Jonas Papier estaba en la sala de espera de un consultorio odontológico. Tenía quince años. La impuntualidad de su odontólogo lo obligó a buscar algo que lo ayudara a combatir el aburrimiento. No había celulares ni televisores. Lo que había eran revistas. Hurgó en una pila y manoteó una que le despertó una epifanía. Sabe que era un ejemplar de First y que lo que vio lo estremeció. No recuerda qué imagen era, la foto de qué paisaje: su memoria descartó lo meramente informativo y conservó el efecto. Le hipnotizó la técnica, la calidad, la relación figura-fondo. Esa vez, una tarde perdida de 1985 en un lugar impersonal de la ciudad de Buenos Aires, descubrió que lo había atrapado la fotografía.
Desconocía por entonces que ocho años después, habrá otro odontólogo impuntual, otro paciente aburrido, otra pila de revistas de ocasión y que, en la aleatoriedad de esas tapas, una foto con su firma se lucirá debajo de las letras First. Jonas convirtió su pasión y su vocación en su oficio y su subsistencia. Es la historia del fundador de la escuela de fotografía más grande del país. Pero antes de concebir Motivarte tuvo que tener razones para hacerlo.
La fotografía le gustaba pero no tenía dónde perfeccionarse. Sin escuelas de formación, sin revistas de distribución nacional y con cursos más técnicos que didácticos, se sintió a la deriva. Al año se compró su primera cámara: una Canon A1 que le costó 300 dólares y cuya procedencia aún hoy desconfía. Se la robaron, tiempo después, en la puerta de una comisaría en Belgrano: el destino y sus metáforas. Pero antes, la cámara lo había acompañado en una travesía de mochilero por Europa, Israel y Egipto en 1988.
Hizo todo el recorrido junto a un amigo a dedo, salvo en Egipto, por prejuicios de seguridad. Allí, en el Desierto de Sinai, en la ciudad de Dahab, le cautivó un escenario de playa y beduinos. No esperaba que a sus 19 años la vida le depare un cambio brusco: un tumor en el cerebro lo devolvió de urgencia a Buenos Aires. Su operación se hizo en Alemania, donde estuvo un mes internado, sin cámara a disposición y viendo por la ventana cómo se escapaban de su lente el éxodo de los alemanes del este con ropa y autos anacrónicos mientras se producía la caída del Muro de Berlín.
La lesión le había desviado un ojo. La rehabilitación le demandó un año. “Ahí sentí el click. Empecé a leer, conseguí libros y revistas que me traían de afuera, en el tiempo que tenía libre -que era todo el tiempo- empecé a sacarle fotos a los productos que veía. Me dediqué a auto enseñarme, a ser autodidacta”, relató. Su formación se constituía de talleres de teoría especializada en los que se quedaba dormido y de lo que había absorbido durante su recuperación. Una intervención y rehabilitación exitosa, sin secuelas, le permitió cumplir una asignatura pendiente.
Volvió a Dahab con otra cámara y un mejor lente. Sacó fotos de los beduinos, volvió al país y presentó su trabajo en las oficinas de la revista First, la responsable de haberle destapado su vocación. Lo contrataron, automáticamente. “Las fotos no están buenas, son de mala calidad y los encuadres, muy comunes”, reconoció en diálogo con Infobae. El material que transformó su hobby en su trabajo ocupa aún parte de su mesa de luz: “El año pasado fui a dar un curso a Israel y como me quedaba relativamente cerca, pensé en volver a Dahab para entregárselas a la gente que le había sacado fotos hace treinta años. Pensé que iba a encontrarme simplemente con personas más grandes. Pero resultó que ya no era una aldea, había hoteles de cinco estrellas y la ciudad había crecido exponencialmente como centro turístico. Ni me ocupé de salir a entregarlas porque hubiese sido imposible”.
Pasaron casi treinta años: los contadores de las tiendas de ropa de sus padres le decían al Jonas Papier de 19 años, por entonces cadete de la empresa familiar, que se iba a morir de hambre, que sacar fotos era de hippie. Hijo de una madre que organizaba desfiles de su propia marca, íntima amiga de Mirtha Legrand, y hermano de un médico referente de la fertilización asistida, uno arquitecto, otro comerciante, y una hermana chef, una revista de consultorio había orientado su norte. Los 500 dólares que le pagaban por semana le parecía demasiado: “Me llamaban y me preguntaban, ‘¿podés ir mañana a Colombia, a Perú, a Jamaica?’. Me pagaban el hotel, los traslados. Yo iba y sacaba fotos turísticas, del paisaje, para después promocionar el destino”.
Sacó fotos por todo el globo hasta que conoció al director de un hospital de salud mental, que le enseñó un método que hacía que los enfermos contagiaran la salud de los sanos. Era 1993 y quedó deslumbrado por una técnica reparadora: “En ese momento se empezaba a hablar del síndrome del Bornout. Me impactó ver cómo las personas se curaban con las imágenes y cómo las imágenes podían mejorar a las personas. Me encantó la propuesta. Me invitaron a dar cursos, pero yo no sabía qué hacer, qué decir, no me sentía capacitado. Me convencieron y me animé: creé la Escuela Fotográfica de Impacto Sensible (EFIS)”.
Por la mañana se encargaba de pegar y repartir afiches por la calle -caminaba hasta diez kilómetros por día- y por la tarde atendía la escuela. “Pero resultó que EFIS duró tres meses porque la marca ya estaba registrada. Me dieron unos días para que la cambie. Y salió Motivarte. El primer curso al que le di clases tenía seis personas, entre ellas mi hermana, la hermana de mi cuñada y la hija del dueño de la imprenta que había hecho los flyers. Solo dos se inscribieron por su cuenta después de tomar folletos de una casa de fotografías”.
Lo dicho: pasaron casi treinta años. En 1994, en una casa reconvertida de Malabia y avenida Córdoba, empezó a proliferar una escuela que formaba fotógrafos y docentes. “Había fotoclubes donde se dictaban clases. Pero enseñaban con otros formatos, a mí gusto muy estructurados. Cuando crecimos y era necesario contratar profesores, salí a buscarlos y me di cuenta que todos aplicaban ese método que yo no compartía. Tuve que empezar a formar maestros en una escuela interna: empecé a elegir a los mejores alumnos para enseñarles a enseñar. Se fue formando todo el equipo de docentes a través de un método de enseñanza de cinco niveles, en los que cada uno elige el formato que mejor le sirva para aprender lo que vino a buscar”.
Del taller de seis curiosos a tres mil alumnos por año. La escuela ofrece cursos, una carrera de tres años con título oficial de fotógrafo profesional y postítulos aprobados por la Dirección General de Enseñanza Privada del Gobierno de la Ciudad. Los Sony World Photography Awards, los premios que otorga la Organización Mundial de la Fotografía, eligió como finalista los proyectos de Motivarte en ocho de los once certámenes que se celebraron. En 2017, Michelle Gentile, por entonces de apenas 22 años y representante de la escuela, ganó el máximo galardón por su serie “Solo esperanza”, un retrato de la Cooperativa Pachi Lara, un grupo de obreros que recuperó su fuente de trabajo y la papelera que sus dueños habían fundido.
Las tres sedes estaban llenas, los docentes rotaban y las actividades gratuitas se multiplicaban. Pero eso era antes de la pandemia y antes de la crisis económica del año pasado. Las inscripciones empezaron a bajar al compás de las sugerencias por proveer clases virtuales. “Hace un año veía venir esa transformación, pero no sabía que lo iba a generar un virus. Ahora estamos en medio de esa transición, intentando adaptarnos. Inesperadamente, me encuentro con el mundo de la educación a distancia. Están apareciendo alumnos de otros países y provincias dispuestos a tomar clases de fotografía”.
A Jonas Papier no le gusta la foto producida, la foto superficial, la cosa irreal, la expresión impersonal, la persecución del like. “Me gusta sacar retratos, me encanta trabajar con la iluminación natural, los paisajes, la naturaleza, la fotografía urbana, la sorpresa que me da la ciudad cuando la descubro”, subrayó. Y aunque confesó que vive la vida en fotos, que lleva 32 años sin intervalos o descansos de la fotografía y que no puede estar un día sin subir alguna imagen a su instagram -”porque ante todo soy un apasionado de la fotografía”-, suscribe que el mejor ejercicio para un fotógrafo es salir a caminar sin cámara: “Simplemente salir a mirar, salir a encuadrar la mirada. Vemos tanta distorsión en las imágenes que ya nos mareamos. Es bueno volver a mirar lo real, lo auténtico”.
“Hoy hay demasiada información disponible y las nuevas generaciones ya vienen con la fotografía incorporada. Hoy somos todos fotógrafas y fotógrafos. Y todos descubren, en algún momento, la fotografía. También se amplió enormemente la cantidad de interesados en aprender. Lo que no tienen es el entrenamiento visual, la capacidad de poner en imágenes lo que sienten”, expresó.
Según su visión, lo que diferencia un novato de un profesional es el entrenamiento de la mirada y lo que convierte una foto en una buena foto es, sencillamente, su efecto. “Siempre mantuve una teoría. En algún momento se decía que una buena foto es la que tiene composición, la que fue elegida en un torneo por un jurado, Yo fui jurado y a veces me gustan fotos según el día que tengo. Si a vos te llega una foto, te impacta, te emociona, esa es una buena foto”.
-¿Y la fotografía, qué es?
-Un hobby, un medio de expresión, un medio de sanación (la escuela dispone de un taller de fotografía terapéutica). Y también puede ser un medio laboral. Hoy la fotografía es más importante que antes. Porque está presente en todo momento y en todo lugar. La gente ya no tiene tiempo y la fotografía en un microsegundo te puede sintetizar todo. Por eso creo que los edictos judiciales en algún momento van a tener que incorporar imágenes. Nada va a quedar exento de la imagen. Para leer una nota necesitás una foto. Para vender un producto necesitás una foto. Mercado Libre vende un 30% más las publicaciones con fotos más lindas. Estamos viviendo la era de la imagen.
Fuente: Infobae