Casi un década después Asia, la hija de tres años de Emiliano, duerme en un cuarto con posters de planetas, muñecas de astronautas y un sillón que hace las veces de cápsula espacial.
En medio de la pandemia de coronavirus, Kargieman sigue trabajando para cumplir aquella promesa. Con 45 años, es el fundador y CEO de Satellogic, una empresa argentina con ética de hacker y ambición de lobo de Wall Street. El 11 de agosto Satellogic, que está celebrando su décimo aniversario, lanzará su satélite número 11 desde Guayana Francesa. Y para fin de septiembre tienen programado que un cohete exclusivo de la empresa ponga diez nuevos satélites en el espacio. Su trabajo será fotografiar todo lo que se cruzan en las 16 vueltas diarias que darán alrededor del planeta: bosques, tierras cultivadas, obras de infraestructura, pozos petroleros, desastres ecológicos. «No llegamos a ver individuos, pero sí una manifestación», dice Kargieman. Casi nada escapa los ojos de la constelación Satellogic, que luego procesa esa información para venderla a sus clientes: desde empresas agrícolas y forestales hasta el gobierno de Henan, una provincia China.
Semejante desarrollo tecnológico puede despertar temores, concede. La pesadilla distópica de gobiernos autoritarios, o empresas inescrupulosas, hurgando en nuestra privacidad se podría potenciar con la herramienta provista por Satellogic. Para Kargieman, sin embargo, es lo contrario. Sus satélites, dice, democratizan la información y permiten ejercer un mayor control sobre el poder. «Siempre es mejor ver», argumenta.
Exilio español
«Arrancamos con la plata que tenía en el bolsillo, juntamos 350.000 dólares de capital inicial y ya llevamos invertidos más de 100 millones de dólares», explica desde España. Cansado de los largos vuelos de Buenos Aires a Asia, donde están muchos de sus clientes, se instaló en Barcelona a fines de febrero. En 2019 había sumado suficientes kilómetros arriba de aviones como para dar 14 vueltas al mundo -«dos menos de las que da uno de nuestros satélites por día», se ríe- y quería viajar menos.
Vaya si logró el objetivo: el inicio del confinamiento impuesto por el coronavirus le suspendió todos los viajes y las reuniones se pasaron a Zoom. «Al final era lo mismo estar acá o donde sea», dice. Igual disfruta de la ciudad, que ya atravesó el confinamiento y está en plena ebullición veraniega. Junto con Asia y su mujer, Pola Oloixarac -una exitosa y ácida escritora que se divierte polemizando con el medio intelectual argentino en Twitter y en sus columnas del diario Perfil- se instalaron en las sierras, cerca del Tibidabo, un parque de diversiones con imponentes vistas de la ciudad y el Mediterráneo.
«Barcelona ofrece una gran calidad de vida y es muy buena para atraer el talento joven que buscamos», explica Kargieman refiriéndose a los especialistas en data science y procesamiento de imágenes, entre otras tantas profesiones, que emplean. Satellogic arrancó en Bariloche con apoyo del ministerio de Ciencia y del INVAP y hoy cuenta con unas 200 personas esparcidas en ocho ciudades alrededor del mundo. La oficina más grande es la de Buenos Aires. Semejante despliegue territorial hizo que que ya estuvieran habituados al trabajo remoto y a las reuniones en la pantalla. «Aunque no a esta escala», admite.
Planes de expansión
La pandemia no retrasó sus planes de expansión. Kargieman apunta a tener 60 satélites en órbita para 2022. Con ellos podrá mapear la superficie completa de la tierra una vez por semana. La lógica de su expansión responde a una visión muy clara que ya estaba presente en los inicios de su empresa. En 2010, Kargieman estuvo en la Singularity University, un centro de estudios en Silicon Valley financiado por la NASA, Google y Nokia, y se dio cuenta de que el programa espacial se guiaba por estándares anticuados y conservadores. Su punto de comparación era la informática. Ambas industrias nacieron en la posguerra, pero se desarrollaron con diferentes modelos.
Según Kargieman, el programa espacial creció con aportes de gobiernos y eso lo volvió conservador, averso al riesgo. La informática, en cambio, progresó de la mano de inversores privados y de cara al mercado. Eso hizo que las computadoras evolucionaran mucho más rápido que los satélites y la conquista del espacio. También abrió la puerta a emprendedores como él, dispuestos a innovar y arriesgar.
Tecnología vieja
En charla TEDx de 2011 Kargieman graficó su razonamiento con la imagen de un tablero de control de un transbordador espacial de esa época. Lo que alguna vez había sido el ejemplo de tecnología de punta, impactaba entonces por lo básico: tenía perillas y pantallas con números en fósforo verde, como en las computadoras de los noventa. «Estamos volando tecnología vieja», dijo entonces.
La NASA se pusó al día y lo demostró hace algo más de un mes, cuando por primera vez lanzó astronautas al espacio en una cápsula espacial privada. La Crew Dragon -desarrollada por Space X, una empresa del magnate Elon Musk- tenía un tablero digno de la pantalla de un iPhone. Kargieman celebró aquella alianza como prueba de que la industria espacial estaba lista para recibir la inyección innovadora y anímica que suponen algunas empresas privadas de tecnología: «Hay una relación directa entre lo que hacemos nosotros y Space X», dice.
Lo que Satellogic hace es construir microsatélites que pesan 42 kg y miden 82 cm de alto. Para ponerlos en órbita alquilan espacio en cohetes comerciales, que los dejan orbitando a una distancia de unos 500 km de la tierra. Durante los 90 minutos que tardan en dar la vuelta al planeta, fotografían la superficie con sus dos cámaras. Luego, transmiten las imágenes a las dos estaciones de Satellogic, una en el Polo Sur y otra en el Polo Norte. Kargieman no quiere revelar cuánto cuesta poner cada uno en el espacio, pero dice que sus satélites son 1000 veces más económicos que los tradicionales.
Inicios hackers
La disrupción de Satellogic responde a la forma de operar que Kargieman mamó en los círculos hackers de la Buenos Aires de los noventa. Hijo de padres psicoanalistas, descartó el Colegio Nacional Buenos Aires porque no quería perder el tiempo estudiando y se recibió en el Avellaneda, un secundario de menor exigencia. Cursaba por las tardes y se pasaba las noches encerrado con una Sinclair 2068, la computadora de su adolescencia.
Se integró a la escena de nerds con IQ por arriba del promedio y desdén por el resto de los mortales que entonces se juntaban en un bar mugriento de San José y Avenida de Mayo, en el barrio porteño de Congreso. Cada tanto organizaban fiestas con escasa presencia femenina. Una antológica se hizo en un cyber de Belgrano en mayo de 1996. Incluyó una charla de Emiliano sobre criptografía y un concurso de ingesta de tequila y vodka.
Entre sus compañeros de entonces hay algunos que, como él, llevaron esa irreverencia a escenarios más lucrativos. Mat Travizano es el CEO y fundador de GranData, una empresa instalada en Silicon Valley que utiliza bases de datos para rastrear tendencias, y compartió andanzas iniciáticas en la escena cyberpunk con Kargieman. «Éramos bichos raros, despreciados por el mundo», contó Mat hace algunos años sobre aquellos inicios. También eran elitistas: el pasaporte de acceso a su mesa era haber hackeado algo importante. Aunque su tipo social aún no estaban validado por el mercado, ni por el sistema de castas de popularidad, allí ya se cocinaba la ética libertaria y el impulso creativo que aún guía a Kargieman.
«Muy cool para ser nerd»
«Emiliano sigue siendo re hacker, está todo el tiempo tomando riesgos, no hay lugar para la burguesía», señala Oloixarac, su mujer. Se conocieron cuando rondaban los 20 años en el Danzón, un bar elegante que ocupa el primer piso de lo una casona de Barrio Norte, y volvieron a cruzarse en los pasillos de la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Era el espacio natural de Pola y Emiliano pasó por allí una temporada, luego de abandonar la carrera de Matemáticas. «Era muy cool para ser nerd», recuerda Pola sobre el que luego se convertiría en su marido.
El colectivo al que pertenecía Kargieman se llamaba HBO, Hacked by Owls, y su seudónimo era Logical Backdoor. Comenzaron hackeando juegos electrónicos y pronto lograron chupar la señal de los primeros celulares que aparecieron en Buenos Aires. Eran una especie de SIDE manejada por un grupo de post adolescentes anárquicos que no buscaban lucrar. Su objetivo era ganarle a los aparatos, liberar la tecnología de su función mercantilista y jugar con ella.
Se volvieron tan buenos rompiendo sistemas que algunos terminaron presos y otros, empleados en seguridad informática. Kargieman y algunos de sus amigos se integraron a la la Dirección General Impositiva para blindarla de ataques de gente como ellos y luego abrieron su propia empresa, Core. Hicieron mucho dinero, pero Kargieman se aburrió y -luego de un tiempo al frente de un fondo de inversión, Aconcagua- encontró su actual vocación espacial.
«Los recursos no son infinitos y si queremos seguir creciendo como especie no tenemos otra opción que mirar fuera de nuestro planeta», explica Kargieman. Esa necesidad es la aventura que lo convoca y el propósito de su empresa: explorar opciones en el universo al mismo tiempo que intentan manejar de manera más eficiente los recursos existentes. A la ética hacker y el espíritu emprendedor, Kargieman le sumó un discurso conservacionista.
«Tenemos que gestionar los recursos naturales para darle agua, energía y alimento a millones de habitantes sin destruir el planeta», asegura. Dice que ese, y no el dinero, es el sueño que lo desvela, el propósito detrás de sus satélites, que ya duermen en las estrellas.
Fuente: Nicolás Cassese, La Nación