Incertidumbre y dinamismo son características centrales de la pandemia, en la que toda la población mundial es suceptible de contraer un virus nuevo y por lo tanto desconocido, para el que por el momento no hay vacuna ni tratamiento específico y efectivo que puedan ponerle freno.
Aunque parezca que transcurrieron años, en Argentina se cumplen hoy 50 días de aislamiento preventivo obligatorio y pasaron apenas cuatro meses desde que científicos chinos identificaron que el origen de decenas de casos de una neumonía atípica en Wuhan, provincia de Hubei, era un nuevo coronavirus. A partir de entonces y al ritmo de su veloz propagación por el mundo, investigadores de diversas áreas, médicos y autoridades sanitarias van aprendiendo sobre la marcha y a contrarreloj sobre el SARS-CoV-2, causante de la enfermedad Covid-19 que ya provocó más de 3,7 millones de casos y 265.000 muertes. “Estamos escribiendo el libreto sobre el escenario”, graficó en una entrevista con Clarín el infectólogo Pedro Cahn, integrante del comité de expertos que asesora al Gobierno.ç
En un contexto de incertidumbre, las preguntas superan con creces a las respuestas y el potencial (“causaría”, “funcionaría”, “mejoraría”) es rey.
En base a la evidencia que se genera, se diseñan políticas y se emiten recomendaciones que se van modificando a medida que el conocimiento del nuevo integrante de la familia de coronavirus aumenta. Y así, cuestiones que al principio parecían ciertas o afirmaciones sin el debido sustento empiezan a caer por el peso de la evidencia. Y hay casos en los que aún sin grandes avances en ese aspecto, el avance de la pandemia y la situación epidemiológica fuerzan los cambios (como lo que ocurrió con la recomendación del uso de barbijos).
En un contexto de incertidumbre, las preguntas superan con creces a las respuestas y el potencial (“causaría”, “funcionaría”, “mejoraría”) es rey.
En base a la evidencia que se genera, se diseñan políticas y se emiten recomendaciones que se van modificando a medida que el conocimiento del nuevo integrante de la familia de coronavirus aumenta. Y así, cuestiones que al principio parecían ciertas o afirmaciones sin el debido sustento empiezan a caer por el peso de la evidencia. Y hay casos en los que aún sin grandes avances en ese aspecto, el avance de la pandemia y la situación epidemiológica fuerzan los cambios (como lo que ocurrió con la recomendación del uso de barbijos).
La comparación con la gripe
Cuando los casos de Covid-19 no se contaban por millones y el número de muertes no tenía la dimensión que tiene en la actualidad, era frecuente la comparación de la amenaza que representaba el coronavirus con la de un virus mucho más conocido, el de la influenza. Es que tanto la covid como la gripe son enfermedades respiratorias que se transmiten por contacto con las gotitas expelidas al hablar, toser o estornudar, producen síntomas parecidos y pueden provocar desde infecciones asintomáticas o leves hasta cuadros graves y muertes.
Pero si bien se tardará un tiempo en determinar con exactitud la verdadera tasa de mortalidad de la Covid-19, en una conferencia de prensa el 13 de abril, el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, advirtió que estamos ante una amenaza mucho más grande. “Sabemos que la Covid-19 se propaga rápidamente y sabemos que es letal: 10 veces más que el virus H1N1, responsable de la pandemia de la gripe de 2009”. En el caso de la gripe estacional, la tasa de mortalidad suele ser muy inferior al 0,1%.
Si bien la letalidad real de Covid-19 terminará bastante menor a la registrada hasta ahora (porque se estima que hay un número mucho mayor de infecciones reales que las notificadas), en la actualidad se ubica en torno al 6% y el 7%, pero con amplias diferencias entre países. En Argentina es del 5,2%, mientras que en Francia, Inglaterra e Italia es cercana al 15%.
Hoy, Londres vacía en la conmemoración del Día de la Victoria en Europa . EFE/EPA/FACUNDO ARRIZABALAGA
El fiasco de la “inmunización natural”
En enfermedades virales como el sarampión, por ejemplo, la inmunidad colectiva es la principal herramienta para proteger a los grupos vulnerables (los menores de un año y las personas inmunocomprometidas que no pueden vacunarse, entre otros). Cuando las coberturas de vacunación dentro de la población son elevadas (la Organización Mundial de la Salud recomienda un 95% para el sarampión), la comunidad funciona como un escudo protector para que el virus no llegue a quienes tienen más riesgo de enfermar gravemente.
La inmunidad colectiva o de rebaño contribuye a reducir el número de personas suceptibles a infectarse. Generada por las vacunas, es una alternativa deseable y segura. Intentar conseguir eso con un virus nuevo para el que no hay vacuna y en el medio de una pandemia que avanza en el mundo con millones de casos y centenares de miles de muertos, liberando a las personas para que se «inmunicen» naturalmente ya demostró ser una opción destinada a un rotundo fracaso.
El mejor ejemplo de eso lo ofrece el Reino Unido. La primera estrategia del primer ministro Boris Johnson para enfrentar al coronavirus fue precisamente no hacer nada, quien desistió de implementar medidas de aislamiento como lo hacía buena parte del mundo.
La idea de dejar que el virus circule entre la comunidad para que gran parte de la población se infecte rápidamente y desarrolle anticuerpos contra el virus no hizo más que colapsar al sistema de salud y elevar drásticamente el número de muertes. Incluso Johnson terminó contrayendo el virus y pasó unos días en terapia intensiva.
Epidemiólogos del Imperial College de Londres pronosticaron que de seguir con esa política, se producirían 250.000 muertes. El premier impuso finalmente un cambio de estrategia y dispuso la entrada en cuarentena.
La “verdad” que había guiado la primera política (el no hacer nada) se había caído. El Reino Unido está pagando las consecuencias de no haber tomado medidas a tiempo: es el país con más muertes de Europa (más de 30.000) y el segundo a nivel mundial.
«Todos los modelos mundiales de intentos de que toda la gente se inmunice han salido mal, porque la tasa de ataque, de transmisibilidad y la letalidad en grupos de personas grandes es tan alta, que cualquier aumento de serología en la población se filtra hacia personas mayores que después son las que se van a morir. Eso es lo que le pasó a Boris Johnson (en el Reino Unido), es lo que le está pasando a Suecia y a otros países que dijeron ‘vamos a dejar que esto circule’ y la situación se les ha complicado», afirmó a Clarín Omar Sued, presidente de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI) y también integrante del comité de expertos que asesora al Gobierno.
Las impactantes imágenes de China después se trasladaron al resto del mundo. EFE/WU HONG
No, la cuarentena no es sólo una cuestión china
Tras reportar el inicio del brote de coronavirus, la provincia de Hubei, en China, fue la primera en cerrarse y declarar una estricta cuarentena que, hasta ese momento, el resto de los países seguían desde las pantallas como si fuera una película de cine catástrofe imposible en sus escenarios, donde la vida seguía por los carriles de la normalidad.
Cuando los argentinos todavía llenaban las playas y otros destinos turísticos y compartían mates y asados; cuando la torre Eiffel, el Coliseo Romano y el Central Park experimentaban su habitual ebullición; sobrevolaba la idea de que cerrar fronteras, escuelas, cines, teatros, pero sobre todo confinarse dentro de las casas por un tiempo indeterminado para contener la propagación del coronavirus era algo inconcebible en países del mundo occidental. Una creencia que se cayó sola frente a la evidencia que ante un virus pandémico para el que no hay vacuna ni tratamiento específico el aislamiento físico es la medida más efectiva para reducir su circulación y su consecuente impacto en la salud. El coronavirus terminó poniendo a medio planeta en cuarentena. Y la verdad que asoma en estos días -y que se presumía ya desde el inicio- entrar es bastante más fácil que salir.
¿Se propagó antes?
El 31 de diciembre de 2019 China reportó a la OMS el brote de una neumonía desconocida, de la que una semana después se conocería su origen. Pero ahora se investiga si el nuevo virus había comenzado a circular antes. Según una investigación realizada en Francia, el SARS-CoV-2 ya se había extendido en la población del país galo antes de la primera notificación oficial.
«Sería de gran importancia que todos los países con casos sin especificar de neumonía en diciembre, o incluso en noviembre, realicen test, y algunos ya lo están haciendo», destacó en rueda de prensa el portavoz de la OMS Christian Lindmeier. Y admitió que no sería raro que el coronavirus estuviera ya fuera de China en fechas más tempranas, «ya que los primeros casos de la enfermedad se remontan a principios de diciembre y entra dentro de lo posible que algunos de los infectados viajaran desde Wuhan (ciudad donde se originó) a otros países».
Taparse la boca: del no al sí
“En el mundo hay muchas personas que tienen coronavirus. La información para cuidarnos del virus y que las personas no se enfermen, cambia todo el tiempo”, así explicó el Ministerio de Salud la decisión de recomendar que todas las personas utilicen barbijos caseros como medida de prevención complementaria al distanciamiento físico y a la higiene de manos y respiratoria.
Ese cambio de postura se dio a mediados de abril. En los meses previos, autoridades sanitarias nacionales, sociedades científicas e integrantes del comité asesor enfatizan que el uso de barbijos estaban indicados únicamente en personas con síntomas y profesionales de la salud, no en la población general.
¿Hubo un cambio en la evidencia que justificara la nueva estrategia? No. De hecho, la OMS no recomienda el uso de barbijos en población sana, porque su utilización no se ha asociado a ningún beneficio en particular e incluso puede otorgar una falsa sensación de seguridad que lleve a relajar otras medidas efectivas, como el distanciamiento físico. No obstante, no critica a los países que decidan implementar la recomendación.
¿Qué fue entonces lo que empujó el cambio? El avance de la pandemia, la situación epidemiológica. El aumento de casos en el país elevó la preocupación por la cantidad de personas que podrían estar cursando la infección en forma asintomática y que si usaran barbijo podrían reducir las posibilidades de contagiar a otros. No obstante, autoridades nacionales y expertos insisten en la importancia de que los tapabocas deben ser caseros, mientras que los barbijos quirúrgicos deben quedar reservados para el personal de salud.
¿Hay que pasar el invierno?
Argentina tomó nota de la existencia del coronavirus en pleno verano. En ese momento, este lado del mapa se ilusionaba con que el calor podría ser un factor que ayude en la contención de la propagación del virus. Y del otro lado, en el hemisferio norte, se pensaba que la transmisión de Covid-19 podría remitir con la llegada de las altas temperaturas.
Un estudio canadiense dado a conocer hoy da por tierra con esa teoría. Tras estudiar los casos de 144 regiones del mundo que sumaban más de 375.000 positivos de COVID-19 hasta el 27 de marzo, el trabajo realizado por un equipo dirigido por Peter Jüni, profesor de epidemiología y medicina de la Universidad de Toronto, las altas temperaturas no afectan a la transmisión y propagación de la enfermedad.
En una entrevista con la agencia de noticias EFE Efe, Jüni explicó que no es cierta la idea de que la enfermedad se comportará como la gripe o los resfríos tradicionales, que desaparecen en gran medida en los meses más cálidos. En su estudio -publicado en la revista Canadian Medical Association Journal- analizaron los datos de países con temperaturas medias de 31 grados (Burkina Faso) y áreas de Canadá con medias de -10,3.
Didier Raoult encendió la expectativa en torno a la hidroxicloroquina /GERARD JULIEN / AFP
La hidroxicloroquina no es la bala de plata
Si bien todavía no se sabe si la hidroxicloroquina resultará efectiva y segura contra el nuevo coronavirus, es la que más expectativa mediática despertó. Uno de los factores que más contribuyó a eso fue la atención concitada por las declaraciones del virólogo francés Didier Raoult, quien aseguró que el tratamiento que combina hidroxicloroquina y azimitromicina “es eficaz”, por lo que “es inmoral no usarlo”. Raoult basó su afirmación en un estudio no aleatorizado realizado en Francia sobre apenas 20 casos y sobre el que existe amplio consenso de expertos a nivel mundial de que presenta enormes limitaciones metodológicas.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también tuvo su parte de responsabilidad al recomendar abiertamente el uso de la droga en conferencias de prensa.
La cloroquina y la hidroxicloroquina están siendo utilizadas en el mundo y en Argentina en el marco de recomendaciones condicionales y siendo probadas en ensayos clínicos en pacientes graves, pero por el momento no hay evidencia que sostenga la expectativa que generó.
“Todos los estudios clínicos que van saliendo hasta el momento no están dando cuenta de esa excepcional actividad que habían presentado, por ejemplo, los franceses (con la hidroxicloroquina)”, afirmó Omar Sued.
Fuente: Clarín