Una parte invisible del armado de una muestra es la investigación previa que sostiene el relato curatorial o nutre el catálogo. Es algo así como lo que no se muestra de la muestra, aquello que no veremos. En el caso de «Lo que pasó en la Navidad de 1980» se trata justamente de desplegar en el espacio un trabajo de documentación e investigación en el marco de una ficción expositiva. Esta exhibición de los jóvenes curadores y artistas Santiago Villanueva y Paula Castro trae al presente el conmocionante robo al Museo Nacional de Bellas Artes de diciembre de 1980, cuando fueron sustraídas 23 piezas de la colección Santamarina valuadas en 20 millones de dólares y dos obras de la colección del Museo : una pintura ( El vendedor de diarios ), de Valentín Thibon de Libian, y el boceto de Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871), de Juan Manuel Blanes , que se volvió fatalmente actual. En medio de la pandemia, claro, la galería Isla Flotante tuvo que cerrar sus puertas hasta nuevo aviso y la inauguración, casi privada, quedó registrada en la cuenta de Instagram del coleccionista Gustavo Bruzzone.
Si bien el arte contemporáneo ha desplegado incesantes estrategias de apropiación y revisión de la historia del arte (muestras sobre muestras anteriores, réplicas irónicas de obras), la idea de Villanueva y Castro pareciera ir un paso más allá: se puede hacer arte hasta con las noticias y el archivo del arte. Un antecedente posible es la muestra que José Berni, hijo del maestro rosarino, realizó con réplicas de las 17 obras robadas en agosto de 2008 en el Centro Cultural Borges.
Sin embargo, la muestra de Isla Flotante va más allá y se propone revisar la poco estudiada relación del Bellas Artes con el poder en los años de la dictadura militar. Si bien Villanueva y Castro no tienen pretensiones de ofrecer una respuesta al caso, que nunca tuvo culpables excepto la supuesta vinculación de la banda de Aníbal Gordon, toda la dramaturgia expositiva gira en torno a un objeto casi secreto. Se trata dePasaporte al olvido: el caso del robo del Bellas Artes , un libro autoeditado en 2013 porla cineasta Patricia Martín García (1956-2018) del que sobreviven apenas tres copias (una de ellas en la biblioteca del propio MNBA).
Según Villanueva, el libro era la investigación para una futura película y sobre la base de muchísimas entrevistas arriesga una hipótesis que la muestra pone en foco. En la sala se pueden ver algunos objetos que se desprenden de aquella investigación. Se exhibe el catálogo de la muestra «El oro en Colombia», inaugurada en el museo poco antes del robo y cuya seguridad fue encargada por la Asociación Amigos del Museo a la empresa Magister Seguridad Integral, que dirigía el general retirado Otto Paladino, exjefe de la SIDE nombrado por Videla. La investigación de Martín García afirma que Paladino tuvo en su poder los planos del museo y lo involucra con el posterior robo. «Este catálogo, y exposición, es en un punto la bisagra que conecta el robo con el gobierno y deja a la vista las conexiones entre organismos de seguridad públicos y privados para encubrir actos delictivos cometidos por el mismo gobierno», explican Villanueva y Castro. La hipótesis final del libro es que el robo fue ejecutado por la misma dictadura para intercambiar el tesoro impresionista de los Santamarina por armas de guerra en Taiwán, muchas de las cuales terminarían luego en el arsenal de Malvinas.
Otro objeto que la muestra saca a la luz es el libro Delitos contra la propiedad (Editorial Universidad), de la jueza Laura Damianovich, que fue material de consulta en la Facultad de Derecho durante los años 80 y 90. Damianovich tuvo a su cargo el caso del robo al Bellas Artes y el 1° de julio de 1983, aún en dictadura, fue destituida por «mal desempeño de sus funciones e inhabilitación para ocupar otro cargo oficial».
Según Pasaporte al olvido , durante la investigación numerosos empleados del museo sin vinculación con el robo fueran torturados. También en ese lapso fue secuestrado el curador jefe del Bellas Artes, Samuel Paz; todo una ironía, por que había sido justamente Paz quien consiguió que los Santamarina terminasen donando ese patrimonio al Estado argentino. La Justicia mostró entonces al sereno del museo como el único culpable y lo tuvo preso veinte días.
En la muestra, el libro de Patricia Martín García se transforma en un fanzine (las revistas de edición independiente de la subcultura punk) entremezclado con el expediente del caso en 2002, cuando, tras una alerta internacional, comenzó la investigación para repatriar tres obras de Renoir, Cezanne y Gauguin que habían aparecido en París . Las obras volvieron finalmente al Bellas Artes en 2005. Las otras siguen sin aparecer. Las páginas de estética underground mezclan imágenes de las obras robadas con las noticias que aparecieron entonces en la prensa. Villanueva tiene antecedentes en el uso del archivo como soporte. En 2013 había armado una muestra sobre la base de los obituarios de 300 artistas argentinos del siglo XX publicados en diarios como La Prensa, LA NACION y Clarín.
Para esta muestra eligieron que los objetos relacionados con la historia del robo no estuvieran dispuestos en vitrinas, como manda la museografía, sino que montaron dispositivos ortopédicos de carácter neosurrealista (como resulta de una muleta gigante despojada de su funcionalidad). Dice Villanueva que es un señalamiento de las características históricas del arte argentino. «Nuestro arte siempre ha sido ortopédico, porque se construyó sobre la base de faltantes». En la recorrida virtual vía Instagram se puede ver una reproducción de Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires , cuyo boceto, un documento muy valioso, todavía sigue sin recuperarse. En plena cuarentena, el misterio de por qué robaron esa pieza junto al conjunto impresionista parece profundizarse todavía más.
Por: Fernando García