En el cruce de las avenidas Paseo Colón y Belgrano, Manuel Santillán se sube a un auto que una hora y media después y 30 kilómetros en dirección al sudoeste de la Ciudad de Buenos Aires por Camino de Cintura lo dejará en la casa de su mamá Stella Maris, en el barrio Don Orione, de Claypole. Sólo por esta vez, sale antes del trabajo en el Senasa, donde es supervisor de ART, y evita tomarse el tren. Está nublado, corre viento.
Algo robusto, Manuel –que el próximo 29 de febrero cumple 48 años– viste una camisa por encima de un jean, lleva zapatillas y tatuajes en los brazos, usa barba candado y el pelo recogido en una colita. Mira el celular seguido y, de a poco, muy de a poco, a medida que el auto se aleja de la Capital, los edificios altos dan lugar a construcciones más bajas y modestas. Manuel se suelta: “Quiero mostrarles a todos el ‘palacio’ que supuestamente mi abuela Fanny se construyó con la venta de objetos robados a Borges”.
Con Georgie. Fanny en la casa de Borges.
¿Pero quién es Fanny? La historia de Epifania Úveda de Robledo –la tal Fanny o Fani, según se quiera– se remonta a Colonia Romero, en Corrientes, donde nació en 1922 y fue dada en adopción. Termina 84 años más tarde en una casilla del Gran Buenos Aires, donde murió en 2006. En el medio, emigró a Buenos Aires, se casó, tuvo una hija –Stella Maris Robledo– y un nieto –José Manuel Santillán– y fue, durante 39 años, el ama de llaves en la casa de los Borges, en el 6°B de la calle Maipú 994. Allí atendió al escritor Jorge Luis Borges –hasta que partió rumbo a Ginebra a fines de 1985 para nunca más volver– y a su mamá, Leonor Acevedo, quien prácticamente falleció en sus brazos no sin antes pedirle: “Cuídemelo a Georgie”. Fue, además, acusada en más de una ocasión de haber robado pertenencias, objetos, libros y manuscritos de Borges, con juicios incluidos, allá a fines de los ’80 y principios de los ’90.
El escritor y empresario Alejandro Roemmers me ofreció donar al Estado argentino más de 6.000 libros y manuscritos de Jorge Luis Borges de su colección.
— Alberto Fernández (@alferdez) December 5, 2019
Con ese aporte vamos a crear el Museo Borges, en homenaje al hombre más grande en las letras que ha tenido nuestro país. pic.twitter.com/eNWzrjZlEc
Indirectamente, María Kodama acusó a Fanny en diciembre pasado, cuando el electo presidente Alberto Fernández anunció en su cuenta de Twitter la creación de (otro) Museo Borges, a partir de la donación de un conjunto de 30.000 piezas, entre manuscritos originales, libros y objetos personales, pertenecientes al escritor argentino, perpetuo candidato al Premio Nobel de Literatura, por parte del empresario farmacéutico Alejandro Roemmers. Filosa, aguda, sin dar muchas vueltas y fiel a su estilo de incansable guardiana, Kodama soltó: “Son todas cosas robadas”.
El abogado de Kodama, Fernando Soto, fue explícito: «La histórica empleada de la familia Borges, Epifanía ‘Fanny’ Uveda de Robledo, quedó en su casa y posteriormente fue indemnizada y desalojada. Pero nosotros sabemos que ingresó a la baulera y se llevó una cantidad de documentos personales y originales que Borges jamás legó ni regaló», dijo a Clarín. «Tenemos muchos elementos probatorios que están constatados notarialmente».
Borges en su casa de Maipú. / Del archivo personal de Manuel Santillán
Roemmers salió rápido a defenderse: “Es una colección que tiene 50 años. Se ha formado durante mucho tiempo, con obras adquiridas a muchísimas personas, coleccionistas, libreros y está todo documentado”. Gran parte de esa colección proviene de Alejandro Vaccaro, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (Sade), autor de un puñado de libros sobre Borges y duelista de la viuda de Borges, quien aseguró que todo lo que Kodama dice son calumnias.
Que no, no y no, y de nuevo no. Que es imposible. Mi mamá no robó nada. Mi abuela no robó nada. Stella Maris y Manuel, hija y nieto de Fanny, desmienten al abogado de Kodama. Ellos vivieron y crecieron en la casa de Maipú, conocen como nadie la vida doméstica de Borges y de su madre, Leonor, y la conocen, también, a Kodama, desde que a mediados de los ’60 entró en la vida del escritor primero como alumna de anglosajón y, años más tarde, para convertirse en su segunda esposa y en su heredera universal. Recuerdan haber tenido un buen trato con ella los días que frecuentaba la casa de Maipú. El edificio contaba con una placa homenaje al lugar donde vivió Borges, pero por vandalismo hace días que la placa no está.
Más que heridos, están enojados. “Solo quiero que dejen de hablar de mi abuela, ella ya murió. Se la pasan embarrando a una persona que murió en la pobreza, para cuyo velorio tuvimos que juntar plata entre los vecinos del barrio y pedir prestada una capilla”, se enfurece Manuel Santillán, que se llama igual, pero no es el Manuel Santillán, el León, el célebre matador de la canción de Los Fabulosos Cadillacs.
Las acusaciones por robo no son nuevas, empezaron en 1986, tras la muerte del escritor. Entonces Fanny fue despedida y debió abandonar la casa que había servido durante casi cuatro décadas. Manuel tenía 14 años y estaba con su abuela el día que los desalojaron del departamento, al que aún hoy llama “mi casa”: “Ni estaba hecha el acta de defunción de Borges cuando ya estaban los abogados sacando todo del departamento. Pero primero le hicieron decir a mi abuela dónde estaba la plata (Borges solía guardar billetes entre las páginas de los libros), las medallas, los premios, las monedas de oro, las condecoraciones».
Manuel, en el balcón de la casa de Borges. /Archivo personal
«Mi abuela sabía todo, si siempre lo había acompañado a los bancos, a la Plaza San Martín, al médico, a la librería, a todos lados. Era la mujer orquesta: lavaba, planchaba, cocinaba, llevaba los sacos a la tintorería, lustraba los pisos, lo bañaba. Después nos encerraron en el área de servicio, pasaron la traba de la puerta y nunca más pisamos el resto de la casa. Si le robaron algo a Kodama, que se fije en su entorno, haga la denuncia y lo demuestre en la Justicia, porque ese día se llevaron todo, pero que dejen de difamar a mi abuela”, pide Manuel, que al igual que su mamá y su abuela nunca leyó un libro de quien, entre otras distinciones, fue galardonado con el Premio Cervantes. “No lo entendemos”, se excusarán casi al unísono. Tampoco visitaron la Fundación Borges: están seguros de que no los dejarían entrar. Manuel insiste en que si hubieran robado algo, ni él estaría trabajando, ni su mamá viviendo de una jubilación mínima en una casa modesta que no tiene ni gas ni agua de red.
Stella Maris Robledo con una nota de su mamá Fanny. / Constanza Niscovolos
“Mi mamá apenas pudo llevarse once bolsas de consorcio con sus cosas, su ropa y la mía, que fueron revisadas una por una por una escribana”, cuenta Stella Maris. “¡Hasta le rompieron el vidrio de una foto con marco, pensando que ahí había plata escondida”, agrega.
Ni un libro ni una foto de Borges hay en la casa de Stella Maris, responsable de haber introducido en la vida del escritor al afamado gato blanco que ilustra buena parte de las fotografías del autor de El Aleph. Una de ellas puede verse por estos días, en la muestra de arte de Norah Borges –su hermana– en el Museo de Bellas Artes. Primero llamado Pepo en un homenaje de Stella Maris a la Pepona Reinaldi, delantero de River, el gato blanco fue rebautizado por Borges como Beppo en honor a uno de los felinos de Lord Byron, quien incluso le escribió un poema con ese nombre. “Me lo regalaron cuando yo vivía en Dock Sud. Al principio a Borges no le gustaba mucho, pero después se fue acostumbrando y Beppo se quedaba en el respaldo del sofá donde se sentaba. Además – relata Stella Maris– le encantaba meterse en los bolsos de los periodistas que venían. Pinky siempre se iba con el tapado negro lleno de pelos”. Ahora, a los 66 años, vive en compañía de Alelí, otra gata que también olisquea bolsos ajenos y llena de pelos a los visitantes.
Manuel, sin remera, junto a dos amigos, en la casa de Borges. / Archivo personal de Manuel Santillán.
Manuel, quien por esas ironías del destino se enteró hace poco de que en su oficina -donde casi nadie sabe que de chico se codeó con uno de los mejores escritores del planeta– también trabaja un sobrino de Kodama, señala una foto de Borges en la que se lo ve con una enciclopedia Espasa Calpe de fondo y dice: “Me la regaló a mí, pero mi abuela no lo permitió”. Ahora, Manuel, que casi entra al Liceo Naval por recomendación del Almirante Isaac Rojas, uno de los artífices del golpe de Estado del ’55, rememora cuando el autor de Ficciones lo ayudaba con la tarea, sobre todo, la de inglés: “Me hacía buscar en libros y después me tomaba la lección, pero me pedía que le diera el libro para que no hiciera trampa. Si la decía bien, me daba un billete y, claro, después la abuela se enojaba”.
Una de esas tardes, Manuel, de 9 años, quiso saber si Borges y él eran amigos. “Sí”, fue la respuesta. Al otro día, para sorpresa de su abuela cuando abrió la puerta, apareció con sus maestras y todos sus compañeros de clase del colegio San Marón, donde Manuel hizo parte de la primaria: aquel niño travieso había pautado una entrevista con Borges, con su autorización, pero sin avisarle a nadie: “Nos sentamos en el piso y empezamos a preguntar, que cómo era no ver, que cómo hacía para escribir, si leía Braille, todos intrigados por la ceguera”. Lo que Borges les contó ese día a los chicos está plasmado en el libro El secreto de Borges, de Matías Alinovi, uno de aquellos chicos.
Año 2004. Fanny o Epifania Úveda de Robledo, con un afiche de Borges a sus espaldas: el cuadro fue motivo de disputa judicial con Kodama. Fanny vivía en esa época de la Agrupación Azul y Oro de La Boca. / Archivo Clarín
“Pensar que conocimos a Borges gracias a vos”, le dijeron sus compañeros cuando se reencontraron años más tarde. “En cambio, yo estaba deslumbrado porque la mamá de uno de ellos salía con El Zorro (el actor Guy Williams vivió en Argentina). Lo que es no tener conciencia de nada, ¿no?”, se ríe Manuel, cuyo nombre completo es José Manuel, pero que en realidad iba a llamarse Juan Manuel –por Rosas– o Juan Domingo –por Perón–. “Ni se te ocurra”, puso el grito en el cielo Doña Leonor, a quien cariñosamente llamaban “Memé”. Y a Stella Maris, que en su adolescencia solía acompañarla en sus caminatas por avenida Santa Fe que terminaban con algún que otro helado, no le quedó otra que cambiarlo.
Fotos de Fanny ante la mirada de la gata Alelí. En la imagen de abajo, festeja su cumpleaños cuando vivía en la sede de la Agrupación Azul y Oro, de La Boca. Está junto a Alejandro Vaccaro. / Constanza Niscovolos
Hay dos libros que reúnen las anécdotas de Fanny en lo de Borges, pero ambos son difíciles de conseguir y sus presentaciones hace años fueron suspendidas sin ninguna explicación: uno es Borges íntimo y Fani, de Armando Almada Roche, y el otro es El señor Borges, de Alejandro Vaccaro. En este hay frases punzantes contra Kodama, en boca de la madre de Borges. Siete meses antes de su muerte, Borges cambia su testamento: si antes su hermana Norah, sus sobrinos y Fanny heredaban su fortuna, ahora Kodama se convertía en heredera única. “Que se quede con su plata y deje de hablar de Fanny –piden Stella Maris y Manuel–, nosotros nos quedamos con nuestro palacio”.
En qué está la donación de objetos de Borges al Estado
«El proceso administrativo de traspaso de la donación al Estado argentino no se ha visto afectado en lo más mínimo tras las acusaciones de María Kodama y ni debería por qué estarlo», declaran desde el entorno del empresario Alejandro Roemmers, que en este momento se encuentra en el exterior del país.
«Acá la única verdad es que estamos hablando de un material valiosísimo en términos de nuestro patrimonio cultural y que Alejandro está decidido a hacer este aporte sin ningún otro interés que que el material no se vendiera al extranjero. Habrá que esperar los plazos lógicos en este tipo de trámites y encontrar el mejor lugar para exhibirlo; por lo demás, la procedencia de los documentos está perfectamente documentada», señalaron en diálogo con este diario.