Consumos culturales: La batalla por el tiempo libre no da tregua

La industria cultural, que va desde el streaming de series o música hasta los libros o el teatro, tiene cada vez más peso en la vida diaria y en las economías de los países.

Es probable que un adolescente de este siglo nunca haya visto un discman, aunque seguro ha escuchado hablar de su sucesor, el MP3, y sabe perfectamente cómo armar su propia playlist en el teléfono; conoce a Blockbuster por aquella escena de la serie vintage que vio ahora que lo retro y la nostalgia están de moda; y, aunque puede comprender sin dificultades la evolución de los formatos y los cambios de hábitos, le causa gracia la manera en la que hace tan solo dos décadas escuchábamos música, veíamos películas, contemplábamos una obra de arte. De ninguna manera, por ejemplo, estaría dispuesto a esperar una semana por su programa favorito, que se da equis día y a un horario exacto, en una única dosis de un capítulo, sin repetir y sin pausar. Le parecería insólito que en el museo le prohibieran sacarse una selfie: si elige recorrer las salas de una exposición (decisión que, hay que decirlo, está en baja) se guía por una app que lo alienta a registrar su “experiencia”, para que sea interactiva, amigable y compartible. Leer de noche, ¡cómo que no!, pero puede ser también un audiolibro de descarga gratuita el que aporte la historia para sacar a volar la imaginación. Por suerte algunas cosas no pasan de moda.

Hoy, y no solo en la Argentina –en España, por ejemplo, también–, los jóvenes representan el segmento de la población que más dinero mueve en el sector cultural, una industria que es observada cada vez con más foco y peso específico sobre el PBI de las naciones. Son ellos, quienes tienen entre 15 y 24 años, los que lideran los consumos en todos los lenguajes (editorial, audiovisual y musical), los más digitalizados y los que anteponen inmediatez a cualquier otro atributo que pueda tener un bien. “Espontáneamente proclives a sumarse a las novedades, dada la falta de compromiso que registran frente a tiempos anteriores, a herencias del pasado y a las responsabilidades actuales”, como apunta el capítulo “Nómades, convergentes, protésicos y obnubilados”, del libro La cultura argentina hoy (Siglo XXI), observar a los protagonistas del presente con la perspectiva del pasado permite estudiar las tendencias hacia el futuro.

Según la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales, un informe que retrata los comportamientos de la población en relación con los libros, los medios de comunicación y los espectáculos, la portabilidad caracteriza las preferencias de este grupo. En ellos cae la asistencia al cine y aumenta la demanda audiovisual en plataformas on-demand, cae la compra de discos y cada vez más la música se escucha en Internet; el celular es una usina de contenido donde, solamente por hablar de redes sociales, pasan al menos tres horas por día. También en el pobre parámetro de la lectura per cápita, los jóvenes llevan la delantera, aunque el promedio general vaya en picada: solo en los últimos cinco años el índice por habitante pasó de tres libros anuales a uno y medio, lo que pone en la categoría de “muy lectores” a cualquiera que se haya alzado con un máximo de cuatro títulos.

El tiempo libre es el campo donde se riñe la batalla por los contenidos. Y como el tiempo es escaso la tentación de acelerar y el deseo de instantaneidad se normalizan. Vale la pena tener en la mesa de luz el Elogio de la lentitud, de Carl Honoré, para contrarrestar la influencia de las pantallas, que ejercen su poderío a merced del streaming: probablemente, la mayor revolución de la cultura en lo que va de este siglo. Algunos ya comparan su estrépito con el paso del cine mudo al sonoro en los años 20. Y no solamente desafía a Hollywood. El streaming, que cualquiera relaciona inmediatamente hoy con el fenómeno de las series, pero que por definición alcanza cualquier contenido que se consume cómo y cuándo sea, en línea y on-demand, puso en jaque a todo el ecosistema del entretenimiento. En una de las últimas ferias del libro de Buenos Aires, una escritora internacional, best seller con éxitos adaptados a la televisión, preguntaba abiertamente y sin disimulo qué iba a hacer la industria editorial para darle competencia a estas plataformas con narrativas alternativas que proliferan y les “roban” lectores.

Netflix comenzó en 2007 como algo parecido a un viejo videoclub, antes de convertirse en el gigante más poderoso del rubro. Este año gastó 15.000 millones de dólares en programación para abastecer la demanda de más de 158 millones de suscriptores que en todo el mundo consumen a la carta y alimentan ese algoritmo que quiere conocer nuestros gustos mejor que un amigo. Y ya no solo se dedica a transmitir películas y programas de televisión; lleva más de un lustro produciendo sus propios contenidos, desde que en 2013 estrenó su primer gran éxito, House of Cards, y se ha vuelto peligrosamente competitivo en las alfombras rojas. Como Spotify, que promete “demostrar el poder del streaming” con el lanzamiento del primer premio musical basado en datos generados por los usuarios. Aun con pleno liderazgo, los dos titanes ven en este final de la década aparecer en el ring a otros jugadores y saben que lo que viene será una competencia feroz. Como ocurrió con la televisión abierta en los 50, que entonces no podía prever que 30 años más tarde irrumpiría el cable, el comienzo de esta nueva revolución incluye lo incierto de todo fenómeno que recién empieza.

NETFLIX EN 2019

  • Gana un Oscar a la mejor película extranjera con Roma.
  • La Casa de Papel
  • La tercera temporada de Stranger Things
  • Se lanza El Irlandés y es vista por 26.4 millones de hogares en los primeros siete días.
  • Netflix tiene 158 millones de miembros.

SPOTIFY EN EL MUNDO

  • 113 millones de suscriptores.
  • 248 millones de usuarios activos mensuales.
  • Más de 50 millones de canciones disponibles.
  • Más de 500.000 podcasts disponibles.
  • Más de 3000 millones de playlists disponibles.
  • Disponible en 79 mercados.
  • El 22% del total de usuarios activos mensuales y el 20% de los suscriptores totales corresponden a América Latina.

Fuente: Constanza Bertolini – La Nación