El libro incluye dos entrevistas -en París, en 1963, y en Buenos Aires, en 1981- que, a continuación, anticipan la inminente publicación en el país.
Esta colección de artículos, conferencias, reseñas y notas da testimonio de más de medio siglo de lecturas de un autor que ha sido para mí, desde que leí sus primeros cuentos y ensayos en la Lima de los años cincuenta, una fuente inagotable de placer intelectual.
Muchas veces lo he releído y, a diferencia de lo que me ocurre con otros escritores que marcaron mi adolescencia, nunca me decepcionó; al contrario, cada nueva lectura renueva mi entusiasmo y felicidad, revelándome nuevos secretos y sutilezas de ese mundo borgiano tan inusitado en sus temas y tan diáfano y elegante en su expresión.
Mi estrecha relación de lector con los libros de Borges contradice la idea según la cual uno admira ante todo a los autores afines, a quienes dan voz y forma a los fantasmas y anhelos que a uno mismo lo habitan. Pocos escritores están más alejados que Borges de lo que mis demonios personales me han empujado a ser como escritor: un novelista intoxicado de realidad y fascinado por la historia que va haciéndose a nuestro alrededor y por la pasada, que gravita todavía con fuerza sobre la actualidad. Jamás me ha tentado la literatura fantástica y pocos autores de esta corriente figuran entre mis favoritos.
Los temas puramente intelectuales y abstractos, teñidos de inactualidad, como el tiempo, la identidad o la metafísica, nunca me han inquietado demasiado y, en cambio, asuntos tan terrenales como la política y el erotismo -que Borges despreciaba o ignoraba- tienen un papel protagónico en lo que escribo.
Pero no creo que estas abismales diferencias de vocación y personalidad hayan sido un obstáculo para apreciar el genio de Borges. Por el contrario, la belleza e inteligencia del mundo que creó me ayudaron a descubrir las limitaciones del mío, y la perfección de su prosa me hizo tomar conciencia de las imperfecciones de la mía. Será por eso que siempre leí -y releo- a Borges no sólo con la exaltación que despierta un gran escritor; también con una indefinible nostalgia y la sensación de que algo de aquel deslumbrante universo salido de su imaginación y de su prosa me estará siempre negado, por más que tanto lo admire y goce con él.»
Preguntas a Borges
Por Mario Vargas Llosa
MARIO VARGAS LLOSA: Discúlpeme usted, Jorge Luis Borges, pero lo único que se me ocurre para comenzar esta entrevista es una pregunta convencional: ¿cuál es la razón de su visita a Francia?
JORGE LUIS BORGES: Fui invitado a dos congresos por el Congreso por la Libertad de la Cultura, en Berlín. Fui invitado también por la deutsche Regierung, por el gobierno alemán, y luego mi gira continuó y estuve en Holanda, en la ciudad de Ámsterdam, que tenía muchas ganas de conocer. Luego, mi secretaria María Esther Vásquez y yo seguimos por Inglaterra, Escocia, Suecia, Dinamarca y ahora estoy en París. El sábado iremos a Madrid, donde permaneceremos una semana. Luego, volveremos a la patria. Todo esto habrá durado poco más de dos meses.
MVLL: Tengo entendido que asistió al coloquio que se ha celebrado recientemente en Berlín entre escritores alemanes y latinoamericanos. ¿Quiere darme su impresión de este encuentro?
JLB: Bueno, este encuentro fue agradable en el sentido de que pude conversar con muchos colegas míos. Pero en cuanto a los resultados de esos congresos, creo que son puramente negativos. Y, además, parece que nuestra época nos obliga a ello, yo tuve que expresar mi sorpresa -no exenta de melancolía- de que en una reunión de escritores se hablara tan poco de literatura y tanto de política, un tema que me es más bien, bueno, digamos tedioso. Pero, desde luego, agradezco haber sido invitado a ese congreso, ya que para un hombre sin mayores posibilidades económicas como yo, esto me ha permitido conocer países que no conocía, llevar en mi memoria muchas imágenes inolvidables de ciudades de distintos países. Pero, en general, creo que los congresos literarios vienen a ser como una forma de turismo, ¿no?, lo cual, desde luego, no es del todo desagradable.
MVLL: En los últimos años, su obra ha alcanzado una audiencia excepcional aquí, en Francia. La Historia universal de la infamia y la Historia de la eternidad se han publicado en libros de bolsillo, y se han vendido millares de ejemplares en pocas semanas. Además de L’Herne, otras dos revistas literarias preparan números especiales dedicados a su obra. Y ya vio usted que en el Instituto de Altos Estudios de América Latina tuvieron que colocar parlantes hasta en la calle, para las personas que no pudieron entrar al auditorio a escuchar su conferencia. ¿Qué impresión le ha causado todo esto?
JLB: Una impresión de sorpresa. Una gran sorpresa. Imagínese, yo soy un hombre de sesenta y cinco años, y he publicado muchos libros, pero al principio esos libros fueron escritos para mí, y para un pequeño grupo de amigos. Recuerdo mi sorpresa y mi alegría cuando supe, hace muchos años, que de mi libro Historia de la eternidad se habían vendido en un año hasta treinta y siete ejemplares. Yo hubiera querido agradecer personalmente a cada uno de los compradores, o presentarles mis excusas. También es verdad que treinta y siete compradores son imaginables, es decir son treinta y siete personas que tienen rasgos personales, y biografía, domicilio, estado civil, etcétera. En cambio, si uno llega a vender mil o dos mil ejemplares, ya eso es tan abstracto que es como si uno no hubiera vendido ninguno. Ahora, el hecho es que en Francia han sido extraordinariamente generosos, generosos hasta la injusticia conmigo. Una publicación como L’Herne, por ejemplo, es algo que me ha colmado de gratitud y al mismo tiempo me ha abrumado un poco. Me he sentido indigno de una atención tan inteligente, tan perspicaz, tan minuciosa y, le repito, tan generosa conmigo. Veo que en Francia hay mucha gente que conoce mi «obra» (uso esta palabra entre comillas) mucho mejor que yo. A veces, y en estos días me han hecho preguntas sobre tal o cual personaje: «¿Por qué John Vincent Moon vaciló antes de contestar?». Y luego, al cabo de un rato, he recapacitado y me he dado cuenta que John Vincent Moon es protagonista de un cuento mío y he tenido que inventar una respuesta cualquiera para no confesar que me he olvidado totalmente del cuento y que no sé exactamente las razones de tal o cual circunstancia. Todo eso me alegra y, al mismo tiempo, me produce como un ligero y agradable vértigo.
MVLL: ¿Qué ha significado en su formación la cultura francesa? ¿Algún escritor francés ha ejercido una influencia decisiva en usted?
JLB: Bueno, desde luego. Yo hice todo mi bachillerato en Ginebra, durante la Primera Guerra Mundial. Es decir, que durante muchos años el francés fue, no diré el idioma en el que yo soñaba o en el que sacaba cuentas, porque nunca llegué a tanto, pero sí un idioma cotidiano para mí. Y, desde luego, la cultura francesa ha influido en mí, como ha influido en la cultura de todos los americanos del sur, quizá más que en la cultura de los españoles. Pero hay algunos autores que yo quisiera destacar especialmente y esos autores son Montaigne, Flaubert -quizá Flaubert más que ningún otro-, y luego un autor personalmente desagradable a través de lo que uno puede juzgar por sus libros, pero la verdad es que trataba de ser desagradable y lo consiguió: Léon Bloy. Sobre todo me interesa en Léon Bloy esa idea suya, esa idea que los cabalistas y el místico sueco Swedenborg tuvieron pero que sin duda él sacó de sí mismo, la idea del universo como una suerte de escritura, como una criptografía de la divinidad. Y en cuanto a la poesía, creo que usted me encontrará bastante pompier, bastante vieux jouer, rococó, porque mis preferencias en lo que se refiere a poesía francesa siguen siendo La Chanson de Roland, la obra de Hugo, la obra de Verlaine y -pero ya en un plano menor-, la obra de poetas como Paul-Jean Toulet, el de Les Contrerimes. Pero hay sin duda muchos autores que no nombro que han influido en mí. Es posible que en algún poema mío haya algún eco de la voz de ciertos poemas épicos de Apollinaire, eso no me sorprendería. Pero si tuviera que elegir un autor (aunque no hay absolutamente ninguna razón para elegir un autor y descartar los otros), ese autor francés sería siempre Flaubert.
MVLL: Se suele distinguir dos Flaubert: el realista de Madame Bovary y La educación sentimental, y el de las grandes construcciones históricas, Salambó y La tentación de San Antonio. ¿Cuál de los dos prefiere?
JLB: Bueno, creo que tendría que referirme a un tercer Flaubert, que es un poco los dos que usted ha citado. Creo que uno de los libros que yo he leído y releído más en mi vida es el inconcluso Bouvard y Pécuchet. Pero estoy muy orgulloso, porque en mi biblioteca, en Buenos Aires, tengo una editio princeps de Salambó y otra de La tentación. He conseguido eso en Buenos Aires y aquí me dicen que se trata de libros inhallables, ¿no? Y en Buenos Aires no sé qué feliz azar me ha puesto esos libros entre las manos. Y me conmueve pensar que yo estoy viendo exactamente lo que Flaubert vio alguna vez, esa primera edición que siempre emociona tanto a un autor.
MVLL: Usted ha escrito poemas, cuentos y ensayos. ¿Tiene predilección por alguno de esos géneros?
JLB: Ahora, al término de mi carrera literaria, tengo la impresión que he cultivado un solo género: la poesía. Salvo que mi poesía se ha expresado muchas veces en prosa y no en verso. Pero como hace unos diez años que he perdido la vista, y a mí me gusta mucho vigilar, revisar lo que escribo, ahora me he vuelto a las formas regulares del verso. Ya que un soneto, por ejemplo, puede componerse en la calle, en el subterráneo, paseando por los corredores de la Biblioteca Nacional, y la rima tiene una virtud mnemónica que usted conoce. Es decir, uno puede trabajar y pulir un soneto mentalmente y luego, cuando el soneto está más o menos maduro, entonces lo dicto, dejo pasar unos diez o doce días, y luego lo retomo, lo modifico, lo corrijo, hasta que llega un momento en que ese soneto ya puede publicarse sin mayor deshonra para el autor.
MVLL: Para terminar, le voy a hacer otra pregunta convencional: si tuviera que pasar el resto de sus días en una isla desierta con cinco libros, ¿cuáles elegiría?
JLB: Es una pregunta difícil, porque cinco es poco o es demasiado. Además, no sé si se trata de cinco libros o de cinco volúmenes.
MVLL: Digamos, cinco volúmenes.
JLB: ¿Cinco volúmenes? Bueno, yo creo que llevaría la Historia de la declinación y caída del Imperio romano de Gibbon. No creo que llevaría ninguna novela, sino más bien un libro de historia. Bueno, vamos a suponer que eso sea en una edición de dos volúmenes. Luego, me gustaría llevar algún libro que no comprendiera del todo, para poder leerlo y releerlo, digamos la Introducción a la filosofía de las Matemáticas de Russell, o algún libro de Henri Poincaré. Me gustaría llevar eso también. Ya tenemos tres volúmenes. Luego, podría llevar un volumen cualquiera, elegido al azar, de una enciclopedia. Ahí ya podría haber muchas lecturas. Sobre todo, no de una enciclopedia actual, porque las enciclopedias actuales son libros de consulta, sino de una enciclopedia publicada hacia 1910 o 1911, algún volumen de Brockhaus, o de Mayer, o de la Encyclopædia Britannica, es decir, cuando las enciclopedias eran todavía libros de lectura. Tenemos cuatro. Y luego, para el último, voy a hacer una trampa, voy a llevar un libro que es una biblioteca, es decir, llevaría la Biblia. Y en cuanto a la poesía, que está ausente en este catálogo, eso me obligaría a encargarme yo, y entonces no leería versos. Además, mi memoria está tan poblada de versos que creo que no necesito libros. Yo mismo soy una especie de antología de muchas literaturas. Yo, que recuerdo mal las circunstancias de mi propia vida, puedo decirle indefinidamente y tediosamente versos en latín, en español, en inglés, en inglés antiguo, en francés, en italiano, en portugués. No sé si he contestado bien a su pregunta.
MVLL: Sí, muy bien, Jorge Luis Borges. Muchas gracias.
París, noviembre de 1963
Borges en su casa: una entrevista
Por Mario Vargas Llosa
Si tuviera que nombrar a un escritor de lengua española de nuestro tiempo cuya obra vaya a perdurar, a dejar una huella profunda en la literatura, citaría a ese poeta, cuentista y ensayista argentino que le prestó su apellido a Graciela Borges, a Jorge Luis Borges.
El puñado de libros que ha escrito, libros siempre breves, perfectos como un anillo, donde uno tiene la impresión que nada falta ni sobra, han tenido y tienen una enorme influencia en quienes escriben en español. Sus historias fantásticas, que suceden en la Pampa, en Buenos Aires, en China, en Londres, en cualquier lugar de la realidad o la irrealidad, muestran la misma imaginación poderosa y la misma formidable cultura que sus ensayos sobre el tiempo, el idioma de los vikingos… Pero la erudición no es nunca en Borges algo denso, académico, es siempre algo insólito, brillante, entretenido, una aventura del espíritu de la que los lectores salimos siempre sorprendidos y enriquecidos.
La entrevista que Borges nos concedió tuvo lugar en el modesto departamento del centro de Buenos Aires donde vive, acompañado de una empleada que le sirve también de lazarillo, pues Borges perdió la vista hace años, y de un gato de angora al que ha bautizado con el nombre de Beppo porque, nos dijo, así se llamaba el gato de un poeta inglés que admira: Lord Byron.
MARIO VARGAS LLOSA: Me ha impresionado mucho al ver su biblioteca no encontrar libros suyos, no hay ni uno solo. ¿Por qué no tiene libros suyos en su biblioteca?
JORGE LUIS BORGES: Cuido mucho mi biblioteca. Quién soy yo para nombrarme con Schopenhauer…
MVLL: Y tampoco libros sobre usted, veo que tampoco hay ninguno de los muchos libros que se han escrito sobre usted.
JLB: Yo leí el primero que se publicó durante la dictadura, en Mendoza.
MVLL: ¿Cuál dictadura, Borges? Porque desgraciadamente ha habido tantas…
JLB: La de aquel…, de cuyo nombre no quiero acordarme.
MVLL: Ni mencionarlo.
JLB: No, tampoco, no. Algunas palabras es bueno evitarlas. Bueno, pues se publicó el libro Borges, enigma y clave, escrito por Ruiz Díaz, un profesor mendocino, y por un boliviano, Tamayo. Y yo leí ese libro a ver si encontraba la clave ya que el enigma lo conocía. Después no he leído ningún otro. Alicia Jurado escribió un libro sobre mí. Yo le agradecí, le dije: «Sé que es bueno, pero el tema no me interesa o quizás me interesa demasiado, conque no voy a leerlo»
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MVLL: Y tampoco ha leído entonces esa voluminosa biografía que ha publicado Rodríguez Monegal sobre usted.
JLB: ¿Y qué me dices, que es muy buena?
MVLL: Por lo menos muy documentada y hecha realmente con una gran reverencia, un gran afecto por usted y un gran conocimiento, creo, de su obra.
JLB: Sí, somos amigos. Él es de Melo, ¿no?, de la República Oriental.
MVLL: Sí, y además aparece en uno de sus cuentos como personaje.
JLB: De Melo yo recuerdo unos versos muy lindos de Emilio Oribe, que empiezan de un modo trivial y luego se exaltan, se ensanchan: «Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas»… Bueno, eso no está muy…, «coloniales casas», «casas coloniales» ligeramente diversas… «Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas, en medio de la pánica llanura interminable», y ahora se agranda, «en medio de la pánica llanura interminable y cerca del Brasil». Cómo va creciendo el verso, ¿eh? Cómo va ampliándose.
MVLL: Sobre todo como lo dice usted.
JLB. No, pero… «Yo nací en Melo, ciudad de coloniales casas» no es nada; «en medio de la pánica llanura interminable y cerca del Brasil», y ya ves un imperio al final del verso. Es lindísima. Emilio Oribe.
MVLL: Es muy bonito. Dígame, Borges, hay una cosa que hace muchos años que quiero preguntarle. Yo escribo novelas, y siempre me he sentido dolido por una frase suya muy linda pero muy ofensiva para un novelista, una frase que es más o menos la siguiente: «Desvarío empobrecedor el de querer escribir novelas, el de querer explayar en quinientas páginas algo que se puede formular en una sola frase».
JLB: Sí, pero es un error, un error inventado por mí. La haraganería, ¿no? O la incompetencia.
MVLL: Pero usted ha sido un gran lector de novelas y un maravilloso traductor de novelas.
JLB: No, no. Yo he leído muy pocas novelas.
MVLL: Sin embargo, las novelas aparecen en su obra, son mencionadas o incluso inventadas.
JLB: Sí, pero yo he sido derrotado por Thackeray. En cambio, Dickens me gusta mucho.
MVLL: Vanity Fair (La feria de las vanidades) le resultó muy aburrida.
JLB:Pendennis lo pude leer, haciendo un esfuerzo, con Vanity Fair no, no pude.
MVLL: Conrad, por ejemplo, que es un autor al que usted admira, ¿no le importaban las novelas de Conrad?
JLB: Pero claro que sí, por eso le digo que con escasas excepciones. Por ejemplo, el caso de Henry James, que era un gran cuentista y un novelista, digamos, de otro calibre.
MVLL: Pero, entre los autores más importantes para usted, ¿no hay ningún novelista?
JLB:…
MVLL: ¿Mencionaría algún novelista entre los autores que considera más importantes o son sobre todo poetas y ensayistas?
JLB: Y cuentistas.
MVLL: Y cuentistas.
JLB: Porque no creo que Las mil y una noches sea una novela, ¿no? Una infinita antología.
MVLL: La ventaja de la novela es que todo puede ser novela. Creo que es un género caníbal, que se traga todos los géneros.
JLB: A propósito de «caníbal», ¿usted conoce el origen de la palabra?
MVLL: No, no lo conozco, ¿cuál es?
JLB: Muy linda. Caribe, que dio caríbal, y caníbal.
MVLL: O sea que es una palabra de origen latinoamericano.
JLB. Bueno, sin «latino». Eran una tribu de indios, los caribes, una palabra indígena, y de ahí surgió caníbal y Calibán, de Shakespeare.
MVLL: Curioso aporte de América al vocabulario universal.
JLB: Hay tantos. Chocolate, que era xocoatl, creo, ¿no? Se perdió la tl, desgraciadamente. Papa, también.
MVLL: ¿Cuál diría usted que ha sido el mejor aporte en el campo de la literatura de América? De toda América: América hispana, portuguesa… ¿Algún autor, algún libro, algún tema?
JLB: Yo diría más bien el modernismo en general. Era obra de la literatura en lengua castellana, y eso surge de este lado, según lo hace notar Max Henríquez Ureña. Hablé con Juan Ramón Jiménez y él me dijo de la emoción con la cual había recibido un ejemplar de Las montañas del oro, año 1897. Y su influjo en grandes poetas en España. Pero eso surge de este lado. Y curiosamente, estamos aquí -no geográficamente- mucho más cerca de Francia que los españoles. Yo me di cuenta en España que podía alabar a Inglaterra, alabar a Italia, alabar a Alemania, alabar incluso a Norteamérica, pero que si hablaba de Francia ya se sentían incómodos.
MVLL: El nacionalismo es algo muy difícil de erradicar en cualquier parte.
JLB: Uno de los grandes males de nuestra época.
MVLL: Quisiera hablar un poco de eso, Borges, porque… Le puedo hablar con toda franqueza, supongo.
JLB: Sí, y además quiero decirle que es un mal que corresponde a las derechas y a las izquierdas.
MVL: Algunas declaraciones políticas suyas a mí me provocan desconcierto, pero hay un aspecto en el que cuando usted habla merece toda mi admiración y todo mi respeto, y es el asunto del nacionalismo. Creo que usted siempre ha hablado con gran lucidez sobre ese tema o, mejor dicho, contra el nacionalismo.
JLB: Y sin embargo yo he incurrido en él.
MVLL. Pero ahora, en estos últimos…
JLB: El hecho de haber hablado de las orillas de Buenos Aires, el hecho de haber conocido payadores, de haber conocido cuchilleros, de haberlos usado en mi literatura. Yo he escrito milongas… Todo es digno de la literatura, ¿por qué no también los temas vernáculos?
MVLL: Yo me refería al nacionalismo político.
JLB: Eso es un error, porque si uno quiere una cosa contra otra es que no la quiere realmente. Por ejemplo, si yo quiero Inglaterra contra Francia es un error, tengo que querer ambos países, dentro de mis posibilidades.
MVLL: Usted ha hecho muchas declaraciones en contra de toda posible ruptura de hostilidades entre Argentina y Chile.
JLB. Más aún. Yo actualmente, a pesar de ser nieto y bisnieto de militares y más lejanamente de conquistadores, que no me interesan, soy pacifista. Creo que toda guerra es un crimen. Además, si se admiten guerras justas, que sin duda las hubo -la guerra de los Seis Días, por ejemplo-, si admitimos una guerra justa, una sola, eso ya abre la puerta a cualquier guerra y nunca faltarán las razones para justificarla, sobre todo si se las inventan y encarcelan como traidores a quienes piensan de otro modo. De antemano, yo no me había dado cuenta de que Bertrand Russell y Gandhi y Alberdi y Romain Rolland tenían razón al oponerse a la guerra, y quizás se precise más valor ahora para oponerse a la guerra que para defenderla o participar en ella, incluso.
MVLL: Ahí yo estoy de acuerdo con usted. Creo que es muy exacto eso que dice. ¿Cuál es el régimen político ideal para usted, Borges? ¿Qué le gustaría para su país y para América Latina? ¿Qué régimen le parecería el más adecuado para nosotros?
JLB: Yo soy un viejo anarquista spenceriano y creo que el Estado es un mal, pero por el momento es un mal necesario. Si yo fuera dictador renunciaría a mi cargo y volvería a mi modestísima literatura, porque no tengo ninguna solución que ofrecer. Yo soy una persona desconcertada, descorazonada, como todos mis paisanos.
MVLL: Pero usted se considera un anarquista, básicamente un hombre que defiende la soberanía individual en contra del Estado.
JLB: Sí, sin embargo, no sé si somos dignos. En todo caso, no creo que este país sea digno de la democracia o de la anarquía. Quizás en otros países pueda hacerse, en Japón o en los países escandinavos. Aquí evidentemente las elecciones serían maléficas, nos traerían otro Frondizi u otros…, etcétera.
MVLL: Ese escepticismo no está reñido con algunas declaraciones suyas optimistas que hace sobre la paz, justamente en contra de la guerra, últimamente en contra de las torturas y de toda forma de represión.
JLB: Sí, ya sé. Pero no sé si eso puede ser útil. He hecho esas declaraciones por motivos éticos pero no creo que sean serviciales, no creo que puedan ayudar a nadie. Pueden ayudarme a tranquilizar mi conciencia, nada más. Pero si yo fuera gobierno, no sé qué haría, estamos en un callejón sin salida.
MVLL: Yo le hice una entrevista hace casi un cuarto de siglo en París y una de las cosas que le pregunté…
JLB: Cuarto de siglo… Pará. Qué triste si vamos a hablar de cuarto de siglo…
MVLL:…una cosa que le pregunté fue qué opina de la política, ¿y usted sabe qué me respondió? «Es una de las formas del tedio».
JLB: Ah, bueno, está bien.
MVLL: Es una bonita respuesta y no sé si la repetiría ahora: ¿sigue pensando que es una de las formas del tedio?
JLB: Bueno, yo diría que la palabra tedio es un poco mansa. En todo caso fastidio, digamos. Tedio es demasiado… Es un understatement…
MVLL: ¿Hay algún político contemporáneo que usted admire, que respete?
JLB: Yo no sé si uno puede admirar a políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares…
MVLL: ¿Qué tipos humanos admira usted, Borges? Aventureros…
JLB.: Sí, los he admirado mucho pero ahora no sé. Tienen que ser aventureros individuales.
MVLL: ¿Cuál, por ejemplo? ¿Recuerda algún aventurero que le hubiera gustado ser?
JLB: No, a mí no me gustaría ser otra persona.
MVLL: Usted está contento con el destino de Borges.
JLB: No, no estoy contento, pero sé que con otro destino sería otra persona. Y como dice Spinoza, «cada cosa quiere la soledad de su ser». Yo insisto en ser Borges, no sé por qué.
(.)
Buenos Aires, junio de 1981
Fuente: La Nación