Allí Pedro fue Filipo, un soldado romano, y la historia se convirtió en novela. «Berlín es un vehículo maravilloso, porque es un hombre que pisa todos los tabúes, pero no tengo nada que ver con él en mi día a día».
“Mi vida es una ronda de entrevistas”, dice Pedro Alonso O’choro y se ríe. Desde su casa de Madrid, atiende vía Zooma. Su rostro, su sonrisa, su mirada son inconfundibles. Es Berlín, uno de los personajes más interesantes —si no es el más interesante— de La casa de papel, la serie española que fue y es furor en los países hispanoparlantes, sobre todo en Argentina. Y si bien es actor, formado en el arte dramático y con una larga trayectoria en cine, teatro y televisión —Gran Hotel, El silencio del pantano y El ministerio del tiempo, por nombrar algunos de sus trabajos—, el motivo de esta conversación es otro. Acaba de publicar un libro, el primero. Se titula El libro de Filipo. ¿De qué trata? Habría que empezar diciendo que no es una simple novela donde una serie de personajes bailan al ritmo de una trama —que también lo es— sino que hay más elementos que la envuelven.
De la mano de Tatiana Djordjevic, hipnoterapeuta, su pareja, Pedro hizo lo que se conoce como regresión. Mediante hipnosis, viajó a una de sus vidas pasadas. Luego de varias regresiones se dispuso a contar esa historia, la de Filipo, un caballero del Imperio Romano. El libro está dividido en dos planos. Por un lado, el tiempo presente, marcado en la edición con letra en cursiva. “El 29 de enero de 2018 aterricé en París. Al salir del hotel, en el barrio de Montmartre, ya por la tarde, y sin apenas un plan previsto, acabo subiendo hasta la plaza de los pintores y la basílica del Sacré-Coeur. Y arriba, me encuentro con «la vista», sin tener ni idea antes de llegar de que desde allí podía ver lo que la vista ofrece. París a tus pies”. Así comienza la novela, luego del prólogo en el que Djordjevic explica en qué consiste el proceso de regresión.
También hay un segundo plano que tiene que ver con el pasado, con la regresión propiamente dicha, con la vida de Filipo: “Tengo todo lo que es necesario para la guerra. Esto es así. ¿Qué mal puede golpearme? Estoy hecho para ganar cada batalla. Soy lo que cotiza. Y mis compañeros lo saben. Un elegido. Mi mentor lo sabe. Quien me mire a los ojos, lo sabe. Pero nunca nadie sabe o ha de saber qué es eso difuso e incierto que me falta. Me carcome. Eso que convierte mi no siempre tan alegre fuego en una corriente amarga de ruido y furia”, se lee en una de sus páginas. Ambos tiempos irán acercándose y la narración se mecerá entre un lado y otro formando una novela que, además, cuenta con pinturas a color de un tal Magü, simbiosis artística de Alonso O’choro y Djordjevic.
Pero empezamos hablando de lo urgente. La primera pregunta es la típica primera pregunta de estos tiempos: ¿Cómo estás viviendo esta pandemia? Estoy en proceso de adaptación como todos. Me siento muy agradecido porque en mi familia no haya habido nadie que se haya enfermado, pero tengo gente a la que se le ha muerto gente. Valoro y acuso día a día la magnitud de lo que nos estamos encontrando. Es un escenario nuevo y diferente para el que nadie, o la mayoría de nosotros está preparado, y que nos va a seguir poniendo a prueba; así que procuro mandarme un mensaje a mi cabeza: adáptate a todo lo que venga. Lo digo agradecido, insisto, porque tengo un techo, tengo comida y sé que mi familia está bien, pero es un momento muy fuerte”, comienza diciendo el actor, pintor y escritor nacido en Vigo, Galicia.
El libro de Filipo comenzó en Giverny, Francia. Una noche de febrero. Tatiana Djordjevic, hipnoterapeuta, le propuso a su pareja hacer una regresión. “Para mí fue una sorpresa, porque una regresión a otras vidas no es algo que te ofrezcan en cualquier momento, pero no me pareció una locura. Y además, por cómo es ella y por cómo ella lo hacía, me ofreció toda la confianza. Hicimos la regresión en Giverny, que es un lugar donde Monet, un pintor que me fascina, construyó unos jardines para luego pintarlos. Pero no pudimos ver los jardines porque llovía y acabamos haciendo la regresión. Y lo que vi en aquella primera regresión fue una película increíble, poderosísima, emocionalmente potentísima, y que me contaba básicamente el arco narrativo que configura lo que es El libro de Filipo”, cuenta.
“De alguna forma compuse un puzzle y luego me he pasado remando y picando piedras durante dos años para ponderar, en la medida de lo posible, la belleza de aquel material”, explica. Pero la historia viene de antes: “En los últimos catorce años de mi vida, después de algo que podríamos llamar crisis personal en toda regla, también profesional, empecé desde otro lugar, a otra velocidad, desde una vía menos racional. Para eso empecé a meditar mucho y en un determinado momento descubrí la pintura. Y la pintura me lo empezó a cambiar todo. La pintura como ejercicio en sí mismo pero también como metáfora. De hecho cuando trabajo como actor me paso todo el rato pintando, pero básicamente es porque yo estoy buscando una línea especial como más asociativa, más perceptiva, más liberatoria”.
Un día en París, Pedro y Tatiana, ambos pintores, se pusieron a pintar. Cada cual se paró frente a su lienzo y empezó a dar trazos. “No tenía nada que ver lo que estábamos pintando cada uno, pero de alguna forma había un punto de conexión”, cuenta. Al día siguiente fueron a la Casa Museo de Gustave Moreau, un artista que les gusta mucho a ambos, y hablaron de la posibilidad de pintar juntos una pieza. Cuando volvieron, se pusieron a trabajar: Pedro la parte figurativa, Tatiana la expresiva. “De pronto vimos la obra y había algo primitivo, arcaico, casi totémico. Era una especie de energía antigua que tenía que ver con las cuevas, si quieres. Una dimensión espiritual, pero en un lenguaje nuevo. Y dijimos: ¿qué haremos ahora con esto? Y Tatiana dijo: nos llamaremos Magü”. Las ilustraciones del libro son de Magü.
En algún momento todos los hilos se trenzaron —pintura, escritura, actuación— y apareció la pregunta existencial. “De alguna forma empecé a pensar que me estaba convirtiendo en mi padre —cuenta— y sentí que le tenía que dar una vuelta más a lo que estaba haciendo en mi vida. En ese trance empiezo a escribir en mi celular, porque tenía amigos que me decían que escribía mensajes súper largos, y yo pensé que en WhatsApp escribía muchísimo más conectado con lo que a mí me movía, que no pretendía escribir de alguna forma, sino que me expresaba según mi punto de vista. Abrí un archivo en el teléfono y empecé a escribir, y tres años después de haber estado escribiendo con frecuencia sobre mi vida, sobre momentos pasados de mi vida, sobre la gente con la que me encontraba, sobre el proceso de trabajo, sobre lo que pintaba, un día dije: sea lo que sea, lo que estaba escribiendo acaba aquí”.
Y allí acabó: 575 páginas de un libro que se llama El potro noruego. “No he tenido el coraje de publicarlo porque es un ejercicio de exposición muy grande, no sólo para mí, sino también para gente que quiero. Entonces apareció Tatiana y seguí escribiendo en la misma clave de no ficción, que acaso en El libro de Filipo hay un estilo más destilado, intentando no contar nada más que lo que yo veía en las regresiones. Y ahora puedo decir que como me pasó con la pintura, voy a seguir escribiendo hasta que me duren las fuerzas porque me devuelve muchísimo y estoy en un momento en que la obra propia se está empezando a derramar. Estoy publicando artículos de opinión en prensa, y estoy desarrollando un documental que me va a hacer, si todo va bien, viajar mucho, sobre todo por Latinoamérica, un planazo”.
“Yo era Filipo, es como si de repente estás en un sueño”, dice Pedro Alonso O’choro volviendo a las regresiones. Y lo explica así: “La regresión tiene un protocolo de entrada donde básicamente te hacen una relajación profunda hasta que tú entras en algo que está entre la vigilia y el sueño. No es que estés hipnotizado y no te acuerdas de nada, te acuerdas de todo. Y yo literalmente era Filipo. Lo que puedo decir desde ahora es que mucho de lo que configura a Filipo ha estado en marcha en alguna parte de mi vida que yo la siento como ya pasada”.
Pedro Alonso O’choro es también un hombre caminando por la cornisa de la masividad. No le rehuye al éxito de La casa de papel, al contrario: lo atraviesa. “La serie me ha puesto en un escenario que implica un tipo de exposición en algunos momentos difícil de creer. Y además a nivel mundial. Yo he estado viajando mucho en los últimos años, ahora lo he empezado a normalizar, pero viajaba perplejo de que tu popularidad tenga ese alcance tan afectuoso. Y como yo he tenido momentos de todos los colores en la profesión y he mordido el polvo duramente, he procurado mirarlo con distancia. La popularidad es algo que pasa y que no es el centro de lo que yo hago ni a lo que me dedico”, asegura.
“Lo bueno de la popularidad y de la visibilidad que tengo ahora es que he procurado aprovecharla para viajar y para decir no. He dicho muchísimo que no y de alguna forma he compensado los momentos de mucha exposición con momentos de retiro, con momentos de trabajo propio. Pero es algo que ya venía haciendo, con lo cual he reforzado mis intenciones. No he hecho una vida diferente a la que estoy haciendo”, dice y agrega: “Lo que me ha permitido, lo que me ha regalado por extensión es estar hablando aquí contigo, hablando con personas en Latinoamérica que van a recibir el libro seguramente de una forma más directa porque yo tengo una visibilidad que me ha venido dada por La casa de papel, pero que no tiene nada que ver con el corazón del libro”.
El trabajo sobre Berlín es colectivo. Así lo dice él: “No hubiese podido ser articulado si no fuera porque hubo mucha gente haciendo muy bien su trabajo. Hay un concepto en la puesta en escena y en la dirección que han competido al entretenimiento y al mainstream, pero también al género con poderío, pero luego también esa vertiente latina en la construcción de los personajes que hace que, siendo una serie de género, los personajes tienen algo más caliente y más poliédrico. Y en esa línea de cosas Berlín es un vehículo maravilloso, porque es un hombre que pisa todos los tabúes, que se adentra con total determinación en las zonas oscuras, con lo cual tiene una libertad para reivindicar sus propios pasos, y es verdad que siendo moralmente intachable es muy divertido, con un sentido del humor que a la postre me ha invitado como actor a respirar muy, muy profundamente y a otras velocidades”.
A Pedro Alonso O’choro le interesan las palabras. Se esfuerza porque el mensaje sea preciso y llegue con claridad. Mientras habla, busca en el aire que hay a su alrededor las palabras exactas. Dice: “Ha sido una sorpresa la simultaneidad de la publicación de El libro de Filipo con la pandemia, porque redimensiona…”, y se frena. “No, redimensiona no… realza”, se corrige, y continúa: “Realza cuál es el interés de la historia”. Lo mismo cuando habla de cómo cambió su estilo narrativo con la escritura de este libro. “En El libro de Filipo hay un estilo más destilado”, dice y cuando quiere encontrar otro concepto, subraya lo anterior: “Sí, destilado es la palabra”. Y continúa. Esa meticulosidad en las palabras tienen que ver con un trabajo de autenticidad, una búsqueda casi moral que se traduce en toda disciplina que pisa.
“En la escritura, lo de la respiración y lo del timing es algo que me interesa. Vivimos en un mundo muy compulsivo que invita a la acumulación de efectos y efectos, y mi trabajo de investigación propio y de investigación de lo expresivo camina en la dirección contraria: en una desaceleración. De tal forma que Berlín no tiene que ver conmigo, se nutre de lo que a mí me habita porque no me gusta inventar y procuro leerlo desde mi sensibilidad y luego amplificarlo. Pero hay algo en la sensibilidad de Berlín, en esa cosa chamánica, que está muy conectada con una especie de energía hacia lo invisible que yo sí tengo en mi vida”, dice y luego, con una sonrisa, aclara: “Pero no tengo nada que ver con Berlín en mi día a día”.
Cuando mira el mundo, la pandemia, el capitalismo, la democracia, Pedro Alonso O’choro sostiene que “la discusión pública tiene mucha toxicidad”. Estamos en la era de la posverdad, de las sobreinterpretaciones, del pulgar arriba, del pulgar abajo, de los árboles que tapan el bosque. “La pandemia nos está poniendo a todos a prueba y nos está invitando a revisar el paradigma”, dice y ejemplifica: “A mí me interesa la ecología y puedo separar el plástico de mi casa pero la solución para erradicar el problema tiene que ser sistemática, solidaria, grupal y tiene que afectar necesariamente a los sistemas de producción. Tengo poco que hacer si no cambio yo primero”.
“Y El libro de Filipo habla un poco de eso: de una revolución íntima, primero, porque es la única forma de empezar a cambiar el mundo. Y te juro que a mi manera rezo porque aparezcan referentes nuevos, porque el tono de los discursos oficiales, en un porcentaje muy alto, está definitivamente muerto. Muerto. No representa a tanta gente trabajadora y de buena voluntad que hay en el mundo y que está siendo manipulada como si fuésemos poco más que hormigas”, agrega.
“No es la primera vez en la historia que un imperio cae. Y más allá de que hayamos sufrido al americano a lo largo de las últimas décadas, el imperio es occidental, un imperio que tiene que ver con un sistema de producción, y ahí todos los occidentales estamos metidos en un mismo barco”. Y mirando hacia el futuro, agrega: “La única forma de que esto cambie es siendo muy humildes y creando comités de gente sabia de una forma no ideologizada para, entre todos, organizar de la forma más constructiva un sistema que no arrase con la madre tierra como lo viene haciendo”.
No se considera catastrofista, más bien realista. “Hay algo en el sistema de producción que en beneficio de los números pasa por encima de miles de millones de cadáveres, y eso no tiene ningún sentido. Y ahora la pandemia nos está diciendo que las soluciones no tienen que ver con que alguien levante un muro, compre todas las medicinas y se las coma. Vamos a tener que reflexionar en alto de forma comunitaria para proteger más los valores de la vida, la propia y la ajena”, concluye. Luego se despide, cálido, con un abrazo y “un ánimo para vosotros, porque sé que están pasando un momento muy delicado”. Levanta la mano, sonríe y su rostro desaparece de la pantalla.
Fuente: Infobae.