“Lo que hice con tu cepillo de dientes cuando me dejaste y otros poemas de amor” de Mavi Massaro y “Romance Revolución” de Jazmín López y Dorothea Lasky
En algún momento de la historia, la poesía descendió al inframundo de la inutilidad. Siempre estuvo ajena a las necesidades del capital, siempre se deslizó por los canales oníricos, siempre fue un no-instrumento, pero en algún momento de la historia se la degradó al nivel de lo inútil. ¡¿Y qué mejor, para un poeta, que escribir sin la más mínima proyección de nada?! “Voy a ocultarme en el lenguaje”, decía Alejandra Pizarnik y se zambullía en las refrescantes aguas del verso, lentamente, de a poco, pero con mucha decisión. Cuando nadaba dentro de la poesía, lo demás no importaba.
La filósofa francesa Michèle Riot-Sarcey hace una distinción entre el siglo XIX y el XX que permite comprender mejor el desplazamiento de la poesía: el siglo XIX es el siglo de la utopía —y podríamos agregar del romanticismo— y el siglo XX es el de la distopía y de la ideología. Durante el XIX, con la llegada de la Modernidad, el poetas simbolistas indagaron sobre la ambivalencia del progreso y la razón, pero a partir del siglo XX —y con el descubrimiento freudiano del inconsciente quemándonos por dentro— la poesía vira hacia un interior subjetivo asombrosamente oscuro.
Es allí cuando empiezan a tomar fuerza las poetas mujeres, que transforman al estigma de la inutilidad poética en bandera explotando una serie de sentidos invisibilizados. Anne Sexton y Sylvia Plath son dos referencias posibles; de este lado del mapa, Pizarnik, sin dudas. Pero ahora, en el siglo XXI, ¿cómo continúa esa tradición? La tercera ola del feminismo dio aún más impulso a las autoras que dejaron de ser traficantes de sentidos rosas en un mundo celeste para disputar la centralidad de igual a igual… y ganarla, si es que se puede hablar en estos términos dentro de la poesía.
Comer fuego
¿Un poema es una confesión? En Romance Revolución, un extraño poemario en prosa editado por Mansalva, que por momentos asume el juego de una poética casi ensayística, Jazmín López y Dorothea Lasky aseguran que sí. “La poesía es ese lenguaje que hace posible un modo de pensamiento complejo, poroso, poderoso”, aseguran en este texto escrito a cuatro manos. Un libro breve dividido en dos partes —“Y yo nunca hablé con Warhol” y “El tiempo, la rosa y la luna”— que navega sobre la idea de que el enamoramiento es una forma revolucionaria que, por lo tanto, puede derivar en nuevas formas de pensar el mundo.
La poesía, con el objetivo de “lanzar imágenes al estómago que nos cueste digerir”, propone “maneras de manifestar que nos sacan de lo adecuado”. De ahí, a la radicalidad. “No, no soy una feminista radical, y si lo soy poco importa mi ser. Ni siquiera sabés si quien escribe es una mujer o la otra, o las dos, o todas juntas”, se lee. “Tengo el corazón en la punta de todos mis dedos a la vez”, es uno de los fragmentos más poéticos. En este libro, el sexo (“sexo ante lo crudo”) y el amor se trenzan en un deseo: “Que mi boca aprenda a comer fuego”.
Tu moral es mi tanga
Si toda confesión implica un cambio, es decir, pasar por el lenguaje una verdad para radicalizarla, entonces Puta poesía es movimiento. Nina León nació en Formosa hace 33 años como Natalia Canteros. Es periodista y militante, y desde 2017, trabajadora sexual. Este libro editado por Paula Jiménez España es su primer poemario. ¿Y de qué trata Puta poesía? Si habría que escribir una palabra clave para que el algoritmo la reproduzca sería sexo. “La poesía de Nina está parada y mojada al mismo tiempo. Te la mete y se la come en un solo un verso”, escribe Juan Sklar en el prólogo. Un anticipo de lo que sigue.
El primer poema dice así: “Nací masturbándome / con la izquierda / mientras escribía con la derecha / lo que repetía mi cuerpo mojado: / escuchate, / escuchate”. El sexo está en primer plano, como como el río central que abastece a los afluentes: los clientes, el amor, la familia, un lesbianismo precoz, un abuso sexual infantil, la relación entre saliva y plusvalía, el sindicato de las hormonas, algo de redes sociales, mucho cuerpo, el asco, el placer y la sed eterna y descarada. “Te sedujo / verme cambiar de piel / y ahora te da miedo”, se lee, y también: “Tu moral / es mi tanga. / La lamo”.
Desesperación y levantarse
Lo que hice con tu cepillo de dientes cuando me dejaste y otros poemas de amor. Así se titula el primer libro de Mavi Massaro que acaba de publicar Halley Ediciones. Se lee de corrido, sin pausas ni intervalos. Es un poemario sobre la desesperación del desamor y su intensidad. “Y vos ya no me querés / así que me conformo / con hacer amenazas de bomba / en tu trabajo”, se lee. También: “Entonces no sé si escribirte / o comprarme medialunas / o masturbarme / o esperar un poco más / pero decirte que tengo ganas / de arrancarte la ropa / lamerte los huevos / ser bien sucia / y que me desarmes / con tu lengua”. Y también: “A estos poemas / les falta / tinder / y le sobran / adornos”.
Es la metamorfosis desesperada de un corazón hecho trizas que se desliza con violencia de un estadío a otro: del dolor al despecho, al “estoy de novia conmigo”, a extrañar, a la desesperación, a escribirle “al primero que me devuelva lo puta”, al llanto, al duelo, a la siempre ilusorio sensación de estabilidad emocional. “El amor es un robo / y el tuyo / me dejó en pelotas”, escribe Mavi Massaro y construye la idea —algo incómoda para esta época de control y contratos de responsabilidad sexoafectiva— de que el amor es deseo e incertidumbre y requiere de cierta valentía para aceptarlo, aunque salga mal, aunque termine volteándonos. Después, tocará levantarse. Es parte de la vida.
Escribir es ventilar
“¿Será entonces que cuando escribo yo ventilo / las quejas, las falencias, las taras / que aparecen y desaparecen al ritmo / de mis sucesivos análisis?”, escribe Tamara Kamenszain en El libro de los divanes, su último libro de poesía, publicado en 2014. No es su último libro, el ensayo de 2018 titulado El libro de Tamar lo es. Kamenszain es una destacada ensayista aunque también una de las grandes poetas de la Argentina. Este año, la editorial Adriana Hidalgo Editora reeditó su poesía completa sumando El libro de los divanes bajo el título de La novela de la poesía. En los versos recién citados hay una clave para pensar la poesía como confesión: escribir es ventilar.
En las casi quinientas páginas de La novela de la poesía se deslizan postales cotidianas, muchas urbanas, muchas sociales, otras tantas personales e introspectivas, siempre ingeniosas, guiadas por tan su singular yo lírico. Es el trabajo de toda una vida y esa intensidad se palpa. En su primer libro, De este lado del Mediterráneo, se lee en el poema en prosa titulado “Retorno”: “Todo es eterno porque el tiempo que pasa no importa, él está señalando siempre el fin de los tiempos que es el presente, que es este aire cálido y liviano que entra ahora por las ventanas de todas las casas de Buenos Aires mientras en Dinamarca llueve demasiado y en Egipto están las pirámides que miran hacia el sol señalándolo”.
Mi incendio tocando tus hielos
En Mal abrigada (Valparaíso ediciones), la venezolana Paola Soto bordea la falta, ese vacío que nos repliega hacia nosotros mismos. En el prólogo, Elvira Sastre define este libro como “un pase sentimental por Buenos Aires” donde “el lector se quita la ropa y recorre sus caminos”. No miente: la sucesión de los 56 poemas titulados por su número construye un recorrido que reinterpreta, al igual que el poemario de Mavi Massaro, el despecho romántico. “Cuánto caos / es sólo mi incendio tocando tus hielos. / Ya pasará”, se lee en las primeras páginas.
Luego todo se intensifica, pero nunca pierde la mirada nostálgica de lo que fue ese amor que ya no es, y la tristeza constitutiva de esta voz poética. “Me estoy rompiendo / sólo para ver / qué me hiciste por dentro”, escribe Paola Soto, y también: “No te vayas a morir ahora / que sabemos / que todo se arregla”. Hay un leve optimismo que se desarma cuando observa que, mientras realiza su confesión a la luz de los versos, no sólo ella cambia, también el destinatario de ese amor y, por sobre todas las casos, el mundo. Y ahí se provoca la gran transformación. ¿Acaso somos los mismos después de confesarnos?
Fuente: Infobae