Sin embargo, en el comienzo de los años 70 Riace Marina saltó inesperadamente a las tapas de los diarios europeos por motivos muy distintos, que pusieron a muchos a rastrear en los mapas el pequeñísimo punto que indica su ubicación, a orillas del Mar Jónico.
Un hallazgo increíble, como los que ocurren pocas veces en un siglo, había salido de las entrañas azules del Mediterráneo trayendo consigo un eco de la Magna Grecia.
1972
El miércoles 16 de agosto, en pleno período de Ferragosto -cuando Italia entera se lanza a disfrutar del verano en el mar o la montaña- había amanecido radiante. Un día ideal para el joven químico romano Stefano Mariottini, que había elegido las playas de Riace Marina para practicar pesca submarina: «Estaba pescando en apnea, sin equipo de oxígeno. Y mientras pescaba, en una zona del fondo a unos seis metros de profundidad, vi un brazo que salía del fondo arenoso . Primero pensé que era un cadáver, después entendí que no podía ser sino una estatua . Comencé a sacar la arena con la mano y apareció una estatua entera sobre el fondo marino».
Sin imaginarse todavía las dimensiones del hallazgo, Mariottini hizo la denuncia telefónica esa misma noche.
La notificación oficial, fechada el 17 de agosto de 1972, dice que el buzo estaba a unos 300 metros de la costa y a unos diez metros de profundidad cuando vio «un grupo de estatuas, presumiblemente de bronce. Las dos emergentes representan dos figuras masculinas desnudas, una acostada de espaldas, con rostro cubierto de barba rizada, los brazos abiertos y una pierna por delante de la otra. La otra recostada sobre un lado, con una pierna flexionada y un escudo en el brazo izquierdo. Las estatuas son de color marrón oscuro, salvo algunas partes más claras, y se conservan perfectamente, con la silueta limpia, sin incrustaciones evidentes. Las dimensiones rondan 1,80 metros».
Pocos días después, entre el 21 y el 22 de agosto, con un trabajoso operativo especial de su equipo de buzos los carabineros recuperaban ambas estatuas: primero el Bronce B y luego el Bronce A, que suelen llamarse respectivamente «el Viejo» y «el Joven». Para levantar del fondo esas moles de metal, que pesaban unos 400 kilos cada una, hicieron falta globos especiales inflados con el oxígeno de los tanques de los buzos .
Mientras tanto, en la playa de Riace Marina, una multitud de curiosos observaba el rescate y nacían las primeras polémicas y teorías conspirativas, algunas prolongadas hasta hoy: ¿por qué la denuncia hablaba de «un grupo» de estatuas si solo eran dos? ¿Dónde estaba el escudo que se menciona en el acta y que jamás apareció, ni siquiera tras las numerosas indagaciones de los investigadores en las redes europeas de tráfico de obras de arte? ¿Realmente había sido Mariottini el primero en avistar los bronces sumergidos o solo había sido el más rápido en atribuirse el hallazgo que el verdadero descubridor?
Héroes griegos, santos cristianos
Si inicialmente la recepción del hallazgo entre los arqueólogos fue más bien fría, una rareza considerando que son escasas las estatuas de bronce de la Antigüedad llegadas hasta nuestros días, en la gente de Riace generaron fervor popular.
Pronto los habitantes los identificaron con San Cosme y San Damián, los dos hermanos médicos -muy venerados en el pueblo, con multitudinarias procesiones- que según la tradición habían escapado varias veces a la muerte antes de su martirio final bajo el imperio de Diocleciano: una de esas veces, renacieron del mar al que habían sido arrojados con una piedra al cuello.
Pese a la identificación con la creencia local, las estatuas son en realidad muy anteriores. Más aún, ni siquiera son copias más cercanas en el tiempo de un original perdido: los Bronces de Riace son dos auténticas estatuas griegas del siglo V a.C., realizadas con una maestría digna de los mayores escultores de la edad de oro de la Grecia clásica .
En el libro que les dedicó, el paleontólogo Alberto Angela recuerda que «los bronces antiguos no se veían en absoluto del color verdoso que estamos acostumbrados a ver en las estatuas de nuestras plazas, expuestas a la acción oxidante de los agentes atmosféricos y la contaminación. Además de ser luminosas y brillantes, las estatuas de bronce de la Antigüedad tenían varias tonalidades porque estaban conformadas por diversos metales. Para los griegos, las estatuas de bronce tenían mayor valor que las de mármol: si se quería realizar una escultura importante, por ejemplo un príncipe o un dios, se elegía el bronce . Las estatuas de bronce tenían un color luminoso, parecido al oro o al cobre, su piel refulgente declamaba visualmente la gloria de la divinidad, de los héroes, de los atletas que representaban. En los santuarios había personas encargadas de mantener los bronces siempre brillantes. Y bajo el ardiente sol de Grecia, se volvían tan calientes que no se podían tocar, y emanaban un calor semejante al de un fuego encendido».
La mayoría de las esculturas de bronce de la Antigüedad no han llegado hasta nuestros días sino a través de copias romanas de mármol, en gran parte porque las obras originales muchas veces terminaban fundidas para reutilizar el metal. Por lo tanto, es raro apreciarlas tal como eran, sin el filtro de las reinterpretaciones posteriores: y eso es uno de los valores excepcionales de los Bronces de Riace.
¿Pero a quiénes representaban estos gigantes de 400 kilos cada uno, que una vez vaciados de la arena y las incrustaciones marinas adheridas después de siglos en el fondo del mar redujeron su peso a unos 160 kilos?
El misterio perdura. El tamaño -el Viejo mide 1,97 metros y el Joven 1,98, una altura notable para el promedio de 1,62 metros habitual en los hombres del Mediterráneo de aquella época- es otro de los indicadores de su importancia, además de los detalles de cobre y plata finamente trabajada.
Para algunos historiadores pueden haber sido la representación de Cástor y Pólux, hijos de Zeus y Leda; para otros los héroes de la Ilíada Áyax el Grande y Áyax el Menor; para otros más tal vez atletas vencedores en los Juegos Olímpicos . La respuesta es una incógnita que probablemente contribuye a la fascinación que despiertan las esculturas. El otro enigma es el autor: de Fidias en adelante, se han formulado todas las hipótesis posibles, pero la respuesta yace escondida en los pliegues de la historia.
El largo camino de los bronces
Los primeros intentos de restauración se hicieron en Reggio Calabria, sobre todo la limpieza de los microorganismos marinos adheridos a las estatuas, hasta que se hizo evidente que hacía falta la mejor tecnología de la época. Tres años después de ser recuperados del mar, los Bronces de Riace fueron llevados al Centro de Restauración en Florencia, un ente nacido tras la desastrosa inundación del Arno en 1966, que había dañado enormemente el patrimonio artístico local y al mismo tiempo dado impulso a las técnicas de recuperación.
Allí las estatuas fueron radiografiadas, sometidas a ultrasonido, cuidadosamente liberadas de sales corrosivas y protegidas a la altura de la dimensión divina que se les atribuye. En 1980, la terminación de los trabajos se celebró con una exposición temporal en Florencia: el entusiasmo y la afluencia masiva de público obligó a extender los 20 días iniciales a seis meses.
Los Bronces de Riace se consagraron definitivamente como un fenómeno popular: a su magnificencia artística se sumó su atracción erótica: «No se los considera solo portadores de belleza o de poesía -dijo Luigi Lombardi Satriani en un simposio internacional organizado en Calabria sobre las esculturas- sino que en el imaginario colectivo aparecieron cargados de sugestión sexual». Por si hiciera falta confirmación para sus palabras, los bronces inspiraron muñecos inflables y hasta una historieta erótica, llamada Sukia , que se hizo bastante popular. Aparecieron réplicas de 20 centímetros en oro y plata, en edición limitada, y estampillas del correo oficial: un «caso testigo de la nueva relación entre la arqueología y el consumo masivo estudiado por sociólogos y antropólogos».
No faltó tampoco la «maldición de los Bronces de Riace». Pocos meses después del hallazgo, Stefano Mariottini perdió a su mujer y su hijo en un accidente. El funcionario que ordenó llevarlas de inmediato al Museo de Reggio Calabria también murió poco más tarde. El camión que había trasladado las estatuas a la capital regional se vio involucrado en un accidente mortal. Y cuando se quiso instalar réplicas de las esculturas de tamaño natural en Caulonia Marina, a pocos kilómetros del lugar del descubrimiento, una potente marejada destruyó buena parte de la costanera de la pequeña localidad. Para algunos ancianos de Riace tantos hechos desgraciados no eran sino la consecuencia de una profanación: el haber retirado los bronces del fondo del mar.
La morada final
En 1981 los Bronces de Riace emprendieron finalmente el regreso a casa: para Calabria , una de las regiones más relegadas de Italia, recuperar aquellos guerreros para exhibirlos en el Museo Nacional de Reggio Calabria se había vuelto una cuestión de honor frente al temor de que quedaran para siempre en Florencia, Roma u otras ciudades más privilegiadas. En el camino, sin embargo, el Joven y el Viejo hicieron un alto en Roma por voluntad del presidente Sandro Pertini, y fueron expuestos en el Quirinale, donde los vieron en promedio unos 12.000 visitantes al día.
En los años siguientes los Bronces de Riace fueron sometidos a nuevas restauraciones, pero no volvieron a moverse de su región natal: y en 2013 fueron finalmente instalados en el Museo Nacional de Reggio Calabria , sobre sendos pedestales antisísmicos de mármol de Carrara, listos para conjurar los peligros de una de las zonas más sujetas a los terremotos en toda Europa.
Nada que temer, si se cree en su aura divina y su fortaleza de semidioses griegos; si se piensa que sobrevivieron a decenas de siglos bajo el mar para aparecer inesperadamente, en el ya lejano verano de 1972, como dioses ex machina portadores de tanto misterio como infinita atracción.
Fuente: Graciela Cutuli, La Nación