«Al cuarto día, las ratas empezaron a salir para morir en grupos. Desde las cavidades del subsuelo, desde las bodegas, desde las alcantarillas, subían en largas filas titubeantes «.
La obra del Nobel de Literatura, convertida en un fenómeno literario, se vende como pan caliente. La editorial Gallimard registró un aumento del 40% de ventas respecto de los ejemplares vendidos en un año. En Italia, el país más afectado de Europa , está en el tercer puesto de la lista de IBS, una de las principales cadenas de librerías, al escalar del puesto 71 que ocupaba antes de la epidemia de Covid-19.
Desde su origen en Wuhan, China, el coronavirus se extendió a más de 95 países. Las cifras recuerdan que «no hay área importante de la vida humana que las enfermedades epidémicas no hayan tocado», como dice Frank Snowden, profesor emérito de Historia de la Medicina en la Universidad de Yale. «Han determinado los resultados de las guerras, y también es probable que a veces sean parte del comienzo de ellas», sostuvo en una entrevista reciente con The New Yorker.
De narraciones de culturas atacadas por pestes está plagada la historia de la literatura , desde el Antiguo Testamento a las novedades editoriales . Su interés reside en aquello de lo que es capaz el escritor: narrar una historia que no copiará la realidad, sino que la cargará de sentido con herramientas de la ficción.
Algunas de aquellas son distopías escritas más de un siglo atrás, que imaginaron un futuro cercano a nuestros días. La peste escarlata (Jack London, 1912) se sitúa en 2072, sesenta años después de que una epidemia dejó a sus sobrevivientes sumidos en un primitivismo violento. Un maestro que sobrevivió busca rescatar valores perdidos para transmitirlos y recuperarlos en sus nietos.
El último hombre (Mary Shelley, 1826) narra un tiempo futurista; el fin de la monarquía en Inglaterra desata una guerra y con ella la peste en el mundo, con un solo sobreviviente.
Ensayo sobre la ceguera (José Saramago, 1995) cuenta la pérdida de visión total de la que es víctima una ciudad y donde los enfermos se enfrentan al único propósito de sobrevivir. En La Montaña Mágica (Thomas Mann, 1924), los internos de un sanatorio de tuberculosos se ven empujados en su encierro a reflexionar sobre política y crisis sociales en Europa.
En Argentina, dos libros más recientes ubican a la enfermedad como una pesadilla capaz de poner en jaque la existencia. En Distancia de Rescate ( Samantha Schewblin , 2014), el campo cambió sin que nadie advirtiera el apocalipsis; las almas se ven obligadas a transmigrar para que algo quede a salvo de la vida humana. Y en Cadáver Exquisito (Agustina Bazterrica , 2017), un virus afecta a los animales y determina la legitimación del canibalismo, donde la identidad se define por aquello que el mundo come.
En estos ejemplos, la enfermedad es vista como una amenaza permanente al futuro. Días atrás, el mismo coronavirus se reveló como una profecía cumplida, cuando se recordó que en la historieta Astérix y Obélix el virus está en un capítulo publicado en 2017, en una historia que se desarrolla en Italia.
¿Cuál será la razón del protagonismo de las enfermedades infecciosas en la literatura? ¿Será que permiten construir un arquetipo «perfecto» de sufrimiento, al contar la ambivalencia humana, con su poderío y vulnerabilidad? La peste bubónica del siglo XIV provocó la muerte de hasta 200 millones de personas en África y Asia. En Europa, cerca del 60% de la población pereció. «Tal fue la multitud de los que murieron en la ciudad de día y de noche que fue un asombro escuchar que se cuenta de ello», escribió Boccaccio en su Decameron .
Del siglo XVIII al XX, fue la tuberculosis la enfermedad literaria por excelencia. Muchos escritores la padecieron, como Rousseau (1712-1778), Goethe (1749-1832), las hermanas Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849) Bronte¨, Dostoyevsky (1821- 1881) o Kafka (1883- 1924).
En Diario del año de la peste , Daniel Defoe analiza el comportamiento humano durante la epidemia de Londres, de 1664 a 1666. Semejante a Camus, en cuya obra todo es infección, y sin embargo algo de la naturaleza humana se salva. Ocurre cuando el doctor Bernard Rieux descubre un sentido de solidaridad en su imprevista tarea de salvar a los habitantes de Orán, en el año 40 del siglo pasado.
Fuente: Gisela Antonuccio, La Nación