Una mujer protegida con una mascarilla pasa junto a la obra ‘El triunfo de la muerte’ de Pieter Bruegel el Viejo», en el Museo del Prado / EFE
A lo largo de los siglo, los artistas dan cuenta de la realidad de su tiempo y en ese sentido también las enfermedades y pandemias atraviesan la historia de la pintura y el arte. Solo en el Museo del Prado, que este viernes reabre sus puertas en el marco de la actual pandemia por coronavirus, se encuentran numerosas pinturas que permiten rastrear los efectos y el temor que produjeron las enfermedades infeccionas en distintas épocas. A continuación, cinco ejemplos que demuestran hasta qué punto el terror -y también la esperanza de la cura- inspiró a los pintores europeos a lo largo del tiempo.
1. «El triunfo de la muerte», de Pieter Brueghel
Junto con Jan Van Eyck, el Bosco y Pedro Pablo Rubens, Pieter Brueghel es considerado como una de las cuatro grandes figuras de la pintura flamenca. Su cuadro El triunfo de la Muerte representa el juicio final, con los esqueletos a caballo, pero también puede ser una representación de la peste que arrasó con gran parte de la población europea a mediados del siglo XVI. Fue pintado en 1562. Jan Brueghel el Viejo, hijo de Pieter, realizó una réplica del cuadro de su padre en 1597. Y también se conserva una copia posterior, de 1628.
Pieter Brueghel. «El triunfo de la Muerte» (1562).
En el cuadro, vemos el cielo oscurecido por el humo de las ciudades ardiendo, al fondo un mar plagado de naufragios; a la orilla hay una casa, alrededor de la que se agrupa un ejército de muertos. Mientras que al frente, en el extremo inferior izquierdo, yace el rey, vestido con su capa y con el cetro en la mano.
2. «El camino de la gloria artística», de José González Bande
Esta pequeña pintura es en realidad el boceto preparatorio del cuadro titulado El camino de la gloria artística, presentado por José González Bande -un artista del que se conservan muy pocos datos- a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1856 y que fue adquirido por el Estado en 5.000 reales de la época.
2. «El camino de la gloria artística» (1855), de José González Bande
El cuadro definitivo (firmado «J. Gon.z Bande/Oct.e 1855», en su ángulo inferior derecho) representa una pequeña habitación en penumbra, tenuemente iluminada por un tragaluz, en la que un pobre pintor, postrado en la cama, es atendido por su esposa. Dispersos por la habitación, varios lienzos y útiles de su taller con los que juegan sus hijos: el pequeño, a los pies de la cama, hace pajaritos de papel con las hojas de un libro de láminas, mientras que el mayor, con un gorro hecho del mismo material y disfrazado de soldado, aprovecha el descuido de sus padres para tomar un modelo de yeso de la mesa. A la izquierda de la silla que sirve al enfermo de mesita de luz, una simbólica corona de laurel -¿testimonio de glorias pasadas o esperanza de futuras’- que descansa sobre unos apuntes del pintor.
3. «San Francisco abrazando a un leproso», de Zacarías González Velázquez
El cuadro, de 1787, representa al joven Francisco que detiene su caballo para besar a un leproso, según el episodio narrado por San Buenaventura: «Cierto día, al atravesar el joven Francisco a caballo un camino cercano a la leprosería que estaba cerca de Asís, se encontró con un leproso, del que instintivamente en una primera reacción trata de alejarse. Pero pronto siente una nueva fuerza dentro de si: es de compasión y lástima, que le decide a bajar del caballo, acercarse al leproso, entregarle una limosna, y en un rasgo supremo de heroísmo, darle un beso en aquella cara cubierta de úlceras». El caballo manchado ladea la cabeza y parece observar la escena.
«San Francisco abrazando a un leproso» (1787), de Zacarías González Velázquez.
Se trata del cuarto boceto del conjunto de once conservado en el Museo del Prado para la serie Escenas de la vida de San Francisco de Asís, pintada por Zacarías González Velázquez y originalmente destinada a la decoración del claustro bajo de la basílica de San Francisco el Grande de Madrid. El óleo apenas guarda diferencias con el lienzo definitivo.
4. «San Carlos Borromeo y la peste de Milán», de Ubaldo Gandolfi.
Dos sepultureros arrojan a una fosa un cadáver semidesnudo; al fondo, un santo, posiblemente San Carlos Borromeo, bendice el cuerpo.
Una de las múltiples representaciones pictóricas de San Carlos Borromeo está en el Museo del Prado, aunque no expuesto al público. Carlos Borromeo (1538-1584) es considerado el santo que libró a Milán de la peste de mediados del siglo XVI. El que fuera arzobispo de la ciudad italiana a los 26 años salió en procesión ante un terrible brote de esta epidemia en 1576 que dejó diezmada a la población.
«San Carlos Borromeo y la peste de Milán» (S. XVIII), de Ubaldo Gandolfi.
Se cuenta que Borromeo trató de aliviar a los afectados, que se dejaban morir en las calles y a los que se abandonaba sin la menor de las consideraciones. La situación se agravaba y el Arzobispo no dudó en tomar medidas: él mismo salió a la calle y trató de consolar a los enfermos, vendió los objetos más preciados que tenía y dicen incluso que cedió los cortinass de su palacio para pudieran hacerse nuevas prendas para abrigarlos.
Hasta el 20 de enero de 1578 no se declaró formalmente la extinción de la enfermedad, que, por su extraordinaria conducta durante aquella dura prueba, se denominó la peste de san Carlos. El cuadro fue pintado por Ubaldo gandolfi (Bolonia, 1728 – Ravena, 1781) en el siglo XVIII.
5. «Santa Rosalía» (1625), de Anton Van Dyck.
Esta es una de las varias imágenes de santa Rosalía que Van Dyck (Amberes, 1599 – Londres, 1641), considerado el pintor flamenco más importante después de Rubens en la primera mitad del siglo XVII, pintó en Sicilia, donde residió entre 1624 y 1625.
«Santa Rosalía» (1625), de Anton Van Dyck.
El culto a Rosalía -que vivió como ermitaña, en el monte Pellegrino, cerca de Palermo- se popularizó durante la epidemia de peste que asoló la ciudad en esos mismos años: durante 1624, Van Dyck se traslada a Sicilia por expresa invitación del virrey español y en julio de ese mismo año se descubren en una gruta de la isla los restos mortales de Santa Rosalía, patrona de Palermo. Todo el mundo se encomendaría entonces a ella como intercesora ante las continuas plagas de peste que azotaban la zona. Esto motivó un aumento de las imágenes de la santa, por lo que Van Dyck recibiría como encargo la realización de esta obra: una preciosa imagen en la que Rosalía eleva la mirada hacia el cielo y coloca su mano derecha sobre el pecho y la izquierda…sobre una calavera.
Fuente: Verónica Abdala