En tiempos de un sinfín de variedades y sabores excéntricos de café, esta guía se propone como una simple reivindicación al viejo bar de barrio, aquel que forjó amistades, amores y proyectos. La ruta imaginaria, trazada casi por el azar, recorre también gran parte de la identidad cultural y la bohemia de la ciudad. Historias de vida, entrevistas, información gastronómica y un registro fotográfico documental con el foco puesto en la singularidad de cada lugar.
«Al cielo le pondría canchitas y un par de bares, porque en el bar estás en tu casa y a la vez estás balconeando la calle». (Roberto Fontanarrosa)
No importa la hora, no importa el lugar, sentarse en la mesa de alguna de estas cafeterías puede ser considerado como una declaración de principios, un acto de homenaje a lo que fuimos y a lo que seremos. El mapa nos lleva por barrios y visita zonas de distinta fisonomía, pero con un denominador en común: los mozos suelen tener gestos adustos y palabras cortantes, los habitués a veces se expresan casi con la mirada y por lo general sobrevuela en cada espacio esa extraña sensación de que las horas no avanzan.
Te imaginás que en tu bar preferido te den una sola medida de azúcar no refinada envasada en una lata y que el mozo te sirva el café con leche hasta desbordar la taza e incluso cubrir el plato? Esa era la costumbre en el Café de Marcos y el de Los Catalanes, previo a la Revoluciٕón de Mayo, los dos bares más importantes de Buenos Aires hace 200 años. El “café y leche” era muy popular (el té solo se conseguía como hierba medicinal) y venía acompañado por tostadas cubiertas con manteca.
Para facilitar el desplazamiento de los clientes en la vuelta a casa (las calles eran de tierra y de muy difícil circulación en días de lluvia), el café contaba con un servicio único en los establecimientos comerciales de la época: un carruaje de cuatro asientos esperando a la puerta del salón para quienes lo pudieran costear.
Entrás al Gavilán mientras imaginás que vas al Double R. Diner y pedís “un café tan negro como las noches sin luna y una porción de torta de cereza”. No estás en esa pequeña ciudad llamada Twin Peaks, es Villa Pueyrredón, pero cuando mirás por la ventana te acordás del agente especial del FBI Dale Cooper y su obsesión por el asesinato de Laura Palmer.
El fanatismo del personaje principal de la serie por el café no es más que uno de los tantos berretines de David Lynch: “Un buena taza tiene que tener gran sabor, suavidad, un retrogusto maravilloso y debe propiciar la magia de las ideas”.
“No somos somelliers de café ni críticos gastronómicos, pero nos une el placer de sentarnos a compartir en una mesa de una bar»
Martín Paladino. Baterista y periodista. Forma parte de distintos grupos de música y trabaja en el área de comunicación desde hace más de 20 años.
Edgardo A. Kevorkian. Fotógrafo y Diseñador gráfico. Desde hace 15 años se especializa en la fotografía de músicos, a quienes acompaña en conciertos, giras y grabaciones.. También desarrolla la actividad de diseñador gráfico independient