La máxima sobre sexualidad reza que, en la inmensa mayoría de los casos las relaciones íntimas nos relajan y nos aportan bienestar. Pero, ¿qué ocurre si, por el contrario, el sexo nos provoca ansiedad? O, ¿si cuando estamos estresados no tenemos deseo? Ese desinterés, esa falta de ganas es lo que llamamos ansiosexualidad.
En muchos casos hay personas que cuando sufren estrés y están agobiadas lo que menos desean es tener relaciones sexuales. Necesitan sentir que todo va bien, que están estables tanto física como emocional y psicológicamente para pensar en sexo. Por supuesto, ante un conflicto y un malestar relevante es natural que el deseo sexual se esfume, pero la dificultad aparece cuando debido al estrés del día a día y los conflictos rutinarios, esa llama erótica desaparece.
El problema principal es la sociedad en la que vivimos, la cual nos incita al nerviosismo, a ir siempre con prisas, al agobio, provocando que ese momento de calma, de sentir que todo está en su sitio, no acabe llegando nunca.
Por otro lado, hay otro grupo de ansiosexuales a los que, por diversos y variados motivos, la intimidad, la excitación y/o la relación sexual les genera tensión, nerviosismo y estrés, provocándoles la reacción de huida y evitación sexual, viendo el sexo como un monstruo, o al menos una dificultad a evitar, en vez de como algo placentero y que genera satisfacción.
Sólo con el hecho de tener un acercamiento con alguien su mente empieza a generar un sinfín de pensamientos negativos y de inseguridad que provocan que el cuerpo sienta palpitaciones, tensión, bloqueo, sudoración, pérdida de sensibilidad y otros síntomas propios de la ansiedad.
En ocasiones, si nos encontramos con estos dos grupos de personas, pensaremos que son unos estrechos, apáticos sexuales, cerrados, introvertidos. Pero no llegaremos a imaginar todo lo que sufren ellos en silencio.
Evitar el sexo es un tipo de ansiosexualidad. Puede darse porque la persona no termina de disfrutar la experiencia, tiene inseguridades o no termina de relajarse.
Puede que creamos que ansiedad y sexo no pueden ir de la mano, pero si fuera así, la especie humana se habría extinguido. Siempre ha habido problemas y conflictos. Lo importante es la interpretación que hacemos de la ansiedad. Si la vemos como una aliada, si creemos que esa tensión es momentánea y pueden ser como unas “mariposas”, quizás entonces podremos fluir y dejarnos llevar.
Podemos hablar de dos tipos de ansiedades. La primera es la ansiedad generalizada hacia el sexo, la cual es más frecuente en mujeres. Son personas que evitan el sexo porque quizás no acaban de disfrutar y el resultado de esos encuentros sexuales no es del todo positivo.
El segundo tipo, la ansiedad de ejecución, va ligada a la idea de tener que hacerlo todo perfecto en el sexo, y es una ansiedad más frecuente en los hombres, que puede provocarles disfunciones sexuales ante el planteamiento de ver el sexo como una tarea a cumplir. Algunas mujeres también sienten este tipo de ansiedad porque tienen vergüenza de mostrar partes de su cuerpo, de oler mal, de no saberse relajar y demás inseguridades.
Para conseguir romper estos patrones ansiosos, lo más importante es trabajar el sexo consciente. Inicialmente se trata de conseguir encontrar momentos de conexión con uno mismo, momentos de tranquilidad, de paz, para dejar fluir las propias sensaciones y “apagar” la mente.
«Apagar» la mente y trabajar el erotismo son buenas herramientas contra la ansiosexualidad.
En segundo lugar, hemos de aprender que la sexualidad no aparece en el instante del encuentro, sino que se va desarrollando a lo largo del día. Por tanto, los pequeños gestos, las experiencias compartidas y el erotismo son necesarios para ir despertando el deseo.
Por último, hay que trabajar los pensamientos negativos respecto al sexo, ver qué nos decimos a nosotros mismos, las exigencias y los miedos. En muchas ocasiones este punto es el más complejo de resolver y hace falta acudir a un sexólogo especialista para poder romper el círculo vicioso en el que nos hayamos enroscados.
Fuente: Clarín