Yo no estaría escribiendo estas líneas si alguien no me hubiese preguntado hace poco cómo había llegado yo a la Argentina. En un barco italiano llamado Conte Grande, le respondí. A lo que me comentó: “en ese mismo barco vino García Lorca”.
Qué sorpresa. De repente, reviví mi experiencia en aquel gran buque transatlántico, en el cual embarcamos en Génova, mis padres y yo. Cumplí mis 14 años a bordo de ese barco, entre lágrimas, llenando las páginas de mi diario que intentaba paliar mi naufragio interior ,ya que había dejado atrás y para siempre ( así lo creía) mi país natal. Fueron 21 interminables días, con un mar bravío que no nos daba tregua y que hizo de ese crucero, una pesadilla. El barco tenía tres clases y nosotros viajábamos en la Segunda, todo pagado por una tía mía que vivía aquí .
Bien distinta debió haber sido la travesía de Federico, 26 años antes cuando, invitado por la Sociedad Amigos del Arte de Buenos Aires abordó desde Barcelona el Conte Grande junto al escenógrafo Manuel Fontanals y su mujer. Viajaría –lo presumo- en Primera, disfrutando del confort y de los entretenimientos del barco y –estoy segura-de que el mar fue mucho más benigno con él que con nosotros. Federico llegó a Buenos Aires el 13 de Octubre de 1933.
Una imagen de Federico García Lorca de joven. Llegó a Buenos Aires el 13 de Octubre de 1933.
Me acuerdo que una de mis primeras lecturas en castellano, cuando ya comenzaba yo a dominar el idioma fue precisamente el Romancero gitano, editado por Losada, que me encantó por su belleza formal, su eufonía y por los dramáticos sucesos que algunos poemas narraban. Verde que te quiero verde (Romance sonámbulo) y La casada infiel, comenzando con: «Y que yo me la llevé al río , creyendo que era mozuela». Esos versos quedaron grabados a fuego en mi memoria desde aquellos inicios de los años ’60. También en esa época empecé a conocer sus obras de teatro y recuerdo la posterior Yerma con Nuria Espert y la originalísima puesta del argentino Victor García ( 1971).
Lo imagino hoy a Lorca bajando del barco en esta ciudad llamada Buenos Aires, en este país llamado Argentina. ¿Quiénes lo esperaban en el puerto? Lola Membrives y su marido, sus tíos de América, Francisco y María. A los periodistas que lo aguardaban, les pidió disculpas por no hablar , diciéndoles: “Es que yo, cuando viajo, no sé quién soy”. (Conozco muy bien ese sentimiento…) El Presidente de los argentinos a la sazón era Agustín P. Justo. La Argentina venía de una crisis y del golpe militar de Uriburu donde Yrigoyen había sido derrocado. A comienzos de los ’30 había empezado el problema de la desocupación y nacieron las primeras “villas miseria”, ante el colapso de los conventillos, cuya capacidad ya estaba colmada. Pero si bien la situación social era difícil, había un gran auge de las artes y de las ciencias.
Habitacion 704. Fue allí donde se hospedo Federico García Lorca / Lucia Merle
Bodas de sangre, representada en el teatro Avenida por Lola Membrives llegó a sus 100 funciones, un éxito rotundo.
En su estadía, Lorca dio seis conferencias y tuvo un eco resonante también con su histriónica y alegre actuación, hablando o recitando sus poemas.
A su arribo a esta ciudad, se alojó en el hotel Castelar, inaugurado 5 años antes, un hotel de gran categoría para la época. En el subsuelo –donde después funcionaron los baños turcos- se creó justamente ese año una peña de arte llamada SIGNO. De ella participaban Ramón Gómez de la Serna, Oliverio Girondo, Norah Lange, Pepe González Carbalho, Carlos Podestá, Alfonsina Storni, los hermanos Portela. Ellos lo invitaron a Lorca a asistir a esas veladas y a escuchar tangos. Así se conectó con mucha gente interesante de la vida cultural argentina.
A su arribo a esta ciudad, en 1933, Lorca se alojó en el hotel Castelar. En el subsuelo se creó justamente ese año una peña de la que participaban Ramón Gómez de la Serna, Oliverio Girondo, Norah Lange, Alfonsina Storni, los hermanos Portela. Ellos lo invitaron a Lorca a asistir a esas veladas y a escuchar tangos.
Me encuentro hoy en su habitación, esa que lleva el número 704 del Hotel Castelar y un escalofrío me recorre. Es un pequeño recinto, de 3.5 x 3.5 metros, con una entrada, en cuyas paredes fueron pintados impactantes personajes de las obras lorquianas. Una cama de bronce de una plaza, una mesita con tapa de mármol, una banqueta y una imponente vista a cúpulas de Avenida de Mayo, desde ese 7º piso. Me acompaña Maria Cafora ,versada coordinadora de las visitas guiadas a esa habitación con tanta historia. Ella me relata anécdotas, me muestra libros, publicaciones, hablamos de la tan personal y estética firma de García Lorca.
El escritor Federico García Lorca cuando recitaba uno de sus poemas a lo oyentes de una estación radial de Buenos Aires. / EFE
Me siento ante la mesita redonda para sacarme una foto y siento un escozor, algo difícil de describir. Qué emocionante es para un escritor estar sentado en el lugar de trabajo de otro escritor… Hay como un fluido común que corre por el alma. Y cuando miro la Av. de Mayo a través del vidrio de la ventana, siento la mirada de Federico en la mía, sus ojos en mis ojos, ese asombro del extranjero que descubre una ciudad como ésta, en la otra punta del mundo, con una curiosidad mezclada con algo de entusiasmo e inquietud.
Al salir, observo los cuadros y afiches dedicados a Lorca que adornan las paredes del pasillo de ese 7º piso. Allí están, enmarcados, los poemas que le escribieron Rafael Alberti, Pablo Neruda, Antonio Machado, Miguel Hernández.
En Buenos Aires, Federico fue un niño mimado. Lo querían todos y sus obras conquistaron al público. Fue en Buenos Aires también que Lorca lo conoció a Neruda, el entonces cónsul de Chile en la Argentina y entre ellos se construyó un entrañable vínculo.
El poeta y la actriz Lola Membrives ante el cártel de la representación de «Bodas de Sangre» en el teatro Maipo de Buenos Aires en 1933. Detrás, el afiche de la obra «Bodas de sangre.»
Parece que aquí se encontró también con Carlos Gardel y la trató a Victoria Ocampo quien editaría, en Sur, el mismo año – 1933- su Romancero gitano. Se quedó 6 meses en Buenos Aires y unos días se fue a Montevideo. Su balance de la gran aventura que fue su gira sonó así: “ En mi propio país no he encontrado tanto afecto, alegría y comprensión como en la Argentina” .
Interiores. El escritorio que utilizaba el poeta. Foto: Télam
Cuentan que al volver a España, le confesó a un amigo que en Buenos Aires una mujer muy linda había entrado en su habitación, desnudándose y que él la había tenido que enviar a otros amores. Reina Roffé tiene una preciosa novela, El otro amor de Federico, donde urde un amor platónico del español con una jovencita argentina, algo imaginario, claro, donde se mezcla lo probable con lo improbable. Federico era un hombre guapo, seductor, que recitaba como los dioses, tocaba el piano y la guitarra y por lo tanto resultaba muy atractivo. En el Castelar, los fans lo esperaban para autógrafos, era requerido siempre por admiradores de ambos sexos.
Lamentablemente, no pudo quedarse más tiempo, puesto que su familia lo reclamaba. O tal vez, fue la nostalgia de ese amor por el joven Juan Ramírez De Luca, allá en su tierra, cuya mayoría de edad Federico estaba esperando, para poder viajar juntos. Acaso su destino hubiese cambiado si no hubiese regresado a esa España dividida ya por el inicio de la Guerra Civil. Pero ¿se puede cambiar un destino?
Manuscritos de García Lorca, en el Hotel Castelar.
“Si muero, dejad el balcón abierto” – escribió. El balcón permaneció abierto y su alma voló lejos, muy lejos, cruzando los mares nuevamente y parando en varios puertos, pero sobre todo en el de Buenos Aires, donde la vida le había sonreído como- acaso- en ninguna otra parte.
*Alina Diaconú es escritora y columnista argentina, nacida en Bucarest, Rumania. Autora de 20 libros, el más reciente: «Rosas del desierto» (2019).
Fuente: Clarín