La antología de cuentos se llama El puente y su armado responde a un objetivo que el tucumano Fabián Soberón, escritor y crítico a cargo de la selección y el estudio preliminar, se propuso desde un primer momento: reunir a los autores más sobresalientes entre los nacidos en su provincia, y pertenecientes a distintas generaciones. El volumen reúne finalmente 25 cuentos de estilos y temas diversos, cuya búsqueda deparó un hallazgo inesperado: un cuento inédito de Tomás Eloy Martínez, titulado Noticia de Vicente Barbieri, que había sido publicado originalmente en La Gaceta Literaria en 1952 pero que, después, estuvo extraviado por décadas.
Así lo reconoce uno de los hijos del escritor y periodista tucumano, Ezequiel Martínez, en un video en el que señala que el material «nos trae noticias de aquellos inicios en que Tomás Eloy Martínez ganaba premios por sus cuentos y poemas, cuando tenía 16 o 17 años, así como de su faceta de cuentista, una de las menos conocidas. Este es probablemente el primer cuento publicado por mi padre en toda su vida de escritor«.
Cuando con motivo del 80 aniversario del nacimiento de su padre, el propio Martínez hijo compiló todos los cuentos del autor de Santa Evita en un volumen titulado Tinieblas para mirar, no incluyó el cuento porque ni siquiera él había podido dar con este texto perdido, que a continuación se reproduce.
El trabajo de búsqueda de Soberón se había iniciado una mañana de 2009, en que un amigo escritor le preguntó por los novelistas de su generación, en Tucumán: «Me quedé tieso», admite él. «No sabía qué responderle. Le dije que no conocía a ninguno, que los que había leído estaban muertos o sólo publicaban en otros lugares. La verdad es que, hasta ese momento, no conocía a nadie de mi generación.»
Pero el eco de la pregunta quedó reverberando, cuenta, y esta antología es una respuesta a aquella conversación que habían mantenido los amigos en la Plaza Independencia.
Así, inició el repaso de los mejores narradores tucumanos, no por un afán geográfico –la literatura no tiene nada que ver con la geografía, subraya él- sino por una curiosidad personal y como una formar de armar un mapa íntimo y público de aquellos «que viven en la esquina de mi casa y que, al mismo tiempo, escuchan las sirenas de la tradición rusa, norteamericana o islandesa».
Fabián Soberón, escritr y crítico /Gentileza de La Gaceta (Enrique Galindez)
Aunque empezó rastreando a los autores más jóvenes, a los que tenía mas a mano, el crítico pensó después que era mejor establecer un puente entre las generaciones: «La reunión de autores tiene otra música si tocan juntos los más viejos y los más jóvenes, los ‘consagrados’ -¿qué es la consagración en una provincia invisible?, también me he preguntado-y los desconocidos», escribe en el Prólogo de su libro.
El puente incluye finalmente algunas perlas inesperadas: un cuento de Sara Rosenberg, otro de Elvira Orphée y un tercero de Juan José Hernandez, que se acompañan de ficciones de autores más jóvenes nacidos en la provincia. Los consagrados conviven con los nóveles, y entre todos confirman que el paisaje no es necesariamente una condición determinante para la literatura.
«En todo caso -señala Soberón-, los autores inventan a partir del lugar que perciben, un mapa imaginario y real hecho de obsesiones y silencios, poesía y ritmo. Pero la cuestión estética de una novela o de un cuento sigue siendo la modulación del tiempo, la música de la prosa, la construcción de la trama.»
La portada de la antología «El puente», que tiene lazos con la producción cuentistica de los escritores tucumanos.
Otro mito que derriba el autor es la idea -«ridícula y perimida»- de la dicotomía entre campo ciudad: «La antigua tesis que sostenía que Buenos Aires es la ciudad y que las provincias implican el campo es una hipótesis obsoleta y reduccionista -plantea-. En el llamado ‘interior’ (esta denominación es una simplificación desmesurada: no creo que exista una esencia o una entelequia llamada ‘interior’) hay ciudades diversas y cosmovisiones heteróclitas. Y, si bien las ciudades provinciales poseen rasgos comunes, también tienen diferencias notorias. O sea, la idea misma de ‘interior’ es simplificadora.»
Y se pregunta, en este sentido: «Borges escribió que los escritores argentinos –como los judíos y los irlandeses– estaban en mejores condiciones para asimilar la tradición universal porque conformaban los márgenes de la cultura europea. Partiendo de esas ideas, ¿qué pensaríamos sobre un escritor del ‘interior’? Si seguimos la lógica del ensayo, ¿los escritores que viven en los márgenes de la Argentina están en mejores condiciones para asimilar o procesar la tradición cultural de la Argentina y del mundo?». Preguntas a las que, indirectamente, intenta responder su libro.
Noticia de Vicente Barbieri
Por Tomás Eloy Martínez
En el parque de diversiones me esperaba el Desconocido. Estaba de pie, junto a la puerta de entrada. Su libro del mes de noviembre trasladaba todos los rostros a la penumbra.
“Me voy a lo de Barbieri”, le dije. “Usted es su amigo; puede acompañarme”.
El Desconocido hojeó el enorme tomo de las citas y respondió: “Ya me he burlado bastante de él. No, nunca iré a visitarlo. Ninguna de mis anotaciones lo registra. Usted puede decirle que las otras veces le he mentido”.
Esa, pues, era la experiencia del misterio. Barbieri resucitaba siempre. Pero yo no le diría una palabra de aquel secreto. Iba a quedarse muy triste.
Cuando llegué a su casa, él estaba solo, en una esquina de la habitación, junto a los amigos maravillosos. Nolca tocaba las costas de su frente, ese borde lunar.
Entonces, Barbieri me habló de su soledad y de pequeños crepúsculos. Pero desapareció súbitamente. Un lejano compañero lo sustituía. Alguien debió soñarlo en ese instante. Y ya no lo vi más entero, navegable. Sólo su alto contorno, la llama de sus pies, su voz elemental. Macedonio Fernández apareció y dijo: “Todos conocen a Vicente cuando están muertos. Quién sabe dónde ahora aprieta él las manos del aire y sonríe”.
Barbieri quedó preocupado; quería desmentir todo eso. Habló de los vivos: “Ardiles Gray, era delgada grieta… Galán, con su otra niña del asombro”.
Pero yo ya no le creía. Imaginé que a él tampoco le importaba sentirse descubierto. Que nada de eso destruía su tiempo de poeta.
Irma Ester había llegado. Inadvertidamente tocó la barba encendida de Endimión. Y una apretada luz quedó danzando, absorta, entre las cosas.
Fuente: Clarín