¿Saben cómo se convirtió Borges en titular de la cátedra de Literatura Inglesa de la Universidad de Buenos Aires (UBA)? Resulta que el resto de los postulantes había enviado sus publicaciones académicas, las listas de sus traducciones, las conferencias que daban, sus CV en definitiva. Jorge Luis Borges —Borges, a secas, para la historia de la literatura—, que no tenía título universitario, astuto, contó que mandó una oración de doce palabras: “Sin saberlo, me he venido preparando para este cargo toda mi vida”. Fue aceptado. Era 1956. El libro Borges profesor (reeditado ahora por Sudamericana) reúne el curso completo dictado en 1966 por el autor de Ficciones en el entonces viejo edificio de la calle Viamonte.
Las clases fueron grabadas por un pequeño grupo de estudiantes de literatura inglesa —en cinta magnetofónica— para que pudieran estudiar los alumnos del curso que no podían asistir a las clases. Este es el único registro que se conserva de su tarea docente en los doce años que estuvo al frente de la cátedra.
¿Pueden creer que las cintas originales (hoy perdidas) hayan sido utilizadas, probablemente, para grabar otras clases? Hay que tener en cuenta —escriben Martín Arias y Martín Hadis, a cargo de la extraordinaria edición, investigación y notas del libro— que para muchos de los estudiantes Borges era solo un profesor más, pese a haber sido ya en esa época director de la Biblioteca Nacional (desde 1955) y haber publicado veinte años antes sus dos obras clave, Ficciones y El Aleph. También porque en esos años —añaden los editores— se resaltaban más sus declaraciones sobre política que su labor literaria.
Paréntesis. Una anécdota a propósito de ese tiempo: Cuenta María Esther Vázquez que Borges estaba dando su materia cuando un muchacho irrumpió en el aula y le dijo que debía interrumpir la clase porque se iba a rendir homenaje al Che Guevara. “Ríndale homenaje después de clase”, le dijo el profesor. “No, tiene que ser ahora y usted se va”, le contestó. Borges: “Yo no me voy, y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio”. El muchacho: “Vamos a cortar la luz”. Borges, con remate borgeano: “He tomado la precaución de ser ciego. Corte la luz, nomás”.
Volvamos al artículo: son veinticinco clases que comienzan con la llegada a Inglaterra de los sajones, jutos y anglos, donde aborda la cuestión de la épica y la poesía anglosajona. Le dedica a estos temas siete clases de 25, más de un cuarto del curso total. Continúa con la vida y obra de (sin repetir y sin soplar): Samuel Johnson, William Wordsworth, Samuel Coleridge, William Blake, Thomas Carlyle, Charles Dickens, Robert Browning, Dante Gabriel Rossetti, William Morris, Robert Louis Stevenson.
La rama inglesa le viene de su linaje materno: su abuela británica, Francis Haslam (Fanny, familiarmente) era una gran lectora de Wells. Borges aprendió a leer al mismo tiempo en inglés y en castellano. De hecho, leyó primero el Quijote en inglés y luego en su versión original. Dirá: “Cuando lo leí en castellano me pareció una mala traducción”.
Borges juzga la literatura de modo hedónico, según el placer y la emoción que le da. Por eso les dirá a sus alumnos que no lean un libro si les aburre, aún sean clásicos como el Quijote. En su biblioteca personal (la última selección de textos que hizo antes de morir), el escritor considera que un libro es un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo hasta que da con su lector. Borges es un extraordinario lector y, por tanto, un traductor de lo que lee y escribe. La lectura, dice, es una forma de la felicidad.
El Borges profesor pone a los autores por encima de los movimientos literarios, al acentuar el carácter humano e individual de las obras. No deja de ser interesante, sin embargo, cómo el propio escritor desarrolla la idea —el ejemplo clásico de esto es su cuento Pierre Menard, autor del Quijote— de que no hay autores, de que la literatura son versiones, o sea la destrucción de la propiedad de la obra, de la identidad fija de un texto.
Lo cierto es que en el transcurso de las clases Borges cita de memoria, recita en inglés antiguo, se bifurca en temas, conecta literaturas, pide disculpas a sus alumnos (“ustedes me perdonarán la digresión, pero la historia es hermosa”, dice sobre la leyenda de Buda). Exhibe su erudición, pero no como superioridad sino como transmisión de una pasión: lo hace para comunicarse. En todo el curso hay una sola referencia a las vísperas de un examen. Borges rompe brújulas y se desplaza en latitudes, en mares, en fechas, en historia. Fantasías. En fin, a lo Borges. Acá compartimos diez apuntes de estas clases (el libro tiene más de 500 páginas) para convertirnos, nosotros también, en sus alumnos y poder aprobar esta materia.
Cuando se van los romanos
La literatura inglesa comienza a desarrollarse a fines del siglo VII o a principios del VIII. De esa época son las primeras manifestaciones que poseemos, anteriores a las de las demás literaturas europeas. Las Islas Británicas eran la colonia más alejada de Roma y habían sido conquistadas hasta Caledonia, actual territorio escocés, donde vivías los pictos, pueblo de origen celta separados de Bretaña por la muralla de Adriano. Al sur habitaban los celtas convertidos al cristianismo y los romanos. En las ciudades la gente culta hablaba latín. En el 449, Roma se desintegra, retira las legiones de Bretaña y el país queda expuesto a los ataques de los pictos por el norte y de los sajones por el este. Los anglos vivían en el sur de Dinamarca y los jutos en Jutlandia (…). De este modo, los anglosajones llegaron a las Islas Británicas luego del abandono de estas por por las legiones romanas.
La cortesía y los juglares
El Beowulf es un poema del siglo VII y es el más antiguo de toda la épica, anterior al Poema del Cid, a la Chanson de Roland (francesa) y al Nibelungenlied (poema épico en idioma altoalemán). En la Odisea y en la Ilíada encontramos que los hechos que priman son los de la sangre, los bélicos. Al poeta de Beowulf le interesaban, más que los hechos militares, la hospitalidad, la cortesía, los juglares. Todo esto era apreciado en esa época. Debía agradarles a los sajones que vivían en un tiempo violento y en una tierra inhospitalaria. El protagonista es un caballero que encarnará la lealtad y el valor, rasgos que se apreciaban en la Edad Media.
Beowulf. La película
Cantar la derrota
En la última década del siglo X ocurrió en Inglaterra una batalla de la cual surgió la Balada de Maldón que no se refiere a una victoria sino a una derrota: la de los anglosajones al luchar contra los noruegos. Tuvo lugar el 10 u 11 de agosto del año 991 a orillas del río Blackwater. En la Edad Media no se inventaban rasgos circunstanciales y la abundancia de ellos que hay en La Balada… es prueba de su autenticidad. Conocemos solo un fragmento. No sabemos cómo empieza el poeta y no sabemos cómo concluye. Cuando leemos el Beowulf sentimos que el autor se ha propuesto escribir una Eneida germánica, en cambio aquí sentimos la verdad. La balada prefigura, por su abundancia en detalles circunstanciales, las ulteriores sagas o narraciones en prosa islandesas. (Una referencia a esta batalla está inscrita en la lápida de Borges en el Cemètiere de Plainpalais en Ginebra, Suiza).
El luna
El lenguaje anglosajón, por su aspereza, estaba predestinado a la épica, por eso les sale especialmente bien a los poetas la descripción de las batallas. Había en él, como en alemán y en las lenguas escandinavas, tres géneros gramaticales. En español tenemos dos y esto ya es suficientemente complicado para los extranjeros. Pero en inglés antiguo, al haber tres géneros, teníamos “el luna”, “la sal” y “el estrella”. Se supone que esto de “el luna” corresponde a una época muy antigua, la del matriarcado. La mujer regía la familia y entonces a la luz más brillante, el sol, se la vio como femenina; y en la mitología escandinava tenemos análogamente una diosa del sol y un dios de la luna. Es curioso que en la poesía alemana esto haya influido, ya en alemán se dice “el luna”, “der Mond”.
Recuerdo. La tumba del escritor dice “y que no temieran” en inglés antiguo.
Crisis y racionalismo
A partir de la batalla de Hastings, que marca el fin del dominio sajón en Inglaterra, el idioma inglés entra en crisis. Desde el siglo V hasta el siglo XII, la historia inglesa se ha vinculado con Escandinavia, sea con los daneses —los anglos y los jutos provenían de las tierras de Dinamarca o de la desembocadura del Rhin— o los noruegos luego con las invasiones vikingas. Pero a partir de la invasión normanda, en 1066, se vincula con Francia, separándose de la historia escandinava y su influencia. La literatura se quiebra y la lengua inglesa resurgirá dos siglos después con Chaucer (el de los Cuentos de Canterbury) y Langland. El siglo XVII es el siglo de los poetas metafísicos, barrocos. Es entonces que el republicano John Milton escribe su poema El paraíso perdido. En el siglo XVIII se da, en cambio, el imperio del Racionalismo. El ideal de la prosa cambia. Ya no es el de la prosa extravagante como en el del siglo XVII, sino que aspira a la claridad, a la elocuencia.
Idioma de pescadores
Samuel Johnson publicó un diccionario inglés, Diccionario de la Lengua Inglesa (1755), cuyo principal motivo era fijar el idioma. Se consideraba que el idioma inglés había llegado a su apogeo, y que luego había declinado a causa de la constante contaminación con galicismos. El propio Johnson, sin embargo, no creía que el idioma pudiera fijarse definitivamente. Es decir, el idioma no es obra de sabios sino de pescadores. Es decir, el idioma está hecho por gente humilde, hecho por el azar, y la costumbre crea normas de corrección que deben buscarse en los mejores escritores.
Pescadores. El inglés, en manos de gente sencilla. / EFE/ Miguel Gutiérrez
Románticos
El movimiento romántico es acaso el más importante que registra la historia de la literatura, quizás porque no solo fue un estilo literario, porque no solo inauguró un estilo literario, sino un estilo vital. En el siglo pasado tuvimos a Émile Zola, el naturalista. Zola es inconcebible sin Víctor Hugo, el romántico. Pero todo el movimiento romántico es inconcebible, impensable, sin James Macpherson. Su destino es el destino de un hombre que deliberadamente se borra para la mayor gloria de su patria, Escocia. El romanticismo, así, empieza en Escocia, llega después a Inglaterra, luego a Alemania y tardíamente a España, un país que figura tanto en la imaginación de los poetas románticos de otros países pero que produjo un solo poeta esencialmente romántico: Gustavo Adolfo Bécquer.
Inventar al asesino
Samuel Coleridge dice que Shakespeare fue como el Dios de Baruch Spinoza: una sustancia infinita capaz de asumir todas las formas. Y así, según Coleridge, Shakespeare no se basó en la observación para la creación de su vasta obra, sino que sacó todo de sí. A diferencia de la trama de In Cold Blood (A sangre fría), de Truman Capote (prosa basada en un crimen real), Coleridge pensó que Shakespeare no había observado a los hombres, que no había condescendido a la baja tarea de espionaje o de periodismo. Shakespeare había pensado qué es un asesino, cómo un hombre puede llegar a ser un asesino y así se imaginó a Macbeth.
Macbeth, con Michael Fassbender.
La hora de la infancia
William Blake, como escritor, está solo en la literatura inglesa de su tiempo. No puede encuadrárselo en el romanticismo ni en el pseudoclasicimsmo; escapa, no puede estar en corrientes. Blake está solo en la literatura inglesa de su tiempo y en la europea también. En el caso de Charles Dickens, fue un revolucionario. Su infancia fue muy dura. Es el primer novelista que hace que la infancia de los personajes sea importante. Es uno de los grandes bienhechores de la humanidad. Quizás la mejor novela para trabar conocimiento con Dickens sea la novela autobiográfica David Copperfield. Haber leído algunas páginas de Dickens, haberse resignado a ciertas malas costumbres suyas, su sentimentalismo, sus personajes melodramáticos, es haber encontrado un amigo para toda la vida.
El error de Mr. Jekyll y Mr. Hyde
Cuando Stevenson publicó El extraño caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde lo publicó como si fuera una novela policial: solo al final sabemos que esos dos personajes son dos caras de un mismo personaje. Stevenson procede con suma habilidad para eso. Ya en el título tenemos una dualidad sugerida, se presentan dos personajes. Luego, aunque esos dos personajes nunca aparecen simultáneamente, ya que Hyde es la proyección de la maldad de Jekyll, el autor hace todo lo posible para que no pensemos que son el mismo. Empieza distinguiéndolos por la edad. Hyde, el malvado, es más joven que Jekyll. Por eso, quienes han hecho films sobre este cuento han cometido un error, y han hecho que Jekyll y Hyde sean representados por el mismo actor.
Fuente: Clarín