal de Youtube del CCEBA.
«El viaje alucinante», de Alejandro Farias y Mariana Ruiz Johnson, con apoyo del Centro Cultural de España en Buenos Aires (Loco Rabia, $450 ó $150 ebook).
Navegando siempre hacia el oeste y hacia el sur, aquella travesía tocó las costas de Tenerife, Sierra Leona, Río de Janeiro, el Río de la Plata (por entonces, Río de Solís), la Patagonia, Tierra del Fuego, el océano Pacífico, las islas Filipinas, Sumatra y las Molucas, el Cabo de Buena Esperanza y las Islas de Cabo Verde. Cada desembarco, una aventura nueva. Paisajes, especies animales, especies vegetales, costumbres de las poblaciones con las que estos marinos se iban encontrando están ilustrados por Mariana Ruiz Johnson y guionados por Alejandro Farias, una dupla artística, creativa y de trabajo constituida a fines del año pasado tras conocerse en la Feria del Libro de Vicente López.
“Tomando como punto de partida los testimonios de la época, y entendiendo el drama humano y político que trajo consigo este choque de culturas –y que la historia aún se encarga de analizar y resignificar–, nos enfocamos para crear esta obra en el asombro que sintieron esos navegantes ante la singularidad de una tierra que era nueva para ellos”, advierten los autores en la introducción, en tanto que agregan “este libro no es para aquel que busca una interpretación fiel a la historia; es, por el contrario, una versión libre y poética con la que intentamos recrear los efectos que la novedad y lo maravilloso imprimió en esos hombres”.
La ilustradora Mariana Ruiz Johnson. Foto gentileza de la autora.
Ponerse en los pies y en la cabeza asombrada de esos europeos que iban a conocer el mundo fue la guía de trabajo para los autores, que dividieron el libro en cuatro partes: «Observaciones en altamar», «Sobre la fauna», «Sobre la flora» y «Sobre los nativos, usos y costumbres».
Alejandro Farias estuvo a cargo del guion y de la adaptación de la historia. “Estos hombres querían dar la vuelta al mundo, algo que no se había hecho hasta el momento y no sabían bien con qué se podían encontrar. Iban descubriendo palabras, objetos, animales, plantas, frutas, que nunca habían visto. Por ejemplo, se encuentran con un árbol, el sándalo, que envenena mucho. Para la población local que cae enferma, se debía a la presencia del diablo. No así para los europeos, aunque tampoco sabían qué era lo que pasaba”.
“Siempre me pareció un momento tan extraño y potente como la llegada de extraterrestres a la Tierra: el choque de dos culturas y mundos, con todo el asombro y la tragedia que eso significa, con toda la mezcla de hipérbole, mitos y verdades nuevas que trae en consecuencia”, considera Farias hacia el final de la obra.
El escritor y guionista Alejandro Farias. Foto gentileza del autor.
Para Mariana Ruiz Johnson fue un desafío, no sólo porque hasta este libro había ilustrado únicamente publicaciones para chicos, sino también por la extensión (139 páginas) y la técnica (tinta china con pincel, todo en blanco y negro, cuando en sus trabajos predomina, en general, la paleta de colores). “Hice todo un trabajo de documentación de imágenes de la época, del 1500 en adelante, de crónicas de viajes y otros relatos, y traté de usar una imagen que imitara un grabado en chapa, tal como eran las ilustraciones que se hacían en aquella época, cuando en realidad lo hice a pincel”, explica la dibujante, premiada en 2013 por su libro Mamá, traducido a diez idiomas.
“El libro –detalla– trata de reproducir una posible versión ilustrada del diario de Pigafetta, que, de haber existido, tendría estas características, de ‘grabado’ en blanco y negro. De hecho, reproduje y me inspiré de grabados anónimos medievales y los adapté a la narración de este viaje”.
Los Fuegos de San Telmo son un fenómeno natural que se da las noches de tormenta en altamar. Ilustración de «El viaje alucinante», de Alejandro Farias y Mariana Ruiz Johnson.
Y suma: “El diario de Pigafetta, además de ser un testimonio histórico, que sirve para recrear y reconstruir lo que sucedió en ese viaje y un testimonio de observación, es una obra literaria, en el sentido de que había una mirada y un pensamiento mágico de la época que imprime una cuestión más metafórica o mágica o fantasiosa sobre el mundo. Tiene cosas llamativas desde el uso del lenguaje y esa parte también queríamos rescatar, transformar un testimonio histórico en una obra estética”.
Puesto a darle forma a esta historia, mezcla de historieta, novela gráfica, manual de historia, de botánica, infografía o cuaderno de viaje, Farias revela que él mismo se asombró al descubrir que los movimientos actuales de subir y bajar telones en un teatro y de manipular la parrilla de luces tienen su origen en aquellos marinos genoveses que, al decaer la actividad marítima, se volcaron al trabajo en los teatros y aplicaron sus conocimientos.
Entre los descubrimientos que asombraron a los viajantes de aquella travesía están el Fuego de San Telmo, un fenómeno lumínico que se da en los mástiles de los barcos, en plena altamar cuando hay tormenta. O los peces voladores. O contemplar por primera vez la Cruz del Sur. Y hasta el pingüino patagónico, desde entonces, pingüino de Magallanes. “Existen en tal abundancia y son tan mansos que en una hora cogimos provisión abundante para las tripulaciones de las cinco naves”, retoma el libro del diario de Pigafetta.
El encuentro entre culturas: los Patagones fueron llamados así por Magallanes debido a que eran percibidos como «gigantes». Ilustración de «El viaje alucinante», de Alejandro Farias y Mariana Ruiz Johnson.
O incluso, el cruce del estrecho que hoy lleva el nombre de Magallanes y que une los océanos Atlántico con Pacífico, en el sur austral de Chile. Justamente, el próximo 21 de octubre se cumplen 500 años desde que Magallanes y su tripulación entraron en la bahía que 38 días y 565 kilómetros después desembocaría en el océano que el capitán portugués nombraría como Pacífico. “Magallanes acertó finalmente el camino del estrecho. Después de eso llegamos al pie de unas sierras nevadas, donde esperamos a su primo cuatro días. Durante la espera cogimos mucho apio, que lo había mucho y muy bueno y muy crecido. Lo echamos en vinagre y así lo conservamos un largo tiempo”, cuenta Pigafetta.
El pingüino patagónico o pingüino de Magallanes. Ilustración de «El viaje alucinante», de Alejandro Farias y Mariana Ruiz Johnson.
Y Alejandro Farias completa: “Hoy día se cree que el consumo en grandes cantidades de este apio dulce que recolectaron en la zona de Cabo Deseado ayudó mucho a reducir la cantidad de casos de escorbuto entre la flota. Esta enfermedad era muy común entre los marinos y se producía por la carencia o escasez de vitamina C”.
Fuente: Clarín