Y es que entre los innumerables efectos que la cuarentena tiene en la población, el impacto psicológico fue quizás -y debido a la inmensa cantidad de urgencias a atender-, el menos tenido en cuenta. Será por eso que, de entre los rubros «no esenciales», la terapia es, a pesar de la parálisis económica generada por la pandemia, imprescindible para el bienestar de la psiquis de muchos argentinos. No es raro pensar que en el país con mas psicólogos per cápita del mundo, las terapias no solo no se tomen descanso, sino que estén más vigentes que nunca.
El hecho de que las prepagas, que inicialmente no avalaron las consultas online, hayan tenido que dar marcha atrás y cubrir una consulta por semana para pacientes en tratamiento y para contención de emergencia, confirma que la cuarentena trae aparejadas consecuencias variables en el plano psicológico. «Los pacientes quieren continuar. Para gente que hace la cuarentena acompañada la problemática suele ser que no encuentran su lugar o que no aguantan más a su familia, los que viven solos al hablar con alguien sienten que no están solos, y yo trato de transmitirles que esto es algo nos pasa a todos, no a ellos como un castigo», relata Gisele Finocchio, psicóloga cuya mayoría de pacientes continuaron por vía virtual el análisis. También hay otros que arrancaron ahora la terapia online por la angustia del encierro y ataques de pánico.
La urgencia de la situación versus la continuidad de un análisis en el nuevo contexto. Esa suele ser la dualidad: «Hay pacientes que siguen su análisis como si mantuvieran el dispositivo tradicional, por ejemplo, te cuentan sueños, siguen la línea narrativa de la problemática que atravesaban, que por supuesto nunca está por fuera del momento que vivimos, pero no queda aplastada por eso», sostiene Gabriela Goldstein, psicoanalista miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). «Por el contrario, hay casos en los que la cuarentena toma todo, y en esos casos es más complejo para el analista poder trabajar con las dimensiones subjetivas, cuando la urgencia está muy presente es muy difícil porque el margen de procesamiento es menor», relata.
En el mismo sentido, Harry Campos Cervera, médico psiquiatra y especialista en función didáctica de APA, afirma: «La cuarentena tiene un peso afectivo tan fuerte que es un tema que aparece siempre en las sesiones virtuales ahora, aunque es importante recalcar que esta angustia tiene un espectro extraordinariamente variable: hay quienes lo viven como una restricción a la libertad, con una sensación de pérdida de oportunidades, con un fuerte peso de lo económico. Otros preguntándose ‘cuándo me va a tocar’, ‘si me toca tendré respirador’, ‘voy a estar internado y no voy a ver a mis familiares, ‘si me muero cómo queda mi familia’. Colectivamente estamos todos preguntándonos cuándo va a terminar todo esto, cómo va a ser al salir», detalla.
Consultorio vs. Zoom
Más allá del contenido de las sesiones, algunas incógnitas propias del quehacer del analista prevalecen y otras nuevas se plantean. ¿Es lo mismo, en términos terapéuticos, hacer análisis mediante estos dispositivos? ¿Qué se gana y que se pierde? ¿Qué tiene el psicoanálisis para decir en cuanto a conceptos como encuadre, los famosos silencios lacanianos, la abstinencia del analista? ¿Qué ocurre cuando paciente y analista padecen la misma situación de encierro? «Cuando mi analista me propuso seguir virtualmente sin dudar le dije que sí a pesar de que tenía prejuicios con la terapia vía Skype, porque sentía que en ese dispositivo uno estaba permanentemente llenando espacios vacíos en las conversaciones. Y la verdad que nada ver, siento que es exactamente lo mismo, el tema de los espacios vacíos, los silencios, forman parte del mismo análisis, cuando uno no tiene nada que decir, bueno tal vez ahí viene lo revelador. Y se dio exactamente la misma dinámica», relata Vanina Piccone, de 41 años, quien valora mucho su espacio de análisis.
Sin embargo, advierte que este camino no está exento de obstáculos: «Claro que quedan algunos desafíos por resolver, que en mi caso tienen que ver con la atención, porque si yo me conecto con el teléfono, empiezan a aparecer notificaciones y la tentación de mirarlas, cosa que no ocurre en el consultorio, en donde el teléfono esta silenciado y apartado. El desafío en mi caso consiste en generar esa misma exclusividad, por eso estoy haciéndolo desde la computadora y no desde el teléfono».
Diana Litvinoff, psicoanalista miembro de APA, sostiene que esta modalidad se viene usando desde hace tiempo por cuestiones de viajes y lejanía, y que se equipara perfectamente a lo que es una terapia presencial: «La gran mayoría de mis pacientes aceptaron continuar el tratamiento a distancia. Las psicoterapias lo que privilegian fundamentalmente es el discurso, la palabra, eso es lo terapéutico. Si el paciente puede hablar libremente y el analista escucharlo sin prejuicios, sin tratar de influir con su pensamiento, interrogando los síntomas para ver qué es lo que le sucede, si se puede buscar cuál es el deseo inconsciente y consciente del paciente, la terapia se puede realizar del mismo modo, en presencia o a través de una pantalla», sugiere.
Ámbito doméstico
Timbres que suenan, perros que ladran, hijos o madres que abren la puerta. Las vicisitudes de lo cotidiano irrumpen, y pueden generar un gran contraste en pacientes habituados al folclore de las terapias habituales y a la neutralidad de un consultorio. Así lo vive Lucía R, de 38 años, que a pesar de haberle dado continuidad a su terapia de biosíntesis, sigue prefiriendo desplazarse para analizarse: «La primera vez por ahí me sentí un poco rara, de que algo de mi casa esté abierto para ese espacio, cuando en realidad siempre salgo yo de mi casa para ir a otro contexto. Para mi ir a terapia es un ritual, las diferentes etapas que tiene el traslado hasta llegar hasta allá, eso me va ayudando a conectarme un poco. Hacer la sesión acá está muy atravesado por lo doméstico, y por otro lado también se me juega la diferencia de la percepción de la presencia. Me gusta más cuando yo voy a mi terapia», relata.
No solo eso. La distancia entre los conflictos del paciente y el analista -un ser neutral con una escucha atenta- en este caso queda parcialmente derribada, ya que ambos padecen la situación de encierro, lo que puede llegar a ser un factor problemático: «Hoy en día también hay una dificultad extra de campos superpuestos, porque tanto el paciente como el analista están inmersos en un problema que atañe a ambos: ambos están con miedo, con ansiedad, encerrados, y en este sentido tomar distancia para objetivar el problema singular del paciente a veces entraña un poco más de dificultad», explica Campos Cervera.
¿Hay una distancia que se desvanece? Mariano Ianigro, de 41 años, entiende como paciente que tanto el dispositivo como la extraordinaria situación de pandemia y cuarentena apuntan en esa dirección: «Siento que el confinamiento da nuevos caldos de cultivo, y por ahí se da algo más charlado, no tan unidireccional, hay más de charla de situación, de contexto de lo cotidiano, más de pares y no tanto de analista-analizado. Como que esto te iguala, uno empatiza también con el terapeuta, y da más para preguntar ‘Che, ¿vos cómo estas?’. Eso en un contexto de consultorio por ahí es mas difícil, pero ahora yo estoy hablando desde mi casa con otro ser humano que está confinado también, ahí la burbuja se termina rompiendo», cuenta.
Y es que en realidad entran en juego conceptos estructurales que se ponen a prueba ante el nuevo contexto. Uno de ellos es el de encuadre: determinadas condiciones objetivas estables, como el lugar (el consultorio), un horario prefijado, honorarios determinados, en una modalidad que puede implicar el diván o el cara a cara: y en base a ese marco se puede desarrollar toda la dinámica de lo que sucede en los análisis. ¿Qué ocurre entonces si prescindimos de todo esto?
«Los analistas empezamos a darnos cuenta de que hay algo que hace a la posibilidad de sostener un encuadre interno para el analista, esto quiere decir que uno no conserva el encuadre solamente por estar en el consultorio, por esa razón es posible hacer psicoanálisis en otros dispositivos», explica Gabriela Goldstein.»La realidad es que desde los tiempos de Freud sucedían cosas muy particulares, Freud había hecho análisis caminando por los bosques de Viena, o haciendo un paralelo extemporáneo de la virtualidad mantenía diálogos epistolares, que era un modo de análisis recíproco, o sea que ya había cierta dimensión de posibilidad de análisis que no estaba contenida en lo que llamamos el encuadre clásico del consultorio, el horario fijo y el marco; sino que más bien se refiere lo que podríamos llamar la posición del analista», agrega.
Sin embargo, hay unanimidad entre los psicólogos consultados: prefieren atender en consultorio. «La presencia es diferente de lo virtual, no solo hay un cuerpo, hay un clima, hay una atmósfera que se construye que tiene otras características», explica Goldstein.
En la misma línea, según Romina Kosovsky, «la ventaja que tenés si ya venís atendiendo es que ya está armada lo que se llama la alianza terapéutica, el vínculo terapéutico que es súper importante, y ahí lo presencial es fundamental por lo menos para mí, yo no soy nada fanática de la terapia virtual, de hecho le escapo un montón, me cuesta aceptar pacientes que viven afuera que quieren hacer Skype porque me gusta mucho lo presencial, hay algo del gesto, de la cercanía, de poder mirar a los ojos que es muy importante en la terapia», profundiza.
¿Nueva modalidad?
No siempre lo sienten así los pacientes. De hecho, muchos ya están considerando continuar en esta línea una vez terminada la cuarentena. Es el caso de Carola Cartechini, de 39 años, quien luego de una resistencia inicial por el temor de no encontrar un espacio libre de interrupciones en su casa, ahora solo ve ventajas ante la posibilidad de que la terapia le insuma 40 minutos y no las tres horas que le toma trasladarse de Devoto a Colegiales todas las semanas.
Quien mejor sintetiza esta dualidad es Gisele Finocchio, que como terapeuta sigue prefiriendo lo presencial, pero como paciente no encuentra inconvenientes para un análisis por las vías virtuales: «Siento como analista que hay algo que se pierde de lo presencial en la virtualidad, que tal vez tiene que ver con la postura, los gestos, esa conexión que se genera cuando uno está frente a la persona. Cuando estás en presencia del paciente puede haber silencios que uno deja, y en la videollamada no se dan tanto, o no se entiende si es por la conexión. En cambio, como paciente, me resulta muy cómodo, al vivir sola no tengo interrupciones, no hay mucha diferencia. Siento que no pierdo nada, pero me pasa diferente como psicóloga», sintetiza.
Como de toda situación de crisis, puede emerger una posibilidad, sobre todo si los pacientes logran sacarle provecho. De ocurrir esto, para los analistas será todo un reto, como dice Goldstein: «Habrá que ver, por ahí nuestro destino sea seguir entrenándonos en esto mas allá de la cuarentena».
El psicoanálisis es mucho más que un lugar físico
Por Gabriel Rolón
Si de algo sabe el psicoanálisis es de dolor. En su origen escuchó a aquellas pacientes histéricas a quienes nadie prestaba atención, y comprendió que todo sufrimiento merece tener un espacio. Desde entonces ese espacio ha sido el consultorio, un lugar apasionado donde nos reunimos con quienes se acuestan en el diván intentando encontrar un sentido que mitigue un dolor insensato y poner palabras a un silencio que lastima.
Dada la circunstancia que atravesamos y ante la necesidad de evitar la expansión de una pandemia tan inesperada como amenazante debimos renunciar a esos espacios de trabajo compartido. Pero el psicoanálisis es mucho más que un lugar físico. El análisis se desarrolla en el interior de cada paciente cuando recuerda una de nuestras intervenciones o cada vez que se hace una pregunta. Por eso la mayoría de los profesionales decidimos continuar utilizando la tecnología; una práctica que muchos venían realizando desde hace tiempo.
No voy a mentir, siempre tuve mis dudas al respecto. Considero que nada puede reemplazar al encuentro real, porque que hay percepciones que nos llegan a partir de micro-gestos corporales, o balbuceos en el decir que hoy podrían confundirse con una falla en la conexión de internet. Sin embargo, un analista debe estar dispuesto a llevarse por delante lo inesperado, y esta vez lo inesperado llegó de la mano de un virus y decidí abrir mi consultorio virtual. Así continué trabajando con mis pacientes y además advertí los efectos del aislamiento.
La gente está angustiada. La pandemia nos ha colocado en un lugar de incertidumbre y no saber angustia. Entonces, se hace necesario poner palabras, porque la palabra permite procesar los miedos y el dolor.
Además, el aislamiento ha desestructurado nuestra vida, y por ende nuestra psiquis. Hemos perdido la noción de tiempo y espacio, nadie sabe en qué día vive, y la ausencia de las actividades habituales nos dejó solos frente a un tiempo vacío al que no le encontramos respuesta.
Pienso que sería saludable apropiarse de ese tiempo, reestructurarlo dentro de las posibilidades que tengamos y, sobre todo, abrir un espacio para el placer. Después de todo, el placer es la mejor defensa que tenemos para evitar la angustia.
Fuente: Ludmila Moscato, La Nación