El detrás de escena del video viral y la vida de la mujer que tuvo que dejar la escuela a los trece años para trabajar
Se animó a sacarle la guitarra. Había madurado la idea suficiente tiempo. Temía hacerlo porque es el instrumento de trabajo de Carlos, su marido compositor, y su herramienta de esparcimiento los fines de semana. “Se la tuve que extirpar quirúrgicamente”, dijo en chiste. En realidad, la maniobra fue más sencilla y determinante: “Le dije me la llevo y me la llevé”.
Ese sábado 1 de agosto, Carlos no pudo componer. Adriana, en cambio, volvió a cantar en público. Lo hizo en el polideportivo Juan Domingo Perón de González Catán, un microestadio recostado a la vera del kilómetros 32 de la Ruta 3, en el partido de La Matanza. Lo hizo sin saber que la filmaban, sin saber que Fito Páez se encargaría de difundirlo.
“Este video me llegó hoy a la mañana. Adriana Fernández, es la médica que toca la guitarra y canta, como los dioses, esta preciosa versión de El amor después del amor”, publicó Fito Páez en su cuenta de Instagram, once días después de ese sábado.
El video muestra a una mujer de espaldas, vestida con ambo azul, lentes, pelo largo y marrón, con su pierna derecha flexionada y apoyada sobre un borde de cemento que sirve de regazo para su guitarra criolla. No se le ve la cara. Lo que se ve es un playón deportivo acondicionado para albergar enfermos de COVID-19. En vez de arcos, aros o redes, hay boxes, divisores blancos y otras médicas. Y se distingue la potencia de una voz que asegura, enfáticamente, que nadie puede ni debe vivir sin amor.
Antes había interpretado Amor equivocado de Fabiana Cantilo. Su primera intervención fue una sorpresa. Le dio tiempo a la audiencia a tomar el celular y grabarla. Para cuando llegó el final de la canción de Fito, ya varios la estaban filmando. “Me costó un poco porque hacía mucho que no cantaba y menos para tanta gente. Me puse muy nerviosa”, admitió. Hacía tiempo que quería hacerlo: era cuestión de adquirir coraje para cantar y para robarle la guitarra a su marido.
Adriana, de blanco y en el medio de la foto, en familia. Juntos celebraron los siete años que le costó recibirse de médica, a sus 58 años. “Felicitaciones por tu esfuerzo y dedicación, te amamos”, dice el cartel
La infraestructura del lugar era perfecta y la situación la validaba: “La acústica del estadio es buena y encima los médicos estamos en un piso más arriba en la cancha del poli. Les dije que les quería cantar unas canciones porque sé que el encierro es triste, porque sé que estar alejado de la familia es penoso”. No pidió permiso. Solo interpretó que su recital de menos de diez minutos podía ser útil. Bien lo contó Fito Páez en su publicación: el único recurso de ocio de su público es el teléfono celular. Adriana Fernández animó con su voz a un grupo de pacientes sospechosos de coronavirus.
Lo hizo ese sábado, el lunes siguiente y el próximo sábado. “El último lunes no canté porque había entrado un familiar de una persona que había fallecido el día anterior y me pareció inapropiado”, reparó. Interpretó también Un millón de años luz de Soda Stéreo y Querido Coronel Pringles de Celeste Carballo. Por día canta dos temas: “Me esfuerzo para que se escuche hasta el fondo. Pero como hace mucho que no canto, mi garganta se encarga de recordármelo”. De esa primera vez, la vez que se volvió viral con dos semanas de demora, recordó: “Cuando comencé a cantar nadie me estaba filmando. Comenzaron a darse vuelta, me empezaron a escuchar y a sacar los celulares”, relató. Menos ella todos tienen un video suyo cantando: médicos y pacientes. Le llegaron mensajes y audios de cariño de todos los costados. Y el comentario de una voluntaria que descartó y recién ahora le adhirió contexto: “Te hice famosa”.
Aunque tiene su sospecha, no sabe exactamente quién la filmó ni cómo ese material llegó a conocimiento del célebre artista de rock nacional: “No sé cómo pasó ni dónde lo subió. No tuve tiempo de hablar con nadie todavía. Pero jamás me imaginaba que iba a llegarle el video a Fito. Jamás me imaginé nada, en realidad”. Lo que sabe es que no dejará de hacerlo y que le gustaría que algunos de las personas que la documentaron le compartan el video.
Una foto de cuando cursaba segundo año de la carrera. La escena es en un potrero de Villa Celina. También visitó un comedero que se llama “Mi esperanza”, donde esos mismos niños siguen comiendo en la actualidad
Abajo, donde antes se realizaban actividades deportivas y se celebraban conferencias, se montó un centro de aislamiento para casos sospechosos que carecen de condiciones para permanecer confinados en sus hogares mientras aguardan el resultado del hisopado. Son personas en transición: se quedan entre tres y siete días antes de ser derivados a sus hogares o hacia centros de internación, según lo dictamine el análisis de las muestras. El polideportivo tiene capacidad para 162 camas y está dividido por género: el espacio de las mujeres es más grande para albergar a familias enteras.
Adriana empezó a trabajar allí hace poco. Porque hace poco fue inaugurado y porque hace poco es médica. Tiene 58 años y vive desde los 2 en La Tablada, donde se instalaron sus padres provenientes de Córdoba. Es madre de cuatro hijos: Luis de 36 años, Melisa de 34, Alejandro de 32 y David de 25. Se recibió en la Universidad de La Matanza el 14 de diciembre de 2019. Trabajó siempre, desde los 13 años. “Empecé sellando bolsas de residuos, seguí atendiendo un despacho de pan, aparado de zapatillas Skipy, celadora de transporte escolar y la lista sigue”, graficó.
En 2010 decidió retomar el estudio. Había dejado la escuela por fuerza mayor: “Vengo de una familia humilde. No pude estudiar antes porque había que trabajar”. Cursó el secundario para adultos, sacó el mejor promedio y le dieron la medalla de Esperanza de la Patria, una tradicional ceremonia que premia desde hace 43 años a más de 600 estudiantes con las mejores calificaciones de cada institución secundaria del partido bonaerense. “No pensé que le sacaría a un joven la posibilidad de ganarse una medalla. Me pareció injusto que los adultos que cursamos menos tiempo entremos en el promedio, pero en fin… Hice el curso de ingreso a la facultad el último año de cursada y entré”, comentó.
La doctora Adriana Fernández junto a sus dos sobrinos durante los festejos familiares de su recibimiento
Hizo la carrera en siete años: uno más que el resto. Pediatría fue la razón de su demora. “Pero acá estoy, ¡llegué!”, celebró. Recién cuando su maternidad y su estabilidad económica le dieron oxígeno, pudo retomar sus estudios. Dejó de trabajar para materializar su deseo: “Medicina me llevó todo el tiempo. No podía trabajar. Tenía a mis neuronas herrumbradas”.
Convertirse en médica era una cuenta pendiente en su vida. La vocación la absorbió de las devociones de su padre, Juan Carlos. “Papá amaba al doctor Favaloro y tenía un libro que me compré hace poco para leerlo de nuevo. Me enamoré de esta profesión después de leer Memorias de un médico rural”, adujo. René Favaloro, en efecto, escribió ese libro por haber ejercido de médico rural en Jacinto Aráuz, La Pampa. Iba a hacer un reemplazo durante tres meses: estuvo doce años. “Allí aprendí el profundo sentido social de la vida. Sin compromiso social, mejor no vivir”, dijo en una entrevista, años después. Llegó en mayo de 1950: era un pueblo de diez manzanas alrededor de las vías del tren y una sala de primeros auxilios. Emigró a Estados Unidos en 1962, interesado en los avances de las intervenciones cardiovasculares: dejaba en Jacinto Aráuz una clínica con 23 camas, una sala de cirugía, un banco de sangre viviente y un legado incalculable en educación sanitaria.
“El acto médico debe estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y renunciamiento”, reflexionó el prestigioso cirujano argentino. En su libro, Favaloro explicó que su estadía en el pueblo le “servía para demostrar cómo el hombre, con esfuerzo, puede desarrollarse y contribuir al engrandecimiento de nuestra patria”. Esa concepción orientó a Adriana. La medicina era la manera que tenía para practicar su esencia: “Quería ser médica simplemente porque siempre me gustó ayudar al otro”.
La publicación de Fito Páez en su cuenta de Instagram y la dedicatoria a Adriana Fernández
Ella es, en verdad, un producto genuino de sus padres. A su papá, además de René Favaloro, también le gustaba la música. Adriana respetó y adoptó los amores de su linaje familiar. “Le gustaba Zitarrosa, Larralde, Yupanqui, Cafrune”, reveló. Él la llevó a que tomara clases de guitarra a los seis años con una excusa superior: “Cuando llegué de la primera clase lo primero que hizo fue pedirme que le enseñara a tocar la guitarra”.
Nueve años después conoció a Carlos, su marido, en un festival. Ella integraba un grupo de folclore. Él uno de rock nacional. El amor brotó de la sencillez de un gesto: “Era una época donde se usaban enteritos de jeans con muchos cierres y mi guitarra se estaba rayando con el bolsillo del pantalón. Él me prestó un pañuelo para taparlo”.
Se casaron cuando ella tenía 21 años, en 1981. El último diciembre cumplieron 38 años de casados. El mismo último diciembre que se convirtió en la doctora Fernández. Nueve meses después, Fito Páez le dedicó una publicación: la bautizó “la médica que toca la guitarra y canta como los dioses”.
Fuente: Infobae