Del otro lado del teléfono, Eduardo Sacheri degusta las palabras y se toma unos segundos antes de contestar. La inmediatez no es lo suyo y esa capacidad reflexiva es justamente la esencia de su última novela: Lo mucho que te amé (Alfaguara), ambientada en la década de los cincuenta y narrada desde la perspectiva de Ofelia, una joven porteña que se enfrenta a la realidad de amar a dos hombres al mismo tiempo. Pero el conflicto no se agota ahí y el autor redobla la apuesta. Es que cuando el amor con su prometido Juan Carlos parece consolidado, Ofelia se enamora de Manuel, el futuro marido de su hermana menor.
“Nunca había incursionado directamente en una historia que tuviera al amor como su centro”, confiesa el escritor, quien además ejerce desde hace muchos años como profesor de historia. “Cuando escribo, me interesa ir a un lugar bastante diferente del libro anterior. En este caso, el anterior es La noche de la Usina, la novela que le dio origen a la película La odisea de los giles, una historia muy de acción, de aventura y con un trasfondo sociopolítico. Tenía ganas de ir hacia algo mucho más chiquito y sentimental, que tuviera que ver con lo que alguien siente y piensa, y con una atmósfera más íntima y privada”, explica.
Sacheri conoce de vínculos. Sin ir más lejos, sus historias más conocidas gracias a su adaptación cinematográfica, como La pregunta de sus ojos, Papeles en el viento y La noche de la Usina, abordan relaciones estrechas de amistad, lealtad y pasión. Pero en su nuevo relato, a lo vincular se añade con fuerza una clave introspectiva que además pone el foco en el deseo de la mujer. “El primer cuento que escribí fue ‘Acabo de mirar el reloj’, que está en el libro Te conozco, Mendizábal, y está escrito con una voz femenina”, cuenta el escritor, quien una vez más asume con naturalidad ese reto.
“Hay novelas con unos cuantos protagonistas o con un protagonista excluyente. Y sentía que esta novela tenía que tener esa segunda característica, porque lo que me interesaba era lo que sentía Ofelia, y cómo iba modificándose muy lentamente su modo de verse y de ver el mundo a medida que iba pensando y sintiendo cosas. Pero lo de escribir en primera persona no fue una decisión inicial, aunque sí tuve claro que Ofelia iba a ser la protagonista, porque como la novela está todo el tiempo jugando con el deseo, la mirada de los otros y la eventual sanción sobre nuestras libertades, me parecía mucho más interesante que ese personaje fuera femenino por la simple cuestión de que la mujer está mucho más sometida que el hombre a vigilancias, controles y sanciones morales. Recién me animé a escribir en primera persona a los ocho o nueve meses de escritura, cuando tenía escrito un sesenta por ciento de la novela. Hasta ese momento, fui escribiendo en tercera persona, pero después sentí que hacía muchos meses que veía el mundo desde el lugar de Ofelia y fue muy placentero”.
–¿Por qué tardó en adoptar la primera persona?
-La primera persona te exige ser ese personaje y eso está bueno, pero es un desafío. Cuando empiezo a escribir un libro, todavía no conozco tanto a mi personaje. Sé lo que va a hacer y conozco cosas exteriores, como lo que va a pensar o actitudes que va a tomar, pero no lo conozco a fondo. Pero cuando va pasando el tiempo, mi modo de ver la historia es cada vez más desde ese lugar y empiezo a ver el mundo desde ahí. Ese momento es muy lindo.
–Ofelia siente toda clase de culpas respecto de lo que siente. ¿Cree que hoy, en un contexto de empoderamiento de las mujeres, las pasiones se viven con más libertad?
-Creo que hay un camino en proceso y que se ha avanzado, pero todavía falta bastante como para que todas las mujeres se sientan con las mismas libertades que solemos sentirnos los tipos. Es verdad igualmente que hoy pueden perseguir su deseo con una libertad claramente superior a la de los años ’50, pero me parece que cada tiempo tiene sus prohibiciones y sus permisos, y enfrenta a los seres humanos a ese dilema atroz de avanzar y bancarse la culpa y la represalia, o quedarse en el molde. También creo, y esto involucra a los hombres, que en cualquier sociedad hay una cuestión vinculada con la exclusividad amorosa que sigue rondándonos.
–En ese aspecto, en la novela se hace evidente que la exclusividad amorosa aparece vinculada a lo que es la relación de pareja, porque no se le pide, por ejemplo, un amor exclusivo a los amigos…
-No, ni a los hijos ni a los padres. Pero con respecto a las parejas, todavía hay una fuerte resistencia a renunciar a esa exclusividad. Desde que salió la novela, hablé con un montón de gente y noto que cuando alguien se pone en la posición de quien siente que ama a más de una persona, encuentra un montón de motivos muy razonables para eso, pero cuando se pone del otro lado del mostrador y su pareja le dice que ama también a otro, en un sentido sexual y afectivo, la incomodidad es mucho mayor y la racionalidad queda más a un costado, y queda esta cosa primaria de “quereme solo a mí”. Me da la sensación de que en tanto sujetos del conflicto la piloteamos, pero en tanto objetos la cosa cambia.
–¿Se puede amar a más de una persona a la vez?
-No sé. Más de trescientas páginas después no lo sé. Y no todos los días pienso lo mismo. A veces pienso que si te pasa eso es porque ya no amás a la persona con la que estás. Lo sorprendente de las categorías mentales es su continuidad centenaria. Es impresionante como, aunque nos sintamos súper modernos y distintos, nuestra cabeza evoluciona muy lentamente en estos aspectos, sometida a inercias muy fuertes.
–Esta novela tiene un fuerte carácter filosófico…
– Me parece que a todas las personas nos pasa y está bueno que nos pase, que nos interrogamos sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre a qué tenemos derecho y a qué no, sobre qué acciones nuestras generan felicidad o dolor en quienes nos rodean y en nosotros mismos. Me parece que nuestras vidas están sometidas siempre a esos desafíos éticos. Mme doy cuenta de que escribo, más allá de la trama, para que mis personajes se pregunten las cosas que vivo preguntándome yo. No tengo otro motivo para escribir que ese.
–La historia transcurre en los años ’50. El trasfondo político, y el antagonismo de peronismo y antiperonismo, atraviesan la novela. ¿Por qué eligió esa época?
-Supongo que hay varios motivos, pero me parece que el principal es que mi mamá y mi tía son de la generación de Ofelia. Cuando uno aborda una época diferente a la propia, me parece importante contar con algún asidero, para que uno sienta que no está desafinando demasiado con anacronismos en formas de hablar o de pensar. Cuando yo era chico, en los ’70, las mujeres de mi vida eran esas y mi casa era, en general, el lugar donde ellas se juntaban siempre a charlar, a tomar el té y a pasar el día. Sus voces fueron muy constitutivas de mi propia subjetividad y sé que las tengo muy a mano. Además, me parecía que era interesante hablar de mujeres jóvenes en los ’50 y los ’60, en una clase media que ascendía socialmente en esas décadas, porque ninguna de ellas son feministas de vanguardia, pero se asientan en una sociedad urbana donde algunas conquistas femeninas ya están más o menos consolidadas. Y por eso no es una locura que Ofelia vaya a la universidad.
–¿La adaptación de sus novelas al cine lo acercó a nuevos públicos?
-Lo masivo del cine le dio un empujón adicional a los libros, pero no es que la gente fue a buscarlos porque yo estuve involucrado en las películas, sino porque las películas tuvieron su éxito. Y a mí me gustó haber participado de los guiones de cada proyecto porque siento que eso me permitió conservar ciertos aspectos que para mí era importante que se sostuvieran.
–Y ese desembarco exitoso en la pantalla grande, que incluyó el recordado Oscar a Mejor Película Extranjera para El secreto de sus ojos, ¿qué significó en su carrera?
-En su momento lo viví con deslumbramiento. ¡Estábamos ganando un Oscar! Pero si lo analizo con el transcurso de los años significó trabajo, porque eso repercutió en que me llamaran para participar como guionista
en series y en otras películas. El éxito y lo del Oscar son como una medallita de esas que colgás en el currículum, y que queda. Pero después hay que alimentar eso y seguir trabajando. Para los que venimos de la escritura literaria, lo más complicado de trabajar en el mundo audiovisual es que te obliga a adoptar un criterio colectivo y mucho menos individualista que el que uno tiene con los libros.
–¿Qué le sucede cuando ve sus historias en ese formato?
-Sobre todo siento extrañeza. Me parece raro, pero también es recontra lindo cuando termina la película, ponen los títulos y aparece: “Basada en la novela…”. Es una estupidez, pero para mí es una satisfacción grande. Y otra cosa linda también es estar en una sala de cine mientras proyectan la película, porque cuando sos escritor de literatura, no sabés lo que piensa, lo que siente o lo que expresa la gente cuando te lee, en cambio en el cine sí. Y si le va bien a la peli y hay mucha gente en una sala, todo se multiplica.
–¿Cómo apareció en usted el deseo de escribir?
-Mi plan era convertirme en un académico, pero empecé escribiéndole una carta a mi papá muerto y a partir de ahí experimenté que me resultaba extremadamente catártico escribir. Y me di cuenta también que escribir ficción me permitía enmascararme detrás de eso, entonces además de catártico era algo extrañamente anónimo. Entonces es maravilloso porque cada vez que escribo saco a pasear mis obsesiones, deseos, miedos y frustraciones, pero todo tan mezclado con lo que está inventado en el libro que nadie se da cuenta de eso. Encima, con el tiempo la escritura también se volvió un trabajo que me da de comer, aunque esa no era la idea.
–Y hasta lo llevó a ganar un Oscar…
-Sí, mis amigos de la facultad me dicen: “Qué país generoso con vos, Sacheri” (risas).
Fuente: Página12