La pampa, el desierto, el gaucho andaba por ahí y la literatura se encargó de contarlo. Luego, la ciudad, los márgenes, hasta el Delta. Los escritores le sacaron el jugo a esos paisajes. ¿Y qué pasó con la playa? Aunque las costas oceánicas no suelen ser un espacio muy frecuentado por las letras nacionales, en el inventario surgen libros que se nutren de ese escenario: el mar y la playa –que no son lo mismo–y conforman una lista de historias que huelen a océano y sal. En gran medida, muchas incluso se sirven del lado B, lejanas a la sombrilla, el protector solar y la pelota inflada que va de aquí para allá entre perritos, bikinis y sonrisas felices. Por el contrario, la ficción buscó un poco más en lo profundo, ahí donde la marea deja restos más confusos, secretos, mentiras y sangre que vienen para narrar, en un punto, la impostura.
Hay un clásico de clásicos: fue escrito a cuatro manos, fue pionero y concretó un ambiente mítico. Los que aman, odian (1946), la novela policial ambientada en la playa, se trata del único libro escrito por la pareja Silvina Ocampo–Adolfo Bioy Casares: un Hotel Ostende solitario y una tormenta de viento que obliga a todos a permanecer adentro, en un ambiente donde hay crimen, pasiones y muchos secretos. Ambos amaban la zona. Villa Silvina, en Mar del Plata, era el lugar que compartían en sus días junto al mar. Hay más. Bioy escribió también el cuento “Cavar un foso” (1962), donde una pareja llega a Necochea para escapar de sus deudas y comete un asesinato.
Hay también obras por redescubrir, como la de Amalia Jamilis, con el cuento “Otro verano”: “Yo me acuerdo, Bayón, de tu casa de San Clemente, con aquel olor persistente a laurel, que tal vez venía de la ligustrina, y que combinado con las ráfagas saladas, inundaba las habitaciones”. En él muestra a dos adolescentes en un balneario, que aman en secreto a la misma mujer y empiezan a ceder ante un magma de violencia. También ella escribió “Ola de calor” que vuelve a la costa como escenario. Ahí están los árboles, los olores, las bocanadas de aire de playa. Jamilis murió en 1999 y fue una gran escritora rescatada por la editorial Eduvim en la colección dirigida por María Teresa Andruetto en El reconocimiento y otros cuentos (2015).
Con un aire igual de inquietante pero desde otra mirada, Camilo Sánchez expone un universo de brillos chuecos en La Feliz (2017) de la mano de dos personajes bien icónicos: el Claun y el Campeón. “¿Qué sombra espesa los reunió, los llevó de la mano, les empujó los pasos en aquel siniestro verano del ’88?”, escribe y así pinta ese mundo cargado de símbolos y oscuridades en ese escenario tan conocido y a la vez tan poco explorado desde la ficción como es Mar del Plata. Olmedo, el Facha Martel, Monzón son los fantasmas que sobrevuelan en estas páginas.
“Mar del Plata en el desarrollo de La Feliz se me instaló casi como cuarto personaje de la historia por su cuenta. La puesta en escena copando la parada. La banda sonora que pide pista y atención. Nací allí. Allí viví 20 años y desde los 21 me toca ir como enviado especial de distintos medios. Tuve por eso una mirada que fue de territorio propio y la vez de extranjería. Tu pago se vuelve nota. Fue raro eso. Creo que salió verdadero porque no fue buscado”, dice el autor que cuenta una ciudad a la que el verano icónico se le hace trizas.
“El tótem cumple una función: proteger a los habitantes de los extranjeros. Cuando los ojos del que llega ven los ojos del águila se siente intimidado. Es un símbolo nazi, dicen los antiguos en la Villa. Y lo dicen en voz baja, con temor”. Eso se lee en Cámara Gesell (2012), que muestra “el lado oscuro de la costa atlántica”. Si buscamos miradas a contrapelo, un libro infaltable es este de Guillermo Saccomanno, que se mete fuera de temporada para mostrar los trapos sucios, las miradas por detrás de la ventana de ese pueblo que cuando pasa el verano se contrae.
La costa en realidad es habitué en los libros de este escritor que con los años se volvió nombre obligado si se piensa a la literatura y ese paisaje.
Y ahí se suma también Juan Forn, otro habitante de la zona. Con él pasa algo muy particular que puede apreciarse en La tierra elegida (2004). En esos textos reunidos sobrevuela un clima, algo que no hace falta ser nombrado, pero que tiene sin dudas los tintes del espíritu del mar. “Este libro se llama La tierra elegida por la clase de vida que me ha permitido Gesell, y por la relación con la literatura que me ha dejado esta vida en Gesell”, escribe al final el autor de María Domecq.
Otro escritor que conoce esos secretos es Juan Bautista Duizeide: el mar, la costa y la literatura que de todo ello germina. Nacido en Mar del Plata, fue navegante y sus libros de alguna manera siempre se vinculan con esa geografía. En los cuentos de Noche cerrada, mar abierto recrea un universo de relatos marinos, capitanes y soledades con guiños a los clásicos y aires frescos de personajes que no suelen habitar las ficciones locales. “Entre nosotros la expresión ‘ir al mar’ suele significar ‘ir a la playa’, no ir a navegar. Algo mucho más diferenciado en otras culturas –dice– son para la literatura dos espacios bien diferenciados. La playa, los pueblos o las ciudades costeras presentan características generales como la posibilidad de romper la cotidianeidad, o de experimentar grandes cambios de acuerdo con la época: temporada o fuera de temporada”.
En esa distinción y levantando el guante de la literatura marítima, agrega que no es que no se la encuentre, “pero sí se trata de una tradición incómoda, no demasiado reconocida por nuestras instituciones culturales. Un autor como Hugo Foguet, con sus fabulosos cuentos de ambiente náutico, incluidos en el volumen Convergencias, resulta un desconocido para el gran público”, agrega.
En la línea de navíos, de barcos que buscan el mar, puede buscarse a Eduardo Belgrano Rawson con El náufrago de las estrellas (1979), la historia de un naufragio.
Otro policial que se ancla en Mar del Plata lleva la firma de Juan Sasturain: en Dudoso Noriega narra la desaparición de un bañero en la década del ‘60 y construye, como el resto de quienes eligen estas regiones literarias, una mitología. Es justamente el actual director de la Biblioteca Nacional quien hace años en su programa Ver para leer, habló con Alan Pauls sobre el tema: “¿Se puede escribir en la playa?”, le pregunta. Pauls, que entonces presentaba su reeditado La vida descalzo, responde: “Sí, pero en la zona más de sombra. Yo creo que el sol es enemigo de la literatura”.
Entre fotos en blanco y negro y ejercicios de autoficción la playa que construye Alan Pauls abre la pregunta sobre sus posibilidades literarias: “La playa es a la vez lo que estuvo antes y lo que vino después, el principio y el fin, lo todavía intacto y lo ya arrasado, la promesa y la nostalgia”, se lee en sus páginas. Y suma puntas para pensar esa zona literaria que todavía tiene mucho por cortar, historias que ahora, en verano, tal vez puedan leerse con el sonido de las olas como fondo de lectura o como chispa para seguir esta huella de letras y mar.
Fuente: Clarín