Dejó de usar camisas, pantalones formales, polleras y vestidos. Nunca más se calzó un jean. Toda esa ropa que Luisa Herlax iba rotando para ir a trabajar a la oficina va a cumplir cinco meses sin salir del placard. «Fue un vuelco total. Al principio de la cuarentena me ponía camisas para las reuniones de Zoom, pero después me di cuenta que no era necesario. Me visto todos los días como lo hacía antes solamente los fines de semana. Quiero estar cómoda. Sweaters, pantalones amplios y de telas suaves; calzas, remeras de manga larga y zapatillas», cuenta Luisa, que todos los días cuando se levanta -y como una rutina que también le exige a sus hijos-, se saca el pijama y se cambia.
La cuarentena cambió la forma en que nos vestimos. O mejor dicho, para quién nos vestimos. En el caso de Luisa, que es abogada y solía tener reuniones en distintos ámbitos, su prioridad a la hora de elegir qué ponerse tenía que ver con la actividad del día, con el contexto de la situación y la relación con otros. Podía verse elegante, clásica o a veces un poco más casual. «Ahora la prioridad está en el confort. No me importa otra cosa que estar cómoda, relajada. También verme bien, pero sin exigencias», agrega Luisa, que a pesar de que reconoce no haberse comprado casi nada durante este tiempo, repuso algunas prendas puntuales, como tops deportivos y pantalones estilo yoga.
Para habitar el encierro, coinciden las expertas en moda, la ropa tiene que tener ciertas características. Y si la moda es también un discurso social y un hecho cultural determinado por una época, no puede quedarse afuera de los cambios que impuso en la vida diaria el aislamiento social y obligatorio. Quizás en algunos años, especulan, se convierta en un tópico de estudio en la facultad. Algo así como una asignatura que repase los hitos de la moda en la época de la gran reclusión y el coronavirus.
«La moda es un discurso, siempre contamos algo a través de la vestimenta. Es una proclamación de quiénes somos y un sistema de signos para reconocernos ante otros. Y lo que hoy pasa es que ese otro al que le reclamamos la mirada no está -dice Patricia Doria, diseñadora de indumentaria y directora del área Moda de la Universidad de Palermo, de la que se desprenden siete carreras distintas-. Estamos encerrados, algunos más ansiosos, otros asustados. Y como el afuera se presenta más hostil y agresivo, elegimos para estar dentro de nuestras casas ropa que nos reconforte. Dejamos de lado el jean, que es una prenda para la batalla, que resiste al roce y no se rasga fácilmente para cubrirnos con textiles más suaves, que nos mimen, nos abracen. ¿Quién va a elegir usar un pantalón de cuero en estos días? Hoy ganan los materiales que nos acercan al seno materno, que nos hacen sentir más cómodos y protegidos, como los algodones y las lanillas».
Como una adelantada a la época, siempre en vanguardia, los diseños de Mariana Cortés, creadora de la marca Juana de Arco, tienen una premisa: son aptos yoga, lo que se asocia con conceptos como calidez, comodidad y nobleza de las telas. Las prendas de Cortés son únicas, nunca hay dos iguales, pero todas respetan el mismo espíritu. «Hay una expresión que se usa mucho en textil cuando decimos ‘la mano’, y para transitar la cuarentena no hay nada más apropiado que una mano confortable, con una composición de algodón y un poco de spandex. Prendas que nos den movilidad. Lo que algunos llaman homewear, o diseños que se parezcan más a un pijama para salir a la calle. Yo lo sostengo desde hace más de 20 años, pero ahora la gente comenzó a darse cuenta de que esto se relaciona con la idea de vivir el interior, el momento presente. Prendas bien construidas, amigables con el cuerpo, que duren mucho, y que sean atemporales».
Prendas comodines
Rota entre tres y cuatro conjuntos. No más que eso, porque dice que para estar todo los días en su casa, trabajar y sentirse cómoda no necesita más. Eugenia Santarelli es empleada en una dependencia del Estado, y retomó las tareas de la oficina recién la semana pasada. Su vestuario actual, como denomina Cortés a los básicos de la cuarentena, se basa en prendas comodines. «Tengo tres pantalones y calzas, dos buzos y algunas remeras que voy rotando y armando mis conjuntos para estar en casa. Porque hoy lo que usamos es multipropósito, quiero decir que durante el día hacemos muchas cosas al mismo tiempo. Cocinamos, limpiamos, trabajamos, nos reunimos por Zoom, somos maestros de nuestros hijos; y la ropa que uso tiene que ser funcional a todo eso.Puedo usar siempre lo mismo, pero no tiene nada que ver con tener el pijama puesto todo el día», explica Santarelli.
Cortés agrega: «Es todo más monótono. No nos vestimos para seducir, buscamos estar cómodos y abrigados. Aunque más allá del invierno, hay algo de la distancia social que también transmite una sensación de frialdad e indiferencia. No nos podemos abrazar con la gente, y nuestra segunda piel es la ropa. Por eso buscamos que eso que nos viste también nos nutra, como un mimo».
Con respecto al pijama, la diseñadora concluye: «Levantarse y vestirse es parte de una rutina. Hay algo de estar en pijama todo el tiempo que se lo puede asociar con el concepto ayurvédico kapha, que se relaciona con una energía que está estanca, no se mueve, muy para abajo. Pero en este momento es importante sentirse liviano, vital y despierto».
«La espontaneidad es una mueca consensuada»
Turquesa Topper es la coordinadora académica de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UADE, y cree que la moda como fenómeno cultural que excede a la dinámica del vestir, y jamás podría permanecer ajena a los paradigmas del nuevo tiempo, ya que se trata de una de las manifestaciones más permeables de la cultura y la vida contemporánea. «Es así que la intimidad o el espacio designado para la misma se ha reconfigurado. Si bien podríamos pensar que el espacio de la intimidad está signado en ciertos segmentos socio culturales por el confort y el desprejuicio vinculado a la libertad, la visibilidad de las redes y el intercambio de un permanente bienestar han activado la producción del diseño al que refería Boris Groys [filósofo y crítico de arte alemán] y la implementación de aquellas tecnologías del yo, que anticipadamente concebía Foucault», reflexiona Topper, que apunta a la espontaneidad como una mueca consensuada que también propicia el consumo.
«Esa redefinición del hogar hoy es el espacio privilegiado para consolidar estereotipos que nos exigen no aislar el disfrute, sino incorporarlo como emblema de autenticidad. Habitar el encierro demanda la visibilidad del bienestar, donde la percepción de formalidad ha sido desacralizada». La moda, opina Topper, que siempre operó desde la caducidad temporal, ahora está arrinconada al espacio doméstico, a lo cotidiano. «La aparente comodidad, la estimulación al confort son síntomas de la irreversibilidad de un acontecer incapaz de diferenciar el espacio interior del exterior, la intimidad de la sutil y falaz exhibición».
Para los expertos en nutrición, la moda también debió adecuarse a las nuevas líneas de un cuerpo en cuarentena, que para la doctora Mónica Katz, fundadora del equipo de Trastornos Alimentarios del Hospital Durand, tiene un costado positivo, y un riesgo latente. «Al no estar tan expuestos a la mirada del otro aflojamos la exigencia con respecto a nuestra imagen corporal. El tema es que la cuarentena también nos expuso a comportamientos de riesgo para la salud en términos de ganancia de peso. Nos movemos menos, hay más picoteo emocional, estrés, incertidumbre y más comidas de confort, así se llaman a las preparaciones que recrean banquetes de cumpleaños o recetas calóricas de la infancia, y esto está engordándonos», afirma Katz.
De hecho, según un estudio que realizó la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN), el 80% de los argentinos aumentó de peso durante la cuarentena. ¿Cuánto? Durante los primeros dos meses, la mayoría subió entre un kilo y medio y tres.
En la moda que debe ajustarse, o más bien acoplarse, a la nueva figura de un cuerpo en reclusión, también se diluyen las líneas. «La silueta se pierde, en el sentido de líneas que contienen, porque estamos desbordados en medio de una pandemia, como en una guerra invisible que nos pide estar escondidos. Volver a recuperar el contorno y sostenerlo se vuelve fundamental. Y la moda siempre ayuda, porque desdramatiza», concluye Doria.
Fuente: Soledad Vallejos, La Nación