«Preocupado desde siempre con todo lo que sucede en este, mi pobre y amado país, he creído que recordando la vida de San Martín podemos obtener algunas conclusiones que nos guíen en un momento muy especial, en el que todos buscamos desesperadamente el camino seguro y firme que nos lleve a concretar, en justicia y libertad, una nueva sociedad que la evolución de la humanidad requiere», reflexionó René Gerónimo Favaloro en las páginas de ¿Conoce usted a San Martín? (Debolsillo), ensayo que publicó, en 1986, impulsado por su profunda admiración hacia la figura del general San Martín.
Invitado a dar una conferencia sobre el general en Guayaquil, en ocasión del XIV Congreso de Cirugía del Ecuador (realizado entre el 5 y el 9 de junio de 1990), Favaloro releyó los textos que sirvieron de base para su libro, analizó los ideales que intentó promulgar a lo largo de su vida y profundizó su mirada en La memoria de Guayaquil (Debolsillo), donde abordó el encuentro que mantuvo San Martín con Simón Bolívar en la ciudad ecuatoriana. «Sería ingrato limitar la trascendencia de René a sus logros científicos. Su constante preocupación por la Argentina lo llevó a incursionar en el análisis del pasado para elaborar un diagnóstico sobre los males recurrentes -comenta la doctora Liliana Favaloro, sobrina de René, presidenta de la Fundación Favaloro-. Allí aparece el estudio sobre el General San Martin y Bolívar; era parte de su aporte para lograr un país mejor».
En el prólogo de La memoria de Guayaquil, el historiador y sociólogo Enrique de Gandía destacó: «Profundo conocedor del hombre en su sentido físico, un día se sintió atraído por el hombre como protagonista de la Historia. El médico que se hace historiador, que estudia al hombre en su vida humana y en su vida histórica».
Su sobrino, el doctor Roberto Favaloro, jefe de Cirugía Cardiovascular y presidente honorario de la Fundación, asegura que René leía e investigaba permanentemente sobre la historia argentina y latinoamericana. «No solo lo apasionaba -aclara-, sino que sufría por nuestras históricas tragedias».
Desde pequeño apreció y destacó la importancia del esfuerzo, el sacrificio y la honestidad, valores que ensalzaba en San Martín y que admiraba de sus padres: «Yo era el hijo mayor de una familia humilde. Mi padre, ebanista más que carpintero, tenía un pequeño taller con dos o tres operarios donde el arte era más importante que el dinero. Vivió siempre enamorado de su trabajo (.) cada pieza que salía de sus manos llevaba por sobre la rutina, el cariño, el esmero, la dedicación, la honestidad con que realizaba su tarea. No tenía tiempo para pensar en el valor económico de lo que creaba por lo cual los ingresos siempre eran escasos. Mi madre, modista, contribuía al sostenimiento del hogar. Estarán siempre en mi mente las largas horas que pasaba sentada frente a la máquina de coser, que solo dejaba para entregarse a las tareas comunes a toda ama de casa. Desde muy joven había comprendido el esfuerzo que ellos realizaban para darnos sustento y educación, y a partir de los diez o doce años colaboraba en las tareas del taller, en especial durante las vacaciones, en que me transformaba en un obrero más (.). Años más tarde, cuando escuchaba al profesor Christmann decir que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero yo pensaba que había realizado mi aprendizaje en aquel viejo taller. Y todavía me quedaba tiempo por las tardes para dedicárselo a la huerta y producir la mayoría de los vegetales que consumíamos, siguiendo las enseñanzas de mis abuelos», describió el hombre de corazón tripero (era un reconocido hincha de Gimnasia y Esgrima La Plata) en su biografía Recuerdos de un médico rural (Debolsillo).
«Me enseñó a creer en una sociedad más equitativa y justa; él creía en la humanidad -reconoce Laura Favaloro, nieta sobrina de René, hija de Roberto, directora ejecutiva de la Fundación-. Cuando elegí este camino, el de la medicina, y se lo conté, fue muy emocionante para ambos, porque sabíamos del valor de trabajar en familia. En ese momento me regaló un corazón, como símbolo y representación del bypass, su creación. Sé que hubiese sido así más allá del camino que eligiera profesionalmente; así lo fue también con mi hermana, que es música, y con muchos de mis primos artistas. A él le importaba que trabajásemos con amor, honestidad y generosidad para crear un mundo mejor, eligiendo siempre con libertad y dando lo mejor de nosotros».
La devoción por San Martín, Bolívar, Sucre y Artigas era notoria en cada una de sus charlas, en sus anhelos por una América Latina unida. «Yo le he dedicado a San Martín más de 30 años de investigación -comentó Favaloro, nacido el 12 de julio de 1923 en El Mondongo, un barrio humilde de empleados de la industria frigorífica de la ciudad de La Plata-. Soy un convencido de que la mayoría de los argentinos conocen al San Martín militar, pero no conocen al hombre en profundidad. El mensaje sanmartiniano por excelencia es el esfuerzo (.). La Argentina tiene hombres excepcionales, pero él fue el ejemplo de la honestidad y la modestia». Fue en la conferencia Marginalidad y pobreza de cara al tercer milenio, que ofreció en la Universidad del Litoral en 1997, donde expuso la modestia como distinción propia y uno de los motores de su vida: «Nunca recibí distinciones a título personal. Para mí el nosotros siempre estuvo por encima del yo».
Enseñar con el ejemplo
«En el atardecer del 25 de mayo de 1950, en la estación Constitución tomé el tren que me llevaría a Bahía Blanca, primera etapa de mi viaje hacia La Pampa. Viajaba sin camarote (.) Llevaba puesto un saco de lanilla que hasta hacía muy poco había sido cruzado. Las manos habilidosas de mi madre lo habían renovado, transformándolo en derecho con dos botones. Una bufanda de lana, tejida como regalo de viaje por mi novia, recubría mi cuello y mi pecho. Me acurruqué en mi asiento y, apenas recorridos los primeros kilómetros, traté de descansar después de tantas tensiones vividas en los últimos días preparatorios del viaje. Seguía confundido y las ideas iban y venían en desorden», narra en Recuerdos de un médico rural el momento en que parte rumbo a Jacinto Aráuz, el pueblo pampeano de un poco más de mil habitantes que cambió su vida para siempre y en el que fueron esparcidas sus cenizas, por pedido explícito en una de las cartas que dejó el 29 de julio de 2000.
Los tres meses previstos en aquellas tierras, se transformaron en 12 años. «Allí aprendí el profundo sentido social de la vida -dijo en 1999 a la revista Gente-. Sin compromiso social, mejor no vivir».
Su hermano, Juan José, que se había recibido de médico en La Plata, siguió sus pasos y se sumó al equipo de trabajo. Una vieja casona se convirtió en una clínica con veintitrés camas y una sala de cirugía. Allí, además de ejercer como médicos, se propusieron educar, trabajar en la prevención, en cuestiones básicas pero necesarias. «Nací en esa casona convertida en clínica, que pasó a ser el único centro quirúrgico de la zona -recuerda Liliana Favaloro, la hija de Juan José-. Estaba en el vientre de mi madre en posición de nalga, esto impediría mi nacimiento por parto natural; fue así que las manos de mi padre, que era médico, realizaron una maniobra ancestral llamada reversión cefálica externa, maniobra que no está exenta de riesgos y complicaciones. Pienso que la experiencia de mi padre y mi tío adquirida en el campo de la medicina rural es la que les dio la seguridad del caso. y acá estoy».
En ese pueblo, los hermanos Favaloro enseñaron a prevenir enfermedades, ofrecieron charlas con pautas claras para el cuidado de la salud, capacitaron a las comadronas en todo lo necesario acerca de esterilización para evitar infecciones, se relacionaron con maestros rurales en pos de la divulgación sanitaria, armaron un banco de sangre viviente. «Mi padre y mi tío se amaban profundamente -asegura Roberto Favaloro-. Eran confidentes y sufrieron juntos por los pacientes en esa zona rural donde había muchas necesidades de la gente».
Junto a su madre, su hermano Roberto y Amparo, una de sus sobrinas, Liliana participó hace años de un encuentro que se realizó en un club de Jacinto Aráuz: «Me impactó escuchar las historias y anécdotas vividas y la manera en la que describían las diferentes personalidades que tenían René y Juan José. A mi tío lo percibían como una persona seria y formal, y a mi padre, más distendido, coloquial y siempre con una sonrisa».
Para René Gerónimo era necesaria la presencia de su hermano en el pueblo, no solo para aliviar las tareas sino para ensanchar el panorama. «Es de imaginar lo que significó la llegada de Juan José a Jacinto Aráuz -asegura en Recuerdos de un médico rural-. Además de la alegría de trabajar junto a él, tenía entonces la tranquilidad de poder compartir la intensa tarea, de discutir los casos difíciles, de leer y buscar en los libros y en las revistas que recibíamos de continuo las respuestas a los interrogantes que se nos presentaban. Atendíamos en los dos consultorios que estaban comunicados con la sala de rayos, y en pocos meses, los pacientes se habían acostumbrado a ser revisados por riguroso turno de llegada a la sala de espera y por el médico que les tocara en suerte. Lo que más gozábamos era operar juntos, pues era el momento de intercambiar ideas y de vislumbrar nuevos horizontes que se ensanchaban día a día, resolviendo sin temor los casos más complicados. Todo lo compartimos en esos años, hasta sus hijos, que llenaron en nuestro hogar el vacío de los propios».
El respaldo de contar con su hermano lo animó a la idea de hacer el viaje a los Estados Unidos. «Casi sin decirlo, comencé a retomar el inglés que había aprendido durante el bachillerato, compré unos discos para ejercitarme en la pronunciación y, con mucho dolor, pero lleno de esperanzas, dejé aquellos pagos por los de Cleveland a principios del 62».
Cinco años más tarde, el 9 de mayo de 1967, René Favaloro revolucionó la cardiología mundial al operar exitosamente a una mujer de 51 años mediante la técnica de bypass. En 1971, decidió volver al país y con un claro espíritu sanmartiniano le explicó en una carta al doctor Donald B. Effler, jefe de cirugía de Cleveland Clinic, las razones de su renuncia: «Una vez más el destino ha puesto sobre mis hombros una tarea difícil. Voy a dedicar el último tercio de mi vida a levantar un Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular en Buenos Aires. (.) Créame, yo seré el hombre más feliz del mundo si puedo ver en los años por venir una nueva generación de argentinos que trabajen en distintos centros del país resolviendo los problemas a nivel comunitario y dotados de conocimientos médicos de excelencia». Con la ayuda de su hermano y un equipo de colaboradores, en 1975 creó la Fundación Favaloro, que funcionaba como un anexo del Sanatorio Güemes, de Buenos Aires. Allí depositó los sueños de desarrollar un plan de salud al que tuvieran acceso todos los argentinos. «René fue un maestro de la cirugía, un médico rural y un hombre íntegro que siempre soñó con una Argentina con justicia social, donde la salud, la educación y la vivienda digna fueran un derecho de todos los seres humanos y no un privilegio», destaca Roberto, el sobrino, el hombre, el cirujano con quien compartió varios años de quirófano.
«Es tan difícil demostrar la honestidad en medio de tanta inmundicia, que aquel que se decida a transitar por ese camino deberá saber, como gran paradoja, que la sociedad le exigirá dar examen todos los días, pues la maledicencia -hoy como ayer- todo lo enturbia», expuso una de sus mayores y dolorosas preocupaciones en las páginas de ¿Conocé usted a San Martín?
Fuente: La Nación