Evelyn Galiazo, directora de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, devela el enigma y se adentra en la biblioteca de Pizarnik, un rompecabezas lleno de anotaciones, versos sueltos e ideas.
Es de noche, verano del 57, y Alejandra Pizarnik no puede conciliar el sueño. Está en su cuarto, acostada en la cama, leyendo los Cantos, de Giacomo Leopardi, un libro que se publicó originalmente en 1831 y reúne una serie de poemas romanticistas del escritor italiano; la edición es de 1951, una traducción hecha en Barcelona. Fascinada esos versos tan llenos de siglo XIX, pasa las páginas y en la contraportada, esboza algunas ideas. “Mañana desaparecerá este pobre sol”, escribe y se larga a desarrollar una suerte de poema improvisado más que interesante. Es ambivalente. Hay claroscuros. Escribe que “solo las flores son libres ellas saben morir” y añora “este lento flotar vagar divagar estar” pero también habla del “viento hijo de puta que me arrastra”. ¿Qué es este texto? ¿Acaso un poema inédito, la piedra nueva que se coloca en la estatua pizarnikiana?
Presentadas como un gran descubrimiento, esas líneas escritas por la poeta argentina que se suicidó en 1972 circularon en los últimos días. En febrero, una investigadora ingresó al Archivo Pizarnik que hay en la Biblioteca Nacional porque estaba trabajando sobre la relación literaria entre Giacomo Leopardi y la poeta. Al encontrar este texto anotado en la contraportada de los Cantos y corroborar que no formaba parte de la Poesía Completa, lo difundió como “un hallazgo” dándole carácter de novedad. Sin dudas lo era. No para los investigadores de la Biblioteca Nacional, como Evelyn Galiazo, que trabaja allí hace 16 años y hoy es la directora del área de Investigaciones. Hace 10 años construye el Archivo Pizarnik. Esa anotación puntual de la poeta, así como todas las que hizo con en sus libros, está registrada y está siendo estudiada desde tiempo. Para ella no era ninguna novedad.
“No es un poema inédito. No se lo puede llamar así. Es un papel importantísimo, sí, porque forma parte del laboratorio del escritor. Lo que muestra es cómo el escritor va luchando con esa lengua para encontrar la voz propia. Los poemas no son papeles que van quedando en el camino. Hay textos que son pre redaccionales como las anotaciones, que hay que saber diferenciar de lo que es un texto ya terminado. Incluso existen distintos estados de la corrección”, dice Galiazo en diálogo telefónico con Infobae Cultura y agrega: “Alejandra Pizarnik usaba mucho las contraportadas de libros. También hojas de colores, algunas cuadriculadas. Le pedía a amigos que viajaban que le trajeran cuadernos. Cuando manda un poema a una revista pide que tales estrofas tenga una letra, otras que tengan una mayúscula, es decir, le importaba mucho la forma material del poema”.
Para Evelyn Galiazo, “además, ese texto, por su tono y su estilo, no se corresponde para nada con la evolución de la obra de Pizarnik. Bajo ningún punto de vista podría haber aparecido en un Las aventuras perdidas, un libro muy depurado. Hay términos que no podrían aparecer ahí”.
Crítica y mercado
“Ese texto te muestra los entretelones, las vacilaciones, los tironeos con la lengua, influencias, apropiaciones. Forma parte de lo que se considera el momento previo a la publicación“, dice y cita un texto clave para explicar: ¿Qué es un autor? de Michel Foucault. El filósofo francés escribió: “Cuando se emprende la publicación de, por ejemplo, las obras de Nietzsche, ¿dónde hay que detenerse? Hay que publicarlo todo, naturalmente, pero, ¿qué quiere decir este ‘todo’? ¿Todo lo que Nietzsche mismo publicó? Por supuesto. ¿Los borradores de sus obras? Evidentemente. ¿Los proyectos de aforismos? ¿Lo tachado también, las notas al pie de sus cuadernos? Sí. Pero, cuando en el interior de un cuaderno lleno de aforismos, se encuentra una referencia, la indicación de un encuentro o una dirección, una cuenta de lavandería: ¿es obra o no? ¿Y por qué no? Y así hasta el infinito”.
Los derechos de Pizarnik lo tiene la editorial Lumen, pero este material aún no se considera obra. ¿Podría considerárselo? “Por supuesto, se puede hacer todo”, dice Galiazo. Si el mercado lo determina y encuentra editores que decidan llevarlo a cabo, esa anotación puede sumarse a otra anotación y otra anotación y a otra anotación y publicarse un libro póstumo de Alejandra Pizarnik titulado, por ejemplo, “Poemas improvisados en la cotidianeidad”, por poner un nombre cualquiera. ¿Por qué no? “El autor es una construcción teórica. Entonces ahí es donde aparece la crítica y puntualmente la crítica genética, que es la que determina estas cuestiones porque se basa en una serie de criterios como cosas contextuales, evolución del estilo, soportes, etcétera”, agrega.
Cuando se publicaron sus Diarios, en 2003, hubo una gran polémica. El material no era transparente, es decir, no era una transcripción fiel de lo que Pizarnik anotó en su diario personal. “Hay muchas supresiones que no se explican. Cuando tenés un manuscrito y vas a sacar algo tenés que evidenciarlo. Si es una entrada entera del diario pasa desapercibido, pero cuando sacás una parte específica, como la del 23 de julio del 68 que empieza hablando de Lugones y falta algo, hay que poner un signo que quede como huella de que estás retirando parte de la entrada”, cuenta Galiazo y remata: “¿Ves? Esa es la diferencia entre una editorial de mercado y una edición crítica”.
“Cuando Alejandra Pizarnik trabajaba un poema —cuenta la especialista—, primero los pasaba en limpio a sus cuadernos, luego los iba depurando, cambiaba palabras, probaba combinaciones. En su diario hablaba de eso, contaba qué textos estaba trabajando. En este caso no es así: es una cosa garabateada en la contraportada de un libro. No puede ser llamado un poema inédito. Es la huella material que deja el proceso creativo del escritor. Hay que chequear, por ejemplo, si no era la traducción de un poema de otra persona. Eso nos pasó con Leopoldo Lugones, cuando encontramos un texto que se creía inédito y finalmente era la traducción de otro autor”. Hay casos y casos. Por ejemplo, en 2017 se publicó Borges, libros y lecturas. Allí se reproducen anotaciones de Borges. “Nadie podría pensar que eso forma parte de su obra”, dice Galiazo.
Una biblioteca es un rompecabezas
Como esa noche de 1957 y todas las de su vida, Pizarnik leía. A diferencia de esos escritores que son muy cuidadosos con su libros, ella subrayaba y anotaba y escribía sobre ellos sin problema alguno. En otro libro de Giacomo Leopardi que ella tenía, Diálogos, el traductor Álvaro Martín escribió una introducción donde dice, en la página 6, que la lectura de la obra de Leopardi es “exquisita y placentera”. En el margen inferior, Pizarnik anota: “Placentera! Quiera el cielo que no me identifique con Leopardi. / Programa nocturno: Ingerir 10 tabletas de Luminal y luego leer la Apuesta de Prometeo”. Es decir, la lectura y la escritura se mezclan en un ritual íntimo y creativo que sólo la propia Pizarnik podía entender.
Hoy, el grueso de su archivo está en Nueva Jersey, Estados Unidos, en la Universidad de Princeton. ¿Cómo llegó ahí? Hay una historia detrás. “La familia de Pizarnik le pidió a Ana Becciu —amiga de Pizarnik, además de su albacea y también la editora de los Diarios y los volúmenes de Poesía Completa y Prosa Completa— y a la fotógrafa Marta Moria que sacaran el material del país por la dictadura. Supuestamente el destinatario era Julio Cortázar, pero cuando llegaron a Europa Moira se resiste. La cuestión es que Aurora Bernárdez —primera esposa y albacea de Cortázar— convence a la familia que lo mejor era enviar el material a Princeton donde ya había muchos materiales de escritores argentinos”, cuenta Galiazo. Todo ese material permanece en allá.
Otro grueso está en la Biblioteca Nacional de Maestros. Cuando Alejandra Pizarnik muere, sus libros van a parar a la casa de Rejzla Bromiker, su madre. Luego ella muere y ambas bibliotecas terminan en la casa de la hermana mayor de Alejandra, Myriam Nesis. “Esos libros, que son cerca de 400, le quedan Ana Becciu, la albacea de Pizarnik. Fue una de las responsables de editar su último libro, Textos de sombra y últimos poemas, que fue póstumo, y lo hizo junto a Olga Orozco. Becciu se queda con parte de la biblioteca y la dona a la Biblioteca Nacional de Maestros, donde ella misma trabajaba para que sean consultados por investigadores. Allí están ahora”, cuenta la investigadora.
Sin embargo, la Biblioteca Nacional tiene el Archivo Pizarnik, que se conformó en dos episodios. El primero: “650 volúmenes, entre libros y revistas literarias y culturales, que llegaron a la Biblioteca gracias a una venta”, dice Galiazo. El librero Víctor Aizenman le cuenta al entonces director Horacio González que Pablo Ingberg, poeta y traductor, tenía un conjunto de libros de Pizarnik. Se los había dado el sobrino de la poeta, Mario Nesis, hoy ya fallecido, cuando trabajaban juntos en el Banco Central. El segundo: “Yo me entero que la hermana de Alejandra Pizarnik, Myriam, conservaba mucho material en su casa de Villa del Parque. Me pongo en contacto con ella a fines de 2016. Son 122 libros en total. Además, hay papeles de trabajo. Nadie sabía que Myriam tenía parte de su biblioteca. Finalmente decidió dárselos a la Biblioteca Nacional”, cuenta.
Parte de todo esto se va a exhibir en una gran muestra en la Biblioteca Nacional en el mes de mayo. Evelyn Galiazo y su equipo viene trabajando en eso hace rato; ella será la curadora. “Es un catálogo de subrayados y anotaciones de Pizarnik con un aparato crítico que permite comprender mejor su obra”, cuenta. Se titulará, le anticipa la investigadora a Infobae Cultura, Alejandra Pizarnik entre la imagen y la palabra. “Son libros subrayados, papeles guardados, cuadernos y dibujos que vienen digitalizados de Princeton”, concluye. Un verdadero acercamiento a la obra de la gran poeta argentina, pero también a ese ritual intimista y creativo donde lectura y escritura son parte del mismo combo.
Fuente: Infobae