La apertura fue una fiesta. “Roma”, el bar por el que pasaron artistas y futbolistas y que había conseguido ser notable a sugerencia de Luis Alberto Spinetta, volvía a ponerse en marcha en la esquina de San Luis y Tomás de Anchorena, en el corazón del Abasto. Sus dueños anteriores, dos primos asturianos de 92 y 84, habían tenido que tirar el guante y darse cuenta que ya no podían atenderlo: Los jóvenes que aparecieron parar comprarlo les prometían cuidar a “Roma” y su historia. Incluso, les preguntaron cuál era su mesa preferida para que estuviera disponible siempre para ellos. Así, ‘aggiornado’ y con su estilo, el bar reabrió sus puertas en los primeros días de marzo. Pero llegó la pandemia del coronavirus.
El 20 de marzo, un decreto impuso el aislamiento social, preventivo y obligatorio, con el cierre forzado de todos los locales gastronómicos. La versión que con el correr de las semanas los dueños de los bares encontraron fue convertirse en delivery hasta que puedan volver a recibir a clientes en sus mesas. Y “Roma” decidió adaptarse a esta versión de los tiempos, como tantos otros bares. “Vamos a dar pelea, queremos llegar a los 100 años de Roma”, dice a Infobae uno de sus dueños.
Lo curioso, en este caso, es que el testigo de ese proceso es Jesús, uno de los ex dueños de Roma que vive en la planta alta del que fue su negocio y desde ahí sigue la suerte de sus nuevos dueños. “Apenas habían abierto y estaban trabajando tan bien», dice a Infobae. “A mí me da lástima por ellos».
De historias y bares
Jesús Llamedo nació el 31 de enero de 1928. Laudino, su primo y socio, el 24 de marzo de 1936. Llegaron desde Asturias (primero Jesús, después su primo) y se instalaron en el Abasto, un barrio teñido de la inmigración italiana. En 1952, Jesús se puso al frente de Roma, en la esquina de San Luis y Anchorena. Desde 1927, esa construcción era “un almacén y bar”, pero Jesús lo convirtió en un “boliche”. Había un metegol que hubo que sacar durante el gobierno de Onganía. Enfrente del bar estaba el Teatro Pedro Aleandro. Todas las tardes a la salida de las clases solía pasar un rato junto a su esposa María Luisa Robledo. Por ahí también estuvieron las hijas de ese matrimonio, María Vaner y Norma Aleandro. Leonardo Favio y Lito Cruz eran jóvenes actores que también se detenían en el boliche.
El lugar fue centro de reunión del plantel de Boca Juniors. Pero por su mesas también pasaron desde Néstor “Pipo” Rossi y Omar Sívori, que brillaron en las canchas llevando la camiseta de River. Curiosamente, fue otro amante del equipo de Núñez el que hizo “notable” el bar: Luis Alberto Spinetta. Fue el “el Flaco” el que sugirió en 2014 que “Roma” fuera incluido en esa lista de bares reconocidos en el Gobierno de la Ciudad por su historia. Sobrevivía ahí pese a los cambios del barrio y la construcción del shopping que reemplazó al viejo Mercado del Abasto.
Sin embargo, para cualquiera que pasara por su esquina, Roma había quedado detenido en el tiempo. Así lo describió Martín Auzmendi, un periodista gastronómico, cuando pasó por el bar en los primeros meses de 2019. Entró y pidió un café. Amante de los “bares viejos”, su ojo ya estaba entrenado. Ya había abierto con sus amigos el bar La Fuerza, en Chacarita. Fue por eso que cuando ese mismo día se encontró con uno de sus socios le contó que había quedado enamorado de “Roma”.
La sorpresa llegó meses después, en primavera. “No lo vas a poder creer, están buscando un dueño para Roma”, le dijo el socio. Por un conocido se había enterado que una inmobiliaria estaba ofreciendo la propiedad. Al proyecto de ir por “Roma” se sumaron Agustín Camps y Sebastián Zuccardi, junto a Julián Díaz, que ya había remodelado el bar Los Galgos, de Lavalle y Callao.
Nuevos rumbos
Jesús y Laudino habían decidido que ya no podían. “Se nos ponía difícil la salud. Tengo 92 años, ya no estoy para atender bares”, dice Jesús entre resignado y astuto en el diálogo telefónico con Infobae. En más de 60 años nunca había sobrado para modernizarlo.
Una cadena comercial de bares muy conocida había hecho una oferta pero no los convencía. Por eso cuando apareció la propuesta de mantener a Roma, los escucharon con atención. Un factor jugó en favor de los aspirantes a comprar: uno de los socios tenía familia asturiana y ahí la charla se puso más amena. Y así, charla va, charla viene, Roma cambió de dueños.
“No queríamos que el barrio pensara que los habíamos echado y veníamos a cambiar todo. Por eso el primer día colgamos un cartel en el frente que decía ‘Roma no cierra’”, recuerda Martín a Infobae. Y a través de sus redes sociales fueron contando todo el proceso de reconstrucción para mantener el estilo y los objetos que constituyeron ese bar histórico, como las 580 botellas que fueron encontrando en el lugar. Pero hicieron también algunos cambios.
El sótano, que estaba en desuso, fue convertido en un lugar de producción y construyeron un horno. Para eso llamaron al más experimento fumista que construyó los hornos de las mejores pizzerías porteñas y al que pudieron contactar por una nota en un diario. A Walter Cossalte, de 80 años, también hubo que convencerlo de sumarse al proyecto. “Roma era un café-bar. Servía comidas simples, ‘sánguches’, gaseosa y cerveza. Queríamos tenerlo abierto todo el día, así que le sumamos la pizza porteña, medio alta. Y llamamos al mejor para que lo hiciera”, recuerda Martín.
La apertura y la pandemia
Fueron tres meses de trabajo hasta dejarlo a punto. Jesús bajaba y miraba cómo iba tomando forma. A veces, aparecía con un guiso de garbanzos, que repartía con gusto: su especialidad. Todo el proceso fue relatado por “Roma” en su cuenta de Instagram. Y en los primeros días de marzo, el bar abrió de nuevo sus puertas y se llenó de amigos y desconocidos en esa bienvenida. Pero apareció el coronavirus y el aislamiento y el bar quedó obligado a “hacer una pausa”.
“Diez días antes del aislamiento, abrimos -señala Martín-. Faltaban algunas cositas que la gente no ve, pero vino la pandemia. Así que hubo que bajar la cortina otra vez. Fue complicado porque no estábamos instalados aún. Así que inauguramos este sistema de delivery, no solo con la pizza sino con algunos productos que hacemos hasta que podamos reabrir otra vez. La gente que viene a comprarnos y conocernos nos pregunta por Jesús. Nosotros le avisamos que está bien y cerca. Ya le mandamos la pizza para ver si le gusta”.
“A veces nos reímos -dice agrega-. Nos acordamos de ‘Roma, ciudad abierta’”, la película de Roberto Rossellini que muestra un escenario de posguerra en la Italia que dejó el fascismo. “Para la gastronomía, esta pandemia es durísima y un desafío enorme pensar cómo va a ser el futuro para los bares. Pero vamos a seguir con todo el esfuerzo. Nadie pone un bar para hacerse rico. Queremos llegar a los 100 años de Roma para festejarlo como se merece”.
Desde que se decretó el aislamiento, Jesús casi no sale de la casa. “Hay que acostumbrarse a la cuarentena. Uno ya se acostumbró a tantas cosas cuando era joven… Pero esto es distinto. Algunos dicen que es como una guerra. En la guerra hay intereses, hay decisiones. Esto es otra cosa”. «.
Durante años, atendió esas mesas. Cuando no había gente, se ponía a leer el diario en una de las mesas en donde daba el sol. “Pasaba y me saludaba todo el mundo. Gente que ni conocía… Me decían ‘Jesús’. Yo saludaba. Vamos, que no se puede conocer a todos”. Esa mesa, sin embargo, está reservada para él para cuando el coronavirus se vaya. “Los chicos me preguntaron que cuál era mi mesa, pero tampoco quiero abusar”, dice sabiendo que su mesa no será ocupada.
Con sus años al frente de un comercio, es imposible para Jesús no pensar en qué va a pasar en el negocio. Es que cuando se termine el aislamiento “la gente no va a correr a salir a comprar apenas se levante esto”. Pero “como decían en mi pueblo: a bailar al son que toque”.
“Eso del coronavirus es un desastre. Por mí, qué se yo, yo ya viví y en cualquier momento… Bueno, es peligroso y ahora va a venir la parte más difícil -dice Jesús-. Prácticamente no salgo. Pero ya estoy cansado de escuchar el nombre del coronavirus y la pandemia”. Por eso cuando la charla va terminando, invita a esta periodista a tocarle el timbre cuando este virus se vaya y así poder compartir un café. ¿Dónde? En Roma.
Fuente: Infobae