Mundo orwelliano
Más que una marca. Cuando uno abre un libro firmado por George Orwell sabe que se sumerge en un universo de sentidos y temas que se catalogan bajo el adjetivo orwelliano. No es fácil construir una obra amplia y con un sello tan característico. Eso coloca a este escritor nacido en Motihari, Raj Británico, el 25 de junio de 1903, bajo el nombre de Eric Arthur Blair como uno de los mejores del siglo XX. Murió un día como hoy, el 21 de enero, pero de 1950, hace exactamente 70 años. Era joven, tenía 46 años y los últimos tres los pasó internado en distintos hospitales debido a su tuberculosis.
Lo orwelliano es un concepto que logró trascender su obra. El término está incluido en el Oxford English Dictionary y dice: “Característica de los escritos de George Orwell, sobre todo con referencia a su relato distópico de un futuro estado totalitario en 1984”. Además, para The New York Times es “el adjetivo más ampliamente utilizado derivado del nombre de un escritor moderno”. Esto coloca a George Orwell como un escritor que, además de haber narrado, construyó un sistema de pensamiento teórico. Esto lo vuelve imprescindible.
Todo empieza con un nombre
Empecemos por el principio: su nombre. George Orwell es un pseudónimo que adoptó en 1933. Pero, ¿por qué? Quería ser escritor, siempre lo quiso, pero cuando terminó sus estudios en Eton decidió unirse a la Policía Imperial India en Birmania. No tenía ninguna posibilidad de conseguir una beca universitaria. Estuvo cinco años como oficial y decidió que ya era suficiente. Salió de allí odiando profundamente el imperialismo, algo que se vería reflejado en sus posteriores libros.
No quería volver a la casa de sus padres, con lo cual se puso a trabajar de lo que primero encontraba mientras bordeaba la indigencia. En ese tiempo fue maestro de escuela y librero en una tienda de libros de segunda mano. Luego se fue a París, a vivir en la casa de su tía Nellie y consiguió un trabajo de lavaplatos en un lujoso hotel. Mientras tanto, escribía. Eso era lo único constante en su vida. De pronto decidió que no podía seguir viviendo así, y volvió a la casa de su padres.
Luego consiguió trabajo en el diario New Adelphi y más tarde como profesor de escuela. En ese momento logró concluir su primer libro: Sin blanca en París y Londres. Un largo texto de no ficción semiautobiográfico que decide firmar no con otro nombre para no incomodar a sus padres. Casi por respeto, pensó. Tuvo varios nombres en ente pero se decidió por George —nombre de gran tradición en la campiña inglesa— Orwell —por el río de Suffolk: también porque un apellido que empezara con la letra O le daría una mejor posición a sus libros en los estantes de las librerías—.
Matar fascistas
La Guerra Civil española duró cuatro años, de 1936 a 1939, y luego vino algo peor: el franquismo. Orwell era de izquierda pero también antiimperialista y antinacionalista y se sumó a la disputa para luchar con el bando republicano o “bando rojo”, como se le decía. Los enemigos: los fascistas, los que finalmente triunfaron. Esa experiencia lo marcó para siempre a Orwell. En 1946 dijo esto: “Cada línea en serio que he escrito desde 1936 ha sido, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático como yo lo entiendo”.
En la Navidad de 1936, viajó a París y se encontró con Henry Miller, que se conocían sólo por cartas, aunque ya eran amigos. Orwell lo había defendido tras la salida de Trópico de Cáncer (1934), novela que fue censurada del gobierno estadounidense. Esa noche, según cuentan, hablaron largo y tendido de literatura, pero más de política. Orwell le manifestó la necesidad de ir a España. “¿Por qué?”, le preguntó Miller, “¿qué vas a hacer allí?” “Voy a matar fascistas porque alguien debe hacerlo”, respondió.
A partir de aquella experiencia, escribió en primera persona Homenaje a Cataluña sobre sus días como soldado raso como oficial en partes de Cataluña y Aragón desde diciembre de 1936 hasta junio de 1937, cuando tras los sucesos de mayo de 1937, el partido político en el que se encontraba (el POUM, un partido comunista antiestalinista dirigido por Andreu Nin) fue declarado organización ilegal y se vio forzado a huir o enfrentarse al encarcelamiento. El texto publicó en 1938.
Su participación en la Guerra terminó en Huesca cuando una herida en la garganta estuvo a punto de matarlo. El voluntario estadounidense Harry Milton describió a la prensa, muchos años después, que la actitud temeraria de Orwell, sumado a su 1,88 metro, lo llevaron a ese final: “Escuché el sonido nítido de un disparo a alta velocidad y Orwell inmediatamente cayó de espaldas”. Milton detuvo el sangrado y le dio primeros auxilios, hasta que pudieron retirar al escritor a un hospital.
Romances que matan
El romance es un terreno importante en la vida de Orwell. Tuvo dos esposas: Eileen O’Shaughnessy (1936-1945) y Sonia Orwell (1949-1950). Sin embargo el amor siempre se escurre ante las instituciones que intentan atraparlo. Hubo otra mujer: Brenda Salkeld. Se conocieron en 1933 y poco se sabe de ella y de lo que vivieron juntos. Lo que sí se puede afirmar, según las cartas que publicó el lunes el periódico británico The Times y que replicó la agencia Reuters, es que fueron amantes durante el primer matrimonio de Orwell.
En una carta, él escribe que Eilen, su entonces esposa, entendía sus deseos y “deseaba que yo pudiera acostarme contigo unas dos veces al año, solo para mantenerme feliz”. En una correspondencia anterior, le dijo: “No sé si alguna vez has llegado a comprender lo mucho que significas para mí. Además dijiste que finalmente pensabas tomar un amante, así que si es así no veo por qué no debería ser yo”.
Orwell le siguió escribiendo hasta 1949, justo antes de su segunda boda. Su hijo, Richard Blair, dijo que ha comprado las cartas para donarlas al Archivo George Orwell del University College de Londres. Las cartas “tuvieron mucha más influencia sobre él de lo que se suponía en un principio. Eran cartas muy personales. Creo que hubo algún contacto físico ocasional en ambos casos. Le gustaban las mujeres muy fuertes. Mujeres que tenían una opinión. Eso es lo que le atraía”, agregó.
La novela de los totalitarismos
En 1947 Orwell se instala en la isla de Jura, en Escocia, a hacer lo que más le gusta: escribir. Tiene una novela en mente que había bosquejado en apuntes en 1944. En una carta a su agente literario, F. J. Warburg, fechada el 22 de octubre de 1948, Orwell afirmó que se le había ocurrido la idea de escribir la novela en 1943, y que aún dudaba entre titularla El último hombre de Europa y 1984. En ese entonces tenía tuberculosis y la enfemedad crecía en síntomas y padecimientos. No podríamos decir que escribir 1984 fue una experiencia del todo agradable.
Finalmente se publicó el 8 de junio de 1949 bajo el título que Warburg le aconseja por ser más comercial. Sin embargo, no se se conoce su origen. Los motivos van y vienen: ¿el centenario de la Fabian Society, fundada en 1884?, ¿guiño a la novela de Jack London, The Iron Heel, por la fecha en que el partido político toma el poder?, ¿referencia al cuento de G. K. Chesterton, uno de sus autores preferidos, “The Napoleon of Notting Hill”, ambientado en 1984?
En concreto, 1984 es una novela de ficción distópica pero sobre todo política. A partir de este texto se popularizaron los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano, de la habitación 101, de la ubicua policía del Pensamiento y de la neolengua, adaptación del idioma inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.
Aún hoy se tejen puentes entre la novela y la actualidad. Manipulación de la información, censura, represión y vigilancia son elementos presentes que nos muestra 1984 dejando entrever que todo puede volverse una dictadura si alguien acelera lo que ya estamos viviendo. Entonces, ¿por qué la novela se llama así? La respuesta más probable es la que da Peter Davison, uno de sus biógrafos: el resultado de intercambiar la posición de los dos últimos dígitos del año en el que se escribió.
Cerdos revolucionarios
Orwell era un hombre de izquierda crítico. Para él, el estalinismo era un totalitarismo que se desvió de los valores revolucionarios de lo que fue la Revolución Rusa. Tenía muchas ideas al respecto de lo que fue y de lo que era la Unión Soviética y no encontró mejor forma que hacerlo desde la ficción. Así, en 1945, se publicó Rebelión en la granja, una novela satírica y una fábula mordaz sobre cómo el régimen soviético de Stalin corrompió el socialismo.
En la novela un grupo de animales expulsa a los humanos de la granja creando un sistema de gobierno propio que acaba convirtiéndose en otra tiranía brutal. Ese universo, si se quiere infantil, se volvió una herramienta educativa en algunos países. Lamentablemente, y pese a lo que quería Orwell que era denunciar los totalitarismos nazi y soviético, el libro fue utilizado en Estados Unidos como propaganda anticomunista.
Vigencia y actualidad
Hay escritores que usan las palabras para describir su presente, pero en realidad están dando cuenta de algo universal. Es el caso de George Orwell, porque sus textos no pierden vigencia, sino todo lo contrario: cada año, críticos literarios, investigadores y lectores en general encuentran nuevos sentidos a partir de sus libros. Por ejemplo, en 2017, una obra de teatro en Broadway basada en 1984 provocaba desmayos entre sus espectadores. “El pensamiento corrompe el lenguaje y el lenguaje también puede corromper el pensamiento”, decía Orwell.
Otro ejemplo es lo que acaba de develar la Biblioteca Pública de Nueva York, que este año cumple 125 de existencia. La novela que más prestó a lo largo de su historia, después de los libros infantiles Un día de nieve de Ezra Jack Keats y El gato garabato de Dr. Seuss, es 1984. La obra del escritor británico lleva 441.770 préstamos y todo indica que seguirá en ascenso. En cualquier librería puede encontrarse este libro y tantos otros de su autoría como Rebelión en la granja. Sin dudas, Orwell sigue siendo es actual y probablemente siempre lo sea.
Fuente: Infobae