Eligió ser un latinoamericano en París antes que un cordobés en Buenos Aires. Así lo presenta Julio Suaya, su amigo, quien provee cerca de un cuarto de las 60 obras de Antonio Seguí que se exponen desde hoy en el Museo Nacional del Grabado. El resto proviene del patrimonio del museo y de la propia colección del artista. “Les voy a donar unos carborundums, que es lo último que estoy haciendo y me sale bastante bien”, dijo Seguí cuando se propuso realizar la que será su primera muestra en Buenos Aires en una década. Y legó 16 al acervo del museo nacional.
Con ironía y humor, uno de sus sellos, el maestro refleja distintos aspectos del hombre-tipo del siglo XX en la exposición que recorrió Clarín. Habla de la cultura de la clase media, de los trabajadores, de la masculinidad, de la sociedad. Sus símbolos son insistentes: trajes, corbatas, zapatos de vestir, cigarros y los infaltables sombreros que, en algunos grabados, se sostienen en las cabezas de sus dueños con resortes, como si fueran muñecos articulados.
«Un rayo de sol”, serigrafía de 2007. / Béatrice Hatala.
A sus 86 años, en Seguí persiste la frescura infantil, nostálgicamente volcada a la época en que los hombres iban de traje incluso a presenciar un partido de fútbol. El universo que construye, sin embargo, ofrece una lectura universal: el movimiento imparable de las grandes ciudades está presente. También, la angustia de las migraciones.
El estilo del artista cordobés es ecléctico pero inconfundible. Por épocas se dedicó a las paletas pasteles, por momentos compuso collages con altos contrastes, grabados en blancos, negros y grises, y tiene muchas obras en las que predomina la saturación y los colores primarios. Si bien lo caricaturesco y lo expresionista priman en su obra, de pronto vemos algunas figuras realistas, pero surrealistas en el color, en su composición o en la ruptura de escalas. Universalidad, humor y acotaciones en el lenguaje del surrealismo son claves para comprender su trabajo.
Obras en el Museo del Grabado. / Martín Bonetto.
En las paredes del museo y en el catálogo leemos sobre los procesos de diferentes técnicas para esta propuesta, que se centra en el rol de grabador del notable artista. Los “carborundums”, por ejemplo, se realizan con un adhesivo de carbón en polvo y silicio, lo que se traduce en trazos gruesos. Las figuras de estas obras, que ahora pasaron a la colección del museo, aparecen en composiciones sencillas que, al modo de viñetas publicadas en la prensa, encuentran su remate en el título de cada obra.
Sus personajes, como deben hacer los de las tiras cómicas, buscan un carácter global, universal. Para hablar de la condición humana, en efecto, es necesario que el espectador pueda identificarse con la situación narrada y con el protagonista. Para lograrlo, en muchos casos borra la identidad individual y construye arquetipos, ya sea buscando los rasgos de la persona común o directamente ocultando los atributos identificatorios, como en sus figuras de espalda, en sus personajes sin ojos o en las siluetas negras de la familia de migrantes de Cruzando la frontera.
“Pasar la frontera”, 2019, carborúndum sobre papel. / Béatrice Hatala
En sus obras de los años 90 y principios del nuevo milenio, sus protagonistas arquetípicos, hombrecitos con sombrero sin tiempo ni lugar, aparecen inmersos en caricaturas de ensueño. Al espectador actual pueden resultarle ajenos, por un lado, porque representan una época que ya no existe. Sin embargo, subrayan algo familiar: el “hombre del siglo XX”, símbolo del progreso y de la urbanidad, caminando siempre apurado –lo delatan las rayitas de movimiento típicas de la historieta–, ensimismado y completamente confundible con sus pares, perdido en mareas de sí mismo.
En algunas de estas piezas, se trata de hombres gigantes, con un pie en el Obelisco y otro en la Torre Eiffel, más altos que los edificios, gigantes como sus egos que, sin embargo, se chocan entre sí, en su falta de singularidad. Los hombres aparecen a veces enteros y a veces desmembrados: sus partes del cuerpo se desarman y reacomodan en un espacio sin gravedad. Estos individuos no solo se repiten, sino que los mismos grabados se reproducen en tiradas de cinco, diez o cien impresiones. No son únicos, imprescindibles ni irrepetibles, son el modo de ser en las ciudades.
Cuando mira el mundo que lo rodea, lo hace con la ligereza de quien sabe poner el humor en situaciones poco graciosas. Lo demuestra en sus obras explícitalmente políticas, como De la non violence y Dar a pensar, ambas de la serie Sans démagogie (“Sin demagogia”).
Seguí nació en 1934 en la ciudad de Córdoba y durante su juventud estudió arte en Madrid y en París. De vuelta en la Argentina, realizó ilustraciones para diarios y revistas. Luego, recorrió América Latina en un road trip que terminó en México, donde se codeó con el muralista David Alfaro Siqueiros. Finalmente, en 1963, estableció su taller en las afueras de la capital francesa, donde todavía vive y es celebrado. El año pasado una gran muestra lo homenajeó en la Biblioteca Nacional de Francia, con archivos de su obra gráfica. En esta ocasión, la exhibición en el Museo Nacional del Grabado cuenta con el apoyo de la Embajada de Francia y el Instituto Francés de Argentina.
En sala, sus litografías de 1973 “Elefante III y Elefante II”. / Martín Bonetto.
Además del vuelo internacional que tomó su carrera, Seguí obtuvo su merecido reconocimiento en la Argentina. El Gran Premio de Artes Plásticas del Instituto Di Tella de 1989 le dio el privilegio de ser uno de los pocos artistas vivos en tener una exhibición en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 1991.
Recibió el Premio Konex en Artes Visuales en tres ocasiones, y el Konex de Platino en 2002. Aún con estos reconocimientos, con esta exposición comienza a saldarse una deuda que tiene el país con este artista prolífico.
En octubre habrá un segundo capítulo, también imperdible: el Museo Nacional de Bellas Artes expondrá su trabajo reciente e histórico en pintura, escultura, dibujo y pasteles, además de una selección de grabados, foco de la propuesta que hoy abre sus puertas.
Litografía “Sin título”, de 2002, impresa para la Colección Novotel.
En la actualidad, junto a Julio Le Parc y Guillermo Kuitca, Seguí es uno de los artistas argentinos vivos más cotizados. En julio pasado, su cuadro Caja con señores se vendió por 229 mil dólares, un precio nunca antes alcanzado en vida por un artista local en suelo argentino. La obra, de los años 60, es una de las primeras en las que aparecen los personajes que mejor identifican su trabajo: los hombrecitos de sombrero, que aparecen a mares entre los grabados de la exposición que se inaugura esta tarde.
Como tiras cómicas, sus creaciones son tan interesantes como entretenidas. Accesibles para públicos de todas las edades: desde los chicos hasta los coetáneos del artista pueden sentirse atraídos y encontrar detalles ocultos –e ironías– en cada composición.
¿Una conclusión posible tras ver la exposición?: que el arte exquisito y el humor no tienen por qué ser contradicciones. Que la condición de hombre urbano tiene algo de universal. Que, aunque no lo veamos en lo cotidiano, la realidad es más surrealista de lo que creemos.
Ficha
Seguí. Grabados del patrimonio, colecciones y donación
Se inaugura hoy, a las 19. Puede visitarse de martes a domingos –y feriados–, de 12 a 20. Gratis.
En el Museo Nacional del Grabado, Riobamba 985, 4° piso.
Fuente: Clarín