En 2012, HBO fijó en Dubrovnik la capital ficticia del reino de Westeros -la ciudad de King’s Landing- de la serie Game Of Thrones. Durante los seis años siguientes, millones de televidentes verían a la ciudad como el centro de mando de la maquiavélica familia Lannister y serían testigos de su destrucción a manos de Daenerys Targaryen y su dragón.
En paralelo, los 42.000 habitantes de la ciudad padecieron una inundación de turistas que fue creciendo año a año. Solo en 2018, Dubrovnik recibió más de 1.200.000 visitantes. Ante el temor de morir de éxito (el turismo es la principal actividad económica de la ciudad), el gobierno local debió tomar medidas para controlar este exceso y evitar el colapso. Por eso limitó el ingreso a solo dos cruceros por día y este mes se debatirá en la legislatura una regulación para impedir que, por los próximos cinco años, abran restaurantes con mesas y sillas a la calle.
Dubrovnik no solo se convirtió en una nueva víctima del turismo global, sino que además se sumó a la lista de destinos que están empezando a regular esta industria para evitar el desgaste de su patrimonio y la saturación de los habitantes. El caso también es un exponente de la tensión entre una industria pujante de gran rédito económico y los riesgos que su desarrollo implica para el futuro. Los cambios de tendencia en el consumo, el impacto medioambiental y el riesgo de desplazar a las poblaciones locales han provocado un replanteo del sector.
También, la puesta en práctica de medidas novedosas para evitar la degradación de la actividad. Este año, 1300 millones de personas viajaron por el mundo y se espera que en 2020 ese número se incremente con 40 millones más. El crecimiento del sector es sostenido desde hace décadas y siempre por encima de la media internacional: por caso, mientras que en 2018 la economía mundial creció 3,2% en promedio, el turismo llegó a 3,9%.
Esta semana, en la Cumbre del Clima COP25 en Madrid, el director de Desarrollo Sostenible de Turismo de la Organización Mundial de Turismo, Dirk Glaesser, subrayó otra problemática: » Las emisiones que genera el transporte del sector turístico en el medio ambiente constituyen el 5% del total mundial«.
Al igual que Dubrovnik, Maya Bay, una playa de aguas turquesas en la isla de Ko Phi Phi, Tailandia, fue invadida por una ola de turistas después de que fuera elegida como locación de La playa (2000), película de Danny Boyle, con Leonardo DiCaprio en el rol protagónico. Además de saturar esa playa idílica de 300 metros de costa, los turistas -que llegaban a razón de 5000 por día- dejaban toneladas de basura, tanto en la arena como en el mar. La calidad del agua se degradó tanto que dañó los corales del lugar. Hoy Maya Bay está cerrada al público y así seguirá hasta 2021, año en que las autoridades esperan lograr una desintoxicación ambiental definitiva.
El impacto de la masividad
«Muchas veces el turismo tradicional, a través de la construcción de infraestructura, afecta negativamente a nivel local a las especies y a la naturaleza. La masividad tiene también otros impactos como la generación de basura, el aumento de la demanda de productos que no se elaboran allí y el incremento de los afluentes cloacales», señala a La Nación Manuel Jaramillo, director ejecutivo de Vida Silvestre.
Para Jaramillo, la manera de evitar la degradación natural ante el turismo masivo de estos días es estar un paso adelante con políticas impulsadas desde el Estado. «Hay que armar un buen plan de gestión: promover la visitación en diferentes épocas, preparar a las ciudades con buenos sistemas de separación de residuos, reciclado, administración de líquidos y un buen código de planeamiento urbano para evitar que se avance sobre la naturaleza. También, priorizar a los productos locales, que son transportados con poco esfuerzo y reducen las emisiones de carbono», dice.
La Organización Mundial del Turismo impulsa un turismo más consciente y sustentable, que se base en vivir experiencias de manera genuina, sin entorpecer la dinámica del lugar o alterar su disposición natural. Sus funcionarios hablan de turistas que no den la espalda al entorno que visitan y que no lo vean como una simple postal, sino como un lugar de encuentro.
Para el secretario de Ambiente, Sergio Bergman, en el turismo consciente está la llave para impulsar un crecimiento que reditúe en términos económicos y que, al mismo tiempo, sea responsable con el medioambiente. «Hoy la tendencia mundial es hacer turismo no en situaciones artificiales sino en contacto directo con la naturaleza. La Argentina en este punto tiene una biodviersidad única. Eso genera identidad país, es un insumo productivo y cultural que permite el desarrollo y produce valor», afirma el funcionario.
Los grandes motorizadores de este cambio son los nuevos consumidores, afirman los especialistas: las generaciones de millennials y centennials que tienen interés en construir una conciencia ambiental, que esperan obtener una vivencia inmersiva en sus vacaciones y que están más enfocados en la selfie perfecta que en llevarse una estrella del mar para poner en la biblioteca.
José Luis Freijoo, director de la carrera de Turismo de la Universidad de Belgrano, advierte que la sustentabilidad es una demanda de las generaciones más jóvenes que se instaló primero en Europa y que, lentamente, está llegando a Sudamérica, aunque ralentizada por las prioridades económicas.
«El consumidor europeo es mucho más consciente de la ecología y la valora. Incluso es capaz de pagar un poco más por su experiencia turística si es sustentable. En la Argentina, todavía no tanto. Aquí todavía se privilegia lo más barato», dice. Sin embargo, Freijoo remarca una tendencia que se consolida año a año: cambiar el gran hotel por el hotel boutique o incluso por un departamento alquilado.
«La gente busca el sabor local. Antes uno elegía el Sheraton porque era un modelo de hotel que se replicaba en cualquier parte del mundo. Hoy, en cambio, la gente quiere alojarse en un espacio en el que sienta y viva lo que pasa en el destino elegido», señala el experto.
Una experiencia genuina
Lo mismo apunta Juan Carlos Dabusti, docente y capacitador en planificación turística sustentable de la UTN. «El turista actual tiene el deseo de defender la individualidad y de distinguirse de los demás. En esta línea, buscará productos auténticos y diferenciados. Valora cada vez más la personalización, desea vivir experiencias e historias en sus desplazamientos turísticos».
Esta demanda de viajes más conectados con el componente local la confirma Marcelo Helas, director de la agencia de viajes Pop Tour: «Hoy hay un auge de volver al trato personalizado. Nosotros vendemos mucho el tour a la gorra no sólo por el precio, sino porque quien lo hace combina información histórica con datos frescos, recomendaciones para ir a comer, curiosidades».
Helas comenta que en los últimos años, ante la demanda de sus clientes, fueron contratando guías locales propios que mantienen en diferentes ciudades y que combinan la visita a los sitios de interés con paseos gastronómicos y charlas sociales.
Pero, si bien la personalización de la experiencia parece ser una demanda de los nuevos turistas, también lo es la practicidad tecnológica: el pasajero demanda hoy tener todo su itinerario en su teléfono celular y espera un contacto directo con el agente o empresa que le vendió su viaje. «La gente hoy consume y te consulta por WhatsApp y ya no existe el horario de oficina para atender estas demandas. Tuvimos que darle un celular a cada empleado e implementar guardias nocturnas para las emergencias», cuenta Helas.
Como en casa
La plataforma de alquileres turísticos AirBnb funciona desde 2008 conectando a millones de viajeros con propietarios en ciudades turísticas que ofrecen alquilar sus casas o incluso habitaciones extras. Por el precio y los días convenidos, el turista obtiene «un hogar lejos de su hogar». Hoy el sitio tiene presencia en 191 países y cuenta con 150 millones de usuarios. Ha hospedado más de 500 millones de personas en poco más de diez años, con un crecimiento de 62,5% en el último año. Seis de cada diez de los huéspedes son millennials, según datos de la plataforma.
El crecimiento de la plataforma, que ofrece una alternativa más económica e inmersiva que los hoteles, está cambiando la forma de viajar pero también está obligando a la oferta tradicional de alojamiento a reinventarse, y a las ciudades, a imponer nuevas regulaciones para estos alojamientos no convencionales que, en muchos lugares, se han multiplicado en forma alarmante.
Por ejemplo, España limitó el alquiler turístico de los departamentos particulares y obligó a aquellos propietarios que ya lo hacían a inscribirse en un padrón. Londres sólo permite el alquiler temporal de departamentos por un máximo de 90 días al año y Ámsterdam lo llevó a 60. En Berlín, aquel que quiera realizar esta actividad necesita pedir un permiso. En la ciudad de Buenos Aires este año se aprobó una ley para regular y registrar los alquileres a turistas.
Estas regulaciones, que deberán ir ajustándose a medida que siga creciendo el fenómeno, son consecuencia de la fobia turística que desarrollaron algunas ciudades ante la «invasión» de visitantes. Los nativos de Barcelona, Nueva York o París conviven con un turismo que, si bien deja un rédito económico, también trastoca la vida local al punto de generar el desplazamiento de los propios habitantes o de modificar sus costumbres. Resulta casi imposible caminar por ciertos puntos de estas ciudades en temporada alta y el precio de los restaurantes se volvió prohibitivo. En Barcelona, donde la célebre Rambla muchas veces se vuelve intransitable, son frecuentes las protestas contra el turismo masivo o «low cost». También ha habido manifestaciones en Roma, Edimburgo y otras ciudades europeas.
En 1960, la socióloga británica Ruth Glass acuñó el término «gentrificación» para referirse al desplazamiento de poblaciones más pobres del centro de las ciudades por estratos de clase media con más ingresos. Estos nuevos pobladores invertían mucho dinero en restaurar sus casas generando una suba en los alquileres y en el costo de vida en general.
Los locales, a pérdida
El turismo excesivo y mal regulado puede generar, alertan los expertos, un proceso de » turistificación«: sin planificación estratégica, grandes ciudades o áreas son renovadas para atraer a las multitudes provocando el desplazamiento de los locales, que ya no pueden afrontar los costos de vivir allí. Incluso, muchos dueños de departamento dejan de lado a sus inquilinos de siempre para volcarse al hospedaje turístico.
«La dinámica del turismo es muy invasiva para los residentes. La turistificación produce un aumento en el precio de las viviendas y de los alquileres, retira del mercado residencial inmuebles en favor del alquiler temporario, impacta en el tipo de comercios y servicios que se desarrollan en el barrio, aumentando los costos de vida para los antiguos residentes», explica Mercedes Di Virgilio, socióloga e investigadora de la UBA y del Conicet.
La paradoja que desata el fenómeno es que si el Estado invierte demasiado dinero en embellecer cada vez más las áreas postergadas de las ciudades, podría expandirse el fenómeno de gentrificación y turistificación. Pero si, por el contrario, no se dota de mejoras a los barrios menos pudientes, se produce el aislamiento y se priva a sus pobladores de gozar de los beneficios económicos que produce la actividad turística.
Di Virgilio sostiene que no hay una receta para evitar la turistificación, pero sí ciertos antídotos para el futuro. «Hay que establecer políticas orientadas a la equidad. Políticas que ofrezcan las mismas condiciones de transportes, comodidades y espacios verdes para los distintos barrios. También, políticas de vivienda social que no promuevan la concentración espacial en un área de la ciudad sino que impulsen la mixtura».
Una ciudad a la vanguardia en este sentido es Viena. Allí el Estado ejerce un fuerte control sobre la regulación del alquiler y la mejora de las viviendas. Pero, además, la propia ciudad cuenta con un parque inmenso de viviendas para alquiler que sostiene a precios accesibles y que se modernizan y renuevan periódicamente.
Por último, según coincidieron los expertos, una clave para un turismo sustentable a futuro, que no despierte el rechazo de los pobladores, es resaltar la idiosincrasia local e incentivar la dispersión territorial en lugar de la concentración.
En este sentido, Gonzalo Robredo, presidente del Ente de Turismo de la Ciudad, apuntó: «Hay que pensar cómo facilitarle al viajero su conexión con la cultura local y aprovechar el amplio espectro que ofrecen las ciudades. Evitar la concentración. Hay que instalar que viajar es mucho más que conocer un lugar; uno viaja para conectarse con otros».
Fuente: Agustina López, La Nación