El covid-19 nos deja algunas enseñanzas y reflexiones: queremos más verde, aire limpio y escuchar nítidamente a los pajaritos. Quizá ya tenías ganas de escapar y el aislamiento te dio ese empujón que te faltaba; o tal vez no habías notado que tu casa era tan pequeña, porque casi no pasabas tiempo adentro de ella. La vida en las afueras parece soñada, aunque no tenemos que romantizar tanto esa idea, tiene un montón de contras que a veces no logramos surfear. Lo que sí podemos notar es un estilo de vida muy distinto. ¿Y si volvemos a los pueblos?
¿Por qué vivo acá?
Viajando apretada en el subte, con cortes de luz continuos, con ruidos que no frenan ni siquiera los fines de semana, seguro te hiciste varias veces esta pregunta: ¿por qué vivo acá? El Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) es una región con una superficie de 13.285 km2 compuesta por 41 municipios que concentran la mayor densidad urbana del país. Según el censo nacional de 2010, tiene 14,8 millones de habitantes, el 37% de la población total, más de un tercio. ¿Qué significa esto? Que en poco espacio vive concentrada la mayor cantidad de habitantes de la Argentina. Las políticas geocéntricas del pasado generaron un proceso migratorio hacia el puerto de Buenos Aires que, en gran medida, perjudicó a todo el país. Este modelo quedó obsoleto, superado por los avances tecnológicos. El aislamiento de más de 100 días en las áreas con mayor densidad poblacional evidenció un problema grande: vivimos todos juntos.Ads by
Había una demanda insatisfecha en el inconsciente colectivo, la mayoría quiere ir a la naturaleza, pero todos estábamos metidos en el paradigma de que teníamos que estar de cuerpo presente en la ciudad para tener un salario digno. Desde que se desató la pandemia se están viendo cambios en el mercado inmobiliario, que muestran una tendencia a la búsqueda de propiedades con jardín, en las afueras. En los últimos meses aumentaron las consultas por alquileres anuales o por 2 o 3 meses, de personas que buscaban pasar la pandemia en lugares con algo de jardín y aire libre.
El sueño de la casa propia
Las áreas centrales de las ciudades tienen precios de vivienda que son mucho más elevados. Los valores de los inmuebles (medidos en precio por metro cuadrado) decrecen a medida que nos alejamos, ya que el costo del suelo es menor. Esta diferencia en precios de vivienda es compensada por los costos y tiempos de transporte, dado que los empleos generalmente se han concentrado en áreas más centrales de las ciudades. Hoy el home office puede cambiar esta situación, ya que anula los gastos y tiempos de transporte y permite trabajar en áreas remotas, donde la vivienda y el espacio son menos costosos. Las ciudades mayores no están perdiendo su encanto, sino que los hogares se volvieron casi inalcanzables. La búsqueda de áreas donde el costo de la vivienda es menor puede facilitar una mayor tendencia a la relocalización suburbana, ahora mediada por un cambio de preferencias: el rechazo a la alta densidad, la búsqueda de espacios abiertos y el auge del teletrabajo.
El impulso del home office
Los avances en conectividad alientan a esta localización de los hogares en áreas más remotas. Al desarrollar nuevas rutinas de trabajo remoto, los habitantes de las ciudades empezarán a modificar sus preferencias. El espacio de oficina tendrá una demanda menor, trabajar desde casa será posible y habrá mudanzas a entornos más suburbanos o rurales.
Dentro de la ciudad, es sabido que los tiempos son tiranos, los ritmos son intensos y las corridas y el estrés son una postal diaria. En Europa y en Estados Unidos ya hay un éxodo hacia los lugares más alejados, arrastrados por un cambio de mentalidad: el trabajo es parte de la vida, pero la vida es lo primero. En el mundo, las compañías están avisando que no van a poder tener 7000 empleados en un edificio y que buscan desalentar la idea de empujar a miles de personas en horario pico a utilizar el transporte público para que estén físicamente en un lugar en un horario estipulado. Esa idea, tan normal hasta hace solo cinco meses, ya se considera una mentalidad del pasado que, además, no se puede cumplir. Una de las revelaciones que nos deja el covid-19 es que, para trabajar, no necesitamos poner el cuerpo en tránsito.
En números
En Argentina 92% de la población vive en zonas urbanas.
En Amba se concentra el 37% de la población total del país.
Desde que arrancó la cuarenta, los valores de las operaciones cayeron 30% comparado con los precios de 2019.
Bienvenidos a mi Pueblo
La fundación Es Vicis nació en 2013 con la idea de revertir la tendencia migratoria insostenible hacia las ciudades que se estaba dando. El objetivo era demostrar que en los pueblos rurales se puede vivir haciendo las mismas cosas que hacemos en la ciudad: fabricando productos, dando servicios, vendiendo online o haciendo trabajo remoto con la modalidad home office. Buscaban derribar la narrativa interna de los pueblos que aseguraba que el futuro estaba solo en la ciudad. Armaron un plan para generar una migración planificada. ¿De qué se trata? Pusieron en marcha una prueba piloto en Colonia Belgrano, Santa Fe, y arrancaron por identificar a los postulantes, qué podían hacer y si lo podían desarrollar sin pisar a otro ni degradar el mercado local. La idea era fortalecer y aprovechar las oportunidades, porque descubrieron que los pueblos tienen todo para crecer, pero no lo saben. La prueba fue un éxito: se mudaron 15 familias y muchas otras, gracias a la inspiración de este programa, trabajaron el retorno y volvieron a su pueblo de origen.
Postularte es simple: tenés que ingresar en la página bienvenidosamipueblo.org y completar tus datos. Con esa información, te van a contactar desde la fundación para ayudarte a crear tu perfil, el objetivo es identificar cuáles son los lugares a los que te podrías mudar y empezar a generar la conexión. Funciona como Tinder: las oportunidades del pueblo tienen que matchear con los perfiles.
«Cambiamos metros por calidad de vida»
Cuando Marcela y Alejandro se enteraron de que iban a ser papás, decidieron darle un cambio a su vida y criar a su hija con más espacio y más verde.
«Vivíamos los dos solos en un departamento con un baño, era lindo y cómodo, pero los fines de semana venían los tres hijos de Ale y no podíamos darles la comodidad que ellos merecían. Cuando me enteré de que estaba embarazada, decidimos mudarnos, necesitábamos una casa que tuviera una habitación para los chicos y otra para la beba. Empezamos a averiguar y nos flashearon los precios. Por el mismo valor de nuestro departamento de Villa del Parque, podíamos comprar una casa con un terreno de 800 m2 en Ingeniero Maschwitz, partido de Escobar, a 44 kilómetros de la ciudad. Nos voló la cabeza el aire, el estilo de vida, pero tomar la decisión de alejarnos no fue fácil. La primera vez que vinimos a conocer la casa veíamos que nos alejábamos de CABA y sentíamos como un desagarro. Fue difícil adaptarnos, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que son muy pocas las veces que vamos y venimos, no sentís tanto la lejanía.
Los beneficios de vivir acá son muchos: el estilo de vida, estar rodeados de verde y la seguridad que sentís cuando entrás y salís de tu casa. El motivo por el que decidimos mudarnos fue el espacio, cambiamos pocos metros cuadrados por metros con calidad de vida. Se vive muy distinto, es todo más relajado, casi no se escuchan ruidos y estás muy cerca de la naturaleza, ves crecer los árboles. No teníamos ningún conocido que se hubiera ido a vivir tan lejos, toda nuestra familia está en Capital. Nos vinimos a ciegas y no nos arrepentimos, estamos felices de la decisión que tomamos».
«Esta cuarentena nos empujó al plan de vivir en el centro del país»
Lule Oke es porteña desde que nació: se crió en Flores y vivía en Caballito hasta que la llegada del aislamiento la impulsó a materializar su deseo de irse de la ciudad.
«Hace como un año que venía planeando dejar la ciudad. Cuando se anunció la suspensión de las clases, llamé al papá de mi hijo y le dije que lo mejor era irnos a una casa que tiene mi mamá en San Francisco del Monte de Oro, en San Luis. Es una casa familiar, de veraneo, a la que venimos bastante durante el año. Al otro día nos vinimos. El anuncio de la cuarentena obligatoria nos agarró una semana después de estar acá. Llegamos con todas las precauciones de la urbanidad: mucho alcohol en gel y sin salir de casa las primeras dos semanas. Los vecinos nos miraban raro, como si estuviéramos locos. Acá se vive muy distinto. Yo me dedico a la comunicación digital y a la producción cultural y audiovisual y cuando llegamos se me ocurrió ponerme a investigar historias de personas que habían abandonado la ciudad hacía varios años. Tuve una respuesta que no esperaba, armé un canal de YouTube y en un mes mis videos superaron las 200 mil reproducciones y tengo más de 14 mil suscriptores.
Si bien tenía claro que me quería mudar, esta experiencia le dio un giro a mi proyecto: la cuarentena nos empujó al plan de vivir en el centro del país, en San Luis o en Córdoba. Fue una prueba piloto obligatoria que me permitió despejar dudas y saber que quiero vivir en las sierras. Mi departamento en CABA quedó armado, no me pude despedir de las cosas. Creo que voy a vender todo, porque mi vida se instaló acá».
«Es importante no idealizar tanto»
Hace cuatro años, Clari metió un volantazo: renunció al trabajo y se lanzó a la aventura de cumplir su sueño de vivir en el campo. Pero no todo fue color de rosa.
«Me vine a vivir a San Miguel del Monte en 2016. Siempre me gustó mucho la naturaleza, los animales, mi sueño era vivir en el campo. Vivía en un PH en Villa Urquiza y en ese entonces decidimos, con quien era mi pareja, alquilar un campo para venir los fines de semana. Nos impactó tanto que a los seis meses dejamos los laburos y nos instalamos definitivamente acá. Viví dos años a 7 kilómetros de tierra más allá del pueblo. Estuvo buenísimo, pero costó, me encontré con un contacto extremo con la naturaleza. Hay cosas que viviendo en la ciudad no tenés ni idea de que suceden: acá, por ejemplo, hace muchísimo frío y, al ser una zona rural, no tenés servicios, el gas es envasado. Por más que prendas todo, estás en el medio de la nada. Con el tiempo le fui encontrando la vuelta, pero realmente hace mucho frío. También me costó entender que ahora mi vida depende del clima, porque acá, si llueve mucho, no podés salir por el camino (además de que el auto se te hace pelota constantemente). Y tener a la muerte tan cerca: nosotros teníamos vacas, gallinas, conejos, caballos, ovejas; yo me encariñaba mucho, les ponía nombres a todos y de repente me levantaba y una comadreja se había comido las gallinas. La gente de campo está muy acostumbrada y concibe los animales de una manera muy diferente de la nuestra. Es medio la ley de la selva y yo vivía de duelo en duelo. En la ciudad siento que tenés la ilusión de que controlás todo mucho más; acá la naturaleza decide por vos, perdés el control. Tiene un lado maravilloso, que es ver los atardeceres, los amaneceres, animalitos que nacen, conocés los ritmos de la naturaleza… Pero es importante no idealizar tanto. No es lo mismo cuando vas de visita que cuando estás viviendo. Te tenés que ocupar de muchas cosas: por ejemplo, para calefaccionar la casa, hay que prender el fuego tres horas antes de cuando va a empezar el frío. En la ciudad vivimos en una burbuja de ilusión, en automático, y yo acá aprendí que si quiero algo, lo tengo que planificar con tiempo».
«Los chicos están mucho mejor acá»
María Eugenia, Lucas y sus tres hijos (Julián, de 6 años; Florián, de 3, y Victoria, de 1) se fueron de la ciudad cuando se decretó la cuarentena para no sufrir la pandemia.
Vivimos en un departamento de 3 ambientes en Floresta, en un segundo piso. Lucas es profesor de música y yo trabajo en el aeropuerto de Ezeiza, en una línea área. Cuando arrancó el aislamiento, mi marido empezó a dictar las clases por videollamada y yo tengo reuniones virtuales, nada más. Los primeros días nos dimos cuenta de que era imposible estar los cinco todo el tiempo en casa, los chicos se aburrían y se complicaba respetar los tiempos de cada uno. El vecino de abajo, además, se empezó a quejar de que los chicos corrían, que saltaban…, ¡era imposible pedirles que no jugaran! Todo sumado a que mi hijo de 3 años es un niño muy enérgico, al que llevábamos todos los días a la escuela caminando para que gastara energía, iba a nadar y hacíamos un montón de cosas para ayudarlo. Notamos que a los días de empezada la cuarentena ya estaba súper nervioso, necesitaba saltar, corría de la habitación al living y había tenido un retroceso. Como no teníamos que trabajar de forma presencial, decidimos irnos a la casa de mis papás en Suipacha, después de sacar los permisos de circulación para trasladar menores. Los chicos están mucho mejor acá, están felices, disfrutan de sus abuelos, salen al parque, caminan, corren, juegan… Estando en casa se tenía que encerrar uno en la habitación a trabajar mientras el otro trataba de contener a los niños con todas sus necesidades en otra habitación; acá es mucho más fácil.
Lo que más valoramos en estos momentos es que estamos más tranquilos con los contagios: mientras que en CABA volvieron a fase 1, en Suipacha ya estamos en fase 5. No existe la paranoia que tenía en mi casa, que no quería que los chicos tocaran la puerta ni el pasamanos del edificio. Acá hay más lugar, casi no hay contagios, yo estoy más relajada y soy consciente de que gracias a eso no les transmito nerviosismo a mis hijos. Nosotros estamos más tranquilos y ellos también. En este tiempo aprendí a tener más calma y entendí que se puede vivir con menos cosas: ¡hace dos meses que vivo con la misma ropa y no extraño el placard!.
Expertos consultados: Cynthia Goytia. Directora de la maestría en Economía Urbana de la Universidad Di Tella. Cintia Jaime. Fundadora y directora ejecutiva de la Fundación ES VICIS. Cristian Mieres. Dir. de Mieres Propiedades.
Fuente: Ayelén Di Leva, La Nación