Era una costumbre que Julia, su nieta más grande que tiene 4 años, esperaba con alegría: como Liliana tiene una librería -es propietaria de Caleidoscopio, un delicioso reducto en Belgrano R- es una fuente inagotable de historias que le encanta escuchar. Pero hace unos días esa costumbre cambió: en lugar de leerle un cuento junto a la cama, lo hace a través de la pantalla. La cuarentena decretada para frenar la propagación del coronavirus obligó a reformular los hábitos y a encontrar nuevas maneras de vincularnos con nuestros afectos más cercanos.
«La lectura siempre fue un hábito entre nosotros. Incluso hoy, en estas circunstancias, seguimos conectados con nuestros nietos a través de los libros. Julia nos cuenta historias que le hemos contado, las reformula o las inventa. Y nosotros le leemos cuentos. Dos páginas yo, dos el abuelo. Es casi una payada de cuentos -dice Liliana-. Ahora estamos leyéndole «¿Cuándo llegamos?», de Carolina Tosi. Como es largo, vamos de a poco. Es una manera de seguir conectados. Lo que estamos viviendo es un cambio muy grande pero es importante encontrar las maneras de encontrarse, valga la redundancia. Seguir haciendo lo que hacíamos antes nos da tranquilidad a todos», sostiene Liliana, que también encontró la manera de seguir «viéndose» con quienes compartía el día a día. «Ahora en un rato quedé con las chicas que trabajan conmigo para tomar un café por videollamada, cada una en su casa», cuenta.
Sin dudas, la tecnología es una gran aliada en tiempos de aislamiento. Al punto que aplicaciones como Zoom, que antes de la pandemia eran utilizadas más que nada por empresas para hacer reuniones laborales a distancia, hoy son usadas por amigos y familias para celebrar cumpleaños u organizar cenas, asados, mateadas o juntadas de esas que a los argentinos nos gustan tanto y solíamos hacer bajo cualquier excusa. De la noche a la mañana, de forma inesperada, Zoom se convirtió en la app gratuita más bajada en todo el mundo, según Apptopia (empresa que se encarga de medir todas estas cuestiones), y hoy vale más que cualquiera de las aerolíneas norteamericanas como Delta, American Airlines o United.
Matías Rosenberg cumplió años el domingo pasado. Después de meses de estar afuera, tenía un plan medianamente ambicioso: hacer una gran fiesta con amigos y familia en un lugar lo suficientemente grande para que entren todos. A la mayoría no los veía desde Navidad, y su cumpleaños era la excusa perfecta para volver a encontrarse y darse un abrazo. Pero desde su llegada, el 3 de marzo, el plan iba modificándose día a día. «De la fiesta pasé a hacer algo en casa con 10 personas. Después, solo con la familia nuclear y, por último, con mi mujer y mi gato», cuenta el dueño de La Mar y Tanta, dos de los restó más top de comida peruana.
Pero Bianca Lerner, su mujer, buscó la manera de que el plan original se concretara al menos de forma virtual. Y convocó a familiares y amigos a una fiesta a través de Zoom en la que las invitaciones llegaban con formato de link para unirse a celebración. «Ella armó una especie de búsqueda del tesoro donde al final apareció una compu. La abrí y había 30 personas esperando para desearme feliz cumpleaños. Fue algo sorprendente y emotivo. Mucho más que si los hubiera tenido ahí conmigo -confiesa Matías-. Después del shock empecé a saludar uno por uno. Y cuando terminé, mi suegro sacó el acordeón y empezó a tocar el feliz cumpleaños. Muy emocionado, porque soy de lágrima fácil, soplé las velitas. Lo loco es que terminó siendo como un cumple habitual. Algunos se fueron desconectando (a los 40 minutos la versión gratuita de Zoom te corta la charla y hay que volver a establecer la comunicación) y quedamos los íntimos.»
Después de la adrenalina, Matías se quedó reflexionando. «La emoción que sentí fue mayor de lo que hubiera sido un festejo normal. Este nivel emocional más intenso que el presencial para mí habla de que estamos entrando en una era en la que las emociones traspasan pantallas. Te hace pensar: ¿hasta dónde dependemos tanto del contacto físico? Hay gente, una generación diría, que tal vez aprenda a relacionarse sin ese contacto. Y no son vínculos superficiales como muchos dicen porque están tocando la fibra afectiva -plantea-. Estamos arrancando una nueva era de lo relacional y afectivo», sostiene Matías, que siente que está viviendo lo que Yuval Noah Harari, uno de los pensadores más influyentes de estos tiempos, planteó en varios de sus libros ( Sapiens: De animales a dioses; Homo Deus: Breve historia del mañana y 21 lecciones para el siglo XXI ): el futuro de una humanidad dominada por la tecnología.
No perder la costumbre
Leticia Márquez y su familia cenan con unos amigos todos los domingos desde hace años. Ni el aislamiento obligatorio pudo terminar con eso: el primer domingo post anuncio oficial volvieron a «juntarse» en una cena virtual que duró horas, como suele pasar cada vez que se encuentran y la sobremesa se extiende hasta la madrugada. Las pizzas caseras fueron el plato «compartido». No faltó ni la música ni el brindis, solo que esta vez todos alzaron sus copas con un único pedido: salud para todos. «Fue un encuentro por videollamada de Whatsapp-cuenta Leticia-. Fue la manera que encontramos de seguir estando juntos en el aislamiento, más que nunca, en estos momentos, tenemos que sentir que nos tenemos unos a otros a la distancia». Algo parecido opina Gabriela Cech, de 32 años, que esta semana organizó una cena cien por ciento virtual con tres amigas del colegio y decidieron, además, conectarse todas las tardespara hacer gimnasia juntas. Después toman mate y aprovechan para charlar. «Ahora que estamos encerradas es más fácil juntarnos y compartir más tiempo», asegura Gaby y agrega que, como tres de las cuatro viven solas, los encuentros virtuales se han vuelto «más necesarios que nunca».
Las mamás de un jardín maternal en Villa Crespo tampoco se resignan a que sus hijos pierdan el contacto. Casi todos los días se conectan para que los chicos puedan verse y saludarse. «Son chiquitos, Camilo tiene 20 meses y va al jardín desde los siete. Habíamos empezado la integración y dos semanas después se interrumpió por este tema. A él le encanta ir, le explicamos que no iba a poder por un tiempo y se angustió -cuenta Agustina Sosa, la mamá-. Empezamos a hacer videollamadas con algunas madres y es muy loco porque cuando se ven en pantalla se reconocen y ponen contentos, saludan, se tiran besos».
Agustina también intenta que ese contacto se mantenga con los abuelos Camilo. «Hacemos videollamadas, varias veces al día. Es raro porque antes a mis padres los veíamos una vez por semana y hoy nos comunicamos más que antes -sostiene-. Está todo más a flor de piel, es más necesario el encuentro. Estar encerrado entre cuatro paredes, muchas veces sin nada que hacer, también ayuda a que los contactos se multipliquen. Lo malo es que en un momento no tenés nada más que decirte», reconoce.
Carolina Duek, doctora en Ciencias Sociales y magíster en Comunicación y Cultura, asegura que después de la videollamada número 27, o cuando la cena o reunión de amigos vía Skype deje de ser «la» novedad, su uso irá bajando hasta encontrar un nuevo equilibrio. «Mi papá les hace a mi hija, de 10 años, y a mi sobrina, de 3, shows de magia por videollamada. Hace desaparecer la moneda, les pide que estiren la mano, que soplen. Está buenísimo porque es una forma de entretenerlas y mantenerse cerca. Yo misma me puse a jugar al bingo con unos amigos. Pero no me imagino que esto que hacemos con la tecnología se extienda en el tiempo, no podés estar seis horas por día haciéndolo. En algún momento va a bajar la intensidad de estos encuentros virtuales porque no vamos a poder sostenerlo -sugiere-. Y no está mal, vamos a ir encontrando nuevos ritmos de vida obligadamente porque incluso si esto se extiende, nuestros trabajos van a empezar a exigirnos más», asegura la especialista en jóvenes y nuevas tecnologías.
No solo semejante ritmo de conexión para seguir vinculados va a ser difícil de sostener en el tiempo por una cuestión de saturamiento personal sino porque además se apelará al uso responsable de su uso. De hecho, ya hay pedidos concretos para que se baje su uso, además de la disminución de la calidad que plataformas como Netflix han instrumentado para no alterar el servicio. «¿Te imaginás si tenemos que pasar el aislamiento sin conexión?», es la pregunta que todos nos hacemos y nadie quiere responder.
Fuente: Laura Reina, La Nación