“La extinción del disco es criminal”, afirma Calamaro
En el universo de la tauromaquia, la expresión “cargar la suerte” hace referencia a una maniobra compleja en la que el torero tuerce su cuerpo hacia afuera sin mover sus pies para evitar la embestida, con un grado de peligro tan grande como la recompensa del público luego de realizarla exitosamente. En el universo de Andrés Calamaro, esa frase es la que da nombre a su último trabajo de estudio, editado en 2018, y su título parece haber cobrado significado con el tiempo. La publicación del disco dio pie a una serie de acontecimientos que comenzó con una gira por España en mayo y que luego se extendió por el continente americano, con escala en Las Vegas para recoger dos estatuillas Latin Grammy.
El cierre de este camino llegará esta noche, con un show en el Mome vistar Arena con entradas agotadas hace rato. “En un exceso de confianza, prolongamos la gira un año más, algo que a principio de año hubiera considerado improbable por excesivo –explica Calamaro vía correo electrónico, respondiendo a las preguntas de la nacion–”. La decisión lo obliga a poner en pausa una serie de proyectos que se apura en enumerar como para que no queden en el tintero: “un libro para cine, otro texto que demanda investigación y desarrollo inverosímiles, el aprendizaje de los versos académicos, uno o dos discos de intérprete y más cosas que la inventiva fecunda va a proponernos en los próximos meses”. Y agrega, para que todo eso llegue a buen puerto: “Que Dios reparta suerte”.
–Cargar la suerte tiene bastante del espíritu de Alta suciedad y repite la estrategia de grabar en el extranjero con sesionistas de alto vuelo. ¿Fue una decisión planeada de ese modo?
–Grabar un disco es elegir entre cincuenta discos posibles. Sin una decisión planeada grabaría permanentemente sin terminar nunca. Así entendía los discos Paco de Lucía: el maestro pensaba que había que grabar, nunca terminar los discos ni publicarlos. Las dos grabaciones fueron pensadas para grabarse con músicos buenos y presentarse como álbum. Como la mayoría de los discos. Juntarse con músicos buenos no es una estrategia, es música nomás.
–En “Falso LV” señalás a los que “vienen con remeras de rock y peluquería”. ¿El rockero es una especie en extinción?
–Los rockeros superamos muchas dificultades y seguimos resistiendo las actuales complicaciones. En el escenario moralista, puritano, progresista, intolerante y vegetariano nos presentan como imperfectos –y no comprometidos– posibles terroristas amorales. Hace veinte años nos arrebataron los discos con la excusa de piratear juegos de computadora para beneficio del Reich en Silicon Valley. Sin embargo, conservamos un estatus cultural inconfesable, me temo que irreconocible. Desacreditar a los rockeros es lúdico, nos pueden criticar por casi todo pero siempre a cierta distancia. Estamos operando como francotiradores.
–Venís de recibir dos estatuillas en los Latin Grammy ¿Qué sentido tienen las entregas de premios en un contexto en el que el algoritmo reemplazó al disco?
–Es una paradoja. Creo que los premios a la música pierden prestigio con la televisión, que transmite para las colectividades latinas en los Estados Unidos. Para nosotros es una oportunidad de saludarnos con los colegas del oficio y empezar las próximas conversaciones en defensa de los territorios. La extinción del disco es criminal, una estafa a todos lo que comprábamos discos –habitualmente– para escucharlos en casa. La industria musical, simplemente, evitó repetir el error histórico de Vietnam. Esta vez eligieron aliarse con el ejército más poderoso, con más posibilidades de ganar la guerra. Era de suponer. –La letra de “Cuarteles de invierno” dice “Qué Argentina me voy a encontrar, no lo sé, lo sospecho con el pecho”. Con la vida repartida entre Madrid y Buenos Aires, ¿te acostumbraste a encontrar un lugar distinto cada vez que volvés?
–Creo que puedo acostumbrarme a casi todo menos a una combinación de demagogia, cinismo y prisas por llegar a ningún lado, algo que parece extenderse como una epidemia. La crisis permanente es agotadora pero, en el Tercer Mundo, descubrimos nuevos músculos fortalecidos para soportarla. Lo que
sorprende (cada vez menos) es volver a la Edad Media. Hace tiempo lo venimos contemplando pero –el ensanche exponencial del delirio colectivo– no deja de presentarse exagerado.
–Has tenido varias polémicas por tus comentarios en redes sociales por cuestiones políticas o coyunturales, como la agenda feminista ¿No tenés miedo al repudio por la interpretación que otros puedan hacer de un mensaje en 280 caracteres o menos? –Las polémicas digitales duran quince minutos. Esta parte del siglo es lamentable en ese sentido. Estamos en una gira de doscientos días y no leí ni un comentario musical. La virtud de las víctimas se convirtió en un show judicial masivo. Afortunadamente existe la vida fuera de las redes, algo que los peces aprendieron hace ya mucho tiempo. Una red contiene, atrapa y termina ahogando las branquias desesperadas. No es mi contienda.
–Hace poco dijiste en una entrevista en España que “con la indignación las personas terminan partidarias de cualquier cosa”. ¿A qué te referías?
–A cualquier cosa. Son los partidarios del anti, participan por oposición a casi todo. No son partidarios militantes que estudian, investigan, trabajan y siguen estudiando. Juzgan el trabajo y el pensamiento de los demás por oposición exponencial, bajo bandera justiciera o indignada. Es un atentado contra la inteligencia y la inventiva del género humano. Refiero a la realidad, ahora presentada con ridícula solemnidad. Están reescribiendo Kafka para insectos.
–En varias ocasiones has defendido la tauromaquia y el consumo de carne al ser nacido en un país ganadero. ¿Te imaginás incorporando el veganismo en algún momento de tu vida?
–El veganismo no existe, existe la dieta vegetariana. Hay que evitar que bajen cuadros de los museos y
quemen los libros. Eso no tiene nada que ver con una dieta alimentaria. Ser vegano es como dejar de fumar tabaco, tampoco es una regla que rige el mundo. Ni es una garantía para librarse de las enfermedades graves. En América no morir asesinado es un privilegio.
–En su última sesión del año, el Congreso aprobó la ley de cupo femenino para festivales de música. ¿Pensás que era un debate que debía resolverse en el recinto o fuera de él?
–Las antiguas ONG cambiaron las siglas para aceptarse como colectivos que se posicionan para llamar la atención y exprimir presupuestos de un gobierno futurible. Los privilegiados del mundo tienen la piel blanca. El cupo de artistas femeninas en un festival no es algo que me preocupe porque no soy empresario de festivales. Creo que es una toma de posición para un país que viene: la mayoría de los festivales van a ser estatales y los colectivos se posicionan para exprimir la realidad y llevar agua a su propio molino. Además, pueden tener razón. Es muy delicado mezclar el rigor moral con la visibilidad, el dinero y los presupuestos de un nuevo orden cultural. No soy yo el que tenga que dar explicaciones. Soy músico porque tengo una gira, tengo una gira porque me contratan para cantar. Sin descuentos tributarios ni subvenciones: más bien todo lo contrario y a pesar de eso. La discriminación, como la discriminación positiva, existe. De eso no hay ninguna duda.
–En el último tiempo, el rock se ha vuelto más que nunca material de documentales y películas o series biográficas. ¿Te interesa algo así centrado en tu vida?
–Si fuera por mí, viviría en el perfil bajísimo, nadie más me vería en fotos ni sabría nada de mí fuera de la música u otras actividades relacionadas con la palabra o la expresión humana. Me gustan los documentales, también el cine y las series, pero no como protagonista. Jamás vería una serie inspirada en mi vida. Nunca escuché nuestros discos, imagínese una serie.
–¿En qué consiste tu rutina cuando no hay grabaciones ni giras a la vista? ¿Te permitís disfrutar del ocio por fuera de la música?
–Estoy condenado al ocio, es mi estado natural. Lo excepcional es ofrecer giras intensas o grabar discos buenos. Fuera de la música me gustan el boxeo, los toros, las tertulias buenas y prepararme la comida. Y dos o tres cosas más que prefiero no ventilar en un periódico.
Fuente: La Nación